lunes, 29 de abril de 2019

Publicaciones



Libros:


- Astrología, medicina y filosofía en Marsilio Ficino.

   El Renacimiento, como periodo histórico, asistió al atípico intento de hermanar filosofía, magia y esoterismo. Capítulo especial de este proceso supone el pensamiento de Marsilio Ficino (1433-1499), el responsable de verter por primera vez en la historia toda la obra de Platón al latín. En partes de su obra pretende una conciliación entre el pensamiento pagano de neoplatónicos como Plotino, Proclo o Jámblico con la cultura cristiana. En dicha labor, la conformación de una astrología médica ha acaparado la minuciosa investigación de muchos eruditos, especialmente en el mundo anglosajón. D. P. Walker, Frances Yates o Brian Copenhaver son solo algunos de los renombrados académicos que han prestado atención a esta materia. El presente trabajo pretende un diálogo un diálogo con algunos de esos autores y apunta a la necesidad de una nueva interpretación.

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Artículos:

- "De gli eroici furori de Giordano Bruno: contra una lectura averroísta". Link AQUÍ
- "La dignidad del hombre en Gianozzo Manetti: entre antiguos y modernos". Link AQUÍ


Reseñas:

- Gianozzo Manetti, On human worth and excellence. Link AQUÍ 

- Fernando Domínguez, Soy de libros trovador: catálogo y guía de las obras de Raimundo Lulio. AQUÍ
- Thoreau, Henry D., Revolucionar cada día: en defensa de una vida sencilla. AQUÍ








sábado, 27 de abril de 2019

"Mis paraísos artificiales" de Francisco Umbral

"En la política, en la profesión, en la vida, en el amor, todos nos hacemos una imagen interior del joven malvado, a los diecisiete años, y los underground adolescentes de hoy no son sino la colectivización y la democratización, debidamente programada por los grandes almacenes y las casas de disco, de un satanismo muy caro a la juventud de todos los tiempos. En nuestro siglo de oro (y de sangre) se iban a los tercios de Flandes. En el romanticismo bebían vinagre o se pegaban un pistoletazo ante el espejo. En los años felices de entreguerras se hundieron en el irracionalismo surrealista y hoy son hippies, beats, underground. Toda juventud necesita una épica, y depende del momento histórico el que esa épica sea política, social, literaria o aventurera." (Mis paraísos artificiales, p. 146)
  La escritura de Francisco Umbral rara vez se entrega a una épica, esa que él dice que es tan necesaria a la ingenuidad de la juventud. Quizá se deba a que creció en un hogar humilde, que no recibió una formación ilustrada, que vio, como muchos, la guerra de cerca y, sobre todo, el hambre. Nadie le regaló nada. La supervivencia mata la infancia y de esa matanza surge una prosa que no se entrega a la metafísica y la imaginería de la moda de turno, sea ideología o sea una tendencia artística. La literatura de Umbral es análoga al enroque en el ajedrez. Tiene que ver con un ensimismamiento, con un encerrarse. La materia literaria de este autor es, casi siempre, él mismo. Muchas veces introduce en la piel de sus personajes a él mismo, pero no es el caso en Mis paraísos artificiales, novela que con tal título hace un guiño a cierta obra de Baudelaire. Con tal nombre alude a los rincones mentales en los que siempre se refugia su mente: el primer libro, un aroma, la primera mujer... Renuncia, pues, a la proverbial Madrid que tanto retrata en sus novelas; renuncia, pues, a desenvolverse en el mundo, porque Madrid fue para él su único mundo: 
"La novela es todo menos invención, contra lo que parece superficialmente. Y no solo se tiene algo que contar, sino que ese algo tiene ya una pátina, un lima, un valor literario que sólo le da el tiempo al vino de la vida. Dice mi querido Delibes que la novela es 'un hombre, una pasión, un paisaje'. A mi me sobran el hombre y la pasión. Me basta con el paisaje." (Ibíd., p.179)
   En algún sentido es así y en algún sentido no es así. Es así porque todas las páginas del volumen recrean paisajes de dulzura y amargor de su mente, pero no es así en tanto que son de un hombre, y de un hombre que escribe con pasión, o con un lirismo que rompe las páginas con su música, que es mejor que la pasión.(¿A cuántos hay que la pasión no les da ni para un párrafo?) Con tal lirismo trueca lo verdadero en falso, y lo falso en verdadero. Así tuerce la palabra este tornero del lenguaje. En su trabajo como escultor de hermosas frases va dosificando una melancolía en muy breves apartados, cada uno tratando de cosa distinta al anterior, todos unidos por una discreta desazón. Es curioso que abandone la vitalidad de sus libros y caiga en un reino de remembranzas tristes con 44 años (la novela se publicó en 1976). Se sabe viejo aunque todavía no era viejo. Pero sabe, con esos cuarenta y tantos, que ya ha perdido la oportunidad de la frescura que aporta la primera vez que se experimenta con cualquier cosa, con cualquier persona, con cualquier idea. Y esa primera vez es lo que casi siempre rememora o, al menos, aquellas cosas a las que siempre podrán volver los ojos de la mente. Y así envuelve un ligero drama toda la obra aunque sepa que no hay espacio a tal cosa:
"Decía el filosofo Jorge Santayana que vivimos dramáticamente en un mundo que no es dramático. Sí, es cierto, porque el drama lo ponemos nosotros, porque la naturaleza se burla, desde su fondo neutro de nuestra agitación febril y peripatética" (Ibíd., p. 136) 
    Pero no todo es belleza melancólica en el libro, pues nos brinda bellas y espléndidas reflexiones. La que trata de la amistad, en el penúltimo apartado, es una gran verdad, por ejemplo. Y no solamente hay pasajes que no son tristes, sino que aun los tristes no están exentos de algún deje umbralesco, de una de sus salidas de tono, que uno imagina con el desparpajo y el cinismo que mostraba en entrevistas y que, si no mueven a la risa, ocasionan la sonrisa.


