viernes, 31 de agosto de 2018

"Calila y Dimna". Anónimo


   Libros que sobrevivan las épocas los encontramos con cierta facilidad, pero no textos que sean susceptibles de ser infinitamente alargados, aumentados y que, aun con esas adiciones, guarden sabor original. Calila y Dimna es uno de esos textos que no solo ha cruzado las épocas, sino que se ha enriquecido con su paso atrevido de tiempo en tiempo. Su origen se encuentra en la India, probablemente en torno al siglo II a. C., pero en su transcurso a otros tiempos y pueblos sufrió un recubrimiento que lo metamorfoseó. El texto original de la India guardaba una fuerte familiaridad con los textos védicos y se basaba en el Pachatantra. Un halo religioso era, por tanto, consustancial al texto, y prueba de ello darían las numerosas frases extraídas de los Vedas que se insertaban en él. Sin saber muy bien cómo, el texto llegó al mundo islámico para cambiar completamente.

    Cuenta el inicio del texto que el libro que se nos refiere era, ciertamente, atesorado en la India, donde un rey muy sabio lo guardaba. Cosroes, rey no menos sabio de la Persia lejana, encargó a un hombre docto que abandonara sus menesteres, y que se procurará de cuanto necesitase para partir rumbo a la India. A sus oídos había llegado la noticia de que había un texto muy importante, con numerosas enseñanzas para quienes quisieran ser sensatos y sabios. Preparadas las cosas, el docto partió más allá del Indo, donde el rey de aquellas tierras lo recibió con honores. Los honores concedidos no fueron óbice para que aquel rey se negara a entregar el texto. Sin embargo, y como muestra de respeto, dejó que lo consultara y leyera cuanto quisiera en vigilancia. Así, el sabio leía y leía, pero siempre prudente de memorizar con su ágil mente las palabras del libro, que luego él, con tranquila maestría, vertía en sus papeles. El libro fue de ese modo conseguido. Y sin saber el rey de la India de esta artimaña su textó guardó, ignorante de que su contenido ya estaba en las manos de Cosroes. Este rey, magnánimo como pocos, vino a decir su súbdito que pidiera lo que quisiera, que sus tesoros y prerrogativas le eran ofrecidas al sabio, y éste, poco ávidos de cosas materiales, pidió que su actividad y mérito constasen al inicio del texto que había traído a la corte persa. Su deseo fue atendido.

   Con esta historia, que todavía hoy tiene su atractivo y fantasía, comienza Calila y Dimna. Pero lo que hoy tenemos en nuestras manos es obra de un pasado menos fantástico. La edición árabe cuyas páginas pasan nuestros dedos, se la debemos a Abdalá Benalmocaffa (s. VIII d. C), que ya desde el principio muestra el cambio del ámbito religioso (Pachatantra) al sapiencial:
"Este es el libro de Calila y Dimna, obra de ejemplos y relatos compuesta por los sabios de la India con la intención de reunir las expresiones más elocuentes de la tendencia que ellos sustentaban. Porque los sabios de todas las religiones y lenguas siempre han reflexionado, sirviéndose en ello de toda clase de artificios y con el propósito de liberarse de sus defectos apoyándose en los defectos mismos. Y para mayos claridad hicieron que las bestias y las aves protagonizaran el libro, representando en ellas los conflictos. Con esto descubrieron un procedimiento retórico y una didáctica analógica."
                                                                                                             (Calila y Dimna, p. 90)

   Y verdad que no le falta a quien así introduce el texto en pleno siglo VIII. El libro, en efecto, es un variopinta amalgama de historias, siempre protagonizadas por criaturas del mundo animal y siempre representando las circunstancias de las sociedades humanas. Predomina los temas cortesanos (cómo prevenirse de los malos comentarios, envidias, enemigos, etc), pero sin olvido del resto de casos en que nos vemos envueltos en la vida. Cada uno se codea en esta existencia nuestra con el engaño, las envidias, traiciones y muchas otras cosas... Y justamente Calila y Dimna, con sus criaturas no cuenta historia que no nos hayan pasado, ni que nos puedan pasar, pues sus narraciones guardan el código de las maldad y astucia humana.

   Calila y Dimna nos habla de aquello, valiéndose  siempre  de una estructura de muñecas rusas: un rey indio, Dibxalim, pide a un filósofo que le instruya en tal o cual artimaña, en tal o cual emoción, en tal o cual problema. De ese modo intenta saber cómo gobernar a sus súbditos de un modo justo e inteligente. El filósofo da lugar entonces a un relato en el que unos animales protagonizan un carácter y actitud y, en el mismo transcurso de esta historia, se entremeten otras historias de carácter educativo y sapiencial. Este es el mecanismo perfecto para poder introducir indefinidamente historias de tono aleccionador. Diecisiete capítulos conforman el libro, pero bien podrían ser treinta y uno o cien, porque la estructura permite introducir cuantas se quieran. El mecanismo es como una rueca, que puede hilar mientras se le introduzca hilo. Por eso mismo el texto se ha visto ampliado en su transcurso histórico sin problema alguno.

