Libros que sobrevivan las épocas los encontramos con cierta facilidad, pero no textos que sean susceptibles de ser infinitamente alargados, aumentados y que, aun con esas adiciones, guarden sabor original. Calila y Dimna es uno de esos textos que no solo ha cruzado las épocas, sino que se ha enriquecido con su paso atrevido de tiempo en tiempo. Su origen se encuentra en la India, probablemente en torno al siglo II a. C., pero en su transcurso a otros tiempos y pueblos sufrió un recubrimiento que lo metamorfoseó. El texto original de la India guardaba una fuerte familiaridad con los textos védicos y se basaba en el Pachatantra. Un halo religioso era, por tanto, consustancial al texto, y prueba de ello darían las numerosas frases extraídas de los Vedas que se insertaban en él. Sin saber muy bien cómo, el texto llegó al mundo islámico para cambiar completamente.
Cuenta el inicio del texto que el libro que se nos refiere era, ciertamente, atesorado en la India, donde un rey muy sabio lo guardaba. Cosroes, rey no menos sabio de la Persia lejana, encargó a un hombre docto que abandonara sus menesteres, y que se procurará de cuanto necesitase para partir rumbo a la India. A sus oídos había llegado la noticia de que había un texto muy importante, con numerosas enseñanzas para quienes quisieran ser sensatos y sabios. Preparadas las cosas, el docto partió más allá del Indo, donde el rey de aquellas tierras lo recibió con honores. Los honores concedidos no fueron óbice para que aquel rey se negara a entregar el texto. Sin embargo, y como muestra de respeto, dejó que lo consultara y leyera cuanto quisiera en vigilancia. Así, el sabio leía y leía, pero siempre prudente de memorizar con su ágil mente las palabras del libro, que luego él, con tranquila maestría, vertía en sus papeles. El libro fue de ese modo conseguido. Y sin saber el rey de la India de esta artimaña su textó guardó, ignorante de que su contenido ya estaba en las manos de Cosroes. Este rey, magnánimo como pocos, vino a decir su súbdito que pidiera lo que quisiera, que sus tesoros y prerrogativas le eran ofrecidas al sabio, y éste, poco ávidos de cosas materiales, pidió que su actividad y mérito constasen al inicio del texto que había traído a la corte persa. Su deseo fue atendido.
Con esta historia, que todavía hoy tiene su atractivo y fantasía, comienza Calila y Dimna. Pero lo que hoy tenemos en nuestras manos es obra de un pasado menos fantástico. La edición árabe cuyas páginas pasan nuestros dedos, se la debemos a Abdalá Benalmocaffa (s. VIII d. C), que ya desde el principio muestra el cambio del ámbito religioso (Pachatantra) al sapiencial:
Y verdad que no le falta a quien así introduce el texto en pleno siglo VIII. El libro, en efecto, es un variopinta amalgama de historias, siempre protagonizadas por criaturas del mundo animal y siempre representando las circunstancias de las sociedades humanas. Predomina los temas cortesanos (cómo prevenirse de los malos comentarios, envidias, enemigos, etc), pero sin olvido del resto de casos en que nos vemos envueltos en la vida. Cada uno se codea en esta existencia nuestra con el engaño, las envidias, traiciones y muchas otras cosas... Y justamente Calila y Dimna, con sus criaturas no cuenta historia que no nos hayan pasado, ni que nos puedan pasar, pues sus narraciones guardan el código de las maldad y astucia humana.
Calila y Dimna nos habla de aquello, valiéndose siempre de una estructura de muñecas rusas: un rey indio, Dibxalim, pide a un filósofo que le instruya en tal o cual artimaña, en tal o cual emoción, en tal o cual problema. De ese modo intenta saber cómo gobernar a sus súbditos de un modo justo e inteligente. El filósofo da lugar entonces a un relato en el que unos animales protagonizan un carácter y actitud y, en el mismo transcurso de esta historia, se entremeten otras historias de carácter educativo y sapiencial. Este es el mecanismo perfecto para poder introducir indefinidamente historias de tono aleccionador. Diecisiete capítulos conforman el libro, pero bien podrían ser treinta y uno o cien, porque la estructura permite introducir cuantas se quieran. El mecanismo es como una rueca, que puede hilar mientras se le introduzca hilo. Por eso mismo el texto se ha visto ampliado en su transcurso histórico sin problema alguno.