   También hay partes que no recorren sus paisajes mentales, entre los que destaca una lúcida reflexión sobre el mundo onírico y el surrealismo, que le dio pie a considerar su presente con una luz que no era de su presente, sino del nuestro:
"Espantada de los sueños, la humanidad persigue realidades encarnizadas, crear sistemas, religiones, dogmas, ciudades, leyes, hasta que, abrumada de realidad, se hunde de nuevo en los abismos cálidos del sueño, y de ellos obtiene músicas, luces, secretos, colores, historias, amor. Actualmente, la humanidad quiere dormir. La psicodelia, la droga, el sexo, el arte irracionalista, cierta música, los barbitúricos y el orientalismo no son sino la gran cabezada de una cultura que se ha quedado traspuesta, la siesta del fauno occidental." (Ibíd., p. 119)
   Hablar del desplome de occidente (o de Europa al menos) no tiene mérito en 2019, ni tampoco hablar de su rendición a los hermosos jardines de la mentira (ideologías varias, pseudociencias, orientalismo barato mezclado con esoterismo, etc.). Hacerlo en 1976, en pleno florecimiento de una orgía del dinero y de los fastos de la cultura europea y norteamericana, sí lo tiene. 

   No ofreceré más casos de la lucidez de Umbral, ni más citas de su prosa-lírica iluminada... Sería demasiado larga esta entrada, y acabaría hablando más él que yo, porque él escribe de un modo que a pocos les será dado alcanzar. Todo libro que veo de él lo adquiero, leo y guardo; este libro me reafirma en esa costumbre. Y lo haré con más cariño por saber que Umbral ha ingresado de facto en la nebulosa oscura de un cierto malditismo. Casi nadie lo lee, casi nadie lo menciona, casi nadie lo cita. Desde donde esté seguro que goza este glorioso incógnito, que ha hecho que todavía no se hayan publicado las obras completas de una de las mejoras plumas que este lector ha podido gustar. 

 

viernes, 19 de abril de 2019

"Las extensiones interiores del espacio exterior" de Joseph Campbell


   Acostumbro por estas fechas leer siempre algo relacionado con la religión, ya sea una novela, ya un ensayo; y no del cristianismo necesariamente, sino del fenómeno religioso en general. Si el año pasado le tocó el turno a He aquí el hombre de M. Moorcock, esta vez he escogido un libro de Atalanta. Un ensayo de Joseph Campbell, de nombre prolijo, ha llenado (o más bien vaciado) mis noches. Este autor tiene numerosos títulos que han sido publicados recientemente en la editorial del conde Jacobo Siruela, destacando su libro Diosas y una historia de conjunto de las religiones, que no he leído por el momento, y que guardarán esa condición por la eternidad a causa de lo que me he encontrado en Las extensiones interiores del espacio exterior.