   El origen oriental no puede quedar menos patente que en lo ya dicho, pues siempre se llama "filósofo" (en el libro representado por la figura de Paydeba) a aquel cuenta estas historias. El filósofo es el que enseña a vivir la vida, a sortear las circunstancias y darles correcto cauce. Esto es menos obvio en la figura del filósofo tal y como se desarrolló en el occidente latino, donde el filósofo era el metafísico, el lógico, aquel que enquistaba su mente en una tarea intelectiva valiosa, pero generalmente alejada de cómo vencer las circunstancias adversas o de cómo conducirse frente a las inquinas de la corte. El filósofo oriental, Paydeba, no es objeto de desarrollo en el libro. Tampoco es algo que se pretendiera por la naturaleza misma del texto, pues tanto él como el rey son el manto formal que anuda las dispersas historias concentradas. Su condición es permanente y transeúnte al mismo tiempo: al inicio y fin de cada historia se hacen presentes, pero rápidamente ceden paso a animales personificados, contándonos de esa manera lo que nos costaría más reconocer, quizá por orgullo, como propio de la humanidad.

    El conjunto es sin duda sobresaliente, y se sorprenderá el lector de nuestros días descubriendo una versión  algo distinta del cuento de la lechera. También otras historias nos resultarán familiares, aunque cambiados algunos elementos no sustanciales. No nos lleve a sorpresa esto, pues Calila y Dimna fue traducido  por orden de Alfonso X a lengua castellana y el libro no tardó en verterse al resto de lenguas europeas. Calila y Dimna ha sido hacedero tanto en la cultura musulmana como europea; por suerte, ahora podemos gozarla en varias ediciones. La que yo manejo, de Alianza (2008), ofrece una sucinta introducción con apéndice en el que se comparan varias historias del libro con desarrollos posteriores de fabulistas europeos (don Juan Manuel, Samaniego o Lafontaine, por ejemplo). Es recomendable leer este libro, si no en esta edición en otra mejor, caso de haberla. Cuando menos es curioso el racimo de historias que nos ofrece.


lunes, 20 de agosto de 2018

"La princesa en llamas" de Ru Emerson

   Todos tenemos viejas añoranzas. En mi caso siempre estuvo el poder conseguir los tomos de la colección de Nova fantasía. Algún tomo (dos o tres) pude ver de pequeño, y era muy difícil no quedar fascinado por sus portadas. Eran una promesa silenciosa, pero llamativa, de continentes adornados con mitologías y monstruos diversos, esos libros con los que se podía escuchar a algún padre regañón: "¡eso te va a dar de comer!".


   Hoy por hoy se pueden conseguir a muy buen precio esos tomitos, y en ello me hallo, cuando mis maltrechas arcas me lo permiten. Uno de los que así obtuve es de autora poco publicada en España. Ru Emerson es su nombre. En el mundo anglosajón tuvo su éxito, pero aquí apenas se publicaron dos o tres novelas, entre las que podemos contar este libro de portada que destila cierta influencia de Luis Royo -sin tetas ni culo, lo que advierte que no es de él-. La atractiva portada debemos atribuirla, sin embargo, a Juan Giménez, nombre que rápido despierta el recuerdo de "La Casta de los metabarones" . Pero volvamos a lo primero. Ru Emerson cuenta en este volumen con la presentación favorable de Miquel Barceló, buen conocedor del género fantástico. En las pocas páginas que preceden el libro nos esboza los marcos generales en los que se había desarrollado la espada y brujería, así como la fantasía en general. Estaba delimitado, el género, por un machismo flagrante, según Barceló, que comenzaba a atenuarse por diversas escritoras de aquel tiempo. Marion Zimmer Bradley y C. J. Cherry son nombres fuertes en el género, que le sirven de ejemplo. También Ru Emerson es añadida a la lista sin vacilación. Sin dudar de la verdad del introductor, no es menos cierto que esos nombres se hallan en la misma colección. El feminismo, o un supuesto feminismo, comenzaba a ser reclamo comercial hace ya unas décadas, como bien queda patente en este libro publicado en España en 1990.


