domingo, 25 de diciembre de 2016

"Los oráculos paganos"/ "Los últimos días de Enmanuel Kant y otros relatos" de Quincey



    Hay autores que por una fortuna u otra, ven deslumbrar su nombre gracias a otros, aunque no les falte mérito para relumbrar por su propia valía. Quizá a Quincey le ocurre algo similar, de quien sospecho que debe sus modernas ediciones al gusto que tenía Borges por sus historias, anécdotas y, en general, estilo. Es esta una impresión propia que no he podido confirmar viendo el número de ediciones de las que ha gozado el autor inglés. Sea como fuere, Quincey tiene méritos propios que le hacen ser disfrutado (y quizá también aborrecido en algunos momentos). Al menos es lo que creo que puedo decir tras leerme dos libros que recopilan diversos escritos de él. No suelo reseñar más de un libro en la misma reseña pero en este caso haré una excepción: puesto que los leí juntos, juntos los reseñaré.

    Hombre de cejas algo pobladas y aspecto encorvado, algo anodino incluso, podríamos decir, Thomas de Quincey nació en Inglaterra. En el seno de una familia acaudalada parece ser que no tuvo excesivos problemas para recibir una educación del todo privilegiada, que más tarde aprovecharía en su carrera literaria. A pesar de un futuro prometedor parece que no se llevó del todo bien con su familia, de la que huyó en sus años mozos. Sin centrarnos en demasiados avatares vitales, como sus relaciones con Coleridge y otras afinidades que nos llevarían algo de tiempo, nos centraremos sin demora en los escritos que he podido leer en estos dos libros.

     Ante todo estamos frente a una gama de artículos que versan sobre muchas materias, unas históricas, biográficas, pedagógicas y de otras índoles, unas más entretenidas y otras no tanto. Las recopilaciones que me he encontrado, por tanto, no tienen un carácter sistemático. Pese a la dispersión de las piezas en conjunto, cada pieza, tomada en sí misma, presenta una estructura interna sólida, que nunca se va por los cerros de úbeda y que nos expone las distintas opiniones de Quincey de forma ordenada y lógica. Así son tratados las sutilezas de Heródoto y sus modernos críticos -con palabrejos griegos incluídas-, la comparación de las obras de Goethe o algunos de los aspectos de filosofía y ciencia. Se podría decir que leer a Quincey es sinónimo del "Prodesse et delectare" ("Enseñar deleitando") de Horacio. Nunca falta alguna observación útil en sus páginas, y estas no están nunca desprovistas de la amenidad de un estilo prolijo, atemperado gracias a la maestría. No solo son útiles en muchos casos: sus observaciones, escritas a caballo de los siglos XVIII y XIX, resultan, en ocasiones, sorprendentes:

"De esta Babel planetaria que usted y yo habitamos se dice que tiene unas tres mil lenguas y dialectos (...) tenga la certeza de que en los dos próximos siglos todas las lenguas bárbaras de la tierra (es decir, aquellas sin literatura) serán una a una estranguladas y exterminadas por cuatro lenguas europeas, a saber, la inglesa, la española, la portuguesa y la rusa" (Los oráculos paganos y otro escritos, pág. 192-193).
    Es evidente que esto ha sido así, si bien no con esta o aquella lengua, lo cierto es que las lenguas europeas se han extendido por el mundo y multitud de dialectos y lenguas sin literatura se han perdido. Esta precisión y espíritu previsor lo podemos hallar también en Cartas a un joven cuya educación ha sido descuidada, cuando nos aconseja no lanzarnos al estudio de multitud de lenguas, pues según él, esta actividad "produce la putrefacción de la mente humana".  Aconseja que más allá de la propia se estudie el griego, el latín y una de tres: el inglés, el español y el alemán. Pide al lector que selecciones en función de su campo de intereses. Quien desee aprender química debería aprender aquella lengua en la que más tratados de tal materia se hayan escrito. Vemos que, ante todo, guarda cierto espíritu pragmático, ese por el que son tan célebres algunos ingleses. El alemán lo recomienda especialmente si alguien quiere estar versado en filosofía, pues de Quincey, alejándose de pensamiento insular de su país, no duda en decir que la filosofía alemana es la que mejor voz propia tiene, con Kant a la cabeza. A este lo admira particularmente, dedicándole una narración donde nos cuenta los dramáticos últimos días de su vida. consiguiendo conmover al lector, aun cuando este no hubiera tenido ningún interés en ese filósofo -como es mi caso-.

