miércoles, 28 de septiembre de 2016

Sobre publicidad erótica

    Acabo de pasar ante mi vista la última artimaña publicitaria del salón erótico de Barcelona de este año. No contentos con el vídeo del año pasado, muy justamente caricaturizado (como si hiciera falta hacerlo), han decidido repetirlo este año. Esta vez, sin embargo, le han dado una nueva forma, aprovechando la situación cercana de muchos: la de la reciente crisis de nuestras instituciones y modelos de vida. Me ha escandalizado ver que una de las páginas que compartió dicho vídeo consiguió 17000 likes en facebook. La publicidad parece haber funcionado: resulta que la industria porno es la herramienta con la que detectar los problemas sociales y atajarlos. Claramente la alianza entre la pontificación y la industria del porno tiene intereses redentores que van más allá de hacerse un mayor hueco en el mercado a través de conseguir la estima del personal de turno. 

    Por lo general suelo abstenerme de opinar sobre estos asuntos, nimios en el fondo, pero este me tocó especialmente la moral. Los que tenemos algo de confianza en el género humano nos molesta ver cómo este cae tan rápido a la seducción de la publicidad. No se engañen, no critico la industria del porno, solo su discurso, el cual es claramente incongruente y para nada desinteresado.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Fragmento de "Poetas italianos contemporáneos"

Edoardo Sanguineti:

a la funcionaria de la aduana en minifalda que me ha
elegido con sus ojos de sibila y de paloma entre una
interminable fila de viajeros de paso, le he dicho toda
la verdad, recluido en esta especia de biombo-confesiona-
rio de madera prensada: le he dicho que tengo un
un hijo que estudia ruso y alemán, que Bonjour les amis,
curso de lengua francesa en 4 volúmenes, era para mi
mujer:
       estaba dispuesto a declarar más cosas: sabía que
fue Rosa Luxenburg la primera en lanzar la palabra
de "orden o progreso"; y de ello podía sacar
el provecho de un impresionante madrigal:
                                                                             pero suda-
ba hurgándome en los bolsillos, buscando inútilmente
la cuenta del Operncafé: y luego, tú, has irrumpi-
do arrastrando también detrás de ti a los niños, ma-
ravillosos y maravillados:
(con los mismos gestos de dureza te arrojábamos de allí
yo y aquella democrática "Beatriz" en uniforme)
                                                                                   pero
lo irreparable ya estaba consumado allí, en la frontera
de los dos Berlines,
para mí: cuarentón seducido por un policía.

domingo, 18 de septiembre de 2016

"Homo plus" de Frederick Pohl


    El personal del proyecto se había aislado del resto del mundo. Si podían evitaban mirar las noticias de la televisión y no leían en los periódicos más que las gacetillas deportivas. Para las altas esferas, la explicación, la explicación era que no tenían tiempo, pero no era esa la razón. La razón era, sencillamente, que no querían enterarse. El mundo se había vuelto loco, y el extraño aislamiento dentro del gran cubo blanco del edifico del proyecto les parecía sano y real, mientras que las revueltas en Nueva York, la encarnizada lucha en torno al golfo arábigo y las masas hambrientas de lo que solían llamarse 'las naciones en desarrollo' les parecían fantasías sin importancia. (p. 103)

     Estas no son las primeras líneas con las que empieza la novela de Frederik, pero sí podrían haber sido aquellas con las que hubiera podido comenzar. Sirven desde luego para ponernos en situación, para saber qué mundo ha creado en sus imaginaciones el escritor de Mercaderes del espacio o Pórtico. El escenario no nos es desconocido: el mundo está al borde del colapso y necesita ser salvado. ¿Su última esperanza? Que el imperio yanqui llegue a Marte. No parece muy prometedor el argumento. De hecho, por obvio, puede echarnos para atrás. Ahora bien, resulta casi un reto hacer que con esas premisas se consiga un libro decente. Frederik consigue eso... aunque no mucho más.

    Los primeros momentos de la novela nos van exponiendo la situación en la que se plantean todos los medios en marcha para poner a punto el proyecto de colonización de Marte. El proyecto pone especial cuidado en la parte más importante y más endeble: la creación de un hombre que pueda vivir sin apenas recursos en el que será su nuevo hábitat. A tal fin se hacen todo intervenciones quirúrgicas y de todo tipo que dan como resultado un monstruo o un nuevo hombre mejorado (a gusto de quien lea la novela). A esta parte se dispone casi todo el libro, donde el protagonista, Roger Torraway, sufre cambios considerables en su cuerpo. Durante el proceso se describen los estados de ánimo del personaje, las pruebas a las que debe hacer frente y su posterior aventura en el planeta rojo.