   Joseph Campbell es una ramificación de ciertas líneas de pensamiento de Carl Gustav Jung, al que debe el concepto fundamental de 'inconsciente colectivo'. Cuando el erudito norteamericano vislumbra el fenómeno religioso lo hace a través de dicho concepto, como buen ejemplo da en la recopilación de conferencias que agrupa en este tomo del que hoy hablamos. Su tesis básica es que el ser humano, el conjunto de seres humanos, comparten un inconsciente, del que brota una serie de tendencias, unos impulsos. Tales impulsos son principalmente tres: supervivencia, procreación y poder (capacidad de dominar o matar a otros). De ellos, dice, surgen unas ideas, unas imágenes, que sirven de "fermento" común a las religiones. Y de este modo pretende a lo largo de tres capítulos, que fueron tres conferencias en origen, mostrar el núcleo que comparten todas las religiones. Porque no es casualidad que imágenes, ideas y aun conceptos aparezcan en diversas religiones, muchas de las cuales no tuvieron contacto entre sí.
   
   No por casualidad se menciona a Kant en muchas ocasiones, y no porque Campbell  sea deudor de sus ideas, pero sí que su explicación va a guardar ciertas semejanzas con el proceder kantiano, si no en conceptos, sí en estrategias discursivas. Kant buscó una fundamentación de las ciencias y de la ética a partir de las cosas de abajo, de elementos mundanos. ¿Cuál es, por ejemplo, el fundamento de la ética en Kant? No lo es una entidad externa a la realidad, ni un texto revelado, sino una idea que germina en la conciencia del individuo, que la extiende de sí mismo hacia el resto de la humanidad. A eso le llamó el imperativo categórico el filósofo de Königsberg. De modo similar, Campbell encuentra la razón de la eclosión de las religiones de todo el mundo en algo del orden mundano, es decir, las pulsiones, expresión concreta del inconsciente colectivo. La operación es la misma: se descarta una explicación que contemple un elemento trascendente en aras de explicar algo desde la pura operatoriedad de las cosas presentes. Se sustituye la trascendencia por la inmanencia, en pocas palabras. La extensión de las ideas jungianas que lleva a cabo Campbell no excluyen cierta creatividad, pues es entretenido ver el potencial explicativo de su teoría, que puede dar cuenta de por qué el símbolo de la serpiente aparece en Sumeria, en el Hermes griego, en la China de la dinastía Zou o la Irlanda que dio textos de belleza considerable como el libro de Kells, donde aparece la serpiente ilustrada en bellos colores. Pero ese potencial explicativo es un gigante con pies de barro, pues la exposición se desarrolla sin argumentación o demostración del principio de la teoría. Se dice que las religiones son plasmaciones de tres grandes pulsiones, y que esas pulsiones son formas concretas del inconsciente colectivo, pero no se demuestra argumentativamente esta entidad en ningún momento. Ya Freud, persona comprometida con la verdad , advirtió que necesitaba encontrar un "ahí" para el inconsciente (individual). Si no lo podía señalar en el cuerpo o, al menos, demostrarlo argumentativamente, sabía que toda su teoría ingresaba, de forma inmediata e irreversible, en el oscuro campo de la pseudociencia. De esta sabia intuición no tuvo mucho cuidado Jung, pero Campbell es que ni se la plantea, así que toda su explicación se edifica no desde el sólido cimiento del saber, sino del inestable barro de la pseudociencia.