   Quienes no se sientan seducidos solo por los consejos del autor o sus disquisiciones sobre ciertos temas, podrán gozar de las narraciones que conservan un toque aventurero, incluso épico diría. La monja alférez destaca en este apartado. Catalina de Erauso, una española destinada a la vida casta de los monasterios, protagoniza una historia en la que escapa del monasterio y se alista en los ejércitos de su real majestad en sudamérica, atesorando numerosos éxitos mientras oculta su género. De sus múltiples vicisitudes da cuenta Thomas de Quincey con una particular defensa de la mayoría de los actos de esta monja que se convirtió en un gran soldado. A parte de esta historia, mi favorita fue, casualmente, la primera que leí, La rebelión de los tártaros, donde Quincey nos cuenta la huida de un pueblo entero, los calmucos, perseguidos por el terrible sable ruso hasta las fronteras mismas de China. Esta narración es sin duda la que más carácter épico alberga de todas las que he leído del autor. Nada más que por esta historia ya les recomiendo la lectura de De Quincey.


jueves, 15 de diciembre de 2016

"Discarded image" o "La imagen del mundo" de C. S. Lewis


    La inspiración para muchas de nuestras obras de fantasía reciente hunden sus raíces en las muy antiguas historias del medievo. Tolkien o Lady Gregory son algunos de los que quedaron cautivados por el mundo encantado de aquellos poemas. Relatan estas obras las gestas de algún caballero, los suspiros de una doncella o los temores de algún rey por el porvenir del reino... Esto es una simplificación que no hace justicia a la literatura medieval pero es más o menos lo que todo el mundo piensa. Cautivado por Calímaco y Crisórroe emprendí la lectura de este libro, escrito por el novelista de Las crónicas de Narnia, con la esperanza de familiarizarme un poco más con el mundo medieval y sus historias. No me importó mucho que estuviera en inglés pese a que no conozco esa lengua en profundidad. Pensé, ingenuamente, que sería más sencillo de lo que en realidad fue...

    En el transcurso de la primera a la última página, Lewis va esbozando algo que defrauda a los que nos acercamos pensando que encontraremos una suerte de historia de la literatura, como parece prometer el subtítulo. Muy al contrario, se nos avisa en las primeras páginas que el objetivo es ver cómo el medievo crea una cosmología propia, deudora con el pasado pagano, pero que ha echado amarras en pos de nuevos horizontes. Esa cosmología se conforma gracias a fuentes del mundo antiguo, pero perdida la transmisión directa con esa etapa, se comienza a insinuar una "nueva imágen del mundo". No hablamos de filosofía, sino de la imagen del mundo que se da en la literatura. Así, transitando el ensayo histórico, la filosofía y la literatura, Lewis escribe un libro que no es ni un tratado filosófico, ni una historia de la literatura, ni tampoco un estudio meramente histórico. Es, pues, difícil de clasificar y en ocasiones parece que podemos recriminarle que nos diga que no hablará de forma directa de filosofía pero sin embargo nos explique las diferencias entre intellectus y ratio en Sto. Tomás. O también los tres tipos de alma de alma (vegetal, animal y racional) que, se pensaba entonces, existían. 


    A pesar de los etéreos límites por lo que vaga el autor, creo que le podemos perdonar eso habida cuenta de la cantidad de cosas curiosas e interesantes que nos cuenta. Me resultó muy gracioso cuando habla de las artes liberales y, en lo tocante a la retórica, nos menciona las estrategias que urdía y enseñaba Chaucer en su Amplificatio para hacer que la obra fuera más extensa. En una de ellas decía "In order to leghten the work dont call things by theyr names" (Discarded image, pág. 192)... lo que se transforma en que para referirnos a Venus no la mencionamos, sino que escribimos cinco versos describiendo sus atributos. Quitando esta anécdota, más curiosa que relevante, nos habla de la concepción que los escritores medievales tenían acerca de la historia, del orden del reino animal e incluso de los seres fantásticos. De estos últimos nos aclara una entera genealogía que va desde Platón a los medievales gracias a Calcidio y Apuleyo. Los orígenes están en el pensador ateniense, quien estableció claramente que entre dos extremos debe haber un intermedio para su conexión. Así, entre los dioses inmortales y los hombres, debe haber unos seres intermedios que Platón llamó daemones, demonios. El tiempo haría que estos seres cobraran hechura propia, haciéndolos seres corpóreos e incorpóreos, grandes o pequeños en los poemas medievales. Esto debería recordarnos lo que alguna cabra descarriada del redil ha dicho hace poco. El medievo barajó varias teorías para estos seres, muy interesantes todas ellas, pero que no relataré aquí. Cuestiones como la geografía y las criaturas fantásticas de los viajes de Marco Polo hallan mención y análisis en el libro. 

    A veces parece que se aparta del tema del libro pues nos lleva a las repercusiones que la cosmología literaria del medievo lega a la poesía y literatura posterior. Cabe destacar que siempre que aduce alguna de las huellas que ha quedado impresa en las obras modernas, lo hace con autores del entorno anglosajón. Wordsworth, Coleridge, John Milton o William Blake son, en consecuencia, mencionados. Aspecto este parcialmente negativo, en la medida que muestra cierta incompletitud, pues una obra que examina la cosmología medieval y su inflluencia debería examinar lo segundo teniendo en cuenta al menos obras del entorno francés o alemán. 

    Ignorando aquella falta que mencionamos, tenemos un libro que presenta un ideario común a diversos escritos antiguos, con múltiples datos que van desde la filosofía, la física y la geografía, en un estilo florido que pondrá en dificultades a los que, como yo, no están familiarizados con la lengua inglesa. Discarded image, haciendo gala de su naturaleza incierta, saca a relucir el valor de la cosmología medieval diciéndonos:

We must recognise that what has been called "a taste in universe" is not only a pardonable but inevitable. We can no longer dissmiss the change of Models as a simple progress from error to truth. No model is a catalogue of ultimate realities, and none is a mere fantasy. Each is a serious attemp to get in all phenomena known at a given period, and each succeeds in getting in a great many. But also, no less surely, each reflects the state of that ages´s knowledge. Hardly any battery of new facts could have persuaded a greek that the universe had an attribute so repugnant to him as infinity; hardly any such battery could persuade a modern that it is hierarchical" (Discarded image, pág. 222).
    En otras palabras: la cosmología medieval no puede ser descartada (ni despreciada) como falsa porque los caminos por los que explicamos el mundo y el universo atienden a inclinaciones, al menos en parte, psicológicas. Un griego no aceptará el infinito, del mismo modo que un moderno no aceptará las jerarquías, como dice al final. En un caso y otro, uno con la cosmología ptolemaica y otro con la resultante de Copérnico y Galileo, hará cálculos precisos y exactos sobre el movimiento de los astros. En esto quizá resuene algo de La estructura de las revoluciones científicas de Kuhn, publicada en 1962, dos años antes que el libro de Lewis. No puedo saber si mi intuición es certera... No pondría la mano en el fuego pero quizá sí la acercaría un poco. Si alguien se anima a leerlo tengo buenas noticias para él: hay traducción. Como me resultó imposible encontrarla tuve que recurrir al original, que puede encontrarse sin problemas en la red.



jueves, 1 de diciembre de 2016

"Calímaco y Crisórroe"

    Los infortunios del exiguo imperio romano de oriente, ese superviviente de un antaño y colosal imperio no nos han sido del todo ajenos. Sin embargo, en varios sentidos su cultura nos resulta ajena y sus obras son más libros de eruditos que objeto de lectura por inquietos lectores. Quizá influyera en ello que toda su cultura se basara en el empleo del griego, lengua casi olvidada en su totalidad en el occidente latino. Recordemos las lágrimas de Petrarca cuando tuvo unas copias de Platón en griego y, ante su ignorancia en esa lengua, no le quedó sino un gran pesar.

