Juan de Valdés, Luis Vives. Ginés de Sepúlveda, Bartolomé de las Casas, Boscán, Garcilaso de la Vega y otros muchos conforman nombres insignes del renacimiento español. A ese linaje de escritores de grácil pluma y punzante ingenio hay que añadir el de Fernan Pérez de Oliva. Su historia guarda en común con la de muchos intelectuales en que gozó de breve vida. No llegó a cuarenta años aquel joven de curioso ingenio que hizo de Salamanca lugar de enseñanza. Allí fue donde comenzó sus estudios a edad temprana, aunque los continuara en París y terminara, finalmente, en Roma al servicio de León X (Juan de Médici). No, no tuvo vida longeva, dijimos, pero sí que dejó una obra extensa que enriqueció por igual la ciencia, la historia, el teatro y el tratado moral.
El Diálogo de la dignidad del hombre se adscribe a ese género tan fructífero para la filosofía (y no solo) como fue el diálogo. Este sin embargo no se recobró de su inicio en el que Platón le diera acabamiento y forma perfecta. Esta obra carece de la viveza de aquella que tenían las obras del antiguo filósofo y también de las de otros modernos pero conserva una misma intención: poner un elemento dramático a la exposición de una serie de ideas. Podríamos decir de otra manera que se da cuerpo a una concepción... O dos, como es el caso, pues Fernán Pérez de Oliva divide sus páginas en una introducción (en la que da breve acomodo a sus personajes) tras la cual se suceden dos partes: una encabezada por Aurelio; la otra por Antonio. Ambos se miden en un juego que es más retórico que dialéctico donde no faltan, eso sí, razones que les avalen. Aurelio es por ejemplo detractor de la dignidad humana y para defender su postura comienza una puntillosa retahíla de razones que van desde la disposición del universo, el lugar que ocupa el hombre en él y sus pobres habilidades, hasta lo fantasioso que resultan las esperanzas de fama y gloria. Todas las dignidades, todas las ansias de trascendencia del hombre son, sistemáticamente, ahogadas por el discurso algo negativo, pesimista si se quiere, de Aurelio.
Antonio, el otro contertulio, no se amilana ante todas las razones que le presenta Aurelio y, siendo así, ofrece una exposición algo más larga defendiendo un lugar preeminente para el hombre en la naturaleza. Muchos dirían que aquí se encuentra la concepción clásica del renacimiento acerca del hombre (aunque yo creo que eso puede ponerse en cuestión)... Lo que está claro es que aquí resuena, y muy claramente, la voz de Pico della Mirandola: Antonio no solo nos recuerda que el hombre es un pequeño mundo en sí mismo, sino que exalta ese pequeño microcosmos que es el hombre... Y retoma, también de Pico, aquella referencia al Protágoras de Platón, donde, con motivo del mito de Prometeo y Epimeteo, se discute de las habilidades (o la falta de ellas) que tiene el hombre. Pico dio acogida a dicha comparación en su Discurso sobre la dignidad del hombre y, Fernán Pérez de Oliva reutiliza ese topos... que también reaprovechará más tarde, creo, Luis Vives en su Fabula del hombre.
Se completan con estos dos discursos las partes de esta obra breve, que sin ser propiamente filosófica, guarda un interés diletante con dicha disciplina para atender a las preocupaciones sobre el hombre, su dignidad y lugar en el cosmos que ocupa... temas que hicieron fortuna dentro y fuera del humanismo. Pero, como dije, la obra guarda cierto aire diletante. Por poner un ejemplo, entre las páginas 85 y las inmediatamente cercanas, se entremezcla la problemática del alma, con la sabiduría y el intelecto de una forma rápida, poco cara a la precisión conceptual de un filósofo (de uno bueno, claro).
La obra no incluye una decantación por ninguna de sus dos partes (aunque hay que remarcar que la parte dedicada a Antonio es algo más extensa que la de Aurelio) lo cual nos deja en la duda: ¿Por dónde se inclina el criterio del propio autor? Esa respuesta la debe resolver el audaz lector que rescate este breve y ameno escrito del olvido en que se halla.
"Las letras de Egypcios y Caldeos y otros muchos que tanto florecieron, quién las sabe? quién conoce agora los Reyes, los grandes hombres que a ellas encomendaron su fama? Todo va en oluido, el tiempo lo borra todo. Y los grandes edificios, que otros toman por socorro, para perpetuar la fama, también los abate y los yguala con el suelo. No ay piedra que tanto dure ni metal, que no dure más el tiempo consumidor de las cosas humanas," (Diálogo de la dignidad del hombre, p. 92)Apostaría a que sobre la base de este discurso hay cierto conocimiento del De caelo de Aristóteles, aunque no acerco en exceso la mano al fuego. Digo esto porque sigue el modelo del Estagirita en que los cielos están poblados por cuerpos eternos y, todo lo que se sitúa debajo, está compuesto por vil materia que se descompone y cambia constantemente. Este modelo es empleado por Pérez de Oliva, bajo la máscara de ese personaje que es Aurelio, para decirnos que el hombre ocupa el lugar menos digno (el de la materia) del cosmos y que, aun aquí, ni siquiera tiene un lugar preeminente pues está expuesto a multitud de causas que le pueden dañar o matar (animales salvajes, enfermedades, etc).
Antonio, el otro contertulio, no se amilana ante todas las razones que le presenta Aurelio y, siendo así, ofrece una exposición algo más larga defendiendo un lugar preeminente para el hombre en la naturaleza. Muchos dirían que aquí se encuentra la concepción clásica del renacimiento acerca del hombre (aunque yo creo que eso puede ponerse en cuestión)... Lo que está claro es que aquí resuena, y muy claramente, la voz de Pico della Mirandola: Antonio no solo nos recuerda que el hombre es un pequeño mundo en sí mismo, sino que exalta ese pequeño microcosmos que es el hombre... Y retoma, también de Pico, aquella referencia al Protágoras de Platón, donde, con motivo del mito de Prometeo y Epimeteo, se discute de las habilidades (o la falta de ellas) que tiene el hombre. Pico dio acogida a dicha comparación en su Discurso sobre la dignidad del hombre y, Fernán Pérez de Oliva reutiliza ese topos... que también reaprovechará más tarde, creo, Luis Vives en su Fabula del hombre.
Se completan con estos dos discursos las partes de esta obra breve, que sin ser propiamente filosófica, guarda un interés diletante con dicha disciplina para atender a las preocupaciones sobre el hombre, su dignidad y lugar en el cosmos que ocupa... temas que hicieron fortuna dentro y fuera del humanismo. Pero, como dije, la obra guarda cierto aire diletante. Por poner un ejemplo, entre las páginas 85 y las inmediatamente cercanas, se entremezcla la problemática del alma, con la sabiduría y el intelecto de una forma rápida, poco cara a la precisión conceptual de un filósofo (de uno bueno, claro).
La obra no incluye una decantación por ninguna de sus dos partes (aunque hay que remarcar que la parte dedicada a Antonio es algo más extensa que la de Aurelio) lo cual nos deja en la duda: ¿Por dónde se inclina el criterio del propio autor? Esa respuesta la debe resolver el audaz lector que rescate este breve y ameno escrito del olvido en que se halla.
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