miércoles, 18 de enero de 2017

Shouwa genroku rakugo shinjuu


    Mucho se perdió tras la segunda guerra mundial, tanto en occidente como en oriente. Shouwa Genroku rakugo shinjuu (qué nombre más complicado, joder) se ubica antes de esos hechos, pero también durante y después. En una pequeña casa, en la intimidad de un pequeño teatro, la serie habla de la pérdida de un arte antiguo: el rakugo. Dicho arte consistía en contar historias de todo tipo a un público. No es nada fácil aunque pueda parecerlo en un principio. No todo el mundo tiene la gracia que requiere una historia picarona, ni la gravedad que exige una historia de terror. Muchos años de práctica, modulando la voz y aprendiendo la clásicas historias, son necesarios para llegar a adquirir maestría en tal habilidad.

    El modo en que un joven irrumpe a un maestro de rakugo, Yakumo Yurakutei, da comienzo a una historia interior. El maestro rememora sus primeros días de juventud, cuando ingresó en la casa del maestro rakugo que le enseñaría lo necesario de la técnica. Allí conoce al que será su amigo, casi su hermano, para toda la vida (Yin para los amigos). Uno y otro van trenzando en lo sucesivo una historia de aprendizaje, espectativas y frustraciones. Uno representa el talento natural, que necesita de poco entrenamiento para destacar, mientras que el otro encarna un espíritu severo, de hábitos y trabajo constante. Ambos tienen altas espectativas y, por si no fuera poco las dificultades que les pone el rakugo, la vida también les irá brindando buenas y malas experiencias. El anime se convierte, entonce, en una crónica de ambos jóvenes que no pierde el punto de vista en ningún momento: quien nos la cuenta es Yurakutei. Todo lo que vemos, escuchamos y pensamos está orientado según su recuerdo.

   Sí, se que todo esto es un jaleo de nombres, pero merece la pena. La serie sabe conquistarnos sin necesidad de grandes cosas. El tañir de las cuerdas de un shamisen, una historia de rakugo, una conversación con un poco de sake de por medio... son todos momentos sin grandilocuenciencia, pero que están bien ejecutados con animación embelesadora, invitándonos siempre a ver el próximo capítulo.

   Respecto a la historia es cierto que hay algún giro forzado a lo largo de los trece capítulos, pero lo compensan con un ritmo constante y sin grandes cambios... Cosa que no nos vuelve invulnerables a las penas de los personajes. Yurakutei (Bon es su nombre original) mira con recelo a Yin durante gran parte de esos capítulos. La naturalidad de su arte es algo que no es capaz de alcanzar por mucho que se encuentre. Un buen tramo de la historia estará dedicado a la búsqueda de su estilo en rakugo. La otra parte estará más centrada en su relación con una mujer y en las alteraciones que esta provoca en el precario equilibrio que hay en las relaciones entre Yin y Bon.

    De la animación no hay mucho que decir. Es sobresaliente y la verdad es que se han marcado un buen punto en esta parte el equipo productivo. Todos los escenarios están realizados atendiendo a los detalles, con lujo y colorido. Aquí, en parte, radica el encanto del mundo que se nos presenta, acompañado con una música que no destaca demasiado. Esta es quizá la única mancha de una serie que es sobresaliente alejándose de las series de corte juvenil que pululan en la animación japonesa. Se que no he desgranado demasiado la serie pero es que es mejor que vean la serie en vez de leer reseñas. Créanme: merece la pena.

