domingo, 21 de febrero de 2016

"El amargo don de la belleza" de Terenci Moix


     "Quisiera ser el mendigo que cuenta historias en las puertas de los templos, el que fascina a los niños y hace que se detengas los caminantes, atraídos por tantas maravillas. Si fuese ese mendigo, gran señor de las palabras , contaría las historias que han enardecido a los pueblos del Nilo desde el principio de las generaciones: expondría las cuitas del náufrago que llegó a la isla donde vivía el gran dragón, las disputas de los dos hermanos, los viajes del médico Sinuhé o la lucha de Horus contra las fuerzas del mal en la región de los grandes pantanos. Sería acaso unbuen narrador de lo que otros contaron mucho antes, pues el hombre ha vivido el mismo sueño desde el principio de los tiempos. Y el Tiempo no es más que un sueño narrado por los mendigos ante las puertas de los grandes santuarios."

     Para los que no somos amantes de la cultura egipcia tenemos una serie de imágenes sobre lo que el antiguo Egipto fue. Todas ellas inconexas e inexacta, huelga decir. Pirámides y tumbas llenas de oro esperando ser descubiertas por un Indiana Jones o saqueadores de diversa ralea. Es evidente que cierta imágen del Egipto antiguo permanece en nuestras mentes modernas gracias a producciones audiovisuales, pero es una imágen que no le hace justicia. Si bien no hay modo de reconstruir lo que una época fue, a la novela histórica le está llamado poder hacerlo... siquiera de forma marginal. Esta es la primera obra de Terenci Moix que leo y, sin saber nada de esta civilización milenaria, me ha parecido que en verdad se me situaba ante lo que fuera el antiguo Egipto.

    A través de la mirada distanciada de un anciano que escribe sus memorias se nos presenta la historia de uno de los momentos más importantes de la antigua civilización egipcia: el reinado, a un mismo tiempo, de Akenatón y Nefertiti, junto a sus sueños religiosos de reforma radical, ejemplificados en la construcción de una nueva ciudad dedicada a la deidad que vendría a sustituir a los antiguos dioses: Atón.  A través de los recuerdos que pueblan las memorias de Keftén, pintor cretense que por encargo de aquel rey es llamado para pintar las monumentales tumbas que idean en la capital de la nueva religión, nos son presentados todos estos hechos. La mirada cínica de nuestro protagonista nos presenta una sociedad que todavía vive en el umbral de lo viejo y lo nuevo, pues los viejos dioses no han muerto y, el nuevo, todavía no se ha implantado en las creencias del populacho. El descreído Keftén, asiste con actitud sarcástica a este escenario que, entre alcoba y alcoba, no tarda en encontrar una religión propia en el que su Dios es la belleza de Nefertiti, la reina. Tal religión no es extraña: quienes no hallan la redención en los rezos la hallan en la plasmación de la belleza. Pero con esto se inicia el periplo interno desgarrador del protagonista que, ante un amor imposible, no puede dejar sino pasar los días con la letanía de un moribundo, en los que solo halla solaz en la presencia del hijo que acaba de conocer, Bercos, un chismoso elocuente que cuenta con los favores de la familia real.

    Podría decirse que "El amargo don de la belleza" se centra en la belleza de Nefertiti, pero también en la de la tierra de Egipto. La belleza que hay en esta es "amarga" como dice Nefertiti de la suya, pues la  belleza es un don que "conlleva la semilla de su propia destrucción y su ausencia mortifica más que ninguna otra" (págs. 315-316). Así, la tierra egipcia, antes esplendorosa a la par que poderosa, empieza a sufrir los primeros síntomas de abandono de tal don: la decadencia. Las malas cosechas asolan el país, las fronteras son inseguras, las alianzas con otros reinos son cada vez más endebles. Mientras estas cosas se suceden, se nos van mostrando los distintos grupos de poder que luchan entre sí: el viejo orden todavía mantiene influencia en personas poderosas de la corte, influencia que se afianza ante la desastrosa política externa del faraón que, en sus delirios proféticos, descuida y menosprecia. En efecto, la voluntad del faraón y Nefertiti es mantener una paz cada vez más costosa aunque esto suponga que los vecinos poderosos lo sean cada vez más. La victoria del viejo orden acontece con la llegada al trono de Tutank-atón, que cambia su nombre por Tutank-amón. Vuelve a erigir a los dioses antiguos y restablece su dignidad con la construcción de nuevos templos dedicados a ellos. Tal designio es el de la voluntad de un niño manejada por las castas sacerdotales de Amón.

    Aunque sin duda ambas obras son muy lejanas entre sí, "El amargo don de la belleza" me ha recordado en algunos aspectos a "El cantante de Salmos". Ambas obras retratan la vida de figuras artísticas que, en un modo u otro, se ven envueltas en los entuertos y problemas políticos manejados por reyes y tiranos. Personajes desengañados y escépticos por un pasado y un presente que les ha defraduado, asisten al eclipsar de un orden. Pero independientemente de los paralelismo que arbitrariamente señala el que escribe estas líneas, no cabe duda de que estamos ante una novela histórica de envergadura, de las que hacen a uno querer reincorporarse al género. La belleza de su historia y las formas arcaicas de expresión dejan lugar a muchos y muy buenos momentos. De reseñar es la presencia del humor en la novela que consigue mantener el interés del lector a través de una historia que, contada puede sonar triste pero que, en realidad, no es así. El dramatismo lacrimoso no es empleado por Terenci Moix, pues la virtud de esta novela no es captar al lector a través del drama. La belleza formal le basta a este autor y es por eso que algún día volveré a las orillas de ese Nilo que el libro nos menciona en tantas ocasiones cuya "amarga belleza" no le quita el ser bella.




martes, 9 de febrero de 2016

Crónicas de un imberbe. Día 3

   Tras del golpe visual que supone ver tu cara y acostumbrarte a ella te das cuenta de varias cosas. La primera de ellas es que sin duda con barba uno está majete. La segunda es que la máquina del tiempo y los métodos de rejuvenecimiento que en las mujeres se llaman Atrix, Nivea u otros en los hombres se llama "afeitarse"... tres semanas me quedan de esto. Es el precio de hacer uno de esos actos simbólicos de ruptura con el pasado.