    Aquella letanía se endulza para el lector con la introducción de una serie de personajes, muy pocos, que dan algo de vida a la novela. Con ellos se acarameliza la lectura. Aun cayendo en ciertos tópicos, consiguen cumplir su papel y salvar de algún modo la novela. Entre los tópicos explotados en el elenco de personajes tenemos el científico taimado, presentado en la figura de Alexander Bradley y Don Kayman, científico y religioso (aunque por el rol que desempeña más bien debería decirse al revés). Entre ellos se pone de manifiesto dos actitudes algo reducidas pero muy comunes: el científico que solo se preocupa por la investigación y aquel que preocupado precisamente por estos indivuduos tiene en consideración las repercusiones y ciertos compromisos. En otras palabras, uno es el contrapeso del otro: mientras uno solo se compromete con conseguir resultados el otro se compromete con que esos resultados no signifiquen la anulación de la libertad moral de Roger Torraway. Exceptuando estos dos personajes, ocuparán algunas páginas otros dos: la mujer del protagonista y una inquietante enfermera, cuyos papeles en la novela ya descubrirá el lector.

    Con aquel reducido elenco Frederik nos lleva desde los laboratorios americanos a Marte, con un estilo bastante pobre hay que decir, que adolece de virtudes literarias. Con todo, no es soez y, mal que bien, se las apaña para entretenernos. Pesa muy desfavorablemente el hecho de que la narración de lo que se hace en los laboratorios ocupe más dos terceras partes de la novela sin que ocurra nada significativo. En un primer momento pareciera que se nos plantea un dilema: lo que las instituciones o los gobiernos pueden llegar a hacer con una persona sin que esta tenga elección, pero este sería un falso dilema. Ello se debe a que todo está justificado tras la misión de "salvar a la humanidad". Lo poco que en este sentido se muestra es para una cuestión práctica, que tiene que ver con el desarrollo del personaje principal. Quizá hubiera ayudado que esta parte se hubiera completado con una profundización en la psicología de los personajes, pero esta no es una novela que se caracterice por personajes sólidos y complejos. No son planos, pero desde luego no son memorables. El resultado es un novela entretenida, pero nada más. Los premios que tuvo esta novela sirven a eso que popularmente se dice de "mucho ruído y pocas nueces".






viernes, 9 de septiembre de 2016

"El conde Luna" de Alexander Lernet-Holenia


    Hay ocasiones en las que uno coge casualmente uno de los libros de sus estanterías y no sabe cómo ni por qué demonios lo adquirió. Sin recordar el momento de la adquisición se pregunta si  merecerá el lugar que ocupa o por el contrario es un intruso poco deseable entre el resto de libros. En esta ocasión mi sensación inicial se vio acompañada por la curiosidad que despierta la portada. Sí, muy probablemente comprara este libro por la portada (y el buen precio que tuviera en alguna librería de viejo). Sea como fuere me dispuse a leer la novela sin mirar mucho por la red en busca de alguna reseña que lo recomendara (o no).

    Comenzadas las páginas no veía nada particular: el relato de las fortunas y vaivenes de una familia rusa que tras generaciones acaba bien afincada. Uno de los vástagos de la estirpe, Alexander Jessiersky, es el protagonista de esta historia de autor austríaco. El protagonista descendiente de aquella familia nos resulta algo anodino: Alexander, sin vicios ni rasgos particulares, pertenece a esa acomodada clase que disfruta de los beneficios de una gran empresa. Su vida pasa apaciblemente de reunión social en reunión social, tiene un linda mujer y varios hijos. Entre tanto los negocios no le pueden ir mejor pues las ganancias parecen aseguradas. Pero, como es previsible, algún quiebro en su fortuna debía haber. El que sucede es el siguiente: ocupado en su esparcimiento, el protagonista deja en manos de otras personas el control de su empresa. Sin saberlo, estos adquirirán unas tierras de una forma poco noble y que tendrá como consecuencia que el antiguo propietario acabe en los campos de concentración.
Alexander-Holenia