    Dejando los preámbulos, vayamos con la historia. "La princesa de las llamas" pretende ser un mundo de fantasía, aunque es más caballeresco que fantástico (o eso parece pretender). Nos sitúa en un reino de corte medieval, donde un anciano decidido y fuerte, Alster, gobierna con sabiduría sus dominios, apoyado por los mercaderes y el pueblo y, de una manera más distanciada, por la nobleza de la que él se aleja. Acompañan al monarca un plantel de hijos. Por un lado tiene cinco herederos provienientes de su mujer, la reina, a la que él desterró por considerarla una trapacera de muy mal carácter. Sus hijos (Sedry, Hyrcan, Rolden y dos hijas), por tanto, no están en buenos términos con su padre. Solo la hija de una mujer sin cuna ni nombre que es llamada Elfrid disfruta de la compañía del anciano. El resto de hijos no hace sino esperar el momento en que el anciano rey deje sus poderes pues, como buen nido de víboras, pretenden hartarse en sus vicios y flaquezas. Como Alster goza de salud los primogénitos acaban por considerar que es momento de pasar hoja, de inaugurar un nuevo tiempo. El sucesor directo, Sedry, apoyado por sus hermanos, inicia de manera silenciosa una rebelión. Sus malas intenciones se ven coronadas por el éxito. Poco después de afianzarse en el trono, destierra tanto al padre como a su medio hermana, y los manda lejos del reino, sin protección, comida, cuidado y con la amenaza a todo aquel que les de asilo y comida en el reino. El antiguo rey enloquece al ver el proceder de sus hijos, al verse asaltado en su lecho por espadas que pensaba fieles. Así es como concluye la parte inicial de este libro. En los restantes dos tercios de la novela Elfrid intenta alcanzar la venganza contra sus hermanos.

   Hasta aquí he dado una descripción general del asunto de la novela, sin caracterizar demasiado a los personajes. En general puede decirse que no son muy llamativos. Sedry, el usurpador, es el arquetipo del suspicaz, que por sus malas artes y sus malos pensamiento queda atrapado. Hyrcan es simplemente el carnicero de la familia, un hombre empeñado en matar y en querer ser temido. Rolden es el bondadoso de entre los cinco hijos primogénitos. Juega un papel menor en el novela y de hecho aparece poco. Con menor peso ocupan el libro las dos hermanas, que tan solo al principio de la novela tienen una breve intervención y después ya poco se sabe de las mismas. En cuanto a Elfrid, ¿qué diremos sino que es la noble, la sensata y, en definitiva, el personaje al que van dirigidas todas las cartas favorables del libro? Este elenco, particularmente, no me ha resultado interesante pues sus personajes acaban como empiezan, sin que los hechos que acontecen en las páginas horaden o moldeen su carácter.

   Hay que añadir que los hijos de Alster y el mismo Alster tienen unos poderes, llamados "Dones", que consisten en cierta adivinación de mentes, pero esto apenas es explotado en la novela. Unos no lo dominan por falta de disciplina (Hyrcan) y otros sí (Sedry y Elfrid). Es una oportunidad desaprovechada, sin duda, el que Ru Emerson no haya empleado este elemento para enriquecer la trama. Como también lo es el uso de cartas del tarot para barruntar el futuro de los personajes. Este aspecto se desarrolla más en la novela. Tanto el empleo de las cartas como el asunto de los dones me ha recordado a Los príncipes de Ámbar de Zelazny, vestidos de otro y peor ropaje, resultando en un desaprovechamiento de los mismos.

   El mundo es también una oportunidad perdida por Ru Emerson. No se explota ni explica la religión. Esta queda sepultada por la invocación (muy poco informativa) a "los Dos". La religión es un matiz de color en el tapiz que es un mundo de invención. Aporta credibilidad. A propósito de esto último, no hay mapa, ni suficientes datos geográficos que permitan al lector "imaginar" el mundo que se propone. La corte también es un ámbito descuidado. El consejo de nobles, llamado Witan, es solo mencionado. No hay personajes nobles, o de otro tipo, que añadan subtramas de interés que muestren el malestar (o no) de las distintas clases sociales.

   Con estos elementos se construye un libro de 370 páginas en el que se simula un viaje interior del que nos avisan las partes en las que se divide el escrito. Estas son: "La bastarda", "El arzobispo" y "Elfrid". Todas ellas nos informan de que la protagonista, Elfrid, es vista cada vez de una manera. Por sus hermanos como una bastarda; por la sociedad, y aquí reservo cierto información para no desvelar nada, como un arzobispo. La novela termina con un personaje femenino que se define a sí mismo del modo en que quiere ser definido, sin que desde fuera se le asigne un rol y una función, como en las dos primeras partes. En este sentido, la novela es una búsqueda de la propia identidad femenina desmarcada de las definiciones del entorno. Aquí es donde, digamos, puede uno encontrar el mayor aspecto de "reivindicación" de la novela.

   Concluyendo: novela entretenida, con muchas oportunidades perdidas, elementos no desarrollados y personajes sin interés. La historia huye del tono moralizante, pero hay un poso de enseñanza que nos advierte de ciertos caracteres y de cómo pueden estos, sin necesidad de mano enemiga o mal azar, causan su propia desgracia. Junto a la historia el ambiente que predomina es el caballeresco, a veces en menoscabo de las escenas (del final no pude evitar reírme, por malo y previsible). El libro guarda cierta dignidad, es cierto, pero esta es mermada constantemente por cosas que podrían haberse empleado mejor.