jueves, 18 de abril de 2013

"Después de Babel" de George Steiner

Sobre el lenguaje privado. Págs. 212-214


     (...) Encarnan (Celan y otros escritores) una rebelión de la literatura contra la lengua, comparable a, pero quizás más radical que, cualquiera de las que ha tenido lugar en el arte abstracto y la música aleatoria y atonal. Cuando la literatura se empeña en romper el molde lingüístico y público y se convierte en idiolecto, cuando busca la intraducibilidad, hemos ingresado en un nuevo universo sensible.
   En un poema breve y minucioso de tan denso, Paul Celan habla de una "escritura de sombras sobre las piedras". La literatura moderna está guiada por una necesidad de explorar esta "litografía", esta "ecriture dombres". Estas tienen poco que ver con la claridad y el desarrollo de las secuencias del discurso público. Para el escritor nacido después de Mallarmé , la lengua violenta la significación aplanándola, destruyéndola, como ocurre cuando una criatura de las profundidades marinas es sacada a la luz del día y a las bajas presiones de la superficie.
   Sin embargo el hermetismo que se desarrolla de Mallarmé a Celan no es la rebelión contra la lengua más total de que tengan noticia las letras modernas. Surgen otras dos orientaciones. Paralizado por por el vacío de las palabras, por el hiato que hay entre la percepción individual y las heladas generalidades del habla, el escritor cae en el silencio. Esta táctica del silencio se remonta a Hölderlin, o más exactamente, al Hölderlin elevado a rango mítico, cuyo retrato ha transmitido la literatura moderna; los comentarios hechos por Heidegger entre 1936 y 1944 constituyen una ilustración representativa. El carácter fragmentario y a menudo laberíntico, de la poesía del último Hölderlin, el colapso del poeta en la apatía mental y en el mutismo admiten ser leídos como una demostración de los límites de la lengua, de la impotencia total del lenguaje ante el resplandor y el secreto de lo inefable de la significación. O, como Wittgenstein le decía a propósito de su "Tractatus" a Ludvig Ficker, en una carta fechada a finales de octubre de 1910: "mi obra tiene dos partes: la que aquí ha sido presentada y todo lo que no he escrito. Y es precisamente esta segunda parte la que más importa."
   La forma clásica de la paradoja aparece en "La carta de Lord Chandos" de Hofmannsthal, de 1902. El joven noble isabelino se ha enardecido por visiones poéticas y filosóficas, por la intención de descubrir el más oculto centro órfico del arte y de la mitología. Toda la creación, la historia entera constituyen a sus ojos un Código. Pero ahora descubre que apenas puede hablar y que la idea de la escritura es una absurdo. El vértigo lo asalta cuando piensa el abismo que se abre entre los fenómenos humanos en toda su complejidad y la abstracción trivial de las palabras. Torturado por una lucidez que alcanza la escala microscópica, Lord Chandos vive la realidad como un mosaico de estructuras integrales y descubre que la lengua es una taquigrafía miope. Al considerar los objetos más ordinarios con obsesiva atención, Chandos ingresa en el laberinto de una especialidad autónoma: se pliega a la vida de la carretilla en el cobertizo, a la del escarabajo acuático que con sus patas de remo surca el océano de un balde de agua. El lenguaje, tal y como lo conocemos, no proporciona ningún acceso a esta auténtica pulsación del ser. El relato que hace Hofmannsthal narra con sagaz habilidad esta helada empatía:

    "Paréceme entonces ser yo mismo el que está en fermentación, el que despide burbujas, bulle y fulgura. Y todo se vuelve una suerte de pensamiento febril, pero cuya expresión es más inmediata, más fluida, más ardiente que las palabras. Son remolinos, pero en lugar de arrastrarlo a uno, como los remolinos verbales, a quién sabe a qué región abismal, de alguna manera me lleva a mi propio ser y al sosiego más profundo."

    Más adelante volveremos a esta descripción de una matriz del pensamiento mucho más inmediata, más fluida e intensa que la del lenguaje. Como surge de un escritor que estaba empapado en la música, la noción de las espirales de la introspección que desembocan en fundamentos mucho más profundos y estables que los de la sintaxis  resulta del mayor interés. Sin embargo, es obvio que ningún lenguaje humano puede aspirar a una intensidad semejante de visión y serenidad. Chandos está en busca de una lengua "cuyo vocabulario ignoro, aquella lengua en que me hablan las cosas mudas y en la cual deba quizá algún día, desde la tumba, responder por mis actos ante un juez desconocido". Por lo que hace al universo natural, se trata de un lenguaje totalmente privado, o bien es el lenguaje del silencio.

martes, 2 de abril de 2013

El alquimista trovador (libro)





  Pensadores los ha habido muchos y de muy diverso carácter y talante. Unos, creyendo haber encontrado la verdad fueron intransigentes; otros, en cambio, fueron más permisivos. Y hubo algunos que se resignaron al ver que sus ideas no ejercían excesiva influencia. Platón fue un ejemplo de estos últimos cuando decía que cuando llueve y los demás no se refugian a pesar de que se les avisa, lo único que puede hacerse es cubrirse uno mismo y esperar que los demás también lo hagan. En medio de los intransigentes y los resignados se encuentra Ramón Llul: figura valiente que estuvo dispuesto a correr riesgos para convencer a los demás y crear consensos con sus ideas sin el fanatismo propio de la nueva época. Porque, en efecto, los nuevos tiempos que se avecinaban no iban a salvaguardar la convivencia que se mantuvo en los reinos cristianos y Al-Andalus en torno al s. XIII. Ahora, este libro, "El alquimista trovador" nos da una idea de la época y del personaje con gran maestría.



