Algunas manos, cuando toman las nuestras, sonríen y no caben en sí de alegría. Palpitan y se dilatan llenas de vida. Personas desconocidas han tomado mi mano entre las suyas como si fuera la de una hermana que no habían visto en muchísimo tiempo.
(...) Estoy convencida de que no hay manos que puedan compararse con las del médico, por su destreza paciente, su dulzura compasiva y su magnífica certeza. No nos ha de extrañar pues, que Ruskin encuentre en los toques certeros del cirujano la perfección del control y la delicada precisión que el artista debiera emular. Si el médico es un gran hombre, los toques de sus manos sanarán también el alma de sus pacientes. Un amigo mío muy querido, que fue nuestro médico en la salud y en la enfermedad, tenía en las manos este toque mágico de bienestar. Su espíritu alegre y cordial hacía bien a sus pacientes, necesitaran o no medicinas.
Keller, Hellen, El mundo en el que vivo, Atalanta, 2012 España, pp. 26-27.