domingo, 19 de agosto de 2012

1789, los emblemas de la razón


   "Nos acercamos al estado de crisis y al siglo de las revoluciones... Tengo por imposible que las grandes monarquías duren todavía mucho tiempo". Palabras de Rousseau en "Emilio"
Agitados fueron los tiempos que le toco gobernar a Luis XVI: un reino agobiado y asfixiado por la deuda se veía señalado (y culpado) por la cada vez más sonora voz del pueblo. Tiempo de revoluciones decía Rousseau que se acercaba, y en verdad que era así. El comienzo del nuevo reinado no era muy prometedor: aunque victoriosos ante Inglaterra (al haber apoyado a las colonias americanas), las arcas del estado estaban vacías. Los recursos eran pocos y los pocos que habían, mal empleados estaban. Su destino era ir a parar a los grandes banquetes de la nobleza. De nada faltaba en esas mesas. La variedad de sabores abarcaba desde lo más propio de su cocina hasta lo más exótico de los productos de oriente. Engalanados en ricas prendas y con suaves sedas, el noble se disponía a una agradable cena acompañado por personas de origen respetable. La abundancia de esas mesas solo era comparable con los graneros vacíos del reino, y el hartazgo de los nobles, con el de los estómagos rugientes de los campesinos. La gente moría de hambre, no había alimentos y los pequeños agricultores sabían desde hace décadas lo que era la pobreza: la sufrían día a día mientras araban los campos y, cuando finalmente, los frutos de su trabajo podían verlos (casi comerlos) el Estado y la Iglesia llegaba con sus impuestos y sus diezmos. Pero los campesino iban a recibir un apoyo que en otras ocasiones no habían tenido pues en esta ocasión los intelectuales, los filósofos, estaban de su parte. Se iba a crear una alianza lo suficientemente poderosa como para iniciar un proceso que reformaría (y luego destruiría) la monarquía francesa. En "Origenes intellectuelles de la revolution française" se dice:

"No cabe duda de que si el Antiguo Régimen solo hubiera sido amenazado efectivamente por la inteligencia, no habría corrido riesgo alguno. Para actuar, esa inteligencia necesitaba un apoyo, la miseria del pueblo, el malestar político Pero estas causas políticas sin duda no hubieran bastado para determinar, al menos tan rápidamente, la revolución. La inteligencia es el elemento que liberaba y organizaba las consecuencias, querido poco a poco los Estados Generales. Y precisamente de los Estados Generales, sin que por otra parte la inteligencia lo haya sospechado, iba a salir la revolución"

   En este clima de malestar política, que más tarde se traduciría en un estado completamente distinto al existente, el arte se vio implicado. Y esto es lo que el libro de Starobinski muestra. Los artistas de aquel momento desearán llevar a cabo una purgación del arte: de la misma manera que la política antes de la revolución era ilegítima (apenas un lugar de reunión de bufones maquillados. Recordemos las palabras de Fígaro:  "Hacía falta un calculador y en cambio sólo obtuvo un bailarín"), el arte anterior había traicionado unos "orígenes" y los había alejados de los valores universales.

   Starobinski nos enseña página tras página esta actitud "reformadora" del arte que mira al pasado para encontrar esos inicios. Acaban encontrado esos orígenes en Grecia y Roma. Pero el arte de aquel momento no responde sólo a esta exigencia, también tiene que cumplir con otra: dotar a los cambios políticos de un lenguaje de figuras, de símbolos, de "emblemas" que sean capaces de utilizarse en el arte. Nos encontramos entonces con que un repaso a las obras de arte de aquel momento, es un repaso a los hechos de la revolución, sólo que expresado en un lenguaje particular. El autor es el intérprete de ese sutil lenguaje que se sirve principalmente de dos "emblemas": las luces y las oscuridades. Las luces serán el símbolo de la razón, de lo bello, de lo ordenado, de lo racional... Las oscuridades por el contrario representan lo opuesto a la luz:  la locura, lo irracional, el desorden, la defensa del antiguo régimen, etc.
  

    Uno de los momentos que servirán para ver la creación de un lenguaje artístico que apoya la revolución es "El juramento" de David. Desde el principio el autor ya señala unas observaciones interesantes. El "festejo de la revolución" es necesariamente la reunión de lo contingente con lo eterno, es decir, los hombre balanceados por el azar y que viven en un mundo de cambios expresan su compromiso con unos principios universales y eternos (la igualdad, la libertad, la fraternidad...). La única ocasión en que se da ese compromiso es en el juramento. El juramento es un momento particular, "puntual", en el que se aceptan esos principios intemporales. Es por, decirlo de otro modo, donde lo efímero se convierte en perdurable. Hay que añadir que el juramento es un elemento claramente revolucionario, ya que tiene que verse como opuesto a la "consagración de la monarquía". En la consagración hay un traspaso de poder vertical, es decir, el poder pasa de Dios a un monarca por gracia divina; en el juramento el poder pasa de unos hombres a otros hombres. La consagración hace surgir el "poder", el juramento la "soberanía". El cuadro es todavía más revelador porque como dice el autor los tres horacios "pertenecen de ahora en adelante no tanto a ellos mismos como a su juramento. El impulso heroico implica la superación de las vinculaciones sensibles y de los lazos naturales con el fin de alcanzar una idea cuya metáfora patética es la mano del padre"

