domingo, 11 de agosto de 2019

El poder de las imágenes


"Imperios galácticos" selección de Brian W. Aldiss (vols I-II)

    El 22 de agosto del pasado año murió, si no me falla la memoria,  Brian Aldiss. Ese mismo año tuve la suerte de leer una buena novela suya: Barbagrís, de la que hice su pertinente reseña. Cuando me enteré del fallecimiento del escritor prometí que conseguiría algo de él y no le perdería la pista. También me prometí que haría una reseña en conmemoración suya cuando se acercara el día de su fallecimiento. Y en ello me hallo, pues tengo en mis manos los cuatro volúmenes de Imperios galácticos, colección de relatos reunida por él. En esta entrada me limitaré a los primeros dos volúmenes, mientras que dentro de poco subiré otra breve nota acerca de los dos restantes. 

     Imperios galácticos es fruto de un sueño. El sueño de quien, con nostalgia, pretende arrastrar el pasado al presente, aplicado a la literatura. Sucedía que mientras Aldiss ocupaba los días en la selección y edición de estas historias, la ciencia ficción habían cambiado las orientaciones y temas en el género. Sucedía también que esta nueva ciencia ficción miraba con condescendencia, cuando no con altivez, su pasado reciente,  a la manera del adulto con el niño. El pasado de esta literatura, fructífero en historias estelares, imperios entre galaxias y aventuras que cambian el navío usual de madera por tecnológicas estancias suspendidas en el vacío quedó tildado de 'literatura de evasión'. Ante ello Brian nos cuenta una anécdota muy interesante: 
 "(...) permítanme de nuevo citar a C. S. Lewis (...). Él pensaba que la acusación de escapismo era muy extraña. 'Nunca lo comprendí por completo, hasta que mi amigo profesor Tolkien me hizo una pregunta muy simple: ¿qué clase  de hombres cree usted que se sentirán más preocupados y más hostiles con respecto a la idea de escapar? Y me dio la evidente contestación: los carcelarios' ". ( tomo 1, pág. 14)
   Contra esa superioridad se levantó Aldiss y disparó con una recámara de relatos a los ojos de los entusiasmados con las nuevas tendencias, de las que el propio Aldiss era seguidor (y distinguido). Entusiasmados que, por otro parte, mostraron ánimo tiránico con la pretensión embadurnar con una capa de olvido la literatura que les creó a ellos, como lectores y escritores. La creación no es labor que se construya sobre el vacío, y la literatura new wave no habría surgido de no ser por la que le precedió. Aldiss roba la llave del carcelero y abre unas cuantas celdas: deja libres a unos pocos presos en estos libros, para que vaguen con libertad por las bibliotecas. Este era, sin duda, el mejor destino que podía esperar la mayoría pues, o pertenecían a autores poco conocidos, o estaban en revistas de no mucho prestigio o simplemente paseaban en un limbo de sótanos polvorientos. No todos necesitaban ser rescatados, por su puesto. Los posesos de Anthur C. Clarke probablemente pululen en alguna que otra antología. El renombre de su autor, esmaltado entre los grandes del género, se lo permite. También se lo permite su calidad, que nos recuerda uno de los grandes temas de este autor: el magisterio de una raza avanzada sobre los homínidos, hasta llegar a nosotros. El fin de la infancia o 2001 una odisea en el espacio ahondan estos temas, y este relato cuenta de modo distinto, con formas distintas, una historia similar, que despierta alegres elucubraciones en nuestras cabezas. 

   Alejados de una necesidad de providencia (en la que una raza ocupa el lugar de la mano divina) H. B. Fyfe tiene una maravillosa historia: Especies protegidas. Es esta una inteligente narrativa, que juega con la perspectiva para darnos un leñazo iluminador, y doloroso, que recuerda la expresión 'el cazador es cazado'. Es mejor no decir más para guardar las mieles del relato. 

    El saqueador de estrellas (Poul Anderson) ilustra una humanidad incapaz de hacer de hacer frente una invasión de bárbaros estelares. Los humanos esclavizados, bien dirigidos por un caudillo hacerse con el control de una nave, germen de un nuevo imperio donde los hombres, vencidos, acaban venciendo... con el sacrificio del protagonista, que rellena el relato de un halo melancólico y dramático. Como es habitual, la traición no ha de esperarse del que se reconoce enemigo abierto, sino del que es abiertamente nuestro conocido. Como dijo Oscar Wilde: 'Los amigos de verdad te apuñalan de frente'.

    Asimov no puede faltar en una recopilación de imperios galácticos, y se asegura una prominente presencia en el primer volumen. 45 páginas (en un primer tomo de menos de 200) de Fundación  reviven imágenes que algunos ya conocíamos, aunque estuvieran gastadas por el tiempo en nuestra memoria. Quizá uno puede preguntarse si era necesario este relato, no por su calidad, sino porque es sobradamente conocido y editado. Ese espacio quizá podrían haberse dedicado a algunos relatos menos conocidos.