   Para cuando en occidente comenzara a haber academias y una amplia difusión de la enseñanza griega, el imperio bizantino sería ya una sombra de lo que fue. Sus fronteras se reducían a las de las mismas murallas de Bizancio, incólumes durante un milenio y tan altas que hasta los cielos tocaban. El fulgor de su antigua e ilustrada cultura comenzaba a menguar, sus pensadores emigraban a Italia, donde el turco amenazador no molestaría sus eruditas tareas. Todo ello vino a resultar en una menor difusión de la cultura de Bizancio, especialmente de obras que no atrajeran la atención de los especialistas, como es el caso de la breve narración titulada Calímaco y Crisórroe.

    Narración de 2600 versos que ha sobrevivido únicamente gracias a que fue recogida en el Codex Scaligeranus 55 de la biblioteca de Leiden, este libro presenta una historia algo corriente pero con cierto encanto. Tomando motivos de la novela caballeresca, nos emplaza en un escenario irreal en el que tenemos el típico el reino hubicado en algún lugar de un vasto dominio imaginario. Aquí, cierto rey incapaz de decidir a quién dará su corona una vez sus fuerzas declinen, lanza un reto a sus tres vástagos: que demuestren mediante hazaña y aventura el mérito para que la corona se pose sobre su cabeza. Los hermanos parten de forma fraterna entre ellos, sin fricciones de ningún tipo, en pos de aventura y riqueza. Los dos mayores, temerosos a las inclemencias del tiempo y los lugares más escarpados, avandonan prontamente la empresa que el padre les encomendó. El menor, de caracter más aventurero, continúa la aventura hasta encontrar un gran castillo ricamente dotado de cuanto uno pueda desear. Así nos dice el protagonista maravillado:

    "Aun cuando contemplara ante mis ojos la efigie de la muerte, aun si tal riesgo fuera manifiesto y se me apareciera el mismo Caronte... No por ello dejaría de tratar de explorar la gran hermosura del castillo, el vasto encanto de su construcción, sus pedrerías, perlas de oro, la incandescencia de sus rubíes. Pues, si la muralla ya por fuera presenta tanta maravilla, ¿qué ánimo dejará de asombrarse ante los encantos de su anterior?" (p. 61)
    No, no tienen que apostar demasiado para adivinar que lo que encierra el castillo es un dragón y una dama torturada y en apuros. Una dama, sin embargo, excepcional, pues muestra más inteligencia y astucia que su salvador. Caracterización esta algo rara a las obras de corte caballeresco. Sí se ajustará más, en cambio, a la profundidad psicológica de aquellas obras, más bien pobre y siempre motivada en las mismas tendencias (la nobleza y las buenas intenciones). Tanto esta princesa, cuyo nombre es Crisórroe, como el resto de personajes adolecen de una simpleza introspectiva considerable. Son personajes sencillos, con roles muy específicos y planos que hacen que la atención se deslice no tanto en ellos como en la trama y los elementos mágicos que esta contiene, que son unos cuantos: una bruja aviesa, el dragón, objetos mágicos y algún que otro encantamiento fatídico. Los roles de los personajes y los aspectos mágicos de la trama resultan en una historia breve, sin muchos recovecos, muy dada a lo criticable por su simplicidad, pero que nos habla  de forma interesante sobre las intrincadas relaciones que se dan entre el azar y el amor. Eros y Tyche son realmente los pilares de la narración bien sencilla que tenemos en mano.

    Como lo fantástico existe más para ser admirado que descrito, el autor anónimo se nos confiesa a menudo incapaz de relatar las maravillas que pueblan las andanzas de Calímaco. "Callo porque me falta el lenguaje" (p. 71) nos dice... En realidad no se calla, pero sí que resuelve más o menos la tensión entre lo que puede imaginar y lo que puede expresar dándonos una novela curiosa, de atractivo insinuante más que manifiesto.

