martes, 23 de julio de 2019

"La fábula de la alforja robada" Bahiyyih Nakhjavani

    La literatura está llena de obras que no alcanzan la originalidad y que resultan algo parecido a esos hijos que, aun patosos y problemáticos, podemos querer con toda nuestra alma. O no. La fábula de la alfombra robada de Bahiyyih Nakhjavani es un vástago de aquellos libros de raigambre musulmana que contienen una cascada de historias independientes, acumuladas a cientos. Las mil y una noches Kalila y Dimna son clara muestra de este género. Algo parecido a ellas pretende el libro moderno de Bahiyyih traicionando, claro está, el sabor original, introduciendo nuevas técnicas, nuevos propósitos. 

    El libro dibuja un escenario común en la primera de las historias que encuentra el lector. En ella el protagonista es un ladronzuelo que se gana la vida aprovechándose de los incautos que peregrinan a la Meca para cumplir sus propósitos religiosos rodeando la Caaba. Tras encontrar una presa fácil, no dudará en asaltarla, intentando alcanzar fortuna al robar una alforja. Su disgusto está garantizado cuando descubre el contenido: papiros rellenados de fina caligrafía y llamativos colores. Junto a esta historia inicial encontramos una segunda: la de una chica visionaria capaz de ver y dialogar con ángeles a punto de ser casada con un hombre rico. Para su boda ha de viajar hacia los terrenos cercanos a la Meca, lugar donde confluyen las historia del asaltador y de la doncella. Con estos dos hilos se trenza un tapiz general,  pues aparecen todos los personajes que, más tarde, encarnan las páginas: el jefe de una caravana, una esclava, un peregrino, un clérigo, un derviche y un muerto. A cada uno les dedica un premeditado espacio (alrededor de 40 páginas). 

    A tenor de lo dicho, el libro se mueve dentro de una perspectivismo moderno. Con cada uno de los personajes Bahiyyih Nakhjavani cuenta algo nuevo y, a veces, cambia algunas cosas. La estructura acaba siendo rígida: a ciertos hechos que se mantienen como los pilares de la narración se añaden aguas distintas tanto al principio como al final. Cuando uno avanza un par de relatos disfruta estos cambios; cuando prosigue, se cansa. No es raro esto: una estructura rígida con tan solo aparentes cambios se repite nueve veces (porque hay nueve personajes). Esto, raramente, nos reporta un conocimiento profundo de los personajes, pues la autora se centra en el momento que les une, dando la impresión de que la biografía de cada personaje es un relleno que no alcanza a dotar de profundidad a sus personalidades.

   Junto a unos personajes cuyo interior es semejante al de un globo de aire, observamos un estilo rebuscado, en ocasiones tan hueco de significado como los personajes y que tiene como fin la mera conquista de juegos verbales. En ocasiones las acrobacias verbales son afortunadas, pero casi siempre aterrizan de mal modo en el suelo del texto. Rasgo a mencionar es el empleo artificial de ciertos términos de lengua musulmana, con la intención, seguramente, de teñir con un halo de veracidad e historicismo la novela, pero que resulta pedante, pretencioso e innecesario. Así, para decir "litera" emplea docenas de veces el término "takhteravan". No estoy en contra del empleo de términos especiales, siempre y cuando sea necesario, cuando no haya equivalentes en lenguas modernas. Al igual que ocurre con "litera", el lector podrá observar la misma operación con otras palabras que no son especiales.

   La novela, a pesar de que no destaque en demasía, se muestra inteligente, y está dispuesta para jugar con una serie de intuiciones muy arraigadas en nuestro tiempo, y que hacen que el lector promedio se halle pre-dispuesto a la narración. Uno de los juegos ilusorios resulta de disfrazarse "a la oriental", de querer imitar libros como los que mencionamos arriba. Sin embargo, esta novela es invención moderna, y por su estructura, lenguaje y propósito no bebe de aquella literatura. Sólo hace falta recordar que tanto Las mil y una noches o el Calila y Dimna son literatura esencialmente pedagógica, depósitos de sabiduría práctica y de instrucción dispuestos en una narrativa. Narrativa, por otra parte, que proviene de manos distintas, de las que no sabemos nada y sin un propósito que englobe el conjunto de las historias. Esto último, claramente, no se da en la novela, pero tampoco el  componente pedagógico. Bahiyyih Nakhjavani, sin embargo, juega con el imaginario que muchos tienen con el término "oriente" para hacerles pensar que están ante algo parecido a su literatura, historia y espíritu. Pero a esos lectores hay que recordarles que el "oriente" no existe, que es una invención moderna. Nadie mejor que Borges lo dijo en un poema titulado Lo nuestro:

Amamos lo que no conocemos, lo ya perdido. El barrio que fue las orillas. Los antiguos, que ya no
pueden defraudarnos
porque son mito y esplendor.
Los seis volúmenes de Schopenhauer,
que no acabaremos de leer.
El recuerdo, no la lectura, de la segunda parte del Quijote.
El oriente, que sin duda no existe para el afhgano, el persa o el tártaro. 

    Junto al disfraz del oriente podemos, también, intuir una religiosidad vaga en la que confluyen el zoroastrismo, el islam y el budismo, con el propósito de esmaltar el texto de una espiritualidad vacía, empaquetada de modo conveniente para consumo moderno: los personajes que no tienen ninguna pretensión trascendente hallan la trascendencia. El único que la busca, un clérigo, se esboza como el más intrascendente, como un perturbado con frustraciones. Así, los que no buscan lo divino lo hallan, y aquellos que lo buscan no son sino unos mezquinos, de lo que emana una religiosidad sin mandatos ni constricciones, un espiritualismo de café con iphone y Mac, ese al que dan forma esbirros como Joseph Campbell.

   Lo conseguido por Nakhjavani, en fin, es un libro subsidiario de antigua y bella literatura, pero que no nos aporta eso, sino una sombra que simula antigüedad y belleza. Cascaruja literaria para ignaros risueños que, ciertamente, no está mal para pasar el rato


    

No hay comentarios:

Publicar un comentario