¿Cuántas veces un encuentro casual con un libro no acaba en un mal resultado? La mayoría de las ocasiones la culpable es una portada seductora, de esas que llaman la atención, pero que esconden algo apenas presentable. Mi encuentro con André Compte-Sponville fue casual pero no desafortunado. Después de fijarme en la bella pintura de Draper descubrí que el libro albergaba una gran cantidad de citas a Epicuro, Lucrecio y Spinoza. Finalmente decidí llevármelo de la librería a pesar de que tenía ciertos desperfectos el libro... Todavía no sabía qué tenía entre las manos. El libro resultó ser una joya aunque en ese momento nada sabía.
Una vez empezado el libro no sólo descubrí que tenía un buen estilo sino que además leí algo que me impactó más todavía: el libro era heredero de la filosofía helenística. De tal modo, la filosofía que al autor le interesa no es una filosofía centrada en algún tema abstruso y de especialistas. Antes de eso le interesa la filosofía que enseña algo mucho más importante que cuestiones de lógica o de lenguaje. El pensamiento que a él le interesa nos enseña a vivir mejor. Por eso fijará su atención en el pensamiento que procuraban dar los epicureos, los estoicos o el gran Montaigne. Todos ellos, de algún modo, procuraban hacer de la teoría, del pensamiento un aliado y una ayuda para la vida. Pero que nadie se confunda: este no es un libro erudito de autoayuda. Muy por el contrario es una propuesta atea y materialista que pretende reinterpretar el materialismo observando a sus predecesores. Es normal entonces que Sponville impugne el concepto de esperanza y lo cambie por el de desesperanza. El esperanzado es quien espera que algo suceda; el desesperanzado no espera, intenta conseguir aquello que quiere. La esperanza es un narcótico, un paralizante de la acción que provoca el conformismo y no la búsqueda de lo ansiado. Pero hay que ir a la raíz de esperanza que es la idea de que algo trascendente fundamenta lo terrenal. Eso es justamente el platonismo: buscar el fundamento de lo de abajo mirando a un "arriba". De ahí emanan una ética como las religiosas, un modo de entender la política, una estética... Su objetivo será fundar una ética, una política y una estética desde la desesperanza, es decir, renunciando a esencias trascendentes.
Para ilustrarnos todo esto toma como ejemplo la figura de Ícaro. El hijo de Dédalo como sabemos pretendía ascender hasta los cielos, hasta lo absoluto, con un trágico desenlance. Lo que toma de dicho mito es que el personaje mitológico pretende alcanzar lo más alto desde la finitud, desde el mundo donde no se encuentran las esencias. Algo similar pretenderá hacer Sponville. Su gesto teórico será intentar fundar un pensamiento político y estético fundado en lo que hay abajo, los deseos humanos y la materia, y no en los trascendentes e inexistentes (para el autor) principios eternos. Lo que recoge del mito de Ícaro es ese movimiento ascendente, que en el planteamiento filosófico de Sponville se plasma en un ir de los deseos a los ideales, rechazando el movimiento descendente platónico, que fundamenta lo terrenal en lo ideal.
Creer en la libertad, la justicia u otro tipo de valores es lo mismo que ser un platónico, alguien que piensa que existen universales. Los valores no preexisten, somos nosotros quienes los creamos. Su fundamento es el deseo. Yo "deseo" mi libertad, "deseo" mi bien y, por extensión, lo "deseo" para el resto. El fundamento de los valores se haya abajo, en el mundo, en el vientre como diría Epicuro, en el deseo, no en un mundo de "formas". Algo similar a esto ocurrirá con la belleza. La belleza es un valor, pero un valor que no es eterno ni trascendente.
"La belleza, señor, no es tanto una cualidad del objeto considerado cuanto un efecto que se produce en aquel que lo considera. Si nuestros ojos fueran más fuertes o más débiles, si la complexión de nuestro cuerpo fuera diferente, las cosas que nos parecen bellas nos parecerían feas y aquellas que nos parecen feas pasaríamos a considerarlas bellas. La mano más hermosa si la contemplamos al microscopio parecerá horrible. Ciertos objetos que vistos desde lejos son hermosos, resultan feos cuando los contemplamos de cerca, de modo que las cosas consideradas en sí mismas o en su relación con Dios no son ni bellas ni feas".
Siguiendo estas palabras de Spinoza, Sponville se reafirma en su convicción de que los valores son accidentes y no esencias, lo cual no les quita su importancia. Precisamente la búsqueda de estos valores accidentales es lo que nos recuerda el movimiento ascendente de Ícaro: partimos de lo más elemental, del deseo, a lo excelso y propiamente humano. El arte es un buen ejemplo de ello puesto que en él posponemos la mera satisfacción del deseo. Todo lo contrario, lo avivamos sin satisfacerlo.