    Ramón Llul es un personaje que no debería necesitar presentación pero da la casualidad de que el tiempo ha surtido un mal efecto en su figura, haciendo que no sea demasiado conocido. De hecho incluso en las facultades rara vez se le menciona. Una novela apareció hace algunos años con el fin de dar a conocer su figura... Eso sí con una interpretación propia. El autor, Luis Racionero, supo enfrentarse a la ingente obra de Ramón y no solo se limitó a eso, sino que además leyó más literatura sobre el tema para informarse adecuadamente de sus múltiples facetas porque Llul fue un hombre multifacético: conocedor de muchos campos como la lógica, la filosofía y la teología siempre se caracterizó por un amplio conocimiento del mundo islámico. Y esto es algo que se refleja en la novela con sus diálogos con Arnaldo Vilanova o Ibn Arabi, personajes que conoció y que le influyeron según algunos intérpretes del pensador mayorquí. Pero este no es solo un libro que nos relate la vida de Ramón Lull. A esta novela se la podría calificar casi de novela histórica pues si bien no se sitúa en el centro de los hechos sí que está muy cerca de ellos. Y lo cierto es que no podía haber escogido un personaje más adecuado porque Lulio fue viajero infatigable de todas las cortes eurpoeas y de buena parte de las islámicas. En las cortes europeas intentaba convencer a los monarcas de que había enconstrado un método racional para convercer a musulmanes y judíos de que sus religiones eran falsas. A pesar de querer utilizar razonamientos y la lógica hay que destacar que Raimundo es (en el libro) profundamente intuicionista y, cuando va a la universidad de París, donde casi todos eran profundamente racionalistas, no comparte muchas de sus ideas. Y tenemos interesantísimas conversaciones en ese ambiente con Duns Escoto.
(...) había tratado de argumentar fríamente con Escoto, pero su temperamento lo traicionó:
          - ¡Los escolásticos! ¿Quiénes son los escolásticos?- estalló vehementemente-. Los grandes        cobardes, los hombres que se atontan con el pensamiento, que se envuelven en conceptos por miedo al flujo de la vida, débiles temblorosos que se agarran a las piedras del río para no dejarse llevar por la corriente. Y las piedras son los conceptos fijos que ellos mismos han inventado, violentando la realidad. ¿Dónde están, realmente, los conceptos fijos? Todo cambia, todo fluye, todo se trasforma. Y ellos, cobardes quieren fijeza y la inventan en su cabeza para ponerla allí donde no existe, a su alrededor, y vivir tranquilos en este mundo ilusorio de su pensamiento. 

  Así lo hizo Aristóteles contra Heráclito, Maimónides contra Nahmávides, y continuará la lista de los cobardes frente a los lúcidos, de los racionales contra los gnósticos. Colóquese cada uno allá donde quiera, pero ¡sepamos al menos dónde está cada uno de nosotros, y distingamos de una vez al cobarde del lúcido! ¿O es que estamos durmiendo? (...)

    Las conversaciones con Duns Scoto, Roger Bacon, Mohidín, Nahmávides y otros es el nexo que va uniendo los múltiples viajes de Raimundo por el mediterráneo, dejándonos una estela de personajes memorables y con voz propia. Y, precisamente gracias a los encuentros que va teniendo con ellos, vamos viendo cómo el personaje principal se va desarrollando tanto como persona como pensador de gran talla.


    Por otra parte y junto al relato de la vida de Lulio vemos a unos reyes avarientos cuyas miradas estaban más centradas en ampliar su poder que en el lejano oriente, a pesar de que los mongoles y su rápido avance comenzaban a preocupar. Felipe IV el hermoso, Federico II de Hohenstaufen, Jaime I el conquistador y sus hijos son los principales monarcas que aparecen. Y a través de ellos nos vamos enterando de los conflictos y de la política de la época. Así es como sabemos que Francia se va convirtiendo en el brazo armado del vaticano, dando inicio a una peligrosa alianza que amenaza a reinos más pequeños como el de Aragón y Sicilia. Estos últimos, por su parte,  afrontarán el problema con una alianza que tiene como fin unir las coronas de tal forma que Sicilia acabe siendo territorio de Aragón... Lo mejor quizá es que hay momentos (muy pocos, la verdad) en que podemos ver los distintos talantes y caracteres de cada monarca. Uno de los que más me gustó fue aquel en el que el propio Jaime I se encuentra en una de sus ciudades con maza en mano, atacando a aquellos que ese día desobedecieron sus leyes y comenzaron a matar judíos. Esta escena nos pone sobreaviso de los tiempos intolerantes que estaban comenzando. Antes, si bien no había una relación especialmente buena entre judíos, musulmanes y cristianos sí que al menos había una convivencia más o menos pacífica. En los tiempos que se acercan ya no hay lugar para esa convivencia y en muchos de los diálogos de la novela se van lanzando pistas de la historia posterior de nuestro país y de Europa: la expulsión de musulmanes y judíos de España, las guerras de religión de la edad moderna, etc. También se avisa de los peligros de una razón que tan solo se emplea para dominar y destrozar el mundo... se nota que Luis Racionero es un crítico de la modernidad y de nuestros tiempos. Hay por esto cierto tono nostálgico de los tiempos de Ramón Llul, en los que los hombres todavía se preocupaban de saber qué era bueno o qué verdadero. Dejemos que este libro nos enseñe un mundo olvidado de gentes del pasado... pasado que mucho puede decir a nuestro presente turbulento.