El origen oriental no puede quedar menos patente que en lo ya dicho, pues siempre se llama "filósofo" (en el libro representado por la figura de Paydeba) a aquel cuenta estas historias. El filósofo es el que enseña a vivir la vida, a sortear las circunstancias y darles correcto cauce. Esto es menos obvio en la figura del filósofo tal y como se desarrolló en el occidente latino, donde el filósofo era el metafísico, el lógico, aquel que enquistaba su mente en una tarea intelectiva valiosa, pero generalmente alejada de cómo vencer las circunstancias adversas o de cómo conducirse frente a las inquinas de la corte. El filósofo oriental, Paydeba, no es objeto de desarrollo en el libro. Tampoco es algo que se pretendiera por la naturaleza misma del texto, pues tanto él como el rey son el manto formal que anuda las dispersas historias concentradas. Su condición es permanente y transeúnte al mismo tiempo: al inicio y fin de cada historia se hacen presentes, pero rápidamente ceden paso a animales personificados, contándonos de esa manera lo que nos costaría más reconocer, quizá por orgullo, como propio de la humanidad.
El conjunto es sin duda sobresaliente, y se sorprenderá el lector de nuestros días descubriendo una versión algo distinta del cuento de la lechera. También otras historias nos resultarán familiares, aunque cambiados algunos elementos no sustanciales. No nos lleve a sorpresa esto, pues Calila y Dimna fue traducido por orden de Alfonso X a lengua castellana y el libro no tardó en verterse al resto de lenguas europeas. Calila y Dimna ha sido hacedero tanto en la cultura musulmana como europea; por suerte, ahora podemos gozarla en varias ediciones. La que yo manejo, de Alianza (2008), ofrece una sucinta introducción con apéndice en el que se comparan varias historias del libro con desarrollos posteriores de fabulistas europeos (don Juan Manuel, Samaniego o Lafontaine, por ejemplo). Es recomendable leer este libro, si no en esta edición en otra mejor, caso de haberla. Cuando menos es curioso el racimo de historias que nos ofrece.
Cuenta el inicio del texto que el libro que se nos refiere era, ciertamente, atesorado en la India, donde un rey muy sabio lo guardaba. Cosroes, rey no menos sabio de la Persia lejana, encargó a un hombre docto que abandonara sus menesteres, y que se procurará de cuanto necesitase para partir rumbo a la India. A sus oídos había llegado la noticia de que había un texto muy importante, con numerosas enseñanzas para quienes quisieran ser sensatos y sabios. Preparadas las cosas, el docto partió más allá del Indo, donde el rey de aquellas tierras lo recibió con honores. Los honores concedidos no fueron óbice para que aquel rey se negara a entregar el texto. Sin embargo, y como muestra de respeto, dejó que lo consultara y leyera cuanto quisiera en vigilancia. Así, el sabio leía y leía, pero siempre prudente de memorizar con su ágil mente las palabras del libro, que luego él, con tranquila maestría, vertía en sus papeles. El libro fue de ese modo conseguido. Y sin saber el rey de la India de esta artimaña su textó guardó, ignorante de que su contenido ya estaba en las manos de Cosroes. Este rey, magnánimo como pocos, vino a decir su súbdito que pidiera lo que quisiera, que sus tesoros y prerrogativas le eran ofrecidas al sabio, y éste, poco ávidos de cosas materiales, pidió que su actividad y mérito constasen al inicio del texto que había traído a la corte persa. Su deseo fue atendido.
