domingo, 9 de junio de 2019

"La isla de las tres naranjas" de Jaume Fuster


   La inundación de nombres y autores abarrotan las lejas de cualquiera, y suelen predominar nombres extranjeros. Esto es especialmente destacable en géneros como el fantástico. Las causas de tal cosa no nos preocupan, aunque de ello resulte que los autores autóctonos no se comen, en la mayor parte de los casos, ni medio churro. No es el caso de Jaume Fuster, que entre letras y politiqueo consiguió cierto éxito hace algún tiempo, cosa que tampoco nos interesa, porque vamos a hablar de La isla de las tres naranajas, una novela publicada por Planeta hace algunos lustros.

   Si podéis imaginar una novela que entremezcle lo caballeresco, lo fantástico y la costa catalana y balear os podréis hacer idea de lo que materializa Fuster. Sólo por estas características merece decirse que tiene cierta particularidad, al menos que se nos presenta una atmósfera muy distinta a los bosquecitos con seres de orejas picudas o las protervas escenas "de adultos" de la novelería fantástica actual -ejem, ejem Martin-. No destaca la novela por la abundancia de seres fantásticos pues, aunque los hay, no se hace uso excesivo de ellos. Su presencia se halla en un segundo plano. Vemos alguna que otra sirena, una raza anfibia, medio terrestre medio acuática, un dragoncillo poco digno y poco más. Todos ellos son los dedos de la mano del destino, pues como novela de fantasía no podía faltar a esta cita el destino.

    La novela comienza con un gesto propio de las epopeyas antiguas: con un poeta invocando a fuerzas naturales y sobrenaturales con que inspirar el canto de su poema, poema que refleja hazañas recientes, gestas destacables, en las que "hace punto" lo ordinario y lo extraordinario, como dos hilos con los que hacer costura. Este inicio tan impersonal se adereza de un estilo pretendidamente arcaico que, con más cojera que soltura, acompaña el relato. Se relata, tras este inicio, los momentos en que el poeta cantor, Guiamón, conoce a un soldado errante, Roger, y también a su escudero Poncet. Con muy pocos preparativos son avisados de que en las islas Baleares, la isla de las tres naranjas, antiguo reino de prosperidad y paz, se han sumido en guerra civil, que los piratas llegan a ellas y que las pobres gentes se hallan en indefensión, necesitados de un brazo fuerte que los defienda. No hace falta que digamos mucho más, pues los que todavía no son héroes parten hacia allá para cumplir gestas. 

   En general, la narración es entretenida, aunque desde un aspecto psicológico los personajes son más simples que la arena, la prosa cojea entre estilo arcaico y expresiones modernas, y tampoco es que destile excesiva imaginación. Sin embargo, tiene cierto encanto, y a muy de destacar es la introducción de elementos caballerescos, cosa de la que hacen ayuno la mayoría de las novelas fantásticas "adultas" actuales: las armas especiales son portadas únicamente por las manos que se muestras dignas, las pociones curativas discriminan entre los buenos de corazón y los malvados y encontramos un sutil recubrimiento moral de la historia:
"El combate entre Garidaina y Bajac había sido el enfrentamiento entre la gracia y la fealdad, entre la agilidad y la fuerza, entre la brutalidad y a inteligencia; la lucha entre el portador y el caudillo fue entre el bien y el mal, entre la luz y la sombra, entre el futuro y el pasado". (p. 219)
   Quizá porque estemos cansados de la prosa moderna de los tibios, que hacen a los malos bondadosos y a los bondadosos malvados -véase la fantasía que está arrasando actualmente en librerías y pantallas- nos ha gustado el eco medieval de la caballería, por más que se nos presente con bondades literarias modestas.


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