Es rasgo distintivo de nuestros días que los hombres y mujeres reciban una educación edulcorada, rica en datos que nada tienen que ver con su tradición o, si tienen algo que ver, se desvirtúa. Con mala suerte, ni siquiera se sabe de figuras injustamente depositas en el limbo. Eso fue lo que a mi me ocurrió con la figura de Federico Balart (1831-1905), hombre inteligente que descubrí gracias a una amistad, amistad que también tuvo la generosidad de prestarme un volumen de 1897 titulado Horizontes. Buscando algo de su biografía descubrirá cualquiera que nació en Pliego (Murcia) y que hizo fortuna por las calles de Madrid, tanto en las letras, con dedicación a la crítica de arte, como en la política, llegando a ocupar puestos de importancia. Dejados los asuntos de estado, trabajó un tiempo como contable en el Banco de España. Su obra no ha sido, que yo sepa, recopilada, y se halla dispersa en distintos volúmenes y periódicos.
Horizontes es una fragmento de lo que sus manos escribieron en los últimos años, especialmente la última década del siglo XIX. Lo sabemos porque cada poema está fechado y dedicado. Este tomo es, por tanto, una recopilación de poemas pero, no se nos debe olvidar, guarda cierta unidad. Las personas a quienes dedica los poemas, así como las fechas, nos hacen pensar que los versos guardan un significado especial. Según las circunstancias de la persona en cuestión, las palabras adoptarían un significado más preciso. Que las composiciones poéticas estén fechadas nos pone sobre aviso de una autobiografía y unas biografías de las que no tenemos idea alguna, pues solo un biógrafo, un buen biógrafo, podría desnudar las redes invisibles de hechos y afectos que envuelven los poemas de Horizontes. Careciendo del arsenal exegético de un biógrafo nos queda hacer un comentario muy general del libro, mostrando sus luces, varias y cálidas.
Todo poeta habla del amor, de la muerte y de tres o cuatro cosas más, con los que se arregla para intentar decir algo personal y bello. De los muchos temas que se pueden seguir en este poemario destacan por su relieve las patrias chicas del autor. El tercero de los poemas está dedicado a Murcia, con sus duros días y esforzadas huertas. Junto a ella resplandece el rocío en la hierva fresca de Asturias, que siempre recuerda por haber despertado una raza enseñoreada de la península y América. Cuando no reclama estas tierras por motivos patrióticos, lo hace por su belleza, o el descanso que de allí espera:
Balart guarda intenso diálogo con la naturaleza, con sus borrascas y montañas, nombrándolas con palabras ingeniosas, porque en la naturaleza, más que en cualquier otra parte, surge su poesía. Ella es el lienzo en el que pinta trazos de palabras:
Sentado a la sombra de algún roble celebra la naturaleza, el amor e incluso a Dios, nobles ideales que hoy solo sirven como objetos de mofa o mercadería de baja estofa, triturados por una sociedad sin dioses, patria o amores, pues la grey está demasiado ocupada en la consumición bulímica de paisajes, cuerpos y experiencias, que por su rapidez y repetición terminan en experiencias espurias. Balart dedica muchos versos a buscar tras las nubes y montañas a su Dios, haciendo una elegía, porque vio no su muerte, sino el triunfo de los descreídos. En Meditación y Deus ignotus advierte los brotes de una sociedad antinatural, pues no ha habido sociedad alguna en la historia sin divinidades. Como causa de esta circunstancia señala el envanecimiento de algunos por la ciencia, como deja sentenciado en Progreso. Retoma allí, de manera amplia, explícita, lo que en otros poemas había rozado tangencialmente. La ciencia consigue un conocimiento del mundo y un dominio del mismo pero su saber no es completo ni suficiente para vivir. Quien cegado de ciencia cree encontrar la única fuente de saber se ahoga en ignorancia, porque no sabrá vivir ni consigo mismo ni con los demás. A la ciencia le pregunta, de frente:
Este libro muestra felizmente a un poeta que, encadenado al lenguaje, al lenguaje encadena en sucesión de versos con rima asonante y consonante, según su voluntad. En cada página nos deja una gota de afectos aunque se queje del desgaste de la edad: "Es amor, a mis años, flor inverniza / Sin el matiz ardiente de la amapola; / Pero, aun seca y estéril, aromatiza / Las páginas del libro donde desliza / Un pétalo caído de su corola." (Horizontes). Recogidos los pétalos, el lector huele el amor a su tierra, familiares, amigos y Dios. Federico Balart porta nobles palabras que nos alejan, o deberían alejarnos, de los modernos vagabundos sin amor (porque cambian más de pareja en un año que estaciones tiene el año), sin tierra (prefiriendo lo ajeno a lo propio en un urbaniteo de pijos que por corrección política se denomina "cosmopolitismo") y sin Dios (entregados al orientalismo barato o alguna idolatría). Es conveniente guardar los pétalos que esta corola, generosamente, lanzó en vida porque, sin recopilaciones actuales, pronto se las llevará el viento del olvido.