    Respecto al aparato de notas diremos que el lector no se halla en posición muy distinta a la de la dama torturada por el dragón, pues las notas suponen un castigo. De esto nos avisa el incio de la novela, cuando en el subtítulo de la misma ya encontramos una nota. Para más indicios de tortura al lector hemos de mencionar aquellas notas que nos avisan cuando un nombre aparece por primera vez... desconfiando por completo en la atención del lector y pensando que será incapaz de ver cuándo se emplea por vez primera un nombre. El resto de notas son de índole filológica y para el lector medio no revisten importancia alguna. A pesar de este aparato de notas, Carlos García Gual se redime con una buena aunque breve introducción donde nos desmenuza los porvenires de la novela bizantina y otras cuestiones. Todo ello con el estilo siempre agradable que le caracteriza y que nos hace desear leer algo más de él.

    He señalado a lo largo de estas breves palabras varios aspectos como la simpleza de trama y de personajes, pero esto, espero, no irá en menoscabo de la obra. Debemos ser indulgentes con obras menores que presentan, aun con todo, algo que les da encanto. Si gustáis del género fantástico puede ser una lectura amena.
    

domingo, 27 de noviembre de 2016

"El sueño de Constantino" de Paul Veyne


   Se diría que junto a las losas y esbeltas esculturas de los pasados tiempos romanos el cristianismo ha tenido una fortuna similar: persistente y dura como una roca, tan antigua como ellas y presente casi del mismo modo (como reliquia). Sea cual sea la naturaleza del cristianismo, similar o no a las reliquias romanas, Paul Veyne dedicó un libro a la cuestión de cómo el cristianismo llegó a ser la religión de todos cuando, en principio, había sido la religión de unos pocos. 

   Con el fin de tratar la cuestión, el historiador francés dirige su lupa al crisol en el que él considera que se da un punto incisivo, de importancia considerable pero no irreversible: Constantino y sus medidas. Pero no caigamos en la confusión: este libro no es un libro de historia que hable de todo cuanto se hizo bajo el reinado de dicho emperador. Hay que fijarse en el subtítulo -cosa que a veces obviamos- para ser consciente de la amplitud y medida de lo que se va a tratar: el afianzamiento del cristianismo y su fortuna. Respecto a esto Paul Veyne nos es del todo sincero, pues en numerosas veces nos repite que la fortuna del cristianismo debe mucho a la casualidad y la suerte, y no solo a un entramado y una estrategia bien definida (que también).

    Constantino podría empoderar a la que entonces había sido solo una secta, favoreciéndola, financiándola y ayudando a extenderla, mientras al mismo tiempo se insinuaban medidas que entorpecían el culto a los paganos. Esto no supuso, ni mucho menos, una inflexión histórica definitiva. Cuanto podía haberse conseguido podía desaparecer en cualquier momento, pues los cristianos seguían siendo minoría en un imperio de paganos. Esta debilidad se evidenció cuando Juliano, el apóstata, llegó al trono y se afanó en entorpecer a los cristianos y colocar el paganismo en el lugar en el que debía estar. Su muerte sellaría, sin embargo, la suerte del cristianismo:

    "Sin presentir las consecuencias históricas de su decisión, los dos clanes militares se pusieron de acuerdo en 364 sobre el cristiano Valentiniano, por mil razones en las que la religión apenas intervenía, y sí lo hacía y mucho la oportunidad, la urgencia, el interés personal y corporativo, el talento o la permeabilidad de los candidatos." (El sueño de Constantino, p. 130)

