lunes, 24 de octubre de 2016

"Cuentos de los tres hemisferios"


     Con menos relieve que otras figuras del mundo creativo de lo fantástico, Lord Dunsany ha gozado de una atención intermitente y gradual por parte del mundo editorial hispánico. Si bien ha sido publicado una parte de sus libros, no ha sido partícipe de la fama de otros más modernos. Con un nombre bastante largo para ser recordado, prefirió llamarse así mismo por su título nobiliario, del que creo que fue el décimo octavo. Sin importarnos qué lugar ocupa en el complicado mundo de las dinastías nobiliarias, nos interesa su faceta creativa que nos ha legado el que parece un rico mundo de referencias irreales. Sin saber mucho del que fuera noble, y siendo el primer libro que de él leo, conjeturaría que quizá fue heredero, o que al menos compartió la paternidad, del redescubrimiento de la literatura épica que tuvo honda resonancia en la literatura irlandesa. Yeats, Lady Gregory o James Stephens daban voz, al igual que Dunsany, a pasados escenarios de la épica (sin tentativas políticas o culturales, al parecer, por parte de Dunsany).

    Pero poco nos importa que Dunsany se inspirara en unos o que esos "unos" se inspiraran en él, sino que de la mano de este soldado, cazador, (y otras muchas otras) cosas salieran relatos tan deliciosos como los que nos presenta Espuela de plata. Son relatos breves en su mayor parte al principio y, finalmente, tenemos otros más largos y con cierta unidad argumental. De los primeros, agrupados bajo el título que da nombre al libro, tenemos breves narraciones, que con muy pocos elementos construyen mundos sólidos, de antigüedad inmemorial, y que consiguen despertar el espíritu imaginario del lector. Tienen un aire familiar al de una historia mitológica, en un mundo en el que hasta las piedras pueden estar vivas, donde se viven vívidos combates o venganzas de dioses enfurecidos. Del primero tenemos ejemplo en Una hermosa batalla; del segundo, en De cómo los dioses vengaron a Meoul Ki Ning. La marca de lo imaginario, a pesar de lo dicho, no está inscrita en todos los relatos con la misma fuerza. Los hay cuya presencia de rasgos fantásticos es mínima. Para los que no prefieran esos, seguro que los tres últimos, cuyo título es Más allá del mundo, quedarán algo más satisfechos. Se deja en estos la brevedad de los primeros relatos, al igual que su fragmentariedad. Más amplios y con una historia en común, Lord Dunsany recrea historias en tierras imaginarias que él mismo descubre tras llegar a una tienda en Go-By Street. 

    El conjunto de los relatos de una antología suele presentar desniveles y desajustes entre sus varias historias, pero este de Dunsany es bastante parejo en su calidad. Los primero relatos, por su brevedad, son muy elogiables: es difícil inspirar un aire de fantasía en apenas dos o tres páginas, pero este autor inglés lo consigue... Cuánto deberían aprender modernos autores fantásticos que necesitan de cinco, o hasta seis libros, para decir algo. ¿Qué decir de las ciudades y de los efímeros crepúsculos y amaneceres de Más allá del mundo? Cada uno de los relatos que nos brinda esta antología es una pequeña pieza de artesanía, a la vez que un sofisticado artefacto de evasión de lo cotidiano. Como el campesino que protagoniza Oriente y occidente, Lord Dunsany se aleja de su tiempo con el poder evocador de otros mundos distintos, más nobles y con aire menos putrefacto que el nuestro. Así dice de aquel campesino a propósito de los asuntos de algunos occidentales:

"Cuando hubo terminado de comer, repasó concienzudamente su experiencia recreando en su interior cada detalle de los carruajes que había visto, pero desde allí su pensamiento se fue deslizando a los tiempos innobles anteriores a la llegada de la calma y, aún más allá, a los días felices del mundo en que dioses y dragones habitaban la tierra y China era joven. Luego, encendiendo su pipa de opio y dejando fluir sus pensamientos, contempló la futura edad en que ha de producirse el regreso de los dragones.
   (...) Entonces su pensamiento se dirigió a la forma de Dios (...), y le dio las gracias por haber eliminado  de China todas las malas costumbres y enviarlas a Occidente igual que la mujer que arroja la suciedad de su hogar a los jardines vecinos." (págs. 38-39)

