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El primer paso que debemos seguir para interpretar los textos de Browne es observar el ambiente intelectual en el que el escritor vivió. Como ciudadano cultivado de Inglaterra Thomas Browne estaba muy influenciado por las ideas de la época y su biblioteca se nutría de todo cuanto fuera de interés... Desde los clásico de la antigüedad que estudió con ahínco hasta las más modernas obras científicas de Robert Boyle, pasando por obras de carácter más esotérico y espiritualista. Siguiendo las pistas de su biblioteca, su correspondencia y sus obras descubrimos a un autor preocupado por el avance de las ciencias, pero también de aquello que en la época se conocía como filosofía natural: la alquimia, el hermetismo y todo aquello que se refiriese al conocimiento de los procesos naturales. De hecho en este libro se va esbozando los primeros desarrollos de la ciencia que, curiosamente, no nacieron de una actitud desconfiada en la religión, sino que precisamente se fundamentaban en la búsqueda espiritual para encontrar su legitimidad. En efecto, en una Europa en la que las élites intelectuales seguían defendiendo la escolástica y las interpretaciones ortodoxas de Aristóteles, la ciencia tuvo que apoyarse en un "proyecto" que pretendía encontrar su legitimidad al aportar un conocimiento cierto y un contacto directo con el creador de todas las cosas. La actividad del científico tenía que ver entonces más con una tarea espiritual, al encontrar las huellas divinas en la naturaleza, que en la mera explicación causal de los hechos. Observar la naturaleza era "leer" un texto paralelo al de las sagradas escrituras. Esto nos puede parecer raro a nosotros con nuestra mentalidad moderna, pero varios fragmentos de pensadores apuntan a esto. Así encontramos que Robert Boyle en sus "Occasional reflections" habla de "dos grandes libros: la Naturaleza y las Escrituras"; también Kepler pensaba de forma parecida en "Mysterium cosmographicum" donde decía: "Ahora bien, este es el libro de la Naturaleza, tan celebrado en los sermones sagrados y que Pablo propone al pueblo para que en él contemple a Dios como si se tratase del Sol reflejado sobre las aguas o en un espejo".
Como vemos, aquí no estamos hablando de lo que hoy entendemos por ciencias. Son sus orígenes los que se van perfilando y van mostrando algo impreciso que todavía no se materializa en una ciencia matematizada y poco crédula. El científico en este saber incipiente parece más un visionario, puesto que ve aquello que no se ve en las cosas naturales: las huellas del creador. Browne es un visionario en este sentido y pretende ver al creador estudiando el mundo natural... solo que para él lo que se halla detrás de la naturaleza no son unas fórmulas abstractas y matemáticas que explican las fuerzas, sino unas imágenes jeroglíficas llenas de sentido. Quien sepa ver e interpretar estos jeroglíficos encontrará el conocimiento verdadero porque es el lenguaje en el que las palabras (imágenes en este caso) y las cosas no están separadas. Es el lenguaje que ellos llamaban adámico, el lenguaje de Dios, en el que no hay separación entre palabras y cosas. Lenguaje y metafísica se encontraban hermanadas en ese lenguaje primigenio. Pero después del desastre de Babel solo quedó confusión y desconocimiento. A propósito de esto dice Brown:
"Es cosa segura que, entre los pueblos que sufrieron la confusión de Babel, los egipcios encontraron la mejor manera de evadirla, pues, aunque las palabras se confundieron, ellos habían inventado una lengua de objetos y se comunicaban mediante las nociones comunes que se hayan en la naturaleza; así podían discurrir en silencio y se daban a entender intuitivamente por las teorías de sus expresiones, pues estas consistían en formas de animales a todos los ojos, y mediante la conjunción y composición de estas formas podían comunicar sus conceptos a cualquiera que comprendiera la sintaxis de la naturaleza. Muchos creen que esta debió de ser la forma más primitiva de escritura y que es mucho más antigua que las letras; pudo incluso haber sido la lengua que hablaba Adán, quien, al entender la naturaleza de las cosas, tenía la ventaja de la expresión natural"
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No se puede esperar más de un libro tan breve. Sin embargo pese a no dedicar una gran parte a la exégesis de los textos de Brown (y lo poco que hay de interpretación no lo contaré para no desvelar nada), hace un verdadero esfuerzo por descubrir las bases del pensamiento del escritor de "Los jardines de Ciro". Es por esto que a pesar de tener unas escasas 150 páginas es un libro que contiene información bastante curiosa sobre ideas del pasado y en concreto las del siglo XVI y XVII... Si bien no es una obra monumental sí que es una obra curiosa que no molestará en nuestras lejas.