"Durante el resto del viaje, me contaron las historias más extravagantes acerca de estos gigantescos lagartos que son el terror del alto Egipto. Parece ser que en tiempos de los faraones y, luego, de los romanos, e incluso en los comienzos de la conquista musulmana, los cocodrilos hacían pocos estragos. Pero en el siglo tercero de la hégira aconteció un hecho de lo más extraño: en una gruta próxima a Manfalut hallaron una estatua de plomo que representaba a uno de esos animales de tamaño natural, cubierta de inscripciones faraónicas. Considerando que se trataba de un ídolo impío, el gobernador de Egipto en aquella época, un tal Ibn-Tulún, ordenó que los destruyeran. De la noche a la mañana, los cocodrilos se enfurecieron y comenzaron a atacar de forma odiosa a los hombres, sembrando el terror y la muerte. Entonces se comprendió que la estatua se había creado bajo determinadas conjunciones astrales para domar a aquellos animales"(León el africano, pág. 220)
De viajes y caminos hablé en mi última entrada en este blog y, vuelvo aquí, a caer presa de un viaje. No es una meditación sobre el mismo hecho de viajar o caminar, sino más bien de una aventura concreta lo que traigo a colación hoy. León el africano es con toda claridad una novela que presenta a un viajero, un homo viator (desprendiendo tal categoría del sentido escatológico usual).
Hasán, hijo de Mohamed el alamín, es el personaje que protagoniza la novela que nos ocupa. Nacido en el decadente reino de Granada, donde todavía se descubre una mota de esplendor, que pronto barren las muy católicas Castilla y Aragón. Tal escenario le toca en premio de nacimiento a Hasán quien ve, antes de esta decadencia, la vida normal de familiares y vecinos. Se cría y forma en las costumbres musulmanas, y nos cuenta con todo lujo de detalles muchos rasgos de la cultura granadina llamada a extinción. Su padre, persona de cierta importancia en el reino musulmán, le garantiza estabilidad y prestigio. Mas con el avance de las tropas católicas vendrá a ponerse fin a su apacible existencia. Boabdil, el último rey moro en la península, firma la paz para proteger a sus gentes de la devastación y para asegurarse cierto bienestar. La puerta por la que sale Boabdil será cerrada y, junto a esta, se sella el final de la presencia musulmana en la península. Las tornas cambian, las campanas arrancadas de Santiago por Almanzor son por fin honradas con la venganza. No se mata a ningún musulmán, pero sí se les presiona para cambiar de credo o marcharse. La familia debe huir o resignarse a cambiar sus creencias.Y así es como se inician las jornadas de Hasán, que pasa con su familia al norte de África.
Hasán, hijo de Mohamed el alamín, es el personaje que protagoniza la novela que nos ocupa. Nacido en el decadente reino de Granada, donde todavía se descubre una mota de esplendor, que pronto barren las muy católicas Castilla y Aragón. Tal escenario le toca en premio de nacimiento a Hasán quien ve, antes de esta decadencia, la vida normal de familiares y vecinos. Se cría y forma en las costumbres musulmanas, y nos cuenta con todo lujo de detalles muchos rasgos de la cultura granadina llamada a extinción. Su padre, persona de cierta importancia en el reino musulmán, le garantiza estabilidad y prestigio. Mas con el avance de las tropas católicas vendrá a ponerse fin a su apacible existencia. Boabdil, el último rey moro en la península, firma la paz para proteger a sus gentes de la devastación y para asegurarse cierto bienestar. La puerta por la que sale Boabdil será cerrada y, junto a esta, se sella el final de la presencia musulmana en la península. Las tornas cambian, las campanas arrancadas de Santiago por Almanzor son por fin honradas con la venganza. No se mata a ningún musulmán, pero sí se les presiona para cambiar de credo o marcharse. La familia debe huir o resignarse a cambiar sus creencias.Y así es como se inician las jornadas de Hasán, que pasa con su familia al norte de África.
Alcanzada la nueva tierra, nuevas desventuras parecen amenazarlos, pero la familia las salva como mejor puede y, poco a poco, nos surge un tremendo afecto por la mayoría de los personajes. Simpaticé de forma especial con el padre, alicaído cuando se le arranca una de sus mujeres, de origen cristiano. Por ella sacrificará honra, dinero y casi la familia junto a sus vidas. Pero eso mejor lo dejo para quien lea a Maalouf. Hasán con el tiempo se convierte en comerciante, y muy rico por cierto. La fortuna le acompaña como a todos: de modo pasajero. Tan pronto le da como le quita. Así en Tombuctú, en Egipto y hasta en Roma. Sí, este personaje, que existió en realidad, fue raptado y llevado a Roma. El Papa de los Médici (León X, si la memoria no me ha de fallar) le acoge con cariño. En la Roma del lujo y la extravagancia, un musulmán que hable latín y al que se le instruye en las escrituras y el hebreo no es una extravagancia más, sino un artilugio que, por raro, es más digno de mostrar que el oro engastado. Precisamente, por esa generosidad, Roma es sospechosa: de Alemania llegan las homilías de la Reforma, cantos de sirena que matarán por un siglo a todos los hombres y mujeres que las escuchen. La novela terminar precisamente con este plantel: una cristiandad agresiva, dividida y con Roma saqueada (el saco de Roma de 1527).
Saco de Roma |
Es seductor pensar que dicho momento es escogido de modo significativo: una vez visto el refinamiento de las sociedades musulmanas, bastante tolerantes y cultivadas que, sin embargo, son acosadas (el avance de Portugal hacia el sur, la toma de poblaciones en el norte de África por manos castellanas...), uno choca con el mundo católico al borde del abismo. Es como si se quisiera mostrar que unos no eran tan incultos como se dice y que en otros, mejor considerados, florece la barbarie en el seno de una de las épocas más mitificadas de Europa: el Renacimiento. Cuando alguien escucha la palabra "Renacimiento" piensa en esculturas, edificios y en Italia, pero no en Lutero y en la sangre que bautiza dicho período. Con esta carta, Maalouf se nota que quiere mostrar ciertos valores cosmopolitas: la salvajez o el refinamiento no son patrimonio de un pueblo; más bien estos se reparten en fortuna en el péndulo de la historia, cayendo ora aquí ora allí. Algo de ese cosmopolitismo nos es entregado en las primeras líneas de la novela: "(...) me llaman hoy el Africano, pero ni de África, ni de Europa, ni de Arabia soy. Me llaman también el Granadino, el Fesí, el Zayyati, pero no procedo de ningún país, de ninguna ciudad, de ninguna tribu. Soy hijo del camino, caravana es mi patria y mi vida la más inesperada travesía". ¿Cómo no recordar a Marco Aurelio?
"Mi ciudad y mi patria, en tanto que Antonino, es Roma, pero en tanto que hombre, el mundo"(Meditaciones, VI, 44)
Esto que decimos es comprensible si tenemos en cuenta los orígenes de Maalouf, mezcla de sangres muy variadas (padre libanés y madre francófona). Ya parece que dio muestras de intentar tender puentes entre culturas con un ensayo, que solo he mirado por encima, Las cruzadas vistas por los árabes (1983).
Es mejor que no discurramos más sobre esta novela para respetar a quien se acerque al libro. Baste decir que vale la pena. Maalouf ha hecho un ejercicio literario de interés, revestido de tono poético muy adecuado. Genera un encanto que hace de su lectura una delicia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario