sábado, 25 de noviembre de 2017

"Los tres libros de la vida" de Marsilio Ficino y "De la vida sobria" de Luigi Cornaro


   Una editorial que hasta ahora desconocía tiene un ejemplar que me ha llamado considerablemente la atención. Entre sus publicaciones se encuentra un texto muy especial que, hasta donde yo se, no ha sido traducido con anterioridad al español. Hablo de un breve tratado de Marsilio Ficino titulado De triplici vita. Se trata de un texto curioso que, según los entendidos, es el punto de partida de gran parte de la literatura mágica del Renacimiento. Acompañando a este texto La sociedad española de neuropsiquiatría (editorial) ha complementado el cuerpo del texto con una breve composición de Luigi Cornaro. Ambos están unidos con una débil razón: que ambos versan sobre la salud.

   El texto de Ficino es complejo para un lector moderno. Su temática no atiende a un solo aspecto. Su estructura ternaria (son tres los libros que lo conforman) atienden a preocupaciones muy diversas: dietética, astrología, astronomía, magia y filosofía. Estos son, principalmente, los frentes que envuelven la escritura de Ficino. Su objetivo inicial era aconsejar a los hombres dedicados al estudio, de los que, se pensaba entonces, nacían bajo el signo o la influencia de Saturno. La astrología sostenía que los planetas imprimían su influencia sobre todo el orbe. Bajo la influencia de un planeta podían caer desde franjas territoriales, minerales y plantas concretas hasta días, meses y etapas de la vida de un hombre. Aquellos que se dedicaban a la actividad intelectual caían bajo la influencia de Saturno, lo que les hacía ser creativos en las ciencias que cultivasen. Pero esta bendición iba acompañada de un carácter melancólico. Sufrían de males del alma y de enfermedades que poco a poco les iba consumiendo. Ficino, que era médico (disciplina que su padre, también médico, le había instado a aprender), pretende escribir varios tratados en los que aconseja cómo evitar los males que el planeta saturnino ejerce sobre los hombres de ciencia. La labor le lleva algunos años, pues a su ingente labor traductora había que añadir su labor como comentarista de grandes autores del neoplatonismo y su actividad de difusión cultural del platonismo en la Florencia del s. XV. Durante ocho o nueve años estuvo barruntando sus ideas sobre el tema y escribió tres textos distintos  en distintas fechas que más tarde juntaría e imprimiría en una edición titulada De triplici vita (1479).

De triplici vita
   Los dos primeros tratados son bastante inocentes. Se dedican principalmente a dietética. Prescriben qué tomar prestando mucha atención a si esta o aquella hierba, bebida, especia o alimento cae bajo la influencia del planeta indicado. Sus remedios son acompañados con fármacos (triacas y electuarios) y ofrece tratamientos atendiendo al tipo de paciente: no puede prescribir lo mismo para un joven que para un hombre que ingresa en la senectud. La mayoría de estos consejos tienen muy en cuenta la hora en la que deben ser tomados (por la influencia de los planetas que correspondan). Son varios los consejos que da para revigorizar el cuerpo y el espíritu y entre ellos no faltan algunos que nos parecerán excéntricos. Uno de ellos, por ejemplo, es que el anciano cuyo vigor decae debe beber leche de doncella virgen a determinadas horas. El tercer tratado (De vita coelitus comparanda) no fue tan inocente.De hecho llamó la suspicacia del censor romano quien le llamó la atención. Con todo, la influencia de los contactos de Ficino, que se carteaba con una cantera inmensa de hombres poderosos y cultos, pudo ganarle la aquiescencia de la curia con su obra. Nunca fue incluida en el Index de libros prohibidos, pero su tercer tratado, que trata de cómo atraer las influencias de los astros, no sedujo a los sectores más ortodoxos. Ahí anidaban buena parte del pensar neoplatónico antiguo (Jámblico y Proclo) y modernos (Plethon y Psellos) con las que la Iglesia no comulgaba.