   Si con Fundación respiramos vagas referencias de nuestra historia (finales del imperio romano, el Medievo y el Renacimiento), ¡Nosotros somos civilizados! no se queda a la zaga. Las imágenes del colonialismo, envueltas en un tufillo marxista, adornan un relato acartonado en el que ciencia y militarismo se oponen. En el marxismo que desprende (el problema de toda la historia es la propiedad privada) se añaden unas gotitas de fatalismo que hacen que uno acabe por descartar el relato de la lista de relecturas: "No había forma de detenerlo. No se trataba de una cuestión de no plantar la bandera, de no tomar posesión. El capitán tenía razón. Si no lo hacía la Alianza Occidental, lo haría sin duda la Alianza Oriental. Su disputa no era ni con el capitán, ni con el deber, sino con el destino. El tema no podía ser decidido ahora. El tema no podía ser decidido..., cuando el primer homínido saltó a la guarida de otro y le robó a su compañera. El hombre toma. Ya sea por rapiña bárbara o por aceptación a regañadientes del deber, a través de una diplomacia cuidadosamente concebida, el caso es que el hombre toma" (tomo 1, p. 181). Este relato de Mark Clifton y Alex Apostolides mancha la calidad del primer tomo, que es muy considerable.

    Del segundo volumen sólo destacaré dos relatos, por no alargar en exceso. Los relatos son La luminosidad cae del cielo e Inmigrante. En la primera Idris Seabright es capaz, en apenas una docena de páginas, de contarnos una historia de amor y retratar una sociedad humana decadente, entregada a la satisfacción de sus más bajas pasiones. El resultado es una pequeña joya. En el segundo relato, Clifford Simak nos da una patada en las entrañas y desvela las miserias de la inmigración. La historia no encalla aquí. La ciencia ficción se abre camino, en un juego de posibilidades muy rico. Su riqueza nos paga con sabiduría acerca del hombre, de sus limitaciones, haciendo que ni el protagonista tenga certeza alguna, ni tampoco el lector. Simak nos empequeñece y, haciéndolo, engrandece su relato, porque nos hace sentir poca cosa ante tan gran cosa. Es un relato para enmarcar página a página y releerlo de vez en cuando. Posiblemente sea el mejor del segundo volumen. Para mí es el mejor de los dos, pero ahí ya entra el juicio de cada cual.

    De la suma total excluyo varios relatos, algunos bastante buenos, otros no tanto. Según mi parecer es una antología muy buena, y que depara agradables sorpresas con casi todo lo que propone, pero no puedo ser taxativo... me quedan por leer otros dos tomos. Ya les contaré. Como colofón a esta reseña quizá lo mejor será decir: continuará...




    

miércoles, 7 de agosto de 2019

"Horizontes" de Federico Balart


   Es rasgo distintivo de nuestros días que los hombres y mujeres reciban una educación edulcorada, rica en datos que nada tienen que ver con su tradición o, si tienen algo que ver, se desvirtúa. Con mala suerte, ni siquiera se sabe de figuras injustamente depositas en el limbo. Eso fue lo que a mi me ocurrió con la figura de Federico Balart (1831-1905), hombre inteligente que descubrí gracias a una amistad, amistad que también tuvo la generosidad de prestarme un volumen de 1897 titulado Horizontes. Buscando algo de su biografía descubrirá cualquiera que nació en Pliego (Murcia) y que hizo fortuna por las calles de Madrid, tanto en las letras, con dedicación a la crítica de arte, como en la política, llegando a ocupar puestos de importancia. Dejados los asuntos de estado, trabajó un tiempo como contable en el Banco de España. Su obra no ha sido, que yo sepa, recopilada, y se halla dispersa en distintos volúmenes y periódicos.

    Horizontes es una fragmento de lo que sus manos escribieron en los últimos años, especialmente la última década del siglo XIX. Lo sabemos porque cada poema está fechado y dedicado. Este tomo es, por tanto, una recopilación de poemas pero, no se nos debe olvidar, guarda cierta unidad. Las personas a quienes dedica los poemas, así como las fechas, nos hacen pensar que los versos guardan un significado especial. Según las circunstancias de la persona en cuestión, las palabras adoptarían un significado más preciso. Que las composiciones poéticas estén fechadas nos pone sobre aviso de una autobiografía y unas biografías de las que no tenemos idea alguna, pues solo un biógrafo, un buen biógrafo, podría desnudar las redes invisibles de hechos y afectos que envuelven los poemas de Horizontes. Careciendo del arsenal exegético de un biógrafo nos queda hacer un comentario muy general del libro, mostrando sus luces, varias y cálidas.