"El deseo... Sí, se trata de cultivar el deseo por sí mismo, de conservarlo, de exaltarlo, más bien que de satisfacerlo. Y si el arte es volver trabajar el deseo por sí mismo, y el disfrute de sí en este trabajo, el erotismo entonces es un arte, y se opone al simple disfrute del mismo modo que la gastronomía se opone a la mera ingesta de alimentos. Y tal vez encontremos ahí las primeras "artes", en efecto, por ser las más próximas a los deseos más corporales (a las "pulsiones"), y las que, sin liberarse de ellas por completo, preservan sin embargo el deseo de una demasiado rápida, demasiado fácil, demasiado banal satisfacción... Se dirá: lujo de hombre bien alimentado y de amante satisfecho. Sin duda. ¿Pero qué arte no es un lujo? La miseria jamás es estética porque en ella el deseo es prisionera de la carencia de su objeto. Y es necesario que esta carencia desaparezca, quizás, para que podamos gozar de ellas. Para disfrutar de la propia sed es preciso que tengamos algo que beber... Pero esto no prueba nada contra el arte, salvo que el arte no es vital"
La gangrena que supone el platonismo se infiltra lenta pero eficientemente en el arte. El efecto inmediato fue que durante mucho tiempo se imaginase como una actividad propia de visionarios. Desde el poeta inspirado por las musas hasta el artista romántico, encontramos una sucesión de teorías que nos dicen que que el arte es la plasmación sensible e imperfecta de principios eternos. El artista acaba teniendo una actitud pasiva: debe esperar a que la inspiración llame a su puerta. Como decía Válery: "La inspiración es la hipótesis que reduce al autor al papel de observador".
Examinando el arte, la política y otros problemas, Sponville va demarcando qué no debe ser el materialismo, sin dar aquello que prometía darnos: una redefinición del materialismo. Este libro es por tanto un preludio, un rodeo necesario antes de llegar a su verdadera filosofía. Esa filosofía que tiene importancia vital en nuestras vidas, como consejera y guía de la acción. La continuación de su proyecto se prolonga en un segundo volúmen publicado por la editorial Antonio Machado, el cual espero leer lo antes posible pues este primer libro ha sido excepcionalmente bueno. Es un ejemplo de unión perfecta entre buen estilo y pensamiento potente, de esos que parece escasean en la literatura filosófica, pues suelen ser lo uno o lo otro pero no ambos al mismo tiempo.
Una vez empezado el libro no sólo descubrí que tenía un buen estilo sino que además leí algo que me impactó más todavía: el libro era heredero de la filosofía helenística. De tal modo, la filosofía que al autor le interesa no es una filosofía centrada en algún tema abstruso y de especialistas. Antes de eso le interesa la filosofía que enseña algo mucho más importante que cuestiones de lógica o de lenguaje. El pensamiento que a él le interesa nos enseña a vivir mejor. Por eso fijará su atención en el pensamiento que procuraban dar los epicureos, los estoicos o el gran Montaigne. Todos ellos, de algún modo, procuraban hacer de la teoría, del pensamiento un aliado y una ayuda para la vida. Pero que nadie se confunda: este no es un libro erudito de autoayuda. Muy por el contrario es una propuesta atea y materialista que pretende reinterpretar el materialismo observando a sus predecesores. Es normal entonces que Sponville impugne el concepto de esperanza y lo cambie por el de desesperanza. El esperanzado es quien espera que algo suceda; el desesperanzado no espera, intenta conseguir aquello que quiere. La esperanza es un narcótico, un paralizante de la acción que provoca el conformismo y no la búsqueda de lo ansiado. Pero hay que ir a la raíz de esperanza que es la idea de que algo trascendente fundamenta lo terrenal. Eso es justamente el platonismo: buscar el fundamento de lo de abajo mirando a un "arriba". De ahí emanan una ética como las religiosas, un modo de entender la política, una estética... Su objetivo será fundar una ética, una política y una estética desde la desesperanza, es decir, renunciando a esencias trascendentes.
Para ilustrarnos todo esto toma como ejemplo la figura de Ícaro. El hijo de Dédalo como sabemos pretendía ascender hasta los cielos, hasta lo absoluto, con un trágico desenlance. Lo que toma de dicho mito es que el personaje mitológico pretende alcanzar lo más alto desde la finitud, desde el mundo donde no se encuentran las esencias. Algo similar pretenderá hacer Sponville. Su gesto teórico será intentar fundar un pensamiento político y estético fundado en lo que hay abajo, los deseos humanos y la materia, y no en los trascendentes e inexistentes (para el autor) principios eternos. Lo que recoge del mito de Ícaro es ese movimiento ascendente, que en el planteamiento filosófico de Sponville se plasma en un ir de los deseos a los ideales, rechazando el movimiento descendente platónico, que fundamenta lo terrenal en lo ideal.