    ¿Cómo se ha hecho cargo de este texto antiguo la editorial que lo ha vertido a nuestro idioma? Antes que nada habría que decir que hay que agradecer la iniciativa que se ha llevado a cabo, aunque hay que señalizar que el resultado es insuficiente. Primero de todo, la introducción no hace justicia a la complejidad del texto. Es breve, algo supericial y no atiende a la literatura especializada de la obra (los libros que menciona son libros generalistas que el lector medio en la materia conoce porque sirven como "toma de contacto", ya no del texto, sino del Renacimiento en general). El texto en sí de Ficino ha sido bastante maltratado: en principio no solo se ha tomado una traducción moderna italiana sin examinar el texto latino original, sino que además todos los capítulos han sido suprimidos. Se ha optado por presentar el cuerpo desnudo del texto prescindiendo del título y la separación que proveían los 72 capítulos de la obra original. Ello repercute en que los temas no están convenientemente  separados y hace que algunas veces parezca que se entremezclen o haya un mal orden de exposición en sus múltiples elementos. Por otro parte, no se nos avisa en las notas ni en la introducción sobre cómo se elaboró la obra y eso nos puede hacer creer a Ficino cuando al final del segundo tratado introduce el tercero como si este fuera posterior al segundo. Cosa esta que no es cierta, pues el tercer tratado lo tenía escrito con anterioridad. Estas y otras pesquisas no son mencionadas, lo que deriva en que no se presenta el texto como se debe al lector que se inicia en su conocimiento.

    El tratado de Luigi Cornaro me resulta más difícil de examinar. Mi conocimiento previo de él era nulo hasta leerlo en esta edición. De la vida sobria resulta ser un escrito breve (apenas 30 páginas) en el que Cornaro da unas prescripciones para vivir de forma saludable y longeva. Hay que comer con modestia, nos dice, y de ese modo nuestro cuerpo sobrevivirá más que con los excesos. Se pone de ejemplo a sí mismo, que a la edad de los cuarenta comenzó a padecer dolencias en el estómago y otras afecciones. La solución la halló en comidas no abundantes y en alimentos ligeros. Desconfía del saber médico que le prescribía comer este o aquel alimento y avisa al lector de que sea él mismo su primer y principal médico, aunque se pliegue a escuchar la opinión de los doctos. El texto muestra una confianza en el hombre que puede controlar las causas hasta el punto de acomodar su condición del modo más óptimo. En un momento se nos comenta a propósito del saber:

" (...) Se imita aquí la relación entre el arte y la naturaleza: el primero puede corregir los defectos y deficiencias de la segunda, como se ve claramente en la agricultura y otros ámbitos parecidos."
                                                                                                                               (De la vida sobria, p. 174) 

   De igual modo que ocurre en la agricultura y en la arquitectura, que el saber dispone de un determinado modo (más perfecto), lo natural, con nuestro saber podemos disponer de un mejor modo nuestra vida, alargándola cuanto es posible. El texto despliega en sí la confianza de ese hombre renacentista tan mencionado en los manuales sobre la época y cuya presencia se deja notar en el texto. Esta confianza en nuestras propias aptitudes responde sin duda a las experiencias de la biografía de Cornaro, que realizó obras arquitectónicas en el Véneto y diseñó y supervisó la creación de diques, canales de riego y sistemas para desecar tierras. Sus conocimientos de hidráulica, arquitectura y agricultura se tradujeron en dos tratado. La suerte ha querido que solo se le recuerde por este libro.

