"Las reticencias de nuestra época respecto de la moral son en primer lugar de vocabulario. El bien, el mal, la culpa... ¡Todo eso parece tan anticuado! Y muchos creen haber resuelto el problema porque han renunciado a las palabras que servían en otro tiempo para plantearlo. Según ellos la virtud es una lengua muerta"
(Vivir de André C. Sponville)
Los lúcidos ateos dicen tantas cosas dignas de estimación que siempre debe uno tener buen acopio de sus escritos en sus baldas, porque le sirven para tomar distancia... de los ateos no lúcidos; los creyentes ya no son mayoría, así que no es de ellos de quienes puede temer uno, o si son mayoría son de las cascarujas semireligiosas que resultan las ideologías. Los ateos creyentes que se postran a sus jardines de mentiras (las ideologías) gustan de concebir que todo es "construcción social", todo es "pacto" y que así no hay bien ni mal absoluto, porque lo que hoy es bueno mañana no, y viceversa. Así es el pensamiento ondulante y fofo que dice verdad a la mentira y mentira a la verdad, según la danza de los siglos y de las conveniencias particulares, todo ello cubierto con la robusta capa de la tolerancia al "otro". Pero tal manto es de factura low cost, se agota rápido, y así no podrá durar mucho el pudridero mental que enarbolan quienes se suman a ese carro. La sabiduría antigua de las sociedades resulta un buen paraguas para la lluvia de mierda que descargan sobre nuestras cabezas las ideologías modernas. Ha sido muy de mi gusto, como protector contra esa lluvia, un librito de finales del siglo XV, alemán, llamado La nave de los necios. Sus páginas se deben a la diligencia de Sebastian Brant, humilde profesor de derecho que en sus vigilias escribió las distintas torpezas en que incurrimos en nuestros días, en nuestras acciones, en nuestras vidas. Realiza una completa y cumplida recolección de vicios, hábitos negativos y acciones que pueden llamarse incontestablemente malas o viciosas, sin titubeos o fórmulas disfrazadas, halagüeñas.
La obra muestra premeditación, como ya avisa el título. La "nave", desde los escritos de Platón y Aristóteles, es la metáfora del Estado o de la sociedad en la que estamos todos. Cuando Brant la apela como propia de "los necios" ya avisa de su mala conducción. Su tripulación surca los mares del tiempo, sin reposo, esperando anclar en el puerto de Narragonia. "Narr" es necio en alemán, así que Narragonia no es sino "la tierra de los necios". Sus futuros habitantes esperan expectantes su encuentro con indumentaria bufonesca, con gorro, prendas y cascabeles, que hayan una bella expresión en los más de cien grabados que acompañan al texto, la mayoría de ellos atribuidos a Durero. También aparecen con forma de borrico, para dejar bien claro a los ojos lo que algunos no podían leer.
El libro tiene una clara vocación edificante y moralista, y eso le permitió en su día poder difundirse de una manera considerable, en diversos formatos. Tanto fue así que el autor se lamenta en la tercera edición de que se hallan mutilado algunas líneas en algunas ediciones porque "se ha dado la vuelta a mi trabajo y se han mezclado otros versos que carecen de arte, clase y medida. Muchos versos míos se me han cortado, el sentido se pierde a la mitad; cada verso se ha tenido que plegar a la forma en que se quería imprimir y a lo que exigía el formato." (p.417). No era esto raro en la época, ya que según el tamaño de la edición, el texto debía ser manejado de una manera u otra. Las dificultades incrementaban cuando había cantidad de grabados, como es el caso de La nave de los necios.
Las aventuras editoriales del texto nos han de interesar menos que las aventuras interiores que nos muestra, con un juego de espejo. Cada pequeño capitulito retrata un vicio, una estupidez o simplemente alguna torpeza, y es tan nutrido el catálogo que será difícil escaparnos del espejo de sus páginas. Y si alguien cree conseguir escaparse es que está agarrado a algún cepo sin darse cuenta, lamiendo la herida del pie. En general todos los motivos del libro toman como base escenas bíblicas que nos son referidas por un completo aparato de notas y, en ocasiones, referencias clásicas. Con todo, destaca el trasfondo de sabidurías práctica de las Escrituras. De los muchos vicios que retrata algunos nos pasan desapercibidos porque como dijo en una ocasión Nicolás Gómez Dávila: "'Humano' es el adjetivo que sirve para disculpar cualquier vileza". Entre ellos hay dos que a algunos nos atañen muy cercana y directamente, como la acumulación de libros que no se acaban leyendo. De estos se ríe Brant nada más iniciarse el libro, pues lo adecuado no es tener muchos libros, sino sacar provecho de los mejores. Así, representa al que colecciona con gorra de necio, más preocupado por espantar a unas moscas que por sacar mucho provecho del texto. Tras de aquí se halla la crítica a la búsqueda sin freno de saberes, que nuestra cultura gloria, pero que en literatura se tematizó bajo la figura de Fausto:
Las aventuras editoriales del texto nos han de interesar menos que las aventuras interiores que nos muestra, con un juego de espejo. Cada pequeño capitulito retrata un vicio, una estupidez o simplemente alguna torpeza, y es tan nutrido el catálogo que será difícil escaparnos del espejo de sus páginas. Y si alguien cree conseguir escaparse es que está agarrado a algún cepo sin darse cuenta, lamiendo la herida del pie. En general todos los motivos del libro toman como base escenas bíblicas que nos son referidas por un completo aparato de notas y, en ocasiones, referencias clásicas. Con todo, destaca el trasfondo de sabidurías práctica de las Escrituras. De los muchos vicios que retrata algunos nos pasan desapercibidos porque como dijo en una ocasión Nicolás Gómez Dávila: "'Humano' es el adjetivo que sirve para disculpar cualquier vileza". Entre ellos hay dos que a algunos nos atañen muy cercana y directamente, como la acumulación de libros que no se acaban leyendo. De estos se ríe Brant nada más iniciarse el libro, pues lo adecuado no es tener muchos libros, sino sacar provecho de los mejores. Así, representa al que colecciona con gorra de necio, más preocupado por espantar a unas moscas que por sacar mucho provecho del texto. Tras de aquí se halla la crítica a la búsqueda sin freno de saberes, que nuestra cultura gloria, pero que en literatura se tematizó bajo la figura de Fausto:
"Me contento con ver muchos libros ante mí. El rey Ptolomeo se procuró todos los libros del mundo y consideró esto un gran tesoro; mas no encontró la doctrina verdadera ni pudo instruirse con ella."(La nave de los necios, p. 95)
Compren este libro y asistan al espectáculo de vanidades. Cuentan con la ayuda Antonio Regales Serna, que guía al lector por el infierno de los vicios, cual Virgilio, con una cómoda y extensa introducción junto a un aparato de notas que no dan lugar a que se pierda referencias el lector, especialmente los que no conocemos las Escrituras. Durante la lectura del libro verán amigos, familiares, parejas, pero también a sí mismos. Los esfuerzos de Brant por coleccionar facetas humanas muestran que el hombre no cambia, ni siquiera aquel que escucha a la serpiente decir: "Seréis como dioses" y se alza para decir que estará bien o mal lo que "pacte" o "decida" con otros. ¿Qué remedio le queda al moderno aunque conciba que "el infierno son los otros"?
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