miércoles, 17 de enero de 2018

El compás y el príncipe: ciencia y corte en la España moderna


    Resulta común el pensar la historia como progreso. Nuestros instrumentos, máquinas e ingenios son más productivos, eficientes, pequeños y manejables. Nuestra capacidad para alterar la materia y darle cualquier forma no puede hallar comparación con ningún punto del pasado. Es por esto que algunos han entendido el progreso que se ha dado en nuestro sometimiento de la materia y el mundo como algo que podía exportarse al campo de las ideas. Exportado al campo de la historia de la ciencia, por ejemplo, produjo un relato patentado en la ilustración. Tal relato dice lo siguiente: que la historia de la ciencia es una historia de descartes, que elimina lo erróneo y falso, las creencias y los mitos. Expurgado el conocimiento de quimeras, se encuentran los frutos, los avances. Así, la historia del hombre es una crónica de progreso. La historia se puede dibujar, y basta con una sola línea ascendente, que ejemplifica nuestros logros.

   Tal concepción fue dinamitada hace ya un par de décadas por obras como la de Khun (La estructura de las revoluciones científicas), que generaron una avalancha de estudios desde muchas perspectivas que cuestionaban tal relato. El libro de El compás y el príncipe, es deudor de esas intuiciones y su propósito es claro desde las primeras páginas. Javier Moscoso, uno de los autores de este tomo, despliega en algunas de las primeras páginas el haz de nombres y teorías que han envuelto el debate de la historia de la ciencia y, lo que he apuntado arriba, lo muestra, lo explica y desmonta con absoluta maestría. Nos revela entonces que el primer y principal propósito de la suma de contribuciones de esta recopilación giran en torno a una idea: que el saber no está desligado de ciertos lugares. Las ideas no flotan y se transmiten. Por el contrario, requieren de resortes institucionales, de lugares en los que desarrollarse. Estos pueden ser los conventos o las universidades, pero sitúa como centro de gravedad del saber en la modernidad uno muy concreto: la corte. A esa entidad etérea que se plasma en magnos y áureos salones pertenece la necesidad del desarrollo de saberes que antes no lo eran.

     Aquello va de la mano con una nueva circunstancia, que hace que el desarrollo de ciencias y la corte se liguen y unan con mayor fuerza: los reinos europeos entran en los siglos XVI y XVII en una nueva dimensión. Sus dominios son vastos y eso implica necesidades nuevas. Se requieren de hábiles constructores de barcos, de ingenieros, de artilleros, de cartógrafos, cosmógrafos, botánicos, etc. En otras palabras: los imperios europeos requirieron de saberes que hicieran que sus dominios fueran gestionados y ampliados con mayor eficiencia. Eso requería de la creación de instituciones muy concretas, que alentaran las investigaciones en ciertas áreas y que formaran a las futuras generaciones de navegantes, descubridores y científicos.

   España, como primer reino que alcanzó una dimensión global, fue también el primero en precisar toda una nueva serie de saberes que no estaban previstos en el conocimiento corriente de aquellos tiempos. El tomo va cubriendo diversos aspectos: unos relatan las grandes construcciones, los esfuerzos que requirieron y los ingenios que solventaron convertir Madrid, una población de mala e indigna muerte , en centro de un imperio universal; también se tratan de asuntos botánicos, y de cómo la nobleza empleaba sus descubrimientos para enriquecer sus gabinetes de curiosidades y de ese modo generar la impresión de grandeza, de atesorar rarezas que no estaban al alcance de cualquiera; el Escorial, con sus altas torres, y la plaza mayor de Madrid, junto al jardín del Retiro, ocupan no menos espacio en el volumen.

El oído. Brueguel

    El conjunto de aportaciones está compuesta por investigadores del CSIC por lo que, en principio, su calidad es incuestionable. Con todo, he de decir que no todos cumplen con lo previsto. Las aportaciones que componen el volumen se pueden encasillar en tres bloques que yo propongo: 

   - Los que cumplen con lo que se pretende en el objetivo y es su intención cumplirlo.
   - Los que no lo cumplen pero lo intentan.
   - Los que ni lo cumplen ni se lo proponen.

   Afortunadamente, el número del tercer grupo es casi inexistente (casi), el segundo es exiguo y el primero es amplio, por lo que el libro en conjunto se salva y sostiene. Particularmente voy a mencionar aquellas aportaciones que más me han encantado (no digo que seas más rigurosas que el resto): La monarquía hispánica y la ciencia moderna (Juan Pimentel), Las dos dimensiones del espíritu (Jesús Bustamante), El teatro de la corte (Nuria Valverde), Autopsia o la experiencia de lo que se ve por los propios ojos (Jesús Bustamante) y Los cosmógrafos del rey (Mariano Esteban Piñeiro).

   En general me ha resultado absorbente la lectura del libro. De tono didáctico, riguroso y amable. Me he sorprendido subrayando líneas y más líneas, anotando nombres y obras curiosas. Además, la edición es una delicia. Está golosamente ilustrada con imágenes de todo tipo (libros de anatomía, mapas antiguos, dibujos de construcciones...). Un libro para curiosos, que será parte de la colección de pocos, pero que será disfrutado con provecho por aquellos lo tengan y lean.

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