Jacob Peter Gowy |
Creer en la libertad, la justicia u otro tipo de valores es lo mismo que ser un platónico, alguien que piensa que existen universales. Los valores no preexisten, somos nosotros quienes los creamos. Su fundamento es el deseo. Yo "deseo" mi libertad, "deseo" mi bien y, por extensión, lo "deseo" para el resto. El fundamento de los valores se haya abajo, en el mundo, en el vientre como diría Epicuro, en el deseo, no en un mundo de "formas". Algo similar a esto ocurrirá con la belleza. La belleza es un valor, pero un valor que no es eterno ni trascendente.
"La belleza, señor, no es tanto una cualidad del objeto considerado cuanto un efecto que se produce en aquel que lo considera. Si nuestros ojos fueran más fuertes o más débiles, si la complexión de nuestro cuerpo fuera diferente, las cosas que nos parecen bellas nos parecerían feas y aquellas que nos parecen feas pasaríamos a considerarlas bellas. La mano más hermosa si la contemplamos al microscopio parecerá horrible. Ciertos objetos que vistos desde lejos son hermosos, resultan feos cuando los contemplamos de cerca, de modo que las cosas consideradas en sí mismas o en su relación con Dios no son ni bellas ni feas".
Siguiendo estas palabras de Spinoza, Sponville se reafirma en su convicción de que los valores son accidentes y no esencias, lo cual no les quita su importancia. Precisamente la búsqueda de estos valores accidentales es lo que nos recuerda el movimiento ascendente de Ícaro: partimos de lo más elemental, del deseo, a lo excelso y propiamente humano. El arte es un buen ejemplo de ello puesto que en él posponemos la mera satisfacción del deseo. Todo lo contrario, lo avivamos sin satisfacerlo.
"El deseo... Sí, se trata de cultivar el deseo por sí mismo, de conservarlo, de exaltarlo, más bien que de satisfacerlo. Y si el arte es volver trabajar el deseo por sí mismo, y el disfrute de sí en este trabajo, el erotismo entonces es un arte, y se opone al simple disfrute del mismo modo que la gastronomía se opone a la mera ingesta de alimentos. Y tal vez encontremos ahí las primeras "artes", en efecto, por ser las más próximas a los deseos más corporales (a las "pulsiones"), y las que, sin liberarse de ellas por completo, preservan sin embargo el deseo de una demasiado rápida, demasiado fácil, demasiado banal satisfacción... Se dirá: lujo de hombre bien alimentado y de amante satisfecho. Sin duda. ¿Pero qué arte no es un lujo? La miseria jamás es estética porque en ella el deseo es prisionera de la carencia de su objeto. Y es necesario que esta carencia desaparezca, quizás, para que podamos gozar de ellas. Para disfrutar de la propia sed es preciso que tengamos algo que beber... Pero esto no prueba nada contra el arte, salvo que el arte no es vital"
Las musas de Baldassarre Peruzzi |
La gangrena que supone el platonismo se infiltra lenta pero eficientemente en el arte. El efecto inmediato fue que durante mucho tiempo se imaginase como una actividad propia de visionarios. Desde el poeta inspirado por las musas hasta el artista romántico, encontramos una sucesión de teorías que nos dicen que que el arte es la plasmación sensible e imperfecta de principios eternos. El artista acaba teniendo una actitud pasiva: debe esperar a que la inspiración llame a su puerta. Como decía Válery: "La inspiración es la hipótesis que reduce al autor al papel de observador".
Examinando el arte, la política y otros problemas, Sponville va demarcando qué no debe ser el materialismo, sin dar aquello que prometía darnos: una redefinición del materialismo. Este libro es por tanto un preludio, un rodeo necesario antes de llegar a su verdadera filosofía. Esa filosofía que tiene importancia vital en nuestras vidas, como consejera y guía de la acción. La continuación de su proyecto se prolonga en un segundo volúmen publicado por la editorial Antonio Machado, el cual espero leer lo antes posible pues este primer libro ha sido excepcionalmente bueno. Es un ejemplo de unión perfecta entre buen estilo y pensamiento potente, de esos que parece escasean en la literatura filosófica, pues suelen ser lo uno o lo otro pero no ambos al mismo tiempo.