Mucho se perdió tras la segunda guerra mundial, tanto en occidente como en oriente. Shouwa Genroku rakugo shinjuu (qué nombre más complicado, joder) se ubica antes de esos hechos, pero también durante y después. En una pequeña casa, en la intimidad de un pequeño teatro, la serie habla de la pérdida de un arte antiguo: el rakugo. Dicho arte consistía en contar historias de todo tipo a un público. No es nada fácil aunque pueda parecerlo en un principio. No todo el mundo tiene la gracia que requiere una historia picarona, ni la gravedad que exige una historia de terror. Muchos años de práctica, modulando la voz y aprendiendo la clásicas historias, son necesarios para llegar a adquirir maestría en tal habilidad.
El modo en que un joven irrumpe a un maestro de rakugo, Yakumo Yurakutei, da comienzo a una historia interior. El maestro rememora sus primeros días de juventud, cuando ingresó en la casa del maestro rakugo que le enseñaría lo necesario de la técnica. Allí conoce al que será su amigo, casi su hermano, para toda la vida (Yin para los amigos). Uno y otro van trenzando en lo sucesivo una historia de aprendizaje, espectativas y frustraciones. Uno representa el talento natural, que necesita de poco entrenamiento para destacar, mientras que el otro encarna un espíritu severo, de hábitos y trabajo constante. Ambos tienen altas espectativas y, por si no fuera poco las dificultades que les pone el rakugo, la vida también les irá brindando buenas y malas experiencias. El anime se convierte, entonce, en una crónica de ambos jóvenes que no pierde el punto de vista en ningún momento: quien nos la cuenta es Yurakutei. Todo lo que vemos, escuchamos y pensamos está orientado según su recuerdo.
Sí, se que todo esto es un jaleo de nombres, pero merece la pena. La serie sabe conquistarnos sin necesidad de grandes cosas. El tañir de las cuerdas de un shamisen, una historia de rakugo, una conversación con un poco de sake de por medio... son todos momentos sin grandilocuenciencia, pero que están bien ejecutados con animación embelesadora, invitándonos siempre a ver el próximo capítulo.
Respecto a la historia es cierto que hay algún giro forzado a lo largo de los trece capítulos, pero lo compensan con un ritmo constante y sin grandes cambios... Cosa que no nos vuelve invulnerables a las penas de los personajes. Yurakutei (Bon es su nombre original) mira con recelo a Yin durante gran parte de esos capítulos. La naturalidad de su arte es algo que no es capaz de alcanzar por mucho que se encuentre. Un buen tramo de la historia estará dedicado a la búsqueda de su estilo en rakugo. La otra parte estará más centrada en su relación con una mujer y en las alteraciones que esta provoca en el precario equilibrio que hay en las relaciones entre Yin y Bon.
De la animación no hay mucho que decir. Es sobresaliente y la verdad es que se han marcado un buen punto en esta parte el equipo productivo. Todos los escenarios están realizados atendiendo a los detalles, con lujo y colorido. Aquí, en parte, radica el encanto del mundo que se nos presenta, acompañado con una música que no destaca demasiado. Esta es quizá la única mancha de una serie que es sobresaliente alejándose de las series de corte juvenil que pululan en la animación japonesa. Se que no he desgranado demasiado la serie pero es que es mejor que vean la serie en vez de leer reseñas. Créanme: merece la pena.
El modo en que un joven irrumpe a un maestro de rakugo, Yakumo Yurakutei, da comienzo a una historia interior. El maestro rememora sus primeros días de juventud, cuando ingresó en la casa del maestro rakugo que le enseñaría lo necesario de la técnica. Allí conoce al que será su amigo, casi su hermano, para toda la vida (Yin para los amigos). Uno y otro van trenzando en lo sucesivo una historia de aprendizaje, espectativas y frustraciones. Uno representa el talento natural, que necesita de poco entrenamiento para destacar, mientras que el otro encarna un espíritu severo, de hábitos y trabajo constante. Ambos tienen altas espectativas y, por si no fuera poco las dificultades que les pone el rakugo, la vida también les irá brindando buenas y malas experiencias. El anime se convierte, entonce, en una crónica de ambos jóvenes que no pierde el punto de vista en ningún momento: quien nos la cuenta es Yurakutei. Todo lo que vemos, escuchamos y pensamos está orientado según su recuerdo.
Sí, se que todo esto es un jaleo de nombres, pero merece la pena. La serie sabe conquistarnos sin necesidad de grandes cosas. El tañir de las cuerdas de un shamisen, una historia de rakugo, una conversación con un poco de sake de por medio... son todos momentos sin grandilocuenciencia, pero que están bien ejecutados con animación embelesadora, invitándonos siempre a ver el próximo capítulo.
Respecto a la historia es cierto que hay algún giro forzado a lo largo de los trece capítulos, pero lo compensan con un ritmo constante y sin grandes cambios... Cosa que no nos vuelve invulnerables a las penas de los personajes. Yurakutei (Bon es su nombre original) mira con recelo a Yin durante gran parte de esos capítulos. La naturalidad de su arte es algo que no es capaz de alcanzar por mucho que se encuentre. Un buen tramo de la historia estará dedicado a la búsqueda de su estilo en rakugo. La otra parte estará más centrada en su relación con una mujer y en las alteraciones que esta provoca en el precario equilibrio que hay en las relaciones entre Yin y Bon.
De la animación no hay mucho que decir. Es sobresaliente y la verdad es que se han marcado un buen punto en esta parte el equipo productivo. Todos los escenarios están realizados atendiendo a los detalles, con lujo y colorido. Aquí, en parte, radica el encanto del mundo que se nos presenta, acompañado con una música que no destaca demasiado. Esta es quizá la única mancha de una serie que es sobresaliente alejándose de las series de corte juvenil que pululan en la animación japonesa. Se que no he desgranado demasiado la serie pero es que es mejor que vean la serie en vez de leer reseñas. Créanme: merece la pena.