Los últimos tiempos del imperio vinieron acompañado de todo aquello que es nefasto: la inseguridad, la impunidad y la salvajez eran la compañía habitual de todos los habitantes de la península itálica. Depuesto el último emperador de Roma (478 d. C.), Rómulo Augústulo, se pone fin a las glorias de la Roma imperial. La enseña romana sólo campea con libertad en Bizancio, pero esta deberá aguardar a su propio ejecutor. En el oeste, los bárbaros se adueñan y reparten lo poco que queda del imperio romano de occidente. Dos años después de que Rómulo Augústulo fuera depuesto por Odoacro nace un ilustre hombre en Roma. Anicio Manlio Severino Torcuato Boecio fue su nombre, y provenía de una antigua estirpe patricia romana.
En los cambiantes tiempos que acechaban a los italianos, Boecio crecería sobre un estado cadavérico, que guardaba las instituciones y cargos del extinto imperio, pero que se hallaba sojuzgado a fuerza bárbara. Aun con esto, hubo cierta integración entre romanos antiguos y godos, y durante un tiempo el patriciado pudo seguir desempeñando ciertas funciones en la política. Boecio, como miembro de un clan antiguo, desempeñó importantes cargos pasados sus años mozos. Y no sólo destacó por mostrar habilidad política, resolución diplomática y decisión firme, sino que también fue hombre de letras: ambicionó el gran proyecto de poner a salvo la cultura antigua.
En los tiempos que corrían, no sólo el mundo político y social se hallaba carcomido, también el cultural. Los romanos ya no eran tan cultos como antes: los centros de cultura se apagaban en el occidente, y hasta conocer el griego, signo de distinción compartido por toda persona culta en el mundo antiguo, comenzaba a verse como algo extraordinario. En este contexto compuso en 507 De institutione arithmetica, De instituone musica, De institutione geometrica y De institutione astronomica. Allí guardó de modo coherente los avances en matemática, música, geometría y astronomía que había alcanzada la Antigüedad. Esto no era suficiente a su parecer, y no tardó mucho en embarcarse en un proyecto mayor. Concibió la idea de verter a lengua latina todas las obras de Platón y Aristóteles. En 512-514 tradujo y comentó el De interpretatione de Aristóteles, así como Analitica priora, De divisione y otros cuantos tratados. No se acercó únicamente a las ciencias y la filosofía, pues escribió, y no poco, sobre teología: Liber contra Eutychen et Nestorium, De trinitate, De fide catholica. Esta abundante producción y brillante carrera se truncaría por asuntos de política exterior: los bárbaros y el Imperio Romano de Oriente se hallaban en recelo el uno con el otro y, así, el Senado de patricios en Roma se hallaba bajo la sospecha del rey bárbaro, Teodorico. Las envidias a la brillantez de Boecio por parte de los filo-godos se trocaron en acusación. Era el precio a pagar por haber desmontando acusaciones contra el Senado romano en 523. Un año después es encarcelado en Pavía y, tras pocos meses, condenado a muerte.
En los meses en que sufrió reclusión, en Boecio no dejó su imaginación de alumbrar tareas en que ocuparse. Y así, entre las paredes de su celda, con papeles que probablemente sus amigos le pasaban de hurtadillas, confeccionó una obra gloriosa: La consolación de la filosofía. En sus páginas se pregunta cómo es posible que el orden imperturbable que se da en las estrellas y en el conocimiento no se de en el mundo humano. ¿Por qué la racionalidad que uno encuentra en la matemática no puede hallarse en la política? ¿Por qué las bajas pasiones, la avaricia y la envidia se enseñorean de todo gobierno?Acongojado por la muerte que ya sospecha, se abandona al llanto, momento en que la Filosofía se personifica con figura femenina ante él. Erguida y digna, le increpa que no se deje vencer por las circunstancias. Comienza un libro compuesto de cinco grandes partes en las que se habla de todo: de la suerte, de la desgracia, de bellacos y justos, del orden humano, del divino, de los planetas, de los pecados, del destino y finalidad del hombre... Hay toda una cosmovisión caldeando cada una de las líneas del texto, que se reparte entre las más agudas líneas y los más bellos y misteriosos versos, pues la obra combina tanto el poema como la prosa.
Expuesto el orden celeste y el humano, habiendo visto cómo la mano benévola de una fuerza mayor ya ha dispuesto todo para un bien mayor, Boecio se cura de llantos y lágrimas. La Filosofía ha conseguido calmarlo, hacerle ver que él se halla en lo cierto y que, aunque él se vea desfavorecido por la Fortuna, sus cambios responden a un cierto orden, que nunca es ciego:
"De hecho está en vuestras manos la posibilidad de dar a la Fortuna la forma que prefiráis: cada vez que la Fortuna parece adversa, si no tiene la función de poner a prueba o la de corregir, tiene la función de castigar"
(La consolación de la filosofía, IV 6 7)
Por su original mezcla de ideas, de halo platónico atemperado por estoicismo, el escrito sobrevivió, y aun llegó a ser el texto más leído (tras de la Biblia) en el Medievo. Todavía en el Renacimiento cosechaba éxitos, pues la belleza del texto fue cara a los humanistas, avaros de sententia aurea (frases ilustres que se remiten a alguna figura reputada) con los que decorar sus misivas y escritos. Hoy todavía es un texto de gran valor, aunque ciertamente técnico. Precisa de cierta familiaridad con el campo filosófico, pero que eso no nos lleve a asustarnos, porque si, invadidos por un miedo inicial, nos alejamos del libro, perderemos una rica y dulce fuente de literatura sapiencial. Para acceder a sus mieles tenemos las útiles indicaciones de Leonor Pérez Gómez en edición de Akal, con extenso prólogo y amplias y útiles notas que sirven de asidero, para evitar el vértigo que provocan las referencias lejanas al lector moderno.
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