    La naturaleza de ambos textos no es comparable... Ni por extensión, ni por temática ni por algún otro parámetro. Su tono e influencias son marcadamente distintos. No es extraño esto echando un ojo a la distancia cronológica que separa ambas obras. Su selección en este libro responde a una lógica pobremente argumentada en el prólogo. Sin embargo, agradecemos que se pongan estos textos al alcance del público. Esperemos que con el tiempo sobrevengan ediciones críticas sobre los mismos, ya que esta esta edición, pese al valor que supone poner estos textos al alcance del público español, no cumplen con dicha función.



jueves, 9 de noviembre de 2017

"Ciclo de Tschai" de Jack Vance


Traz y Anacho salieron fuera para sentarse a la pálida luz del atardecer, y finalmente Reith se reunió con ellos. Con imágenes de la Tierra en su mente, el paisaje se volvió repentinamente extraño, como si estuviera contemplándolo por primera vez. La desmoronante ciudad  gris de Sivishe, las espiras de Hei, la Caja de Cristal reflejando un brillo bronce oscuro a la luz de Carina 4269, los altos acantilados apenas entrevistos en la bruma: aquello era Tschai. 
                                                                                                                             (Jack Vance, Los dirdir, p.134)


    Jack Vance hará sonreír a más de una persona. Alguno le conocerá por El jardín de Suldrun, sus continuaciones y quizá alguna otra saga, como la Tierra moribunda. Y les hará sonreír porque siempre consigue hacer despegar en sus páginas cierto sentido de la aventura, alejado de la narración pesada y bien cercano a lo exótico, lo extravagante y lo desconocido. Leer una novela suya es adentrarse en una red de caminos poco hollados que reciben al aventurero, figura principal de sus novelas, con muchas vicisitudes. Aunque solo he leído la trilogía de Lyonesse, y hace mucho tiempo, he conseguido con mucha facilidad reconocer algo del Vance que había en aquellos tres tomos en esta tetralogía, aunque esta se ambiente en la ciencia ficción y aquella hunda sus raíces en la leyenda fantástica. Ha conseguido ser tan ameno que me he "tragado" de una sentada los cuatro pequeños tomitos que la editorial Ultramar publicó (serie que me encanta por la sencillez y vistosidad de sus edición).

    ¿Qué tiene de especial Jack Vance, se preguntará algún lector? Pues, básicamente, la facilidad con la que desarrolla mundos que no requieren la seguridad de un par de cientos de páginas de preparación. Vance es un hábil constructor de bocetos ambientales. No necesita mucho espacio. Le bastan un par de líneas, un par de páginas para ponernos en escena y, de ahí, hacer empezar a rodar a sus personajes por peripecias, buenas y malas. Sus personajes lo conocen todo: desde el miedo, la inseguridad, la confianza y la alegría repentina por un logro casi imposible, hasta la seguridad y la comodidad de una caldeada habitación en una posada. Todos saborean de cerca el filo de la muerte y todos son siempre lo suficientemente ingeniosos, o lo suficientemente suertudos, para escapar de ella y adentrarse en una nueva aventura. Sus novelas son así un intrincado haz de acciones inesperadas, criaturas indescriptibles y resultado dudosos. 

   El mundo que despliega en esta tetralogía será recorrido casi en toda su extensión por el personaje principal de estas entretenidas novelas: Adam Reith. Al principio se nos hace saber que este formaba parte de una expedición espacial que se lanzó desde la Tierra y tenía como objetivo un distante mundo desde el que se detectó una extraña señal. La expedición, ya cerca de su destino, es atacada y se ve destruida. Tan solo Reith consigue sobrevivir a este suceso. Al aterrizar con una pequeña nave en la superficie del planeta, no tarda en descubrir para su sorpresa que el mundo está repleto de vida. Se encuentra primeramente con humanos que en su fisonomía han cambiado. No mucho, pero sí lo suficiente para ser distintos a él mismo. Poco después, descubre que el género humano vive en este mundo en condiciones de subdesarrollo sirviendo como mano de obra a distintas razas que pueblan Tschai. Horrorizado por esta esclavitud a la que se pliegan los humanos, intenta encontrar una manera de escapar del mundo y, al mismo tiempo, ayudar a los que se encuentra en su camino. Labor esta última que no es muy fácil, pues los hombres de Tschai, sin desarrollar y dispersados sin orden alguno son de la calaña más dudosa. Truhanes, sinvergüenzas, delatores y parias desfilan por las páginas de Vance y en no pocas páginas encontramos a auténticos explotadores.



