jueves, 9 de noviembre de 2017

"Ciclo de Tschai" de Jack Vance


Traz y Anacho salieron fuera para sentarse a la pálida luz del atardecer, y finalmente Reith se reunió con ellos. Con imágenes de la Tierra en su mente, el paisaje se volvió repentinamente extraño, como si estuviera contemplándolo por primera vez. La desmoronante ciudad  gris de Sivishe, las espiras de Hei, la Caja de Cristal reflejando un brillo bronce oscuro a la luz de Carina 4269, los altos acantilados apenas entrevistos en la bruma: aquello era Tschai. 
                                                                                                                             (Jack Vance, Los dirdir, p.134)


    Jack Vance hará sonreír a más de una persona. Alguno le conocerá por El jardín de Suldrun, sus continuaciones y quizá alguna otra saga, como la Tierra moribunda. Y les hará sonreír porque siempre consigue hacer despegar en sus páginas cierto sentido de la aventura, alejado de la narración pesada y bien cercano a lo exótico, lo extravagante y lo desconocido. Leer una novela suya es adentrarse en una red de caminos poco hollados que reciben al aventurero, figura principal de sus novelas, con muchas vicisitudes. Aunque solo he leído la trilogía de Lyonesse, y hace mucho tiempo, he conseguido con mucha facilidad reconocer algo del Vance que había en aquellos tres tomos en esta tetralogía, aunque esta se ambiente en la ciencia ficción y aquella hunda sus raíces en la leyenda fantástica. Ha conseguido ser tan ameno que me he "tragado" de una sentada los cuatro pequeños tomitos que la editorial Ultramar publicó (serie que me encanta por la sencillez y vistosidad de sus edición).

    ¿Qué tiene de especial Jack Vance, se preguntará algún lector? Pues, básicamente, la facilidad con la que desarrolla mundos que no requieren la seguridad de un par de cientos de páginas de preparación. Vance es un hábil constructor de bocetos ambientales. No necesita mucho espacio. Le bastan un par de líneas, un par de páginas para ponernos en escena y, de ahí, hacer empezar a rodar a sus personajes por peripecias, buenas y malas. Sus personajes lo conocen todo: desde el miedo, la inseguridad, la confianza y la alegría repentina por un logro casi imposible, hasta la seguridad y la comodidad de una caldeada habitación en una posada. Todos saborean de cerca el filo de la muerte y todos son siempre lo suficientemente ingeniosos, o lo suficientemente suertudos, para escapar de ella y adentrarse en una nueva aventura. Sus novelas son así un intrincado haz de acciones inesperadas, criaturas indescriptibles y resultado dudosos. 

   El mundo que despliega en esta tetralogía será recorrido casi en toda su extensión por el personaje principal de estas entretenidas novelas: Adam Reith. Al principio se nos hace saber que este formaba parte de una expedición espacial que se lanzó desde la Tierra y tenía como objetivo un distante mundo desde el que se detectó una extraña señal. La expedición, ya cerca de su destino, es atacada y se ve destruida. Tan solo Reith consigue sobrevivir a este suceso. Al aterrizar con una pequeña nave en la superficie del planeta, no tarda en descubrir para su sorpresa que el mundo está repleto de vida. Se encuentra primeramente con humanos que en su fisonomía han cambiado. No mucho, pero sí lo suficiente para ser distintos a él mismo. Poco después, descubre que el género humano vive en este mundo en condiciones de subdesarrollo sirviendo como mano de obra a distintas razas que pueblan Tschai. Horrorizado por esta esclavitud a la que se pliegan los humanos, intenta encontrar una manera de escapar del mundo y, al mismo tiempo, ayudar a los que se encuentra en su camino. Labor esta última que no es muy fácil, pues los hombres de Tschai, sin desarrollar y dispersados sin orden alguno son de la calaña más dudosa. Truhanes, sinvergüenzas, delatores y parias desfilan por las páginas de Vance y en no pocas páginas encontramos a auténticos explotadores.



    Reith, en este plantel que se encuentra, consigue la rara compañías de dos excluídos en sus respectivas sociedades: Traz, antiguo jefe de una banda tribal y Anacho, un exiliado algo refinado y pesimista. Este trío se mantendrá unido la mayor parte del tiempo en las cuatro novelas y, eventualmente, se les sumará alguna mujer. De estas no comentaré  muchos pues les falta enjundia y presencia. Carecen de una personalidad que se haga patente y su papel es el de meras desvalidas que aguardan al hombre fuerte y confiable que las rescate. Traz y Anacho no caen en esta falta de caracterización, pero en su contra hay que decir que no destacan y son fácilmente olvidables. En lo que respecta a nuestro personaje principal, es demasiado bueno como para ser cierto. Siempre es lo suficientemente astuto, fuerte y, en una palabra, capaz, para resolver todos los entuertos. Pese a esto los personajes funcionan y, si bien no destacan, sí que sirven como razón en la que apearse para contar las historias que tienen lugar en el ciclo de Tschai.

    La ciencia  ficción que Vance nos presenta no es compleja en sus personajes, como hemos visto. Acorde con esto, se nos presentan unas novelas que tienen muchos ingredientes pero no se emplean. Se podría haber explorado la condición humana en esta situación en la que se encuentra, se podría haber indagado en la lucha por su emancipación o incluso suscitar inquietudes por los aspectos de las sociedades que hay en Tschai, pero Vance descarta estas posibilidades y agota su narración en la pura aventura. Quizá esto no motive a muchos lectores porque, encandilados con la necesidad de lo trascendente, solo atienden a la ciencia ficción que explora la antropología, la sociología o aun cuestiones filosóficas. Vance no toma esos caminos ya hollados por un Silverberg, un Brian Aldiss, un Bob Shaw o esa larga lista de autores cuya escritura se condensa en la búsqueda de suscitar futuros inquietantes a través de los cuales reflexionar sobre nuestro presente o sobre nosotros mismos. Su apuesta y trinchera es otra. Descarta aquella para dejar volar su imaginación a un mundo despreocupado, forjado con imaginación exótica. Su escritura es un crear de sociedades y mundos que se deleita en esas sociedades y mundos. Los construye y los muestra como escenarios del camino errático de sus personajes pero no los instrumentaliza para hablar de otra cosa.

   En esta tetralogía desfilan cuatro razas, a cada cual peor (por sus fines y carácter), cuyas intenciones no van más allá derrotar al resto y hacerse con el control del planeta. Todas tienen su interés aunque yo solo voy a mencionar aquí la raza Pnume, que es la que más curiosa de estas cuatro. A diferencia de las otras, los Pnume se caracterizan por abandonar los conflictos a los que periódicamente se ven abocados el resto de razas. Viven en un mundo subterráneo, poblado de pasadizos caóticos para el desconocido y son meros espectadores de lo que acontece. Son una suerte de enciclopedistas, que reúnen muestras de todas las razas y guardan memoria de todo cuanto ha pasado. Vance les dedica parte del último a explorar esta raza pero no llega a ahondar demasiado en ellos. Quizá esto lo haga precisamente más interesante.

    Sin aportar más datos invito al interesado en pasarlo bien al leer a Jack Vance. Es un escritor con carencias, qué duda cabe, pero tiene aciertos que solventan esos fallos. Si falla su caracterización y profundidad de personajes y aun el modo de resolver algunas situaciones, siempre sabe hacer que pasemos la siguiente página y, después de esta, la siguiente hasta terminar sus libros.



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