Enfrascado en lecturas de mucho seso, me vi empujado a leer uno de mis pasatiempos, una novela de Roger Zelazny. Se titulaba Tú, el inmortal y, como los caminos de la lectura son misteriosos, unas pocas analogías con los argonautas me dirigieron como una flecha hacia el texto de Apolonio de Rodas. Llevaba ya tiempo olvidado y reclamaba mi atención. Una deuda ha sido saldada.
En mi recuerdo no perdura con mucha alegría la lectura de la Ilíada. En mejores términos quedamos la Odisea y yo. Pero mi lectura de ellas en mi juventud me hizo temer la poesía épica griega. Nunca quedaron enmarcadas en mi recuerdo como lecturas de descanso. Al contrario: el lenguaje arcaico, los dioses que no conocía y las notas que cortaban constantemente mi lectura, provocaron que las considerase lecturas arduas. Al comenzar a leer este poema, el de Apolonio, me di cuenta de que el tono era distinto. Se notaba un aire diferente en su sooridad. No en vano varios siglos distancian un autor del período helenístico (Apolonio) de otro del que se duda hasta que haya existido (Homero). Un espíritu todavía mítico, de aurora imperecederamente ancestral envuelve todo. Y, sin embargo, se palpa que el mundo inicia su desapego de los olímpicos. Entre hazaña y hazaña se deja caer alguna historia sobre el origen de esta o aquella ciudad, casi siempre fundada por algún héroe o algún dios que reposa de sus devaneos olímpicos. Así, se dispone del capítulo antecedente de Heródoto, del descubrimiento de los pueblos, el auge del comercio, el conocimiento de nuevas y más grandes tierras en las que los Dioses no se encuentran. Los hombres conocen el origen divino de sus tierras, pero en estas ya no habitan los dioses, que ni favorecen a sus favoritos, ni tan siquiera urden planes contra los que los agravian.
Pero antes de seguir estos derroteros sería mejor que hablara un poco de qué se trata en el poema. La fama de la mitología griega, alguna que otra adaptación cinematográfica de éxito (Jasón y los argonautas, 1963) e incluso alguna novela de reciente creación (El vellocino de oro de Robert Graves) me han llevado al error de no aludir la preocupación y dedicación de los versos de Apolonio, escritos a lo largo de toda su vida (295 a.C.-215 a.C.).
El ciclo mítico tiene inicio con el temor del tío de Jasón, Pelias, a ser destronado. La sibila, con sus mensajes cifrados, le advirtió que se guardara de un hombre de porte que se presentara ante él sin sandalia, pues ese hombre sería quien le destronaría. Jasón perdió una sandalia antes de presentarse ante su tío un día y, alarmado aquel por lo que le dijeron los auspicios de Apolo, no dudó en mandar a su sobrino a una misión de la que no pudiera retornar. Pelias le encarga a Jasón que busque el vellocino de oro, allende las tierras conocidas por los griegos. Resignado, Jasón recoge el guante del desafío, y reúne una tropa de poderosos héroes con los que acometer la hazaña. Forman parte de la expedición Heracles y Orfeo, pero también otros personajes de fuerza y prestancia semidivina. En la nave llamada Argo partieron del puerto de Yolco, con los vientos soplando hacia el este. La tropa de héroes sufren varias escalas y encuentros con dioses hasta llegar a la Cólquide, tierra donde impera la ley de Eetes, que tiene en su poder el vellocino.
A grandes rasgos esta parte es la más conocida del mito, y quizá, lo sea menos la que continúa: el regreso. Conseguido el vellocino, los héroes griegos quieren volver a sus tierras y haciendas. Pero el camino no será fácil. Como descubre el lector interesado, Jasón y sus amigos se ven empujados a la huida de las huestes de Eetes, que teniendo mal perder, dispone de su hijo y tropas para la captura de los argonautas. Lo que les espera es un largo rodeo, en el que pasarán por el Danubio hasta llegar al Adriático, desembarcando en el Po, trabando conocimiento con Ligures y, desde los márgenes del Ródano, embarcar de nuevo para pasar el estrecho entre Italia y Sicilia, sufrir desgracias en Libia y volver a viajar en dirección a Grecia.
Apolonio divide toda la aventura en cuatro cantos. Los dos primeros los protagoniza la ida desde Yolco a las tierras de Eetes. El III se ocupa del amor entre Jasón y Medea y, el cuarto, es dedicado a todo el viaje de vuelta (más bien de extravíos fantásticos). El inicio es abrupto, qué duda cabe, cuando apenas se nos dice algo de las acciones y motivos precedentes al encargo de Pelias a Jasón. Además, una vez iniciados los preparativos del viaje, nos veremos sometidos a un pesado catálogo de héroes y líneas genealógicas (no tan extensa como el de la Ilíada). Pasada la apertura abrupta y el mencionado catálogo, todo fluye tranquilamente hasta su final, dejando ricas imágenes de magia, dioses y hechos fantásticos. Sentimos el fulgor de la forja de Vulcano en la cima de los montes, atareado con sus metales y fuegos, mientras los argonautas pasan el estrecho entre Italia y Sicilia, empujados por toda suerte de seres marinos que comparten linaje con los dioses. O, también, somos espectadores de cómo Medea hiere al gigante Talos, contra el que el valor y las armas de los argonautas poco pueden. Como dije, el poema está cargado de potentes imágenes que no han perdido ápice de su fulgor pasado.
Pero, a pesar de esa fuerza mitológica, se notan las inflexiones y cambios con respecto de la épica antigua, de lo que nos pone en aviso el traductor y prologuista Mariano Valverde Sánchez. Mariano Sánchez pone a la vista, en las algo menos de 80 páginas de introducción, las diferencias que se dan entre un momento y otro. Eso sí, mejor es dejarle en paz a él y a su introducción hasta después de haber leído el poema. Si no, el factor de novedad se perderá por completo, pues su análisis es minucioso. Este lector que escribe, avisado de estas cosas, procedió primero con el poema. Su docta introducción nos advierte: Apolonio arrastra el pasado glorioso a la mundana realidad de un griego helenístico; pero nosotros, los lectores no doctos, nos podemos dejar arrastrar, descuidados de precisiones, por las corrientes de la poesía de Apolonio, que nos parece tan mítica como solo las antiguas leyendas podían serlo.
A grandes rasgos esta parte es la más conocida del mito, y quizá, lo sea menos la que continúa: el regreso. Conseguido el vellocino, los héroes griegos quieren volver a sus tierras y haciendas. Pero el camino no será fácil. Como descubre el lector interesado, Jasón y sus amigos se ven empujados a la huida de las huestes de Eetes, que teniendo mal perder, dispone de su hijo y tropas para la captura de los argonautas. Lo que les espera es un largo rodeo, en el que pasarán por el Danubio hasta llegar al Adriático, desembarcando en el Po, trabando conocimiento con Ligures y, desde los márgenes del Ródano, embarcar de nuevo para pasar el estrecho entre Italia y Sicilia, sufrir desgracias en Libia y volver a viajar en dirección a Grecia.
Apolonio divide toda la aventura en cuatro cantos. Los dos primeros los protagoniza la ida desde Yolco a las tierras de Eetes. El III se ocupa del amor entre Jasón y Medea y, el cuarto, es dedicado a todo el viaje de vuelta (más bien de extravíos fantásticos). El inicio es abrupto, qué duda cabe, cuando apenas se nos dice algo de las acciones y motivos precedentes al encargo de Pelias a Jasón. Además, una vez iniciados los preparativos del viaje, nos veremos sometidos a un pesado catálogo de héroes y líneas genealógicas (no tan extensa como el de la Ilíada). Pasada la apertura abrupta y el mencionado catálogo, todo fluye tranquilamente hasta su final, dejando ricas imágenes de magia, dioses y hechos fantásticos. Sentimos el fulgor de la forja de Vulcano en la cima de los montes, atareado con sus metales y fuegos, mientras los argonautas pasan el estrecho entre Italia y Sicilia, empujados por toda suerte de seres marinos que comparten linaje con los dioses. O, también, somos espectadores de cómo Medea hiere al gigante Talos, contra el que el valor y las armas de los argonautas poco pueden. Como dije, el poema está cargado de potentes imágenes que no han perdido ápice de su fulgor pasado.
Pero, a pesar de esa fuerza mitológica, se notan las inflexiones y cambios con respecto de la épica antigua, de lo que nos pone en aviso el traductor y prologuista Mariano Valverde Sánchez. Mariano Sánchez pone a la vista, en las algo menos de 80 páginas de introducción, las diferencias que se dan entre un momento y otro. Eso sí, mejor es dejarle en paz a él y a su introducción hasta después de haber leído el poema. Si no, el factor de novedad se perderá por completo, pues su análisis es minucioso. Este lector que escribe, avisado de estas cosas, procedió primero con el poema. Su docta introducción nos advierte: Apolonio arrastra el pasado glorioso a la mundana realidad de un griego helenístico; pero nosotros, los lectores no doctos, nos podemos dejar arrastrar, descuidados de precisiones, por las corrientes de la poesía de Apolonio, que nos parece tan mítica como solo las antiguas leyendas podían serlo.
Hola quisiera saber en que se diferencia la obra de robert graves. Quisiera encontrar una version en prosa de apolonio de rodas pero que a la vez sea fiel. No se si robert groves hace una version fiel de la obra
ResponderEliminarBuenos días Ricardo. Antes de nada agradecer tu intervención en este humilde blog. La versión de Robert Graves se diferencia en que está narrada para nuestro tiempo, en prosa y con llaneza. Para una versión lo más cercana posible al griego tienes esta mismo que reseñé, la de Gredos. En español, creo, no encontrarás ninguna otra que intente guardar con más tiento el original. Una vez que te acostumbras al estilo, se avanza con cierta facilidad. Es sólo el choque inicial, tras el cual ya puede uno leer con gusto. Espero que mi respuesta te sea de ayuda.
ResponderEliminarUn saludo ;)