lunes, 17 de abril de 2017

"Kalpa imperial" de Angélica Gorodischer

   "Y todo el imperio puso los ojos en la nueva capital y todos los caminos convergieron a los montes más allá de lo que había sido un desierto, y todos los ambiciosos soñaron con irse a vivir allí y  algunos lo hicieron, y no hubo en  muchos cientos de años en el pasado y en el futuro una capital tan esplendorosa, tan rica, tan activa, tan bella, tan próspera. Y la dinastía de los Selbiddöes, de los Avvoggardios y de los Rubbaerderum gobernaron desde allí el vasto Imperio, en algunos casos bien, en otros regular, en otros mal, como sucede siempre, y el agua siguió manando y algunos palacios cayeron y se levantaron otros y algunas calles se abrieron y otras se cerraron entre las casas y los parques (...)"
(Kalpa imperial, pág. 84) 
    Imaginen un reino grande, muy grande. No, un reino no. Un imperio. Sí, imaginen uno bien basto, inabarcable casi. Imaginen que dicho imperio no solo es inmenso sino que nunca cae del todo, que le pasa como aquel ave mitológica que de sus cenizas vuelve a resurgir. Y ahora imaginen que le cuentan algunas historias de ese imperio que nunca cae, que cambia mucho sí, pero que nunca cae. Si lo hacen ya tendrán una idea general de qué es lo que presentó la editorial Gigamesh en el año 2000 con este volumen. Por supuesto la historia editorial de este libro es más compleja: originariamente no existió este libro, sino dos, que luego la editorial Minotauro reunió. Pasado un tiempo, Gigamesh rescató del olvido este libro y lo ofreció de nuevo al público español. Los once relatos de Gorodischer que trataban sobre ese imperio imaginario se nos ofrecieron de nuevo con toda su riqueza. Yo pude apreciar parte de ellos -porque no llegué a terminar el libro- por primera vez hará una década, allá por los neblinosos tiempos de mi paso por la ESO. Ha llovido bastante desde entonces pero me agrada reencontrarme de nuevo con los relatos que en el pasado disfruté y con otros nuevos, de los cuales algunos me gustaron unos más que otros.

   Como dije, el libro nos ofrece once relatos de los cuales, sinceramente, solo tres me conquistaron. Del resto hay algunos que estuvieron bien y otros que no conseguían remontar el vuelo. Supongo que esto es el pan de cada día de las recopilaciones de relatos: que hay de todo. Los tres que más disfruté fueron Retrato del emperador, Acerca de las ciudades que crecen descontroladamente y La vieja ruta del incienso. El primero de los mencionados abre el volumen mientras que el tercero lo cierra. El otro está entre medias; es el quinto, para ser exactos. Cada uno de ellos tiene sus grandes virtudes. En Retrato del emperador Gorodischer nos cuenta el resurgimiento del imperio gracias a la curiosidad de un joven que mira y toca las cosas del pasado con interés, descubriendo para su poblado objetos útiles que serán la base para la capital de un imperio rejuvenecido del que él será el primer emperador. Acerca de las ciudades que crecen descontroladamente vira en su planteamiento ya que no es este o aquel tiempo el que protagoniza el relato, ni siquiera este o aquel personaje, sino que es una ciudad, anodina al principio, la que ocupa las treinta siguientes páginas de esta recopilación. Páginas gozosas que transforman las vicisitudes de una ciudad en primera y única protagonista del relato. Un claro guiño a Calvino. La vieja ruta del incienso, por su parte, da fin a esta recopilación quebrando el estilo narrativo de los diez relatos anteriores. Tiene el valor no solo de añadir una nota de color al conjunto precisamente por su ruptura (estilo, diálogos, etc.), sino también por ofrecernos una historia más convencional, con personajes que viven y se desarrollan en las mismas páginas en que se habla de ellos mientras, al mismo tiempo, adereza eso con las historias  de Homero  y un viaje por el desierto que pone a prueba engaños y velos.

   Toda la recopilación, a excepción del último relato, se adapta el estilo propio de los contadores de cuentos, esos trotamundos locuaces que interpelan al público en plazuelas y calles para ganarse el pan. Predomina por tanto una voz distanciada, eso que algunos llaman voz en off, que narra las historias del imperio. Aquella voz predominante que mencionamos es enriquecido con numerosas disquisiciones que añaden humor o giros inteligentes en las frases. También se emplea para estirar tanto como se pueda una frase, haciendo de estas un río con múltiples meandros. La autora, por lo tanto, convierte la enumeración en vicio recurrente... y este vicio, en un buen estilo. Aun así cansa en ocasiones al lector, atiborrado con la información de su prolijo estilo... Y tan solo consigue enmendar esto con una habilidad notable, que envuelve todo en un halo poético, redentor con creces.