    Como dijimos, los hechos que examina y valora Veyne, van más allá de Constantino y no tienen en cuenta todos los que en su época se dieron... porque tampoco son pertinentes para el tema. Sin embargo, sí que centra en él una gran parte del libro, en elucidar sus intenciones a la hora de explicar lo que hizo. Contraviniendo a aquellos que ven en la adopción del cristianismo un gesto interesado, Veyne no duda en responderles que, como emperador, poca ventaja podía sacar de elevar a un grupo minoritario. Agraviar a las élites paganas y a la mayoría de sus súbditos con ciertas palabras y nuevas formas no era precisamente obrar en vistas a un interés de mente calculadora, que mide y busca los resortes del poder. Más bien, nos dice este historiador, habríamos de creer que fue un creyente sincero. Junto a este deslizamiento de la cuestión, se une otro: el triunfo del cristianismo no se debe a que el ambiente de la época favoreciera una mentalidad crédula que se evidenciaba en multitud de sectas y cultos, sino en que el cristianismo aportaba una novedad: la inclusión del alma individual en un proyecto histórico divino. 

Constantino I
    De aquellas dos opiniones surge una tercera, que no está ligada propiamente con el tema del libro, y sí con cómo entender la tensión entre individualidad y colectivos y cuál privilegiar a la hora de hacer historia. Por esto y por otros temas esbozados tenemos un ensayo algo disperso. Así, y fuera de la cuestión de los avatares de la religión cristiana, trata la cuestión de si nuestro continente puede considerar que tiene raíces cristianas, o incluso traza algún paralelo - a mi juicio innecesario- entre algunos momentos del pasado y el siglo XX. También, como historiador que se me mete en camisas de once varas, se inmiscuye en algún tema en el que mete la pata. Al considerar el cristianismo menciona en numerosas ocasiones la cuestión de la inmortalidad del alma. Señor Veyne, la Iglesia no sostiene la inmortalidad del alma de forma unánime hasta el concilio de Letrán en 1512. Acudiré en mi ayuda a Etienne Gilson:

"Hoy se sorprendería a muchos cristianos diciéndoles que la creencia en la inmortalidad del alma en algunos de los más antiguos Padres es tan oscura que es inexistente. (...) En realidad, un cristianismo sin inmortalidad del alma no hubiera sido absolutamente inconcebible, y la prueba está en que fue concebido. En cambio, lo que sería absolutamente inconcebible es un cristianismo sin resurrección del hombre." (El espíritu de la filosofía medieval, p. 180)
   Quitando este fallo, que entiendo que puede tenerlo cualquiera, el libro nos hace una exposición dispersa pero interesante de ciertos temas. Por su amenidad creo que este libro puede incluso llevarse en un viaje. Para interesados en la historia del imperio romano, y solamente del imperio romano, quizá acaben algo descontentos al comprobar que no encontrarán un libro que se centre propiamente en un cierto período del mismo. Si el lector pretende encontrar algo menos concreto, que verse sobre historia y que sea ameno, este puede ser un buen libro para él.




miércoles, 23 de noviembre de 2016

"El fin de Alejandro I" de Dimitri Merejkovsky



    La historia en ocasiones no es justa, como tampoco las gentes que no la atienden. De esto quizá nos diga algo Rusia. Ese país duro, helado, nación de campesinos maltratados por nobles, comunistas o plutócratas, ha tenido el mérito de salvar dos veces el continente, aunque no se le ha reconocido el mérito de tal tarea. La más sonora, y cercana, nos recuerda la caída del III reich; la otra, más lejana, pero no menos importante, se remonta a los tiempo de Napoleón, al fin de lo que había nacido de la república francesa, fuera bueno o malo. La historia que muchos imaginan, que como decimos es a veces injusta, nos habla mucho de la victoria de Wellington en Waterloo, ensombreciendo los enormes sacrificios que tuvo que hacer el pueblo ruso para resistir y finalmente vencer en Leipzig a Napoleón. El mérito de esa victoria fue de un hombre llamado Alejandro I, zar de todas las Rusias, que prefirió ver cómo los franceses asolaban con fuego sus tierras antes que rendirse.




