miércoles, 13 de mayo de 2020

Fragmento de "La montaña mágica" de Thomas Mann


    (...) Hans Castorp se esforzaba en comprender lo que Settembrini quería decir cuando llamaba a ese principio la 'la fuente de la libertad y el progreso'. Por este último concepto, Hans Castorp había entendido hasta entonces algo así como el desarrollo de las grúas de vapor en el siglo XIX, y ahora descubría que Settembrini concedía bastante importancia a esas cosas, como también hiciera su abuelo. El italiano rendía un gran tributo a la patria de sus dos oyentes por haberse inventado allí la pólvora -que había hecho saltar por los aires la coraza del feudalismo-, así como la imprenta, que había difundido, mejor dicho: había permitido difundir las ideas democráticas. Alababa, pues, a Alemania por estos inventos y por sus méritos del pasado, pero se sentía obligado -casi moralmente- a conceder la palma a su propio país, puesto que había sido el primero, mientras los demás pueblos todavía vivían sumidos en la oscuridad de la superstición y la servidumbre, en desplegar la bandera de la ilustración, la cultura y la libertad.

   Aun así, si Settembrini reverenciaba el proceso de la técnica y los transportes -el campo profesional de Hans Castorp-, como ya se manifestara en su primera conversación con los primos en el banco del recodo, no parecía, sin embargo, que fuese por el valor de estos ámbitos en sí, sino más bien por su repercusión en el perfeccionamiento moral del hombre, pues se complacía en otorgarles ese tipo de importancia. Al subyugar la naturaleza cada vez más, estableciendo comunicaciones, redes de transporte y de telégrafo, salvando las diferencias climáticas, la técnica se revelaba como el medio más fiable del acercamiento entre los pueblos y de conocimiento recíproco en aras de alcanzar una armonía entre los hombres, destruir los prejuicios y avanzar hacia la unificación universal. La raza humana había salido de la sombra, del miedo y el odio, pero ahora progresaba hacia un estadio último de simpatía, luz interior, bondad y felicidad; y en ese camino la técnica era el vehículo más fácil.

   Claro que, al hablar así, mezclaba en un solo aliento categorías que Hans Castorp no estaba acostumbrando a considerar más que por separado. 'Técnica y moral', decía, e incluso afirmaba que el primero en revelar el principio de igualdad y unión entre los pueblos había sido el Salvador del cristianismo, y que, después, la imprenta había favorecido fuertemente su expresión hasta que la Revolución francesa lo había elevado a la categoría de ley. Por alguna razón que no alcanzaba a determinar, todo aquello parecía enormemente confuso al joven Hans Castorp, a pesar de que el señor Settembrini lo resumía en términos muy claros y rotundos. Una sola vez -decía-, una sola vez en su vida al comienzo de la madurez, se había sentido completamente feliz su abuelo: en los días de la revolución de julio en París. En voz alta y públicamente había proclamado entonces que algún día los hombres compararían aquellos tres días con los seis de la creación del mundo. En ese instante, Hans Castorp no pudo evitar dar un puñetazo en la mesa y experimentar la más profunda de las sorpresas. Se le antojaba una terrible exageración el que se pudieran comparar los tres días del verano de 1830, en los cuales los parisienses se dieron una nueva constitución , con los seis días en los cuales Dios separó la tierra de las aguas y creó astros eternos, así como las flores, los árboles, los peces, los pájaros y toda la vida; más tarde, al comentarlos con su primo Joachim, manifestó expresamente que incluso le había escandalizado.

Pp. 224-225


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