domingo, 8 de abril de 2018

"Elogio del caminar" de David Le Breton


   ¿Puede ser el caminar un tema digno del pensar?¿Un tronco que, arrojado al fuego de la mente produzca una gran y aguda llama iluminadora? En un principio diría que no, pero fíjate que la vida, y sobre todo los libros, le hacen a uno tener que cambiar, y pensar cosas que antes no hubiera imaginado. El Elogio del caminar, un libro breve de un francés, me ha hecho disfrutar de una reflexión. Corto y de buena factura, este libro nos dirige a expandir nuestra indagación a un fenómeno aparentemente anodino como el del andar. ¿Qué se puede decir de esta actividad tan modesta que, por corriente, resulta invisible a nuestra atención? Breton maneja varios referentes para guiarse a sí mismo y al lector en la senda que trazan sus líneas y palabras. Una senda que apunta al caminar como un espacio de interrupciones. 

   Caminar implica no cumplir acto social alguno, pues nos encontramos en contacto con la naturaleza, donde no rigen las normas de la familia, de la amistad o del trabajo. En ese estar en naturaleza hacemos, además, una actividad sin finalidad productiva y, generalmente, silenciosa. Estas tres condiciones dan al caminar la dignidad de espacio distinto al resto que habitamos en nuestras actividades cotidianas. Se presenta en ocasiones, por estas mismas características, como espacio de resistencia. Frente a un mundo del producir para tirar, del estar constantemente en una rueda de formación, de una inflacción de la actividad y de la presencia constante del ruido, caminar se presenta como  un refugio.

"El único silencio -provisional- que conocen nuestras sociedades es el de la avería, el fallo de la máquina, el fin de la transmisión; es un cese temporal de la tecnicidad más que la urgencia de una interioridad."
                                                                                                  (Elogio del caminar, p.53)

   Breton presenta el hecho de caminar como una granada, discurriendo sobre cada uno de sus elementos: de las heridas que conlleva el viaje, de la compañía (animal o humana), del petate que llevamos a cuestas, de la lucha contra los elementos y, así, va desgranando esa granada que se nos figura el andar. Entre los elementos que trae a colación hallamos la vida de aventureros que caminaron por vastas regiones del planeta; genuinos viajeros, de los que llevaban el trotar en la sangre y las venas. Álvar Núñez Cabeza de Vaca es el caso que más me llamó la atención. Pero no solo de vidas se nutre el autor, también entabla un libre diálogo con muchos escritores que hablaban sobre el tema que nos ocupa. Henry David Thoreau ocupa un lugar central en este punto y las referencias a él atraviesan todo el libro, de principio a fin.

   Todo esto lo hace con la convicción de que andar es una condición crucial: no sólo es un apartarse de lo cotidiano ruidoso, es también algo que nos cambia. Se dice sobre eso que "(...) la alquimia de la ruta lleva a cabo su eterna tarea de transformar al hombre, de volver a encauzarlo en el camino de su vida." (p. 159).La imagen del peregrino, yendo a lugares sagrados, sea Santiago o Jerusalén, son los cosas más notables de andar en este sentido transformador.

   A pesar de resultarme todo muy interesante, no he podido evitar pensar un par de objeciones. La primera es si podemos concebir andar como un acto tan apartado de nuestros protocolos habituales. ¿No está más de moda que nunca andar con el fin y la intencionalidad no de disfrutar sino de adelgazar? ¿No podemos decir que esa actividad que nos acompaña desde que bajamos de los árboles ha sido fagocitada por la industria del deporte y, con ello, se ha adueñado de dicha actividad?¿Y acaso esa apropiación, de la que participan con el fin de adelgazar, no repercute a la hora de potenciar otras rutinas (quien hace ejercicio es más productivo en su trabajo pero además es que vive más tiempo para desempeñar ese mismo trabajo)? A propósito de esa objeción me surge la segunda: en una determinada parte (pp. 89-91) desliga pasear del caminar, diciendo de la primera que es inferior en categoría a la segunda.

"El paseo es una forma menor -y sin embargo esencial- del caminar. Rito personal, practicado sin cesar, ya sea de manera regular o al azar de las circunstancias, en soledad o en compañía, el paseo es una invitación tranquila a la relajación y a la palabra, al vagabundeo sin objetivo preciso, a retomar el aliento (...)" 
                                                                                              (Elogio del caminar, p. 89)

   ¿No resultará que, por ser una actividad libre de objetivo alguno merece más y mejor elogio que el caminar, inserto este en una industria que potencia nuestras inercias en las cadenas de producción donde producimos (sean bienes materiales o sean culturales)? Estas, sucitamente expresadas, son las dos cuestiones que pondría sobre la mesa como elemento de debate con el autor.

    Aquello lo digo desde un gran respeto y admiración por el libro, que es portentoso en su prosa, muy cuidado. Mi conocimiento y disfrute del Elogio del caminar lo debo a un buen amigo, uno que práctica una vida salvaje, uno con el que merece la pena si no pasear al menos caminar, pues siempre tiene alguna recomendación o idea de interés. A él le agradezco que me recomendara y regalara este libro.

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