martes, 12 de abril de 2016

"Si hubiéramos sabido que el amor era eso" de Francisco Umbral

    "¿Vas a tomar cerveza?" "Sí, claro, cerveza"

    Vivían de dulces convencionalismos aquella primera tarde, sabiendo ambos que ninguno de los dos era realmente así, pero incapaces de ser de otro modo, cogiéndose las manos brevemente al roce, en torno de las botellas, de los vasos, con miedo de mirarse de pronto, entregadamente. Y repentinamente asustados de su naturalidad, de su sinceridad, volvían a las miradas perdidas, a los ademanes vagos, a la farsa de una amistad que, efectivamente, alguna vez había sido amistad, pero ya no lo era, sino otra cosa. Y en esta vuelta atrás, en este inútil retroceso de las conversaciones, de los gestos, hacia la tierra de nadie de la amistad, encontraban cerradas las puertas del paraíso de la inocencia, pero quizá sentían como miedo de alejarse definitivamente de ellas, y entonces se movían fantasmalmente en otra tierra de nadie, perdida la camadería, aún no ganado el amor, diciendo que hay que cambiar el plan de estudios y que, en realidad, lo bueno es pasar el verano en Madrid "porque en la sierra te aburres como una bestia"; y las palabras no tenían que ver con la música de la voz, ni las opiniones con la actitud del rostro. Qué angustioso temor cuando él o ella llevaban la farsa demasiado lejos y parecían verdaderamente interesados en subrayar la injusticia de aquel catedrático voluble. "No hay derecho, es que no hay derecho" ¿Habría sido todo una ilusión, un defecto óptico? Un estudiante y una estudiante, como antes han tomado café en un café y se están diciendo cosas que les importan a los dos por separado, y han dejado de importarles desde el momento en que están juntos, aun siendo casi las mismas cosas; pero es ese maravilloso no importar del amor lo que tratan de ocultarse, lo que tratan de retardar en su revelación inevitable, y lo hacen para evitar el vértigo del yo asomado a otro yo, que siempre es mareante, casi pornográfico en su desnudez, pues puede ser que el amor no sea sino la pornografía de los espíritus sensibles"

lunes, 4 de abril de 2016

"Amado siglo XX" de Francisco Umbral


     "El siglo XX, en su mitad variable, que hemos repasado voluntariosamente aquí, es un siglo fecundo y fracasado, generoso y tardío. Arrastra la herencia revolucionaria de Francia, de Rusia, de España, etc. En una palabra, mantiene pendiente la revolución absoluta que nos prometía el XIX, sin llegar nunca a consumarla." (Amado siglo XX)

   Umbral es una de esas figuras que hacen su presencia patente, en un sentido u otro. Ante tales casos uno no puede uno sino pronunciarse a favor o en contra. Mayormente conocido por su "Yo he venido aquí a hablar de mi libro" y otras subidas de tono, Umbral se gana un lugar propio en ese abigarrado plantel de escritores españoles del último siglo. Con voz propia y resonante (figurada y literalmente) consiguió fama y renombre a edad temprana consagrándose con su libro "Ninfas". Otros también mencionan "Mortal y Rosa". Ambos libros me observan con mirada cómplice, torturándome por haberlos despreciado y haberlos dejado al cuidado del tiempo y el polvo más que al de mi descuidada mirada. "Amado siglo XX" es el último libro de este escritor, adquirído recientemente para mi biblioteca y al que me condujo mi también reciente lectura de Retrato de un joven malvado.