    Como ese campesino del que nos habla Dunsany, nosotros, modernos ciudadanos de occidente, nos sumergimos en esos añorados mundos en el que los dioses y otras estirpes imaginarias no nos son extraños. Creo que queda bastante claro que me ha gustado el libro. No será la última vez que lea a Dunsany ni será uno de esos cuyo nombre uno desatiende en las librerías de viejo o de nuevo. 

jueves, 13 de octubre de 2016

Sobre el Nobel

   Quizá uno de los signos de decadencia de una civilización se entrevea cuando se mezcla o trastoca el sistema de valores que le es propio. Hoy lo vimos cuando unos señores involucionaron dos mil años y, como los griegos, no supieron distinguir nítidamente entre música y literatura, entre oralidad y texto. Por mero afán de generar ruido han infligido un ataque contra la cultura escrita (y a la intimidad que esta comporta) para volver a la sonora cultura de los antiguos. Que se confunda en una alta institución la cultura escrita que nos es propia es signo de cambios y trastocamientos de las más elementales ideas que, hasta hace poco, teníamos claras.

lunes, 10 de octubre de 2016

Gabriel revisitado de Domingo Santos

         Infravalorado como género, la ciencia ficción vive una extraña situación en nuestros días, pues mientras es mirada con recelo por gente supuestamente adulta (y culta), es, al mismo tiempo, la que se hace hueco en las mayores producciones de nuestros días. El género da cabida a los planteamientos más novedosos y singulares, y estos, aprovechados por la industria en forma de films o videojuegos, alcanzan un elevado éxito.

    Contra esta injusta, a la vez que hipócrita, situación luchan algunas voces. De dentro del género, por supuesto, que no cejan en su empeño de dignificar las temáticas que recoge la nueva literatura. Parece que en esa pertinaz lucha ha ocupado un lugar no menor la figura de Domingo Santos, quien ha ejercido las difíciles tareas de la traducción con el mismo empeño que las labores editoriales. Esta faceta me resulta, sin embargo, tan desconocida como la de ser escritor del género. Este es su primer libro que he leído y, aunque en primer momento su título me echó para atrás, las numerosas críticas a su favor me hicieron adentrarme en sus páginas. Estas palabras que escribiré aquí conformarán otra de esas críticas favorable.

    Temáticamente puede que esta no sea una novela que sea revolucionariamente nueva... ¿Pero quién apetece de esto después de un siglo de defensa de lo nuevo en el arte y la literatura? Yo, desde luego, no. De hecho prefiero narraciones contenidas, sin amplias pretensiones estilísticas, temáticas, pero capaces de decirnos algo. En esto último quizá Gabriel revisitado pueda contarnos algo. Su punto de partida no es algo que no hayamos visto ya. Las historias de robots son muchas  sin duda, al igual que los enfoques que se han hecho de ellas. En muchos casos nos encontramos una tendencia a tratar este tema con cierta sospecha o suspicacia: siendo dioses creadores tememos que nuestros adanes tecnificados acaben con nuestro edén cómodo y artificial. Hay muchos ejemplos de esto, tanto en el cine como en la novela, y de esta intuición, afortunada o errada, bebe Domingo Santos para brindarnos una buena historia. Lo hizo en el 62 en una España, sospecho, ajena a las preocupaciones que vinieran de robots y relatos elucubradores. Esa versión, que no tengo y de la que no puedo opinar, fue reescrita hace poco, en 2004. La intención del autor era "ponerla al día". No se si ha triunfado en ese empeño.

     La nueva versión nos pone ante la situación de la creación de un robot de caracteres nuevos. Más allá de incorporar los mejores elementos, los más novedosos y potentes, se intenta que estos no estén encaminados a un fin concreto. En otras palabras: se procura que el nuevo robot sea libre. De esta primera situación se nos irá llevando a través de las experiencias del robot, al principio meditadas con racionalidad fría, pero que finalmente se sopesan por el candor de una conciencia que no obedece solo a la estricta lógica. Este robot será como los seres mitológicos que obedecen a dos realidades. Gabriel es la versión tecnificada de lo que fuera un minotauro o una sirena: dos naturalezas en una. El juego y el desarrollo de esas naturalezas ocupan la novela, quizá no de forma genial, pero sí de forma interesante explorando temas como el libre albedrío de un ser mixto, o la finalidad a la que este deba dedicarse. Por supuesto se hará eco del tradicional miedo que es expresado ante una máquina que no siga necesariamente las órdenes de los hombres. Esta es en buena medida la problemática que vertebra la obra.... pero alejándose de ella. En este caso la humanidad no ha de preocuparse: de hecho están sobradamente protegidos. Las máquinas de Domingo Santos son especialmente generosas con la humanidad. He aquí donde da un vuelco la figura del robot en esta novela, en la que es tratado como un salvador, un arconte de la humanidad que, pese a su función benefactora, no es muy bien recibido. El robot se inviste así con la dignidad de un mártir. Tal tema lo trata deliberadamente el autor:

"Tienes todos los elementos para convertirte en el nuevo mesías de la mecanizada humanidad actual. Tienes todos los condicionantes clásicos para ello. No naciste de hombre y mujer. Moriste a manos de la Robotics pero resucitaste al tercer día. Has venido a la luna a predicar tu apostolado de paz y convivencia. Y los selenes están dispuestos a crucificarte. Cualquier secta, cualquier religión, te convertirá inmediatamente en su dios venido a predicar entre los hombres." (p. 260)

    En efecto, el robot de Domingo Santos es una figura amable que deberá primero huir de sus creadores, para luego buscar fortuna a la hora de calmar las tensiones que crecen entre nuestro planeta y la futura colonia de la luna. De sus desventuras surge este libro, que en buena medida podríamos decir que es un "bildungsroman"  de la ciencia ficción. Quizá este bildungsroman no toque todas las teclas con la precisión excelsa que caracterice a las grandes obras, pero no cabe duda que es un buen libro, aunque algunos de sus planteamientos queden atrás por ingenuos.

miércoles, 5 de octubre de 2016

Sobre el progreso en los antiguos y algunos más modernos

     Boccaccio en su Genealogia deorum señalaba que el arte y la técnica solo pudo desarrollarse entre los hombres merced al descubrimiento del fuego. Descubrimiento este que está ligado a Vulcano. Tras ese don que es concedido a los hombres, nacerá el lenguaje de forma gradual. Primero los hombres señalarían el fuego con gestos y de ahí pasarían al empleo de sílabas. Sería cuestión de tiempo que de estos sonidos inarticulados pasaran a fórmulas más complejas, a los lenguajes ordenados.

   Esta teoría sobre el desarrollo humano que expone el literato italianos del s. XIV es deudora de ciertos comentarios que hiciera un tal Servio a Virgilio pero, evidentemente, no podía conservarse de tal modo. El pensador cristiano disculpa al pagano Virgilio diciendo que es Adán quien dio realmente el nombre a las cosas. Poca importaba esto pues lo que estas ideas expresan es la pervivencia de ciertos pensamientos de la antigüedad que creyeron y expusieron Lucrecio, Vitruvio y otros. Estos pensadores, en palabras de Panofsky
 "imaginan el avance de la humanidad como un proceso completamente natural, debido exclusivamente a los dones innatos de la raza humana, cuya civilización empezó con el descubrimiento del fuego, explicando cualquier clase de desarrollo posterior de una forma perfectamente lógica." (Estudios sobre iconología, p. 52)
    A estas ideas les pondría imagen un pintor del Renacimiento: Piero di Cosimo. En uno de sus cuadros (justo el de debajo) aparecen en el lado derecho, al fondo, cuatro hombres trabajando en el armazón de una casa con troncos bastos, justo como Vitruvio pensaba que serían al principio de la civilización. En la parte izquierda encontramos a Vulcano con la pierna rígida y delgada, junto a un yunque, dando forma a una herradura. Tras el fuego se halla Eolo y, en el centro, una figura algo encogida que simboliza la aurora o el inicio de la civilización.

Vulcano y Eolo como maestros de la humanidad
    El despertar de la civilización halla representación pictórica no solo en este cuadro, sino también en otros del mismo pintor. El mito de Prometeo sería un ejemplo. En esta pintura, algo posterior a la anterior, podemos observar cambios patentes en las figuras humanas que integran el cuadro: representan un grado de desarrollo más avanzado en la sociedad humana. Este cambio representativo de los hombres con un dios (Prometeo) o con otro (Vulcano) halla de nuevo explicación gracias al Genealogia deorum de Boccaccio. El poeta distingía dos tipos de fuego: uno que corresponde a Vulcano y otro que es propio de Prometeo. Mientras que el primero está ligado a la resolución de problemas técnicos o prácticos (contrucciones, industrias y artes), el fuego de Prometeo tiene una mayor relación con las tareas intelectuales y discursivas.

El mito de Prometeo

    ¿Qué ocurriría antes de que el fuego de Vulcano o el de Prometeo alumbrara a los desvalidos hombres sin don o habilidad alguna? Tal cosa se planteó Piero di Cosimo en las tres tablas tituladas La vida humana y la edad de piedra. Aquí, los hombres, sin auxilio de fuego alguno son presentados desnudos y sin herramienta alguna con la que procurarse las mejoras que acompaña la civilización. En las tres tablas aparecen, invariablemente, un fuego abrasador del que huyen hombres y bestias por igual. Este es el mismo fuego que estaba en la imaginación de Plinio, Vitruvio o Lucrecio cuando imaginaban el inicio en el que el hombre domina (o empieza a dominar) las artes. Según Panofsky, todos los relatos antiguos y modernos que tomaban esta historia de Vulcano y Prometeo concordaban en distinguir tres momentos claros del desarrollo humano: "ante Vulcanum", "sub Vulcano" y "sub Prometheo". Las tres tablas se centrarían en la primera fase; Vulcano y Eolo como maestros de la humanidad se ubicarían en el segundo período. El hecho de que no haya elegido un cuadro ambientado en el tercer momento de la historia no es casual:

    "Como Lucrecio, Piero concebía la evolución humana como un proceso debido a las dificultades y talentos innatos de la especie. Y para simbolizar estas facultades y talentos, así como las fuerzas universales de la naturaleza, sus cuadros glorifican a los dioses y semidioses paganos que no eran creadores como el bíblico Jehová, sino que simbolizaban y revelaban los principios naturales indispensables para el progreso humano. Pero, como Lucrecio, Piero era tristemente consciente de los peligros que comportaba este desarrollo. Simpatizaba cordialmente con el ascenso de la humanidad más allá de las bestiales rudezas de la edad de piedra, pero lamentaba cualquier paso más allá de la época sencilla que podríamos llamar el reinado de Vulcano y Dionisos" (Estudios sobre iconología, p.75).

    Como vemos, para Piero apartarse en exceso de la vida primitiva conlleva riesgos... Pero más allá de sus naturales reservas (con las que muchos hoy estarían de acuerdo) todos estos datos atestiguan que había confianza en las fuerzas ínsitas al hombre, que le permiten enseñorearse de cuanto le rodea... Idea esta que haría fortuna durante el Renacimiento y muy posteriormente.


Bibliografía:

    -Panofsky, Erwin, Estudios sobre iconología, Alianza, Madrid 2008.

martes, 4 de octubre de 2016

"El silencio de los animales" de John Gray


    Creo que es evidente que, hoy por hoy, con la cantidad de libros que se publican anualmente no se puede de ningún modo abordar todo lo que se publica. No hay lector, por voraz que sea, que pueda hacer frente a los miles de títulos que salen de la imprenta. Al final lo que se suele hacer es buscar una lista de "recomendados" o acudir a aquellos que son más mencionados. Otros tenemos manías más peculiares y nos apegamos a ciertas editoriales, confiando en el buen hacer de esa o aquella editorial. Esto me pasaba con Sexto piso, a la cual he tenido siempre en alta estima... pero supongo que tenía que llegar algún libro que estropeara el catálogo... Algo, entiendo, inevitable en cualquier editorial con una vida duradera. 

    El libro que puso una marca negra en una editorial sin mácula (para mi) era el de un inglés: John Gray. Desconocido a mis oídos y parece que un nombre no muy antiguo en los catálogos editoriales de nuestro país -no perderé tiempo diciendo qué se ha publicado de él-. El título ya promete ser corrosivo y de procurar una ácida crítica a nuestros tiempos. Deja pocos misterios sobre qué versarán las páginas que lo componen. Faltaba ver, sin embargo, de qué modo presentaba su crítica. Su tesis, por ir al grano, es la siguiente:

"La fe en el progreso es un vestigio tardío del cristianismo primitivo, y se remonta al mensaje de Jesús, un profeta judío disidente que anunciaba el fin de los tiempos. Para los antiguos egipcios, como para los antiguos griegos, no había nada nuevo bajo el sol. La historia humana se encuadra en los cielos de  la naturaleza. (...) Al crear la expectativa de un cambio radical en los asuntos humanos, el cristianismo -la religión que San Pablo se inventó a partir de la vida y las palabras de Jesús- fundó el mundo moderno." (p. 17)
    Ya desde el principio debería sonar una sirena roja en nuestras cabezas ante una dificultad: ¿si el mito del progreso estaba inserto en el pensamiento cristiano qué tiene de moderno? En este sentido la tesis central entra en conflicto con el subtítulo de la obra. Pero concedamos que esto no fuera así: en ninguna parte del libro se explica la relación y el desarrollo entre la idea de progreso que hubiere en el cristianismo y la moderna. Esta será una buena muestra de cómo escoge, desarrolla y explica los asuntos este autor: de forma deshilvanada, dispersa, haciendo uso de la afirmación y casi diría que sin ningún rigor argumentativo... No es que haya una mala argumentación, es que simplemente no la hay: apela constantemente a la afirmación de lo que piensa. De hecho hace un flagrante abuso de la falta de argumentación, despachando autores centrales del pensamiento y corrientes con un par de líneas (a veces le basta con una). De Nietzsche dice que su filosofía "proviene de una exagerada fantasía" (p. 103) sin añadir nada más. Eso le basta para refutarlo. No es que sea muy amigo del pensamiento de aquel pensador germano, pero tratar de ese modo su pensamiento, sin la más mínima indagación de de filosofía es un despropósito. En ocasiones comete errores manifiestos. La idea de progreso es la que más páginas acapara de este ensayo y hay un determinado lugar (p. 67) donde dice que esta idea es propia del mundo moderno y que no puede encontrarse entre los más sabios pensadores del mundo antiguo. Bien, pues parece olvidar a Plinio, Lucrecio y Vitruvio.

    Conforme avanza el ensayo continua lanzando ataque torpes contra lo que él considera que son mitos modernos: el liberalismo, el socialismo, dedica algunos dardos contra la economía y sus planteamientos actuales... Todo ello nos lleva a un diagnóstico: hay una corriente de pensamiento que se inicia con Sócrates, perpetuado en el critianismo, y que nos ha extraviado de diversas formas que él va indicando a lo largo de la obra. Es de señalar que el Sócrates que critica es el personaje que nos presentara Platón... Obvia que se hicieron de su pensamiento y figura otras semblanzas como ejemplifican los escritos de Jenofonte o las enseñanzas de Antístenes. Es curioso así mismo que critica todo el pensamiento filosófíco pero, sin embargo, no disecciona ninguna obra filosófica. Se limita, mayormente, al empleo de literatura y poesía a la hora de elaborar el ensayo. Esto no es, per se, ningún problema pero no es posible criticar el pensamiento filosófico sin examinar parte de sus obras de manera concienzuda. Hacer eso sería como criticar todos los conocimientos de anatomía sin recurrir a uno solo de los libros que se han escrito sobre dicha materia. Estos "palos de ciego" no son ciegos del todo, en la medida en que sirven a una serie de intuiciones afines  a destruir la cosmovisión del hombre occidental en la que este ocupa el centro. El objetivo de John Gray es situar al hombre como un mero animal más... Por supuesto no indica dónde fallan las argumentaciones antropocentristas; solo afirma que están en un error y que hay que ir más allá de las palabras (en forma de mitos y explicaciones más o menos convincentes) y sumirse en silencio de los animales.

     A los reproches añadiría alguno más pero la verdad es que no considero que sea necesario. Para ser justos, diré que el libro no es infumable: lo que le falta de rigor lo gana en amenidad. Pese a estar en desacuerdo en algunos puntos y ver que otros simple y llanamente están mal tratados, la obra se hace bastante ligera y agradable. La amenidad es algo que se aprecia, pero no solo. Un ensayo debe comprometerse con un examen cabal de la cuestión que va a tratar y, a mi juicio, este libro no lo hace. Siendo sincero, me tendrían que amenazar (o pagar) para que recomendara este libro.