    Todo poeta habla del amor, de la muerte y de tres o cuatro cosas más, con los que se arregla para intentar decir algo personal y bello. De los muchos temas que se pueden seguir en este poemario destacan por su relieve las patrias chicas del autor. El tercero de los poemas está dedicado a Murcia, con sus duros días y esforzadas huertas. Junto a ella resplandece el rocío en la hierva fresca de Asturias, que siempre recuerda por haber despertado una raza enseñoreada de la península y América. Cuando no reclama estas tierras por motivos patrióticos, lo hace por su belleza, o el descanso que de allí espera:

Si Dios a mi vejez guarda el reposo
Que tantas veces con afán le pido,
A orillas del Cantábrico brumoso,
Lejos del mundo buscaré el olvido.
(Sueño dorado)
 
   Balart guarda intenso diálogo con la naturaleza, con sus borrascas y montañas, nombrándolas con palabras ingeniosas, porque en la naturaleza, más que en cualquier otra parte, surge su poesía. Ella es el lienzo en el que pinta trazos de palabras:

Allí, al nacer o al expirar el día,
con faz alegre o semblante huraño
Ella me aguarda siempre -¡la poesía!-
Sentada al pie de un roble o de un castaño.
(Ella)

       Sentado a la sombra de algún roble celebra la naturaleza, el amor e incluso a Dios, nobles ideales que hoy solo sirven como objetos de mofa o mercadería de baja estofa, triturados por una sociedad sin dioses, patria o amores, pues la grey está demasiado ocupada en la consumición bulímica de paisajes, cuerpos y experiencias, que por su rapidez y repetición terminan en experiencias espurias. Balart dedica muchos versos a buscar tras las nubes y montañas a su Dios, haciendo una elegía, porque vio no su muerte, sino el triunfo de los descreídos. En Meditación y Deus ignotus advierte los brotes de una sociedad antinatural, pues no ha habido sociedad alguna en la historia sin divinidades. Como causa de esta circunstancia señala el envanecimiento de algunos por la ciencia, como deja sentenciado en  Progreso. Retoma allí, de manera amplia, explícita, lo que en otros poemas había rozado tangencialmente. La ciencia consigue un conocimiento del mundo y un dominio del mismo pero su saber no es completo ni suficiente para vivir. Quien cegado de ciencia cree encontrar la única fuente de saber se ahoga en ignorancia, porque no sabrá vivir ni consigo mismo ni con los demás. A la ciencia le pregunta, de frente:

¿Qué sabes del mal y el bien?

Bien, para la ciencia humana
Cuando lo intangible explica,
Es palabra hueca y vana
A que tu razón liviana
Conceptos sin fin aplica.

Siempre, de constancia ajeno,
Tomas, tras breve intervalo,
La triaca por veneno:
Lo que ayer fue malo es bueno;
Lo que ayer fue bueno es malo.

Hoy las naciones aherrojas,
Mañana expulsas los reyes;
Y, entre mortales congojas,
Como la selva de tus hojas
Mudas costumbres y leyes;

Que, en perdurable ansiedad
Y en insensato furor,
Miserable humanidad
Tu verdad es solo verdad
Después de haber sido error.
(Progreso)

   Ciertamente, el positivismo antiguo, que pretendía fijar por medio de ciencia hasta las más diminutas cuestiones ha llevado a nuestras "demogracias", que son un continuo patio donde las gallina (los ciudadanitos) discuten de todo para no resolver nada, con una ética pendular en la que nunca queda claro qué es correcto y qué no. Como la piel de una serpiente, muda la ética de los ciudadanitos. Balart señala a la ciencia, no a la política o la sociedad de su tiempo, es cierto. No vivió lo suficiente para ver nuestros corrales. Seguramente, más de alguno le llamaría cristiano casposo. Incluso a mí se me pasó por la cabeza por un momento. Pero tan descuidada idea no medró. Me imagino que si muchos leyeran un ataque a ciertas pretensiones del conocimiento (como sucede en el poema El alquimista de Borges) se quedarían con una sonrisa tonta en la cara, porque queda muy "chuli" decir que gustan ciertos autores. Hay que tener cuidado con que el contenido de un mensaje no quede manchado por razones ajenas al contenido. Ciertamente, si se nos ponen los pelos de punta con las críticas a las pretensiones científicas, deberíamos olvidar todos los relatos de Ícaro entre los antiguos, así como todos los relatos sobre Fausto entre los modernos. 

    Este libro muestra felizmente a un poeta que,  encadenado al lenguaje, al lenguaje encadena en sucesión de versos con rima asonante y consonante, según su voluntad. En cada página nos deja una gota de afectos aunque se queje del desgaste de la edad: "Es amor, a mis años, flor inverniza / Sin el matiz ardiente de la amapola; / Pero, aun seca y estéril, aromatiza / Las páginas del libro donde desliza / Un pétalo caído de su corola." (Horizontes). Recogidos los pétalos, el lector huele el amor a su tierra, familiares, amigos y Dios. Federico Balart porta nobles palabras que nos alejan, o deberían alejarnos, de los modernos vagabundos sin amor (porque cambian más de pareja en un año que estaciones tiene el año), sin tierra (prefiriendo lo ajeno a lo propio en un urbaniteo de pijos que por corrección política se denomina "cosmopolitismo") y sin Dios (entregados al orientalismo barato o alguna idolatría). Es conveniente guardar los pétalos que esta corola, generosamente, lanzó en vida porque, sin recopilaciones actuales, pronto se las llevará el viento del olvido.