Con esta historia, que todavía hoy tiene su atractivo y fantasía, comienza Calila y Dimna. Pero lo que hoy tenemos en nuestras manos es obra de un pasado menos fantástico. La edición árabe cuyas páginas pasan nuestros dedos, se la debemos a Abdalá Benalmocaffa (s. VIII d. C), que ya desde el principio muestra el cambio del ámbito religioso (Pachatantra) al sapiencial:
"Este es el libro de Calila y Dimna, obra de ejemplos y relatos compuesta por los sabios de la India con la intención de reunir las expresiones más elocuentes de la tendencia que ellos sustentaban. Porque los sabios de todas las religiones y lenguas siempre han reflexionado, sirviéndose en ello de toda clase de artificios y con el propósito de liberarse de sus defectos apoyándose en los defectos mismos. Y para mayos claridad hicieron que las bestias y las aves protagonizaran el libro, representando en ellas los conflictos. Con esto descubrieron un procedimiento retórico y una didáctica analógica."(Calila y Dimna, p. 90)
Y verdad que no le falta a quien así introduce el texto en pleno siglo VIII. El libro, en efecto, es un variopinta amalgama de historias, siempre protagonizadas por criaturas del mundo animal y siempre representando las circunstancias de las sociedades humanas. Predomina los temas cortesanos (cómo prevenirse de los malos comentarios, envidias, enemigos, etc), pero sin olvido del resto de casos en que nos vemos envueltos en la vida. Cada uno se codea en esta existencia nuestra con el engaño, las envidias, traiciones y muchas otras cosas... Y justamente Calila y Dimna, con sus criaturas no cuenta historia que no nos hayan pasado, ni que nos puedan pasar, pues sus narraciones guardan el código de las maldad y astucia humana.
Calila y Dimna nos habla de aquello, valiéndose siempre de una estructura de muñecas rusas: un rey indio, Dibxalim, pide a un filósofo que le instruya en tal o cual artimaña, en tal o cual emoción, en tal o cual problema. De ese modo intenta saber cómo gobernar a sus súbditos de un modo justo e inteligente. El filósofo da lugar entonces a un relato en el que unos animales protagonizan un carácter y actitud y, en el mismo transcurso de esta historia, se entremeten otras historias de carácter educativo y sapiencial. Este es el mecanismo perfecto para poder introducir indefinidamente historias de tono aleccionador. Diecisiete capítulos conforman el libro, pero bien podrían ser treinta y uno o cien, porque la estructura permite introducir cuantas se quieran. El mecanismo es como una rueca, que puede hilar mientras se le introduzca hilo. Por eso mismo el texto se ha visto ampliado en su transcurso histórico sin problema alguno.
El origen oriental no puede quedar menos patente que en lo ya dicho, pues siempre se llama "filósofo" (en el libro representado por la figura de Paydeba) a aquel cuenta estas historias. El filósofo es el que enseña a vivir la vida, a sortear las circunstancias y darles correcto cauce. Esto es menos obvio en la figura del filósofo tal y como se desarrolló en el occidente latino, donde el filósofo era el metafísico, el lógico, aquel que enquistaba su mente en una tarea intelectiva valiosa, pero generalmente alejada de cómo vencer las circunstancias adversas o de cómo conducirse frente a las inquinas de la corte. El filósofo oriental, Paydeba, no es objeto de desarrollo en el libro. Tampoco es algo que se pretendiera por la naturaleza misma del texto, pues tanto él como el rey son el manto formal que anuda las dispersas historias concentradas. Su condición es permanente y transeúnte al mismo tiempo: al inicio y fin de cada historia se hacen presentes, pero rápidamente ceden paso a animales personificados, contándonos de esa manera lo que nos costaría más reconocer, quizá por orgullo, como propio de la humanidad.
El conjunto es sin duda sobresaliente, y se sorprenderá el lector de nuestros días descubriendo una versión algo distinta del cuento de la lechera. También otras historias nos resultarán familiares, aunque cambiados algunos elementos no sustanciales. No nos lleve a sorpresa esto, pues Calila y Dimna fue traducido por orden de Alfonso X a lengua castellana y el libro no tardó en verterse al resto de lenguas europeas. Calila y Dimna ha sido hacedero tanto en la cultura musulmana como europea; por suerte, ahora podemos gozarla en varias ediciones. La que yo manejo, de Alianza (2008), ofrece una sucinta introducción con apéndice en el que se comparan varias historias del libro con desarrollos posteriores de fabulistas europeos (don Juan Manuel, Samaniego o Lafontaine, por ejemplo). Es recomendable leer este libro, si no en esta edición en otra mejor, caso de haberla. Cuando menos es curioso el racimo de historias que nos ofrece.