martes, 17 de enero de 2017

"Mesías" de Gore Vidal

 "Muchas actitudes venerables fueron abandonadas y numerosas ¨verdades eternas¨ del siglo anterior, que había arrojado una sombra que parecía venir de un alto peñasco, tan formidable y tan densa era, resultaron, entonces, arena pura, adecuada para construir edificios fantásticos pero perecederos y expuestos al movimiento de las mareas" (Mesías, p. 20-21)
   Siempre he tenido la impresión de que nuestra época en más de algún sentido se puede equiparar a la tardía antigüedad, cuando el imperio romano  todavía era fuerte pero, interiormente, mostraba todo signo de descomposición. Las gentes no tenían ninguna convicción, ni patriotismo, ni confianza. Se dejaban caer, bien crédulas, en cualquier secta oriental que procurara calma de espíritu. Hoy, como en aquel tiempo, vemos proliferar pseudociencias y doctrinas aquí y allá. Todas ellas con unas buenas bolsas llenas y literatura barata que se puede encontrar en cualquier librería. Ya sea psicoanálisis, astrología prostituida (recordemos que la astrología de nuestros días no tiene mucho que ver con la antigua) o autoayuda, mucha gente devora libros, conferencias, va a reuniones y cree firmemente en ideas generales de pseudo saberes.

   Gore Vidal, me temo, pensaba en este paralelo cuando escribió este libro. No en vano el personaje principal, Eugene Luther, escribe una biografía de Juliano el apóstata. El propio Gore Vidal tiene una novela histórica sobre dicho personaje, por cierto. Los dos personajes, Eugene en esta novela y Juliano en la otra, comparten el hecho de partir del mismo punto: un escenario en el que una religión irrumpe y destruye a las religiones y facciones competidoras. Las orientaciones y perspectivas de ambas historias, eso sí, varían de forma considerable. En la novela que nos ocupa nuestro protagonista es un ocioso estudioso, lector de Platón y de los clásicos, que vive retirado del mundo mientras disfruta de la lectura de Dión Casio o algún otro escritor antiguo. La placidez de su retiro se ve estorbada por las reuniones con una tal Clarissa, personaje enigmático del cual poco se nos dice en la novela. Por mediación de ella conocerá a una hermosa joven, de nombre Iris Mortimer. Ambas le harán tomar contacto con una incipiente secta en la que quedará atrapado por las palabras de evidente carisma de su ¨mesías¨, John Cave. 

    Al poco de trabar conocimiento con estos dos personajes, Eugene se descubre a sí mismo seducido por la nueva doctrina, mientras que se da cuenta de que esta también ha conquistado la mente de otras personas. Cuando Cave habla, los demás se sienten arrastrados a su terreno sin poder oponerse. No hay teología, ni doctrinas de comportamiento en esta secta. Cave es un inspirado, no un pensador... Y de ello surge un pensamiento cautivador de masas, pero que no aporta un modo de vida. Quienes le siguen se dan cuenta de ello y deciden extender la palabra de su mentor... mientras añaden alguna otra. Ahí es donde entra en acción nuestro protagonista pues él, hombre culto y de prosapia intelectual, se encargará de dar forma a la doctrina. Escribirá panfletos, diarios, ensayos y hasta diálogos filosóficos. Poco a poco, en torno a la organización surgen personas que son las que verdaderamente sostienen las riendas de la empresa. Se despliega entonces un campo de intereses y relaciones que tienen muy poco que ver con la verdad, con la fe o con cualquier valor y sí, y mucho, con la ambición, el poder y  la inmoralidad. 

    Al leer la novela uno puede caer en el error de pensar que la idea que subyace a toda la narración versa sobre el uso peligroso que se puede hacer de los medios de masas, de la televisión, periódicos y diarios para inculcar una idea, sea esta verdadera o falsa... Y puede que halla algo de eso en la novela, pero no es del todo así. Tampoco tiene que ver con una irreligiosidad, pues en más de algún momento se sugiere la existencia de seres inspirados... pero de cuyas palabras y obras se hace lo que quieren otros. Así, hablando de la doctrina de Cave, en un momento se dice:
"-Sospecho que John es el anticristo -dijo Iris, y vi por su expresión que lo decía absolutamente en serio-. Ha venido a anular todas las iniquidades del cristianismo.
          -Aunque espero que no de Cristo -dije-. Hay cierta virtud en su leyenda, aun corrompida en Nicea tres siglos después." (Mesías, p. 138)

