"De hecho, los emblemas se crearon, como ha demostrado Ludwig Volksmann, como una tentativa humanística de formular un equivalente moderno de los jeroglíficos tal y como fueron erróneamente interpretados fundándose en los testimonios de Plinio, Tácito, Plutarco, Apuleyo, Clemente de Alejandría, Plotino, etc. Se pensaba que los jeroglíficos eran una forma de escritura puramente ideográfica con la que los sacerdotes egipcios anunciaban los designios divinos, y que los filósofos griegos habían recurrido al saber jeroglífico. Casiodoro y Rufino vieron también en ellos prefiguraciones de la doctrina cristiana. La moda de los jeroglíficos entre los humanistas se inició con el Hieroglyphica ("de carácter enigmático") de Horapolo o Horus (Orus) Apolo, un autor presumiblemente egipcio (se llama así mismo Nilótico) del siglo II o el IV después de Cristo, cuya idenatidad no se ha podido establecer y que acaso sea ficticio. Tampoco Filipo, su traductor griego ha sido identificado. Un manuscrito griego del Hieroglyohica fue adquirido en 1519 en Andros por el sacerdote florentino Cristoforo de´ Buondelmonti, despertando gran interés entre los humanistas florentinos, y sobre todo en Marsilio Ficino.
Los artistas no tardaron en hacer uso de la nueva pseudociencia. L. B. Alberti habla de ella en su Architecttura (Libro VIII, cap. 4), sugiriendo temas para medallas, monedas, decoraciones de columnas, arcos triunfales y series de habitaciones. La influencia de Alberti es evidente en la Hypnerotomachia (que estaba ya escrita en 1467 y fue publicada por Aldo Manuzio en 1499), en la que encontramos algunas invenciones modernas de jeroglíficos y figuras simbólicas, entre ellas la famosa moneda de Tito, del delfín enroscado en el ancla con el lema de Semper festina tarde, que fue adoptada para las ediciones aldianas. En el poema Delphini Somnium atribuido a Francesco Colonna, el autor de la Hypnerotomachia, encontramos repetidamente la empresa Sacer est ignis credite laesis, llamada "impresa amorosa" en el verso 341. También Aldo Manuzio imprimió la primera edición de Horapolo (1505), traducida al latín por Filippo Farsanini en 1517. Farsanini habla ya de las aplicaciones prácticas y decorativas de los jeroglíficos y del beneficio que reportará su traducción a los escritores de epitalamios y a aquellos curiosi homines que deseen decorar con símbolos y lemas objetos tales como espadas, anillos, campanas, lechos, puertas y techos. Es a esta utilización decorativa de los emblemas a la que se refiere Alciato en la edición de sus Emblemata de 1551, y a la que ya había aludido en la dedicatoria de la edición de 1531 y en una carta a su amigo Calvi fechada en 1522. Es probable que Alciato concibiera su opúsculo de emblemas inspirándose en Fasanini, que fue profesor de Bolonia en los mismos años en que Alciato estudiaba allí (obtuvo un doctorado en leyes en 1514).
Impulsó también la difusión de los jeroglíficos la actividad de Fray Urbano Valeriano Bolzaniano (c. 1443- 1524) que estuvo en contacto, entre otros, con Francesco colonna y Giovanni de´ Medici (posteriormente León X). Su sobrino Pierio Valeriano publicó en 1556 en Basilea un importante tratado: Hieroglyphica sive de sacris Aegyptiorum aliarumque gentium literis. En el libro de Valeriano los jeroglíficos son relacionados con el simbolismo de los lapidarios y bestiarios medievales y con el Physiologus atribuido a Epifanio, una colección de símbolos sugeridos por animales (la cigüeña, el pelícano, el fénix, etc.), de procedencia alejandrina. Entre los pintores que tomaron motivos de los jeroglíficos se encuentran Pinturicchio (Stanze Borgia), Leonardo (numerosos apuntes), Mantegna (Triunfos de César), Giovanni Bellini (Alegorías), Durero (Arco triunfal del emperador Maximiliano), Giorgio Vasari. El origen de los emblemas no sólo se remonta a los jeroglíficos, sino que es también rastreado, en lo que se refiere al lema, en las empresas, cuya afición se fomentó en Italia cuando Francia ocupó Milán en 1499, como mostraremos más adelante. Otro impulso en la expansión de los emblemas proviene de la cristalización de la antigua ética en esas colecciones de proverbios y máximas (Sobre todo los Dísticos morales de Catón, los Adagia de Erasmo y la Antología de Estobeo) que gozaron del favor del público en el siglo XVI."