    Aquel evento va a ser el desencadente, el punto de inicio real de la historia, pues a partir de dicho momento la historia se centra, empieza a contar algo: la obsesión del protagonista. Es normal que cualquier persona que no sea excesivamente malvada muestre arrepentimiento, aun no habiendo hecho nada directamente, ante un suceso así. En efecto, Alexander mostrará gestos de malestar intentando ayudar al pobre desgraciado en los campos de concentración y visitando a sus parientes... Jamás ha visto a aquel al que ha arruinado la vida, pero traumatizado por este hecho comenzará a buscar sus orígenes, que resultan ser nobiliarios. Afaenado con libros de heráldica y nobleza se va sumiendo en un mundo cada vez más pequeño, que anula todo lo que no sea él y el conde Luna, el antiguo propietario de las tierras expropiadas. Así comienza a desatender a su mujer -cosa que tendrá consecuencias en el relato-, sus negocios y, en general, su vida en favor de una investigación obsesiva del conde... y de la constante sensación de ser cercado, puesto en peligro por su presencia errática, pues cree que este todavía vive y le acosa a él y a su familia. Testimonios de esa presencia errática son los momentos ambiguos, en los que se juega con lo ilusorio, dando lugar a un cierto aire fantástico en el relato. Sumido en la ilusoria o real presencia del conde -que el lector nunca podrá discernir del todo- se produce un profundo cambio en Alexander: se transforma en lo que él percibe como su contrario, su opuesto:

(...) verdad que ahora Luna pretendía ejercer su venganza sobre Jessiersky desde la oscuridad, pero también él, Jessiersky, se alejaba de la luz para alcanzar a Luna en la oscuridad, convertía su luz en la oscuridad de manejos igualmente desdeñables como eran los de Luna, y trataba de llevar a la luz aquella oscuridad. Porque en el fondo no hay mucha diferencia entre las personas que obran en oposición; ya por el hecho de obrar así, por el hecho de que no se puede crear algo opuesto sin que exista lo que se le opone, obran en realidad del mismo modo." (p. 62)

    Dicha reflexión de Alexander-Holenia es la base de la obra que nos lleva desde Europa del este hasta las catacumbas de la ciudad de Roma. Hasta entonces Alexander intenta protegerse de diversos modos del conde Luna... ¡Llega a pensar que hay cierta relación entre la luna y el conde Luna! Esto último nos hace ver que el propio Alexander deshecha cualquier explicación racional y comienza a creer en poderes que tendría el supuesto conde. Con esa idea urde un plan que es el que le lleva al trágico final que el lector habrá descubrir... en realidad no, pues ya en el principio se nos dice cómo termina.

    Es esta una novela curiosa, que juguetea con lo fantastico, que lo roza, pero que no lo muestra. Las apariciones inexplicables de Luna, las catacumbas, la conversación al umbral de la muerte, entre algunos elementos más del libro, nos sitúan en ese "aire" que no termina de germinar en una obra de pletórica fantasía. Es por eso que calificar esta novela como fantástica es complicado, pero tampoco se puede decir de ella que sea realista. En esa zona ambigua, es en la que se mueve la novela. Para mi gusto esa ambigüedad no está mal empleada -de hecho hay momentos en que ha conseguido captar mi interés- pero esto no se traduce en una lectura que vaya más allá de lo inquietante. Y a aquello le hace un flaco favor un final en el que no se resuelve la historia. En lugar de ello, se nos ofrece una conversación pretenciosa y bizantina entre el moribundo Alexander y unos fantasmas.





sábado, 3 de septiembre de 2016

"La sabiduría antigua" de Giovanni Reale

 
   Giovanni Reale es conocido por sus escritos académicos que se centran, principalmente, en la exégesis moderna de los diálogos de Platón. Su saber, dispersado en muchas obras, ha contribuido de manera benéfica a ampliar nuestro saber histórico de la antigüedad. En esta obra suya de 1995 se propone salir un poco de su especialidad... sin hacerlo realmente. Lo que pretende es llevar o arrastrar los problemas que plantea a su propio terreno. ¿Cuál es el problema que suscita las 250 páginas que nos presentó la editorial Herder hace más de dos décadas? La respuesta será acaso sugerente para el lector moderno, contemporáneo. Ya nos pone sobre aviso el subtítulo de la obra: Tratamiento para los problemas del hombre contemporáneo. No, no es un libro de autoayuda (aunque algunos fragmentos caigan en ello). Por el contrario es un análisis, algunos dirán que lúcido, en el cual se nos presenta por un lado un diagnóstico de nuestro tiempo y también una solución.

   ¿Cuál es el diagnóstico y cuál la solución? El diagnóstico vendrá elucidado de la mano de Nietzsche, al que se sitúa como un visionario que adelantó los males de nuestro tiempo. Perdón, no es el propio Nietzsche el que es empleado en la obra. Más bien es la lectura que Heidegger hiciera de él. Con los ojos de ese Nietzsche es con el que se pretende ver y analizar nuestros días, en los cuales, se dice, ha triunfado el nihilismo, con la consiguiente negación y trivialización de todo valor. De la negación de los valores, a los cuales se considera ficciones creadas para que relacionarse con el mundo sea más fácil, más cómodo, y de las cuales no surge nada. La negación de toda jerarquía de valores, el considerar las figuras concretas de la abstracción (conceptos, valores, etc) como quimeras lleva al hombre a una situación de inquietudes e inseguridades en la vida moderna. La seguridad de los antiguos es sustituida por la nada etérea, pero envolvente, de la modernidad. Este es el diagnóstico, pero ahora queda saber cuál es la solución. Como dijimos Reale pretende hacer como si saliera de su terreno académico, cuando lo que en realidad hace es arrastrarlo hacia sí, hacia sus estudios. Esto lo hace diciendo que la solución a los problemas actuales está, en buena medida, conociendo lo que los antiguos griegos pensaron y dijeron. En las palabras de Platón y Aristóteles se hayan respuestas, alternativas y soluciones a los problemas de la modernidad.

    Son nueve los problemas de la modernidad según el autor. El cientificismo, considerar que la felicidad se haya en los bienes externos o el materialismo son algunos de esos nueve problemas. Problemas que siempre trata del mismo modo: habla de ellos, nos dice que son muy malos y finalmente nos explica qué decían Platón y Aristóteles. En este sentido el libro es considerablemente previsible. Su previsibilidad no guardará recovecos o sorpresas al lector, que verá esa estructura repetida no una, sino nueve veces, en detrimento del posible entretenimiento que el libro hubiera podido ofrecer. El libro no nos deleita en este sentido con una original disposición de sus elementos... Pero es que tampoco lo hará con el modo de exponer la cuestión. Ello se debe a que este autor es incapaz de tratar un tema sin citar. Citar no es un crimen, pero presentar un libro de citas ordenadas no me parece del todo decente. En efecto, de las de las 250 páginas del libro al menos 150 serían, sin riesgo a equívoco, citas. La incontinencia a la hora de citar por parte de este autor es patente... hasta el punto de hacernos plantearnos qué es lo que él dice, ya que casi todo lo dicen otros. 

    Respecto a eso último, a lo que Reale expresa (que la solución a los problemas de nuestra era está en las palabras del pensamiento antiguo) tengo dos objeciones:

    1) El saber de la antigüedad no se haya solo en Platón y en Aristóteles. Pretender, sin decirlo, que todo se concentra ahí, es una caricatura histórica. Que esos sean los autores más importantes de la antigüedad se debe, en buena medida, a que la criba de textos que se ha hecho a lo largo de los siglos ha sido bondadosa con ellos. Pero, sin embargo, esto no hace que en su mismo tiempo ellos fueran los más importantes. A Aristóteles por ejemplo no se le leyó apenas hasta bien entrada la antigüedad. Es por esto que no es la sabiduría de los antiguos la que nos enseña Reale, sino la de algunos antiguos.
   2) En caso de que lo primero no fuera cierto habría un nuevo problema: que solo los doctos que tengan conocimiento del pensamiento antiguo tendrían los fármacos para combatir los males de la modernidad. Si consideramos esto entonces este libro no serviría, por ineficaz, para "tratar los problemas del hombre contemporáneo" pues serían unos pocos (y no la sociedad en general) los que pudieran tratar esos males.

    Atendiendo estas dos razones me parece un libro fallido, que no termina de solucionar aquello que pretendía. ¿Qué más se le podría añadir a este libro? Una mala edición: no es solo que en la portada hayan mostrado poco empeño (una imagen pixelizada), sino que además el libro está repleto de faltas ortográficas y hay alguna ocasión en la que el traductor olvida la noble lengua castellana para abrazar el indio. Un fragmento puede ser un buen ejemplo: "Ningún hombre vivir sin unirse al otro en el amor" (pág 169). No pretenderé, sin embargo, decir que este libro es una basura aunque sí remarcar que en ocasiones algunos pasajes son dignos de un libro de autoayuda. Un ejemplo nos tendrá servir aquí también:
"(...) no trates de aumentar aquello que tienes, sino trata de lograr que aquello que tienes esté en armonía con lo que eres.
 
    Si quieres aumentar aquello que tienes (los bienes exteriores), debes aumentar consiguientemente aquello que eres (los bienes interiores)". (pág. 251)
    Eliminando tales pasajes hay que considerar que al menos el libro tiene una parte buena, haciéndonos recordar algunos puntos de vista de los pensadores antiguos. Quitando eso, me parece un libro torpe, poco útil y en general poco agradable por la forma que tiene el autor de exponer. Queda ahí mi opinión de este libro del que creo que más de alguno alabará simplemente por ser de quien es.