    Despachando esas categorías simplistas no hay duda de que haya que situarla en esa estela de autores de ficción empeñados en indagar la condición humana y sus devenires. Por esto, muchos han situado esta novela bajo la categoría de new wave. Pero esta categoría, atendiendo a la mera cronología, me parece imprecisa. Aquella corriente de novelas de ciencia ficción halla sus orígenes en años posteriores a la publicación de esta novela (1954). Todas estas razones hacen que la novela de Vidal sea rara y de géneros entremezclados, pero con un claro interés de especulación sobre cómo los fenómenos religiosos podrían desarrollarse en nuestras sociedades modernas.

     Sobre la calidad de la obra he de decir que me ha decepcionado. Yo leí con devoción en mi juventud Juliano el apóstata y Creación. Como todo joven que se encuentra con obras notables, me sentí maravillado y tenía un respeto inusual a este autor. Parte de él lo conservo en buena medida, pero Mesías ha cambiado ligeramente eso. El humor cáustico -mi favorito- tiene lugar y no es que el libro carezca de bella narración, pero los personajes son en su mayoría pobres y de algunos acabamos sin saber nada. A eso se suma que a uno le da la impresión de que la novela se alarga demasiado, de que la misma idea se vierte en exceso, que cien páginas menos le hubieran sentado bien a la narración. El final está bien resuelto y causa impresión, pero me he quedado con la sensación de que la novela está coja, de que le faltan elementos para ser una narración sólida. Sin llegar a ser insalvable (ni mucho menos) no la tildaré de gran obra. Como dato curioso diré que Eugene Luther son los dos primeros nombre del escritor, cuyo nombre completo es Eugene Luther Gore Vidal.

jueves, 12 de enero de 2017

"Caracteres" de Teofrastros y "Cartas" de Alcifrón


"De Yofonte a Eraston
Ojalá reviente y de mala muerte muera el malvado e infame gallo que me despertó, mientras que yo en sueños contemplaba un agradable espectáculo. (...)"  (Cartas, p. 190)
    Resulta difícil abrir un libro de la antigüedad, etapa revestida de una seriedad proverbial y de la que todos hablan como si en ella hubiera un ligero eco de lo divino, que me haya provocado una risa mayor al leerlo. No he leído muchos libros de tal período y quizá, por las maravillas que sobre Platón, la sofística y otras personalidades del mundo antiguo se dice, halla olvidado que no todo lo que escribieron los antiguos tiene que ver con asuntos serios y profundos. Olvidé por completo, y de forma descuidada, que lo vano y lo humorístico también lo cultivaron. Sí que es cierto que me sonaban nombres como Aristófanos, Plauto, Terencio e incluso Luciano de Samosata, pero mi visión de persona que no frecuenta el mundo de los "Clásicos" me llevó a tal deformación de la realidad. Las Cartas de Alcifrón y los escritos recopilados bajo el título Caracteres, de Teofrasto, han tenido una consecuencia inmediata: ese malentendido se ha derrumbado, como la pared que ya no se sostiene a sí misma.

    Unas pocas cartas de Alcifrón sirven para darnos a entender que Atenas fue algo más que el lugar donde se creó la Academia, el Liceo, el Partenón, esta o aquella gloria... Atenas también eran sus pobres, sus desarrapados y sus meretrices. Así reza el subtítulo de la obra, que nos da a entender que el conjunto de misivas son escritas por "perscadores, campesinos, parásitos y cortesanas". Entre las distintas cartas hay de todo, obviamente. Desde un pescador que escribe sobre sus preocupaciones por la azarosa marea que le permite comer o, por el contrario, penar, hasta las artimañas algo audaces de una dama para mantener a un mancebo junto a sí. Todas ellas gozan del verismo que pretende alcanzar el autor sobre una época que él mismo no vivió. Alcifrón, del cual poco se sabe, perteneció al movimiento denominado segunda sofística, que tuvo como inclinación retornar a las formas clásicas en cuanto estilo y, desde luego, muy interesada en representar un pasado que para ellos tuvo el más vivo interés. Fruto de ese interés, Alcifrón elige la epístola como manera de acercarnos a los chismorreos de las gentes antiguas, más preocupadas de cómo llenar el estómago o de los padecimientos sentimentales que de batallas e ideas. En los escarceos literarios que suponen estas misivas se recurre en muchas ocasiones al humor, aunque no siempre: hay más de algún personaje que es un miserable por las penosas circunstancias que le aquejan. A pesar de que no todas las correspondecias son de interés, el conjunto hace que tengamos cierta empatía hacia los habitantes de aquella época. Empatía que un tratado de historia no nos puede proporcionar. Eso, junto al humor vertido en más de una de las cartas, hacen de este libro una lectura para nada engorrosa.