   Como broche final les dejo una pregunta que Gorodischer nos deja caer para que la respondan ustedes.
"Pero, ¿qué sería de los anales del imperio si los archivistas nos pusiéramos a fantasear como los contadores de cuentos?"
                                                                            (Kalpa imperial, pág. 33) 


   Mi respuesta es que tendríamos esta magnífica obra imaginaria. Si pueden disfrútenla.



sábado, 8 de abril de 2017

"Rihla" de Juan Miguel Aguilera


   La literatura siempre nos plantea escenarios que pueden estar muy ceñidos a la realidad o muy distantes de ella. Entre los extremos, y hablando de géneros, quizá pudiéramos colocar las ucronías: narraciones que adoptan los contornos de una realidad histórica pero que la rebasan con elementos que le son ajenos. El género en España tiene algunas obras recientes. Me viene ahora mismo a la memoria Alejandro Magno y las águilas de Roma, de Javier Negrete. Otra es la que hoy traigo a colación.

   Juan Miguel Aguilera se ha distinguido sobre todo en España por sus contribuciones al género de la ciencia ficción. Tuve la oportunidad, hace mucho, de leer Mundos y demonios, obra en la que nos dejaba una dignísima space opera donde varios personajes nos mostraban escenarios sorprendentes, con partes de buena acción y alguna idea excelentemente desarrollada. Debo decir que me conquistó. Ahora, que por azares pude toparme con algo nuevo de él he quedado descolocado, desorientado. No tanto por el cambio de un género como porque me he encontrado con una novela algo insulsa... opinión a contracorriente con todo lo que he encontrado en la red donde, en bastantes lugares, se la elogia. Quizá no me pilló inspirado pero como este es mi blog yo voy a dar mi opinión, que para eso es mío.

    Esta incursión literaria de Juan Miguel Aguilera se sitúa en el empequeñecido reino musulmán en España, que lejos de su antiguo gloria, se ve amenazados en sus fronteras por los reinos cristianos de la península. Ajeno a esta decadencia se halla la personalidad del personaje principal: un sabio estudioso más afanado en la búsqueda de manuscritos que en los asuntos mundanos. Pero con esto no podemos hacer una novela de aventura así que da la casualidad de que el sabio, de nombre muy largo por cierto (Lisán Al-Aysar ibn al-Barrayan ibn Xahin al-Jatib ibn al-Salmani), encuentra unos textos en planchas de cobres que narran los viajes de un fenicio hacia el nuevo mundo, todavía desconocido para ellos. Es así como el protagonista busca apoyo de otras personas para dirigir una nave hacia el nuevo continente. Este Colón que no sabe manejar un astrolabio da por fortuna con un hombre misterioso que le puede proveer de barco y tripulación. Baba es su nombre. Lo que sigue a esto son las andanzas de la expedición en América donde encuentran las culturas autóctonas y sus costumbres, civilizadas algunas; barbaras otras. Pero eso ya lo irá viendo el lector ya que Juan Miguel Aguilera intenta hacernos más cercanas esas culturas a lo largo del libro. El vehículo del que se vale para ello es Lisán, el protagonista, que compara habitualmente las similitudes y desemejanzas entre su cultura y las recientemente encontradas.

    Esta tentativa de indagar una cultura chirría durante toda la novela. Molesta a los ojos, por ejemplo, cuando emplea monosílabos de la cultura autóctona (beey, ma/ sí, no) de forma abusiva, como si esto fuera a dotar a la novela de mayor capacidad para dar cuenta de estas culturas. Del mismo modo chirría cuando hace equiparaciones entre las cosmologías, haciendo que algún personaje parezca una especie de Michio Kaku entremezclado con un nativo americano de hace cinco siglos. Quizá la razón de este fracaso es que esta es principalmente una novela de aventuras, no una novela que atienda al verismo literario que exige mostrar una nueva cultura. Pero que esto no nos pierda. Como novela de aventuras que es, no hay que pedirle el rigor que quizá deban tener las novelas históricas.

    Fuera de cosmogonías y atavíos con los que intentar dar una profundidad que la novela no tiene, la historia de Juan Miguel Aguilera dispone un tablero donde las piezas enfrentadas no son solo humanas (imperios autóctonos enfrentados), sino también criaturas fantásticas que, a la sombra de las luchas de los hombres, orquestan los acordes predominantes del escenario. Esto no es excepcional pues hay muchas historias que intercalan el conflicto humano con el cósmico. Ambos conflictos los relaciona bien el autor y van juntos de la mano de principio a fin de la historia. Entre ambos introduce algunos elementos, que algunos diremos que son de fantasía y otros dirán que son de ciencia ficción. Depende de cómo se mire. Eso lo tendrá que determinar cada lector.

   Como conclusión, porque no me apetece escribir más sobre este libro, diría que "Rihla" es un producto de entretenimiento bajo en calorías, que se reviste de ucronía, fantasía y divagación científico-religiosa que no es un gran libro porque no logra ser ni una buena ucronía, ni una buena fantasía, ni una buena divagación.