   Merejkovsky, autor ruso de sobrada maestría narrativa, da protagonismo a ese hábil estratega que fue Alejandro, pero su Alejandro no es el conquistador... El Alejandro de Merejkovsky es un hombre mayor, inquieto, anhelante de paz, que ha olvidado los viejos días de gloria en favor de los futuros imaginarios en los que él ocupa una casita de retiro junto a su esposa. 
   "Cuanto más se alejaba, más aliviado se sentía Alejandro, como si su alma se librase del peso que la había abrumado en los últimos años; le parecía salir de un terrible sueño; se sentía como si hubiera abdicado ya, como si nunca tuviese que regresar, como emperador, a la capital; la última liberación lo esperaba en el sitio al que se dirigía. ¿No era, acaso, por esta razón que oía en los gritos de las grullas una misteriosa llamada, una esperanza infinita?" (El fin de Alejandro I, Pág. 45)

    El sino de los tiempos, sin embargo, obstaculizará sus pequeños y razonables deseos de retiro. Podrían haber abatido entre todos al gigante francés una década antes, pero no pudieron destrozar cuanto se dijo y pensó en la Francia revolucionaria. Las formas rígidas y autoritarias de gobierno que hasta ahora habían regido Europa habían perdido todo rastro de ligitimidad tras la toma de la Bastilla. Esto, que atañía a los franceses, no le afectó menos a Rusia, donde empezaron a haber escépticos de la monarquía de los Romanov. Los titubeos y susurros hablan de constituciones, de leyes, de levantamientos y, en definitiva, de poner fin a la familia real. De esos titubeos y susurros, verdadera mirada de Gorgona para las monarquías europeas de aquellos tiempos, nos habla Merejkovski.

     Para el fin que se propone el autor esboza dos momentos que se van intercalando en la novela: por un lado, el inquieto semiretiro del emperador que está al tanto de la trama de los conspiradores; por otro, los conjurados cuyos rostros y caracteres, buenas o malas intenciones, nos son presentadas. No hay por parte del autor demonización alguna de ninguna de las partes. Si el zar Alejandro nos resulta una figura amable, viajero cansado de los hilos del poder que se ciñen a sus brazos y cuello como cadenas, los conspiradores no son menos nobles. De hecho alguno de ellos parece que debiera vestir las ropas de un santurrón más que las de un militar... Prueba de ello son las vacilaciones que estos últimos tuvieron, incapaces de pasar a la acción. Finalmente su pensamiento y proyectos nos resultan tan utópicos o imaginativos como aquellas historias que se contaban los hombres en el Renacimiento, con Moro o Campanella.

    Intercalando los pesares palaciegos de la mujer del zar, esposa devota, las conversaciones de los conjurados y algún viaje de estos, la trama transcurre sin muchos vaivenes que aporten al lector momentos inesperados o giros repentinos. Asistimos con esta novela, más que a otra cosa, a los últimos días del zar que llevó victoriosos a sus húsares hasta París.

    No puedo decir que el libro haya hecho que me olvidara de cualquier otra cosa, sinceramente. Circunstancias biográficas han hecho que quizá no disfrutara de esta novela como quizá hubiera podido ocurrirme de haberla leído en momento más propicio. Con todo, afirmaría sin reparo que la novela no tiene la maestría en su estilo y estructura que tuviera El romance de Leonardo, libro que me dejó atónito en su día. La calidad de esta novela histórica, me parece inferior en muchos aspectos... Pero sin recurrir a las tentadoras comparaciones, diré que quien sea capaz de sortear las dificultades que los nombres rusos presentan -no pocas cosa es esa- tiene un libro menor entre manos, pero no aburrido. La casualidad ha hecho que hace apenas unos días cayera en mis manos la continuación del libro, titulada El 14 de diciembre. Ya les contaré algo de ella a quienes lean este blog.

Alejandro I

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Fragmento de "La caja de plata" de Luis Alberto de Cuenca

La mentirosa

Tienes hora para ir al ginecólogo,
te duele la cabeza, te ha sentado
algo mal o preparas un examen,
es el santo de Marta, los gemelos
se aburren sin salir o Macarena
te ha invitado a bañarte en su piscina...
¡Qué mal mientes, amor! Si no te gusto,
dímelo. Pensaré en un buen suicidio.
Pero si quieres verme, y tus excusas
no son más que un vulgar afrodisíaco
para que se mantenga mi deseo,
invéntate otros juegos, vida mía,
que el premