Con menos relieve que otras figuras del mundo creativo de lo fantástico, Lord Dunsany ha gozado de una atención intermitente y gradual por parte del mundo editorial hispánico. Si bien ha sido publicado una parte de sus libros, no ha sido partícipe de la fama de otros más modernos. Con un nombre bastante largo para ser recordado, prefirió llamarse así mismo por su título nobiliario, del que creo que fue el décimo octavo. Sin importarnos qué lugar ocupa en el complicado mundo de las dinastías nobiliarias, nos interesa su faceta creativa que nos ha legado el que parece un rico mundo de referencias irreales. Sin saber mucho del que fuera noble, y siendo el primer libro que de él leo, conjeturaría que quizá fue heredero, o que al menos compartió la paternidad, del redescubrimiento de la literatura épica que tuvo honda resonancia en la literatura irlandesa. Yeats, Lady Gregory o James Stephens daban voz, al igual que Dunsany, a pasados escenarios de la épica (sin tentativas políticas o culturales, al parecer, por parte de Dunsany).
Pero poco nos importa que Dunsany se inspirara en unos o que esos "unos" se inspiraran en él, sino que de la mano de este soldado, cazador, (y otras muchas otras) cosas salieran relatos tan deliciosos como los que nos presenta Espuela de plata. Son relatos breves en su mayor parte al principio y, finalmente, tenemos otros más largos y con cierta unidad argumental. De los primeros, agrupados bajo el título que da nombre al libro, tenemos breves narraciones, que con muy pocos elementos construyen mundos sólidos, de antigüedad inmemorial, y que consiguen despertar el espíritu imaginario del lector. Tienen un aire familiar al de una historia mitológica, en un mundo en el que hasta las piedras pueden estar vivas, donde se viven vívidos combates o venganzas de dioses enfurecidos. Del primero tenemos ejemplo en Una hermosa batalla; del segundo, en De cómo los dioses vengaron a Meoul Ki Ning. La marca de lo imaginario, a pesar de lo dicho, no está inscrita en todos los relatos con la misma fuerza. Los hay cuya presencia de rasgos fantásticos es mínima. Para los que no prefieran esos, seguro que los tres últimos, cuyo título es Más allá del mundo, quedarán algo más satisfechos. Se deja en estos la brevedad de los primeros relatos, al igual que su fragmentariedad. Más amplios y con una historia en común, Lord Dunsany recrea historias en tierras imaginarias que él mismo descubre tras llegar a una tienda en Go-By Street.
El conjunto de los relatos de una antología suele presentar desniveles y desajustes entre sus varias historias, pero este de Dunsany es bastante parejo en su calidad. Los primero relatos, por su brevedad, son muy elogiables: es difícil inspirar un aire de fantasía en apenas dos o tres páginas, pero este autor inglés lo consigue... Cuánto deberían aprender modernos autores fantásticos que necesitan de cinco, o hasta seis libros, para decir algo. ¿Qué decir de las ciudades y de los efímeros crepúsculos y amaneceres de Más allá del mundo? Cada uno de los relatos que nos brinda esta antología es una pequeña pieza de artesanía, a la vez que un sofisticado artefacto de evasión de lo cotidiano. Como el campesino que protagoniza Oriente y occidente, Lord Dunsany se aleja de su tiempo con el poder evocador de otros mundos distintos, más nobles y con aire menos putrefacto que el nuestro. Así dice de aquel campesino a propósito de los asuntos de algunos occidentales:
"Cuando hubo terminado de comer, repasó concienzudamente su experiencia recreando en su interior cada detalle de los carruajes que había visto, pero desde allí su pensamiento se fue deslizando a los tiempos innobles anteriores a la llegada de la calma y, aún más allá, a los días felices del mundo en que dioses y dragones habitaban la tierra y China era joven. Luego, encendiendo su pipa de opio y dejando fluir sus pensamientos, contempló la futura edad en que ha de producirse el regreso de los dragones.
(...) Entonces su pensamiento se dirigió a la forma de Dios (...), y le dio las gracias por haber eliminado de China todas las malas costumbres y enviarlas a Occidente igual que la mujer que arroja la suciedad de su hogar a los jardines vecinos." (págs. 38-39)
Como ese campesino del que nos habla Dunsany, nosotros, modernos ciudadanos de occidente, nos sumergimos en esos añorados mundos en el que los dioses y otras estirpes imaginarias no nos son extraños. Creo que queda bastante claro que me ha gustado el libro. No será la última vez que lea a Dunsany ni será uno de esos cuyo nombre uno desatiende en las librerías de viejo o de nuevo.
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