"¿Vas a tomar cerveza?" "Sí, claro, cerveza"
Vivían de dulces convencionalismos aquella primera tarde, sabiendo ambos que ninguno de los dos era realmente así, pero incapaces de ser de otro modo, cogiéndose las manos brevemente al roce, en torno de las botellas, de los vasos, con miedo de mirarse de pronto, entregadamente. Y repentinamente asustados de su naturalidad, de su sinceridad, volvían a las miradas perdidas, a los ademanes vagos, a la farsa de una amistad que, efectivamente, alguna vez había sido amistad, pero ya no lo era, sino otra cosa. Y en esta vuelta atrás, en este inútil retroceso de las conversaciones, de los gestos, hacia la tierra de nadie de la amistad, encontraban cerradas las puertas del paraíso de la inocencia, pero quizá sentían como miedo de alejarse definitivamente de ellas, y entonces se movían fantasmalmente en otra tierra de nadie, perdida la camadería, aún no ganado el amor, diciendo que hay que cambiar el plan de estudios y que, en realidad, lo bueno es pasar el verano en Madrid "porque en la sierra te aburres como una bestia"; y las palabras no tenían que ver con la música de la voz, ni las opiniones con la actitud del rostro. Qué angustioso temor cuando él o ella llevaban la farsa demasiado lejos y parecían verdaderamente interesados en subrayar la injusticia de aquel catedrático voluble. "No hay derecho, es que no hay derecho" ¿Habría sido todo una ilusión, un defecto óptico? Un estudiante y una estudiante, como antes han tomado café en un café y se están diciendo cosas que les importan a los dos por separado, y han dejado de importarles desde el momento en que están juntos, aun siendo casi las mismas cosas; pero es ese maravilloso no importar del amor lo que tratan de ocultarse, lo que tratan de retardar en su revelación inevitable, y lo hacen para evitar el vértigo del yo asomado a otro yo, que siempre es mareante, casi pornográfico en su desnudez, pues puede ser que el amor no sea sino la pornografía de los espíritus sensibles"
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