La puerta de Brandenburgo
   Pero no es solo la pintura la que apoya el bando de las luces, la arquitectura dará un paso hacia delante para hacer una apología de la revolución. Puesto que esta es el comienzo de un nuevo orden social, se necesita de un nuevo tipo de ciudad que de espacios a los ideales del nuevo orden. Se pondrá especial acento en transfigurar  el valor de la igualdad en los nuevos edificios. Para ello, los arquitectos planifican una nueva ciudad que destaque por edificios monumentales, aunque caracterizados por la sencillez. Esta sencillez querida es un modo de renegar de un pasado rococó que llenaba las estructuras de adornos. Jaubert diría: "Líneas. Bellas líneas. Las líneas, fundamento de toda belleza". Las líneas se verían acompañadas de otras figuras: el círculo y el cuadrado. Con estos elementos los arquitectos pretenden construir un espacio organizado racionalmente que, además, sea comprensible para los ciudadanos. Esto provoca una nueva ruptura: si los edificios antes tenían un carácter privado que atañía solo al propietario y al arquitecto, ahora tendrán carácter público al intentar mostrar con simples figuras geométricas la homogeneización de los edificios (la homogeneización de las estructuras es la expresión de la igualdad entre individuos). Sin embargo estos proyectos tan gratos a los filántropos se verían sustituidos por el horror: la guillotina ocupará el centro de la ciudad y será el nuevo centro de la sociedad parisina. Un lugar de muerte, de destrucción había ocupado el lugar más significativo de la ciudad. Las luces empiezan a replegarse y las oscuridades, nacidas de su seno, se instalan en la revolución. Llega el momento de reconocer el fracaso de la revolución: las luces no han podido desterrar lo irracional y el privilegio: un general corso funda un imperio y establece una nueva nobleza. Goethe expresa  a través de Mefistófeles este resurgimiento de las sombras:

"Soy una parte de la parte que al principio era todo, una parte de esta obscuridad que dio nacimiento a la luz, la luz orgullosa que ahora disputa a su madre la Noche su rango antiguo y el espacio que ella ocupaba; lo que, sin embargo, apenas logró; pues, a pesar de sus esfuerzos, sólo puede arrastrarse a la superficie de los cuerpos  que la detienen; allí ella brilla y colorea..."

   También W. Blake  mostrará que la oscuridad no ha sido "exorcizada": "La oposición es la verdadera amistad". Algunos ya son conscientes del fracaso, pero ninguno de ellos se percata tanto como Goya. El pintor español que había luchado contra la estupidez y el fanatismo fue quien observó cómo el foco de las luces había entrado en España, no con espíritu fraterno y pacífico para instaurar los valores universales, sino con el alma conquistadora de un general corso que se imponía a través de la violencia, el crimen y la traición.



   "El resultado se lee en el cuadro de los fusilamientos del 3 de mayo de 1808: el grupo rítmico y disciplinado de soldados de pelotón de ejecución representa una racionalidad demente; la regularidad, el orden (que hubieran debido marcar el triunfo de los principios) vienen únicamente a regular el ejercicio de la violencia".

  Intentar mostrar todos los temas de los que trata 1789 sería imposible en un espacio reducido. Tampoco es mi propósito. Me conformo con dar mi opinión acerca de un libro del que hasta ahora no había escuchado nada. Y es algo que me causa sorpresa porque me ha parecido tan ameno e instructivo que ni aun me explico cómo es que no se habla nada de él. El libro de Staronbinski es un libro muy interesante, que nos lleva desde el arte anterior a la revolución hasta el neoclasicismo y nos da unas interpretaciones que abarcan  piezas de Canova, Füssli y Goya,  teniendo como música de fondo los sonidos de La flauta mágica de Mozart. Es un libro para el que es conveniente tener un poco de base (base que a mi me falta tengo que confesarlo), pero eso no disminuye el disfrute que proporciona leerlo.