Teofrasto
   Más afortunado fue Teofrasto que su compañero en este tomo. De él se ha conservado ciertas partes de su obra, aunque en conjunto no toda. También, a diferencia de Alcifrón, conocemos algo de su vida y avatares, pues fue el heredero del Liceo. Fue un discípulo avanzado de Aristóteles, hasta el punto de que tuvo un pensamiento propio gracias a su gran erudición y estudio. Su obra Caracteres no puede ser relacionada de forma directa con el quehacer filosófico, aunque en la introducción de este tomo se nos sugieren curiosas relaciones con la Ética de su maestro o, quizá, con el ámbito de la enseñanza. Puede que fueran escritos con el ánimo de distender el ambiente en el Liceo gracias al humor tras las jornadas de estudio y disertación .


    Sin conocer las intenciones que tuviera el autor al escribir la obra nos ha quedado un libro que nos habla en treinta breves capítulos sobre las inflexiones y modulaciones del carácter. Los capítulos suelen presentar un orden similar: encabezados con una definición, se pasa a continuación a enumerar una serie de frases típicas de los que tienen el carácter del que se trata. Por último, indaga algo más en los rasgos principales del carácter. No hay disertación o argumentación profunda en ninguna de estas piezas. Todas pretenden, modestamente, describir las principales tipologías humanas y, en todas ellas, Teofrasto hace gala de humor y hasta mala leche, como solemos decir nosotros. He disfrutado varios de sus capítulos de forma intensa, especialmente el dedicado a los locuaces, a aquellos que hablan tanto que:
"Incluso soportan las burlas de sus propios hijos, los cuales, cuando quieren dormirse, le suplican que les hable: 'Papá, cuéntanos algo para que nos entre sueño'" (Caracteres, p. 63)
    Ambas obras, escritas en momentos distintos, perteneciendo a géneros bien diferenciado y con intencionalidades diferentes, ayudan a tener un contacto amable con la antigua literatura. Su carácter ligero garantiza entretenimiento y, de paso, enseñarnos que los griegos antiguos no eran tan diferentes, ni tenían preocupaciones muy distintas, a las que tenemos nosotros en nuestros días. Recomiendo el libro como pasatiempo. Para ese cometido es más que apropiado. 


lunes, 2 de enero de 2017

"El faro de Alejandría" de Gillian Bradshaw

 
    Gillian Bradshaw no se cómo llegó a mis lejas. Solamente se que huyendo de los turrones de estos días y de ensayos di a parar con ella. Estaba ahí, en mi leja, acumulando polvo desde hace un par de años... y seguirá ahí, acumulando más polvo durante otros tantos. Pero ahora, cuando lo vea, sabré que es uno de esos libros que no me miran con aire hostil, acusándome de no prestarle atención. De la autora poco sabía y del libro no mucho más. La contraportada no anima demasiado a su lectura, pero tras leerlo puedo decir que mereció la pena comenzarlo pese a los defectos que presenta. 