    Reith, en este plantel que se encuentra, consigue la rara compañías de dos excluídos en sus respectivas sociedades: Traz, antiguo jefe de una banda tribal y Anacho, un exiliado algo refinado y pesimista. Este trío se mantendrá unido la mayor parte del tiempo en las cuatro novelas y, eventualmente, se les sumará alguna mujer. De estas no comentaré  muchos pues les falta enjundia y presencia. Carecen de una personalidad que se haga patente y su papel es el de meras desvalidas que aguardan al hombre fuerte y confiable que las rescate. Traz y Anacho no caen en esta falta de caracterización, pero en su contra hay que decir que no destacan y son fácilmente olvidables. En lo que respecta a nuestro personaje principal, es demasiado bueno como para ser cierto. Siempre es lo suficientemente astuto, fuerte y, en una palabra, capaz, para resolver todos los entuertos. Pese a esto los personajes funcionan y, si bien no destacan, sí que sirven como razón en la que apearse para contar las historias que tienen lugar en el ciclo de Tschai.

    La ciencia  ficción que Vance nos presenta no es compleja en sus personajes, como hemos visto. Acorde con esto, se nos presentan unas novelas que tienen muchos ingredientes pero no se emplean. Se podría haber explorado la condición humana en esta situación en la que se encuentra, se podría haber indagado en la lucha por su emancipación o incluso suscitar inquietudes por los aspectos de las sociedades que hay en Tschai, pero Vance descarta estas posibilidades y agota su narración en la pura aventura. Quizá esto no motive a muchos lectores porque, encandilados con la necesidad de lo trascendente, solo atienden a la ciencia ficción que explora la antropología, la sociología o aun cuestiones filosóficas. Vance no toma esos caminos ya hollados por un Silverberg, un Brian Aldiss, un Bob Shaw o esa larga lista de autores cuya escritura se condensa en la búsqueda de suscitar futuros inquietantes a través de los cuales reflexionar sobre nuestro presente o sobre nosotros mismos. Su apuesta y trinchera es otra. Descarta aquella para dejar volar su imaginación a un mundo despreocupado, forjado con imaginación exótica. Su escritura es un crear de sociedades y mundos que se deleita en esas sociedades y mundos. Los construye y los muestra como escenarios del camino errático de sus personajes pero no los instrumentaliza para hablar de otra cosa.

   En esta tetralogía desfilan cuatro razas, a cada cual peor (por sus fines y carácter), cuyas intenciones no van más allá derrotar al resto y hacerse con el control del planeta. Todas tienen su interés aunque yo solo voy a mencionar aquí la raza Pnume, que es la que más curiosa de estas cuatro. A diferencia de las otras, los Pnume se caracterizan por abandonar los conflictos a los que periódicamente se ven abocados el resto de razas. Viven en un mundo subterráneo, poblado de pasadizos caóticos para el desconocido y son meros espectadores de lo que acontece. Son una suerte de enciclopedistas, que reúnen muestras de todas las razas y guardan memoria de todo cuanto ha pasado. Vance les dedica parte del último a explorar esta raza pero no llega a ahondar demasiado en ellos. Quizá esto lo haga precisamente más interesante.

    Sin aportar más datos invito al interesado en pasarlo bien al leer a Jack Vance. Es un escritor con carencias, qué duda cabe, pero tiene aciertos que solventan esos fallos. Si falla su caracterización y profundidad de personajes y aun el modo de resolver algunas situaciones, siempre sabe hacer que pasemos la siguiente página y, después de esta, la siguiente hasta terminar sus libros.