lunes, 13 de agosto de 2012

Enciclopèdie: el triunfo de la razón en tiempos irracionales

  
   Lo primero que observo cuando tengo el libro en mi mano es una atractiva portada. Hay una habitación amplia, iluminada y limpia que tiene en el fondo una puerta junto a una estantería llena de libros. Alejados de esa estantería se encuentra unas figuras trabajando: se hallan en una imprenta. Por el suelo hay unos cuantos instrumentos que no han sido recogidos, aunque no dan la impresión de que haya desorden. Más bien es al contrario, nos hace imaginar el trabajo ordenado de esos hombres. Claramente es uno de los dibujos que había en el tomo final de la "Enciclopedia". Después de verla por un tiempo, me viene a la mente la imagen de un hombre, Diderot, con aspecto descuidado, cansado y envejecido, camino de cualquiera de las imprentas de París. O, con el mismo aspecto, sentado en su despacho leyendo montañas de escritos que le han sido enviados para publicarse en la "Enciclopedia". Me vino la imagen de ese hombre que mantenía correspondencia con media Europa y que tuvo que luchar muchas veces en soledad (perseguido y observado por la policía y los jesuitas) para ver publicado el próximo tomo de la "Enciclopedia".

   Alguien podría preguntarse por qué ese personaje se vio acosado y la respuesta debería ser que la "Enciclopedia" nació con el proyecto de socavar las bases del "ancien régim". Normalmente, publicar una enciclopedia no entrañaba demasiadas dificultades. Y de hecho se puede hablar de muchas que no tuvieron problema alguno mientras se escribían. Esas publicaciones tenían un propósito claro: albergar en sí, en un número reducido de páginas, todo lo que los hombres pueden llegar a conocer. Ya en la antigüedad se había intentado eso, o al menos es lo que se propuso Plinio el Viejo cuando escribió su "Historia natural". Los chinos por su parte habían creado el "Gujin tushu jicheng", conformado por 745 volúmenes. Isidoro de Sevilla, el obispo del siglo VII, escribió "Etymologiae", dividida por capítulos de gramática, retórica y dialéctica, matemáticas (trivium), medicina, escritores, Dios, los ángeles, la Iglesia, Lenguas , Hombres... Pero si hubo una enciclopedia que estimuló a los enciclopedistas franceses fue la de Pierre Bayle.. Su "Dictionnare historique et critique" escrito en dos libros introdujeron una innovación: estaba ordenado alfabéticamente. Aunque a nosotros  no nos parezca llamativo, para él y para sus contemporáneos fue muy importante ya que de esta forma los temas teológicos quedaron limitados a sus apartados. El resultado fue una enciclopedia con espíritu empírico, rigurosa y capaz de enfadar a la Iglesia. La respuesta eclesiástica no se hizo de esperar: los jesuitas se embarcaron en la elaboración de una enciclopedia que contrarrestara el espíritu empírico de Bayle. A esta enciclopedia se la llamó el "Dictionnaire de Trevoux". Pese a algún inconveniente que pudiera haber tenido alguna enciclopedia, ninguna de ellas constituyó un precedente semejante al de la "Enciclopedia". Esta fue la más acosada y odiada, y su persecución fue metódica, cruel y continuada durante toda su publicación por la nobleza y el clero. ¿Qué era lo que desencadenó tamaño odio a todos sus participantes y a la obra misma? Sin duda los escritos de algunos de sus participantes influyeron ("El espíritu" de Holbach por ejemplo), sobre todo los de Diderot, que se ganó la fama de ateo y materialista. Otra razón fue que cuando planificaron la labor de la "Enciclopedia" recordaron la división de las ciencias de F. Bacon. Este hizo una división de los saberes que no dejaba en muy buen lugar a la teología, y que privilegiaba a las ciencias empíricas. Estaba claro que la "Enciclopedia" atacaba de lleno las opiniones sostenidas en aquel momentos por la nobleza y el clero. La publicación de tales ideas no podía realizarse sin acarrear una gran cantidad de enemigos. Enemigos que siempre intentaron evitar la publicación de dicha obra. En algunas ocasiones el proyecto casi desapareció por mano de esos hombres... Pero otros hombres de la nobleza no estaban completamente en contra. Malesherbe protegería a menudo la "Enciclopedia" y Madame de Pompadour, la amante de Luis XV, saldría en su defensa también.


   Pero la "Enciclopedia" no solo estaba formada por hombres contrarios a las opiniones comunes de las los altos estamentos. Eran también hombres de mundo, algunos hijos de artesanos, y la mayoría se proponían dignificar los oficios y las virtudes. Es posible que parte del afecto que les demuestran los participantes de la empresa se deba a que gran parte de ellos pertenecían a familias humildes. El mismo Diderot venía de una de sus familias. Ese aprecio por los oficios señala el autor del libro que se ve claramente y de forma manifiesta en muchas partes de la obra:
Metier, s. m. (Gram.) éste es el nombre que se da a aquellas ocupaciones que requieren el uso de las manos y que se limitan a cierto número de operaciones mecánicas, todas las cuales tiene el mismo objetivo, y que el trabajador repite continuamente. Ignoro por qué se piensa que esta palabra tiene un sentido peyorativo; debemos a los oficios todos los objetos que nos son necesarios en la vida. Quienes se tomen el trabajo de visitar los talleres encontraran en todas partes utilidad y buen sentido. En la antigüedad, a los que inventaron oficios se les hizo dioses; pero los siglos posteriores han arrojado al barro a quienes perfeccionaron estos logros. Dejo a quienes tienen sentido de la justicia la tarea de determinar si es la razón, o son los prejuicios, lo que nos lleva a pensar tan poco en personas tan esenciales para nosotros. El poeta, el filósofo, el orador, el ministro, el soldado, el héroe… estarían todos desnudos y hambrientos sin el artesano al que todos desprecian.”


   Hijo  de un cuchillero de la ciudad de Langres, pronto se vio atraído a París el joven Diderot, aunque por razones distintas a las que luego le llevaron a escribir: quería convertirse en jesuita.  A sus padres nunca les convenció la idea pero finalmente cedieron. Los jesuitas no dudaron en educarlo reconociendo en el joven un alumno capaz que, quizá, pudiera defender la cristiandad contra los jansenistas. Por azares del destino Diderot cambió de bando al estudiar en una escuela jansenista, y se fue acercando en este periodo a sus planteamientos ateos y materialistas. París estaba ejerciendo sobre él su encanto y comenzó a frecuentar los cafés y los teatros de la ciudad... Aunque sin trabajo y sin ingresos pronto tuvo que ganarse la vida de algún modo. Se dedicó a la traducción y escribió "Promenade d´un sceptique"  (que le valió la crítica y la sospecha de las autoridades y los jesuitas). Mientras sus trabajos eran examinados con ojos atentos por la censura él prosiguió con su vida parisina. La vida de los cafés y los salones le dieron los que serían grandes amigos durante su vida: Rousseau y D´Alembert.


   Finalmente Diderot acabaría firmando un contrato con unos editores ambiciosos que pretendían crear una obra de referencia para las ciencias y las artes. En un principio el proyecto no era ese, pero con el transcurso del tiempo se plantearía la gran labor. Al frente de la obra estarían Diderot y D´Alembert quienes se encargarían de la elaboración, y de la lectura y clasificación de los artículos enviados por otras personas. Esas personas normalmente eran amigos suyos como d´Holbach, Voltaire, Mechior Grimm... Uno de ellos tuvo especial importancia para la obra ya que Diderot estaba exhausto: desde el principio él había sido el que se había preocupado de visitar las imprentas para ver cómo avanzaba el trabajo. Fue él quien leía todos los artículos que se enviaban para ser publicado, y quien se citaba con sus autores para discutir sobre partes de los escritos. Si no hubiese sido por él la empresa no se habría conseguido. Blom señala que una sola observación sería necesaria para darse cuenta: mientras D´Alembert escribió entorno a 400 artículos, Diderot se encargó de unos 40.000. Quien fue su apoyo en el último tramo de la publicación fue Chevalier De Jaucourt, un noble que había estudiado medicina y que había escrito diversos volúmenes para su profesión. El trabajo que le había llevado décadas se esfumó en un día, cuando el barco que llevaba sus escritos a la imprenta se hundió.  Chevalier, con 40 años, pensó que no podía recomponer todo su trabajo y volvió a sacar todas sus anotaciones. Esta vez no con la intención de reescribir su obra perdida, sino con la de salvar lo poco que de ella quedaba escribiendo artículos en la "Enciclopedia". El resultado de sus esfuerzos fue haber escrito 17.266 artículos (una media de ocho artículos desde que empezó). Su esfuerzo jamás se vio recompensado por sus compañeros ni por los editores (que jamás le pagaron nada al no haber firmado contrato alguno con Chevalier). 

   Además de todo esto el libro habla de lo que verdaderamente fue la "Enciclopedia": un proyecto sacado adelante por amigos. Teniendo muy en cuenta esto, el autor dedica una gran cantidad de páginas a ver las relaciones entre esos amigos: la de Didetot y Voltaire, la de D´Alembert con el primero, la de Diderot con Chevalier, Holbach, Grimm, y la ruptura definitiva de Rousseau con todos ellos. El resultado es un libro de 400 deliciosas páginas (aparte anotaciones) que nos cuentan con sencillez las dificultades que tuvo la obra y sus participantes  (especialmente Diderot, quien siempre fue observado y en alguna ocasión detenido). Conviene no perderse un libro tan ameno y que, además tiene un precio módico en las librerías.