    El título es del todo inapropiado pues solo un tercio de la novela transcurre en Alejandría... Aunque un autor puede poner el título que más le plazca. Para eso es su novela. El tocho de 600 páginas que tengo en la mano se escribió sobre 1986. Han pasado unos años desde entonces y sin embargo el libro ha sido reeditado en un par de ocasiones y en formatos distintos.  Se puede decir que ha triunfado la novela en nuestro país y, sinceramente, no me extraña. Sus virtudes no están tanto en la maestría narrativa como en saber entretener.... Pero vayamos un poco a la historia, que todavía no le he dado tregua al libro.

    Bradshaw elije desde el principio un campo idóneo para situar al lector y, en alguna medida, comprometerlo: con una adolescente que debe enfrentarse a la incapacidad de no poder elegir su futuro, ni siquiera su esposo. ¿Quién no va a comprometerse con tal personaje desde el principio? Joven, bondadosa -como su nombre, Caris, indica-, oprimida por la sociedad romana del siglo IV... Es imposible no mirarla con simpatía. Del mismo modo que es imposible que otros personajes no sean objeto de odio por parte del lector. Caris, que debe huir de los segundos, se refugia en Alejandría para aprender las artes de la medicina. Conociendo muy bien la máxima "Ars longa, vita brevis" de Hipócrates se dispone allí a emplear años al estudio de esta ciencia. Magulladuras, enfermedades, huesos rotos deberán ser afrentados que el buen hacer de sus manos e ingenio, haciendo caso a los tratados y manuscritos que caigan en sus manos. ¿Qué mejor lugar del mundo antiguo para obtenerlos? Alejandría era, sin duda y desde hacía mucho tiempo, el centro cultural del mundo antiguo, que había dejado detrás a Atenas y todas las ciudades de occidente y oriente. Su faro no solo deslumbraba las embarcaciones que se atisbaban en lontananza, sino también las artes y las ciencias. Como ciudad próspera y una de las principales urbes del imperio, también era lugar de lucha y disputas. Y es así que Caris se ve envuelta -y menospreciada- por todas las facciones y ganándose, poco a poco, su favor. Así ocurre con los cristianos que finalmente la dejan tratar a Atanasio, el gran obispo que se había enfrentado y sobrevivido a cuatro emperadores. No lo conseguirá con el quinto, llamado Valente, que realizará una purga tras la muerte de aquel.  Llegado a este punto, Caris, con más de un problema, emigra a Tracia, donde su condición de médico le permite ser una observadora privilegiada de la invasión de los godos. Después de peripecias varias se nos lanza un aviso del que cada vez eran más conscientes los romanos:

"En todas partes hay dificultades: bárbaros en el norte, persas en el este, en el sur los sarracenos y africanos. Y no tenemos fuerzas para impedirles entrar. Demasiadas tierras están desiertas y hay conflictos de la Iglesia con el Estado, los funcionarios y los gobernadores se llenan los bolsillos, a menudo para la ruina del bien público, y los que están lejos de las fronteras desprecian a los soldados que los protegen. Ha empezado a desmoronarse. No caerá con rapidez... puede durar más que nuestras propias vidas, pero caerá y seremos testigos de la caída." (El faro de Alejandría, p. 631)

     Pese a todos los agujeros que he dejado en mi resumen, ya puede atisbar el lector que la novela de Bradshaw es de todo menos una novela descriptiva y de acompasadas descripciones barrocas de escenarios o personajes. Por el contrario, es una novela que no deja de lado la aventura y la intriga. Eso, y el ritmo de la novela es lo que dotan a la narración de una agilidad que la hace óptima para lectores nóveles y también para los que no lo son tanto. No importa que los personajes se dividan entre "buenos" y "malos", o que de vez en cuando nos suelte algún comentario solo para dar a entender lo que sabe de la antigüedad. En conjunto, las virtudes compensan los defectos. En este sentido, Bradshaw me ha recordado un poco a Almudena Grandes, a esa estirpe de escritores que no son maestros de la escritura, pero que son adeptos avanzados que saben cómo escribir algo muy entretenido.