sábado, 27 de abril de 2019

"Mis paraísos artificiales" de Francisco Umbral

"En la política, en la profesión, en la vida, en el amor, todos nos hacemos una imagen interior del joven malvado, a los diecisiete años, y los underground adolescentes de hoy no son sino la colectivización y la democratización, debidamente programada por los grandes almacenes y las casas de disco, de un satanismo muy caro a la juventud de todos los tiempos. En nuestro siglo de oro (y de sangre) se iban a los tercios de Flandes. En el romanticismo bebían vinagre o se pegaban un pistoletazo ante el espejo. En los años felices de entreguerras se hundieron en el irracionalismo surrealista y hoy son hippies, beats, underground. Toda juventud necesita una épica, y depende del momento histórico el que esa épica sea política, social, literaria o aventurera." (Mis paraísos artificiales, p. 146)
  La escritura de Francisco Umbral rara vez se entrega a una épica, esa que él dice que es tan necesaria a la ingenuidad de la juventud. Quizá se deba a que creció en un hogar humilde, que no recibió una formación ilustrada, que vio, como muchos, la guerra de cerca y, sobre todo, el hambre. Nadie le regaló nada. La supervivencia mata la infancia y de esa matanza surge una prosa que no se entrega a la metafísica y la imaginería de la moda de turno, sea ideología o sea una tendencia artística. La literatura de Umbral es análoga al enroque en el ajedrez. Tiene que ver con un ensimismamiento, con un encerrarse. La materia literaria de este autor es, casi siempre, él mismo. Muchas veces introduce en la piel de sus personajes a él mismo, pero no es el caso en Mis paraísos artificiales, novela que con tal título hace un guiño a cierta obra de Baudelaire. Con tal nombre alude a los rincones mentales en los que siempre se refugia su mente: el primer libro, un aroma, la primera mujer... Renuncia, pues, a la proverbial Madrid que tanto retrata en sus novelas; renuncia, pues, a desenvolverse en el mundo, porque Madrid fue para él su único mundo: 
"La novela es todo menos invención, contra lo que parece superficialmente. Y no solo se tiene algo que contar, sino que ese algo tiene ya una pátina, un lima, un valor literario que sólo le da el tiempo al vino de la vida. Dice mi querido Delibes que la novela es 'un hombre, una pasión, un paisaje'. A mi me sobran el hombre y la pasión. Me basta con el paisaje." (Ibíd., p.179)
   En algún sentido es así y en algún sentido no es así. Es así porque todas las páginas del volumen recrean paisajes de dulzura y amargor de su mente, pero no es así en tanto que son de un hombre, y de un hombre que escribe con pasión, o con un lirismo que rompe las páginas con su música, que es mejor que la pasión.(¿A cuántos hay que la pasión no les da ni para un párrafo?) Con tal lirismo trueca lo verdadero en falso, y lo falso en verdadero. Así tuerce la palabra este tornero del lenguaje. En su trabajo como escultor de hermosas frases va dosificando una melancolía en muy breves apartados, cada uno tratando de cosa distinta al anterior, todos unidos por una discreta desazón. Es curioso que abandone la vitalidad de sus libros y caiga en un reino de remembranzas tristes con 44 años (la novela se publicó en 1976). Se sabe viejo aunque todavía no era viejo. Pero sabe, con esos cuarenta y tantos, que ya ha perdido la oportunidad de la frescura que aporta la primera vez que se experimenta con cualquier cosa, con cualquier persona, con cualquier idea. Y esa primera vez es lo que casi siempre rememora o, al menos, aquellas cosas a las que siempre podrán volver los ojos de la mente. Y así envuelve un ligero drama toda la obra aunque sepa que no hay espacio a tal cosa:
"Decía el filosofo Jorge Santayana que vivimos dramáticamente en un mundo que no es dramático. Sí, es cierto, porque el drama lo ponemos nosotros, porque la naturaleza se burla, desde su fondo neutro de nuestra agitación febril y peripatética" (Ibíd., p. 136) 
    Pero no todo es belleza melancólica en el libro, pues nos brinda bellas y espléndidas reflexiones. La que trata de la amistad, en el penúltimo apartado, es una gran verdad, por ejemplo. Y no solamente hay pasajes que no son tristes, sino que aun los tristes no están exentos de algún deje umbralesco, de una de sus salidas de tono, que uno imagina con el desparpajo y el cinismo que mostraba en entrevistas y que, si no mueven a la risa, ocasionan la sonrisa.


   También hay partes que no recorren sus paisajes mentales, entre los que destaca una lúcida reflexión sobre el mundo onírico y el surrealismo, que le dio pie a considerar su presente con una luz que no era de su presente, sino del nuestro:
"Espantada de los sueños, la humanidad persigue realidades encarnizadas, crear sistemas, religiones, dogmas, ciudades, leyes, hasta que, abrumada de realidad, se hunde de nuevo en los abismos cálidos del sueño, y de ellos obtiene músicas, luces, secretos, colores, historias, amor. Actualmente, la humanidad quiere dormir. La psicodelia, la droga, el sexo, el arte irracionalista, cierta música, los barbitúricos y el orientalismo no son sino la gran cabezada de una cultura que se ha quedado traspuesta, la siesta del fauno occidental." (Ibíd., p. 119)
   Hablar del desplome de occidente (o de Europa al menos) no tiene mérito en 2019, ni tampoco hablar de su rendición a los hermosos jardines de la mentira (ideologías varias, pseudociencias, orientalismo barato mezclado con esoterismo, etc.). Hacerlo en 1976, en pleno florecimiento de una orgía del dinero y de los fastos de la cultura europea y norteamericana, sí lo tiene. 

   No ofreceré más casos de la lucidez de Umbral, ni más citas de su prosa-lírica iluminada... Sería demasiado larga esta entrada, y acabaría hablando más él que yo, porque él escribe de un modo que a pocos les será dado alcanzar. Todo libro que veo de él lo adquiero, leo y guardo; este libro me reafirma en esa costumbre. Y lo haré con más cariño por saber que Umbral ha ingresado de facto en la nebulosa oscura de un cierto malditismo. Casi nadie lo lee, casi nadie lo menciona, casi nadie lo cita. Desde donde esté seguro que goza este glorioso incógnito, que ha hecho que todavía no se hayan publicado las obras completas de una de las mejoras plumas que este lector ha podido gustar. 

 

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