Horizontes es una fragmento de lo que sus manos escribieron en los últimos años, especialmente la última década del siglo XIX. Lo sabemos porque cada poema está fechado y dedicado. Este tomo es, por tanto, una recopilación de poemas pero, no se nos debe olvidar, guarda cierta unidad. Las personas a quienes dedica los poemas, así como las fechas, nos hacen pensar que los versos guardan un significado especial. Según las circunstancias de la persona en cuestión, las palabras adoptarían un significado más preciso. Que las composiciones poéticas estén fechadas nos pone sobre aviso de una autobiografía y unas biografías de las que no tenemos idea alguna, pues solo un biógrafo, un buen biógrafo, podría desnudar las redes invisibles de hechos y afectos que envuelven los poemas de Horizontes. Careciendo del arsenal exegético de un biógrafo nos queda hacer un comentario muy general del libro, mostrando sus luces, varias y cálidas.
Todo poeta habla del amor, de la muerte y de tres o cuatro cosas más, con los que se arregla para intentar decir algo personal y bello. De los muchos temas que se pueden seguir en este poemario destacan por su relieve las patrias chicas del autor. El tercero de los poemas está dedicado a Murcia, con sus duros días y esforzadas huertas. Junto a ella resplandece el rocío en la hierva fresca de Asturias, que siempre recuerda por haber despertado una raza enseñoreada de la península y América. Cuando no reclama estas tierras por motivos patrióticos, lo hace por su belleza, o el descanso que de allí espera:
Si Dios a mi vejez guarda el reposo
Que tantas veces con afán le pido,
A orillas del Cantábrico brumoso,
Lejos del mundo buscaré el olvido.
(Sueño dorado)
Balart guarda intenso diálogo con la naturaleza, con sus borrascas y montañas, nombrándolas con palabras ingeniosas, porque en la naturaleza, más que en cualquier otra parte, surge su poesía. Ella es el lienzo en el que pinta trazos de palabras:
Allí, al nacer o al expirar el día,
con faz alegre o semblante huraño
Ella me aguarda siempre -¡la poesía!-
Sentada al pie de un roble o de un castaño.
(Ella)
Sentado a la sombra de algún roble celebra la naturaleza, el amor e incluso a Dios, nobles ideales que hoy solo sirven como objetos de mofa o mercadería de baja estofa, triturados por una sociedad sin dioses, patria o amores, pues la grey está demasiado ocupada en la consumición bulímica de paisajes, cuerpos y experiencias, que por su rapidez y repetición terminan en experiencias espurias. Balart dedica muchos versos a buscar tras las nubes y montañas a su Dios, haciendo una elegía, porque vio no su muerte, sino el triunfo de los descreídos. En Meditación y Deus ignotus advierte los brotes de una sociedad antinatural, pues no ha habido sociedad alguna en la historia sin divinidades. Como causa de esta circunstancia señala el envanecimiento de algunos por la ciencia, como deja sentenciado en Progreso. Retoma allí, de manera amplia, explícita, lo que en otros poemas había rozado tangencialmente. La ciencia consigue un conocimiento del mundo y un dominio del mismo pero su saber no es completo ni suficiente para vivir. Quien cegado de ciencia cree encontrar la única fuente de saber se ahoga en ignorancia, porque no sabrá vivir ni consigo mismo ni con los demás. A la ciencia le pregunta, de frente:
¿Qué sabes del mal y el bien?
Bien, para la ciencia humana
Cuando lo intangible explica,
Es palabra hueca y vana
A que tu razón liviana
Conceptos sin fin aplica.
Siempre, de constancia ajeno,
Tomas, tras breve intervalo,
La triaca por veneno:
Lo que ayer fue malo es bueno;
Lo que ayer fue bueno es malo.
Hoy las naciones aherrojas,
Mañana expulsas los reyes;
Y, entre mortales congojas,
Como la selva de tus hojas
Mudas costumbres y leyes;
Que, en perdurable ansiedad
Y en insensato furor,
Miserable humanidad
Tu verdad es solo verdad
Después de haber sido error.
(Progreso)
Es palabra hueca y vana
A que tu razón liviana
Conceptos sin fin aplica.
Siempre, de constancia ajeno,
Tomas, tras breve intervalo,
La triaca por veneno:
Lo que ayer fue malo es bueno;
Lo que ayer fue bueno es malo.
Hoy las naciones aherrojas,
Mañana expulsas los reyes;
Y, entre mortales congojas,
Como la selva de tus hojas
Mudas costumbres y leyes;
Que, en perdurable ansiedad
Y en insensato furor,
Miserable humanidad
Tu verdad es solo verdad
Después de haber sido error.
(Progreso)
Ciertamente, el positivismo antiguo, que pretendía fijar por medio de ciencia hasta las más diminutas cuestiones ha llevado a nuestras "demogracias", que son un continuo patio donde las gallina (los ciudadanitos) discuten de todo para no resolver nada, con una ética pendular en la que nunca queda claro qué es correcto y qué no. Como la piel de una serpiente, muda la ética de los ciudadanitos. Balart señala a la ciencia, no a la política o la sociedad de su tiempo, es cierto. No vivió lo suficiente para ver nuestros corrales. Seguramente, más de alguno le llamaría cristiano casposo. Incluso a mí se me pasó por la cabeza por un momento. Pero tan descuidada idea no medró. Me imagino que si muchos leyeran un ataque a ciertas pretensiones del conocimiento (como sucede en el poema El alquimista de Borges) se quedarían con una sonrisa tonta en la cara, porque queda muy "chuli" decir que gustan ciertos autores. Hay que tener cuidado con que el contenido de un mensaje no quede manchado por razones ajenas al contenido. Ciertamente, si se nos ponen los pelos de punta con las críticas a las pretensiones científicas, deberíamos olvidar todos los relatos de Ícaro entre los antiguos, así como todos los relatos sobre Fausto entre los modernos.
Este libro muestra felizmente a un poeta que, encadenado al lenguaje, al lenguaje encadena en sucesión de versos con rima asonante y consonante, según su voluntad. En cada página nos deja una gota de afectos aunque se queje del desgaste de la edad: "Es amor, a mis años, flor inverniza / Sin el matiz ardiente de la amapola; / Pero, aun seca y estéril, aromatiza / Las páginas del libro donde desliza / Un pétalo caído de su corola." (Horizontes). Recogidos los pétalos, el lector huele el amor a su tierra, familiares, amigos y Dios. Federico Balart porta nobles palabras que nos alejan, o deberían alejarnos, de los modernos vagabundos sin amor (porque cambian más de pareja en un año que estaciones tiene el año), sin tierra (prefiriendo lo ajeno a lo propio en un urbaniteo de pijos que por corrección política se denomina "cosmopolitismo") y sin Dios (entregados al orientalismo barato o alguna idolatría). Es conveniente guardar los pétalos que esta corola, generosamente, lanzó en vida porque, sin recopilaciones actuales, pronto se las llevará el viento del olvido.
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