    Junto a los libros que venía publicando en sus últimos años, "Amado siglo XX" marca un giro. Si bien se habla sobre la vivencia del autor, una constante (parece) en su obra, esta vez cambia el foco. Se escribe sobre lo cotidiano e íntimo más que de la acalorada y bulliciosa Madrid, a las que tantas páginas le dedicara el genio de la bufanda blanca al cuello. Las pensiones que ocupara a su llegada en Madrid, sus primeros premios literarios y sus escarceos habituales tienen presencia en una obra en la que su conciencia rememora a placer, eligiendo aquello que más gusta. No es esta, sin embargo, una obra de memorias. El título no estaría justificado en tal caso. Si bien el autor está presente, lo está más todavía el pasado reciente que muchos solo conocemos por los libros que nos dieran en escuelas públicas. Abundan las referencias a nuestra historia y personajes más relevante. En este sentido se puede decir que la conciencia de Umbral, avarienta de actualidad -esa que tanto le sirviera en sus artículos-, se centra más en lo cercano que ha tenido: Madrid, los cafés, la literatura y política española... Los grandes sucesos del mundo, aun teniendo presencia, parecen tenerla en un segundo plano. Son el telón sobre el cual van apareciendo las figuras que a Umbral le parecen de interés. Si uno de los libros de Umbral es Un ser de lejanías este del que hablamos podría renombrarse como "Un ser de cercanías" al tratar, de algún modo, todo aquello que más inquieta e interesa al escritor de voz grave y grandes gafas. "Amado siglo XX" es el intento de dejar dicho todo cuanto a uno le interesar dejar dicho antes de desvanecerse. Así, Umbral nos deja sus ácidas críticas a un Ayala, sus juicios sobre Sartre, Gracíán e incluso al ya muerto Ratzinger:

    "Europa, que tan poca suerte está teniendo en su última aventura soberanista, quizá se encuentre ayudada ahora por un sacerdote de carácter dialogante y buenas intenciones. La deconstrucción de Derrida no debe poner su pie en Roma porque la antigüedad nos es necesaria a todos como modelo de modernidad. Esto, si no queremos quedarnos en manos de los grandes supermercados, de las grandes superficies, que solo nos justican por lo que compramos y sólo nos rubrican por lo que comemos." (...) "El Vaticano no era necesario pero lo es ahora, cuando el hombre corriente, vestido de gris, se ata la muerte a la muñeca como antes el reloj de pulsera" (pág. 208 y 211)


    El apartado dedicado a Ratzinger me ha parecido de particular interés. Poco sospechoso es Umbral de formar parte de cristianismo militante, pero eso no es óbice para que vea con su perspicaz mirada la necesidad del cristianismo para combatir el pensamiento fragmentario, escéptico, relativista que nos inunda y que convierten lo existente en un conjunto de contingentes, de cosas que son así pero que podrían haber adoptado otras formas y por ello no son necesarias ni verdaderas. Todo son constructos. A propósito de Sartre ya nos dice Umbral que era "el último pensador metafísico, porque tras él viene una legión de estructuralistas, los deconstructores y los fragmentalistas" (pág 273). De interés son las páginas que dedica a Quevedo, "puticojo más que paticojo" (p. 224). No hay apartado que no me haya acabado interesando. Sí que ha habido algunos que no me atraían, pero esto ya es cuestión de preferencias. Tanto los que eran de mi interés como aquellos que no lo eran tienen la gracia  estilística de Umbral. Con eso su presencia está plenamente justificada.

     Por mencionar la introducción he de decir que Eduardo Martínez Rico ha sido interesante en las páginas que ocupa. No se puede decir lo mismo de todas las introducciones que se pueden leer, que parecen más la antesala del aburrimiento que un pequeño aperitivo que augure el disfrute al lector. En ella, Eduardo nos dice que son dos los generos predilectos de Umbral: las memorias y el artículo. ¿Podrían convenir otros mejor para un ego que necesita volcarse a sí mismo en las páginas que escribe? Parece que la respuesto es un no. La vívida conciencia de Umbral parece querer abarcar todo lo abarcable y hacerlo suyo con este Amado siglo XX. Es un libro con el que me he sorprendido mutilando, en más de una y dos ocasiones, con dobleces en la esquina de la página. Umbral ocupará más lugares en mi biblioteca a partir de ahora.