   Pero aquello no es un problema para que se venda con cierta aceptación este libro, pues tiene los ingredientes perfectos para ser degustado por los paladares modernos. Unas gotitas de estudios culturales (que siempre critican a occidente), un ligero aroma a feminismo (que supongo desarrolla en Diosas, de reciente publicación en el sello atalantino) y unas pocas historietas orientales ofrecen un menú completo para unas generaciones que aman lo ajeno mientras desconocen (u odian) lo propio. El menú es suculento, porque siempre que puede caracteriza a los monoteísmos como religiones donde se ha trastocado las ideas donde predominan figuras femeninas. La selección de platos no tiene desperdicio: del islam casi siempre calla, al judaísmo algo le achaca y la cristiandad siempre es, si no su objeto de ataque, su objeto de mofa. Por supuesto aquí demuestra la misma habilidad argumentativa y base bibliográfica que en lo que comentamos antes, incurriendo en deliciosos errores. A la cristiandad siempre le imputa el entender sus escrituras de modo literal, cayendo en el ridículo en cuestiones como la Creación, la caída del hombre y otros asuntos. A Campbell se le olvidó leer a Aurelio Agustín (San Agustín), un romano del siglo III- IV d. C. que en el libro XII de sus Confesiones advierte que no se puede leer el Génesis, ni otras partes de las Escrituras, de modo literal, inspirado este señor por la escuela alejandrina de Ambrosio de Milán, Orígenes y Atanasio, y que se impondría en la cristiandad. Pero no hacía falta que fuera tan lejos Campbell. Si hubiera leído con atención sólo la Biblia, se habría percatado de que ya San Pablo, en la Carta a los Corintios, interpreta de modo alegórico y  no literal el Éxodo. Qué acertado es para este señor lo que dice un autor publicado en el sello de Atalanta, Nicolás Gómez Dávila:
"Lo que se piensa contra la Iglesia, si no se piensa desde la Iglesia, carece de interés"
    No mejora este libro cuando Campbell recibe el don de la profecía y nos dice que las religiones actuales se hallan en declive, y que tras su derrumbamiento surgirá una religión de alcance global. Lo primero es cierto para algunas (la cristiandad es un ejemplo), pero lo segundo nadie puede saberlo. Esto no sería excesivamente grave si no fuera porque sirve para detectar una cualidad del libro y es que sus páginas se visten de espiritualismo. Esto es religión para personas no religiosas: al vaticinar una nueva religión y mostrar apego al oriente, Campbell deja de mirar las religiones con la vista del entomólogo, que estudia desde la distancia de la ciencia su objeto y se pronuncia desapasionadamente. Están muy bien orquestados todos los elementos de cara a seducir al crédulo moderno, y lo puede seducir tanto más porque la religiosidad vacua que destila Campbell (es vacua porque es una religión no formada, sin elementos doctrinarios, éticos o conceptuales) le exime de compromiso: no tiene que decir cosas embarazosas sobre la natalidad, la promiscuidad, la eugenesia, el comedimiento con la comida o las bebidas o la creecia. Sólo en una cosa debe creer: en el inconsciente colectivo, no demostrado y no demostrable, como lo divino, porque el subconsciente es el sustituto de Dios: es ubicuo, eterno, y sin un "ahí". La guinda del pastel no es que abandone el estudio serio del hecho religioso, sino que la exposición se revuelca impúdicamente con otras pseudociencias, como la  numerología que practica en ocasiones (buen ejemplo se encuentra en las páginas 46-53).  Además, puede descubrir el lector que descuida la terminología y los conceptos:  a Escoto Erígena le llama neoplatónico (p. 108), lo cual es un error como un templo, pues fue un cristiano que simplemente recogió algunos elementos neoplatónicos, como Aurelio Agustín cinco siglos antes o Raimundo Lulio (s. XII) o Nicolás de Cusa (s. XIV). Finaliza este tomo el capítulo III, que es simplemente una serie de ensoñaciones sobre lo que guardan en común el artista y el místico. Un refrito de aire romántico si resumimos, con propiedad, las páginas de dicho capítulo.

   No quiero parecer estar en absoluto desacuerdo con este libro, pues hay alguna cosa en la que sí estoy de acuerdo. En algunas líneas parece echar de menos la comprensión vital que supone el ritualismo. Se dice que la vida que no se ordena en torno a ritos pierde significación, y que los que así vagan lo hacen perdidos y sin orientación. Esto me parece sensato, pero no sé si el autor no se atreve a decir lo que esto significa, ni tampoco si el lector se da cuenta del todo: reclamar una vida explicada en torno a los ritos es decir lo mismo que se ha de luchar contra la secularidad, porque las sociedades  tradicionales anudan con el ritualismo lo divino y lo profano; la secularidad, no hace esto, porque sólo distingue entre lo profano y lo más profano. No hay espacio para lo divino. Pero decir que hay que luchar contra la secularización quitaría encanto a la exposición de Campbell, y levantaría suspicacias, así que insinúa más de lo que dice, pero no dice menos de lo que insinúa.

    Hay objeciones de mayor calado, pero habré de guardármelas, pues esto es una reseña y no una crítica académica. Me limito a no recomendar un libro que, claramente, es un aborto de la inteligencia. Se alimenta de pseudociencias y de ideologías que ornamentan muy bien el libro, haciéndolo atractivo para un público que está infectado, parcial o completamente, por esas ideologías.  El libro no resiste un análisis filosófico o histórico, porque lo que el lector tiene en las manos no es ni antropología, ni etnografía, ni historia, ni filosofía, ni teología ni ninguna de las múltiples disciplinas que ayudan a examinar el hecho religioso. Como dije, un aborto de la inteligencia.




lunes, 15 de abril de 2019

Del lamento fácil y del justificado


La mediocridad llora la piedra calcinada, el museo perdido, pero no la ausencia de la orientación que hace que se construyan maravillas para y del espíritu, porque lo importante no es que se queme un edificio espiritual, sino que una cultura no tenga energías para seguir levantando otros. Cuando esa orientación se pierde lo que se despide no es una construcción, es una civilización. Tiemblen los que pertenecen a ella, porque si las religiones sobreviven a la muerte de las civilizaciones (estas son hijas de aquellas), las civilizaciones no sobreviven a  las religiones, que les dieron vida y en cuyo seno cálido crecieron.