Sobre el lenguaje privado. Págs. 212-214
(...) Encarnan (Celan y otros escritores) una rebelión de la literatura contra la lengua, comparable a, pero quizás más radical que, cualquiera de las que ha tenido lugar en el arte abstracto y la música aleatoria y atonal. Cuando la literatura se empeña en romper el molde lingüístico y público y se convierte en idiolecto, cuando busca la intraducibilidad, hemos ingresado en un nuevo universo sensible.
En un poema breve y minucioso de tan denso, Paul Celan habla de una "escritura de sombras sobre las piedras". La literatura moderna está guiada por una necesidad de explorar esta "litografía", esta "ecriture dombres". Estas tienen poco que ver con la claridad y el desarrollo de las secuencias del discurso público. Para el escritor nacido después de Mallarmé , la lengua violenta la significación aplanándola, destruyéndola, como ocurre cuando una criatura de las profundidades marinas es sacada a la luz del día y a las bajas presiones de la superficie.
Sin embargo el hermetismo que se desarrolla de Mallarmé a Celan no es la rebelión contra la lengua más total de que tengan noticia las letras modernas. Surgen otras dos orientaciones. Paralizado por por el vacío de las palabras, por el hiato que hay entre la percepción individual y las heladas generalidades del habla, el escritor cae en el silencio. Esta táctica del silencio se remonta a Hölderlin, o más exactamente, al Hölderlin elevado a rango mítico, cuyo retrato ha transmitido la literatura moderna; los comentarios hechos por Heidegger entre 1936 y 1944 constituyen una ilustración representativa. El carácter fragmentario y a menudo laberíntico, de la poesía del último Hölderlin, el colapso del poeta en la apatía mental y en el mutismo admiten ser leídos como una demostración de los límites de la lengua, de la impotencia total del lenguaje ante el resplandor y el secreto de lo inefable de la significación. O, como Wittgenstein le decía a propósito de su "Tractatus" a Ludvig Ficker, en una carta fechada a finales de octubre de 1910: "mi obra tiene dos partes: la que aquí ha sido presentada y todo lo que no he escrito. Y es precisamente esta segunda parte la que más importa."
La forma clásica de la paradoja aparece en "La carta de Lord Chandos" de Hofmannsthal, de 1902. El joven noble isabelino se ha enardecido por visiones poéticas y filosóficas, por la intención de descubrir el más oculto centro órfico del arte y de la mitología. Toda la creación, la historia entera constituyen a sus ojos un Código. Pero ahora descubre que apenas puede hablar y que la idea de la escritura es una absurdo. El vértigo lo asalta cuando piensa el abismo que se abre entre los fenómenos humanos en toda su complejidad y la abstracción trivial de las palabras. Torturado por una lucidez que alcanza la escala microscópica, Lord Chandos vive la realidad como un mosaico de estructuras integrales y descubre que la lengua es una taquigrafía miope. Al considerar los objetos más ordinarios con obsesiva atención, Chandos ingresa en el laberinto de una especialidad autónoma: se pliega a la vida de la carretilla en el cobertizo, a la del escarabajo acuático que con sus patas de remo surca el océano de un balde de agua. El lenguaje, tal y como lo conocemos, no proporciona ningún acceso a esta auténtica pulsación del ser. El relato que hace Hofmannsthal narra con sagaz habilidad esta helada empatía:
"Paréceme entonces ser yo mismo el que está en fermentación, el que despide burbujas, bulle y fulgura. Y todo se vuelve una suerte de pensamiento febril, pero cuya expresión es más inmediata, más fluida, más ardiente que las palabras. Son remolinos, pero en lugar de arrastrarlo a uno, como los remolinos verbales, a quién sabe a qué región abismal, de alguna manera me lleva a mi propio ser y al sosiego más profundo."
Más adelante volveremos a esta descripción de una matriz del pensamiento mucho más inmediata, más fluida e intensa que la del lenguaje. Como surge de un escritor que estaba empapado en la música, la noción de las espirales de la introspección que desembocan en fundamentos mucho más profundos y estables que los de la sintaxis resulta del mayor interés. Sin embargo, es obvio que ningún lenguaje humano puede aspirar a una intensidad semejante de visión y serenidad. Chandos está en busca de una lengua "cuyo vocabulario ignoro, aquella lengua en que me hablan las cosas mudas y en la cual deba quizá algún día, desde la tumba, responder por mis actos ante un juez desconocido". Por lo que hace al universo natural, se trata de un lenguaje totalmente privado, o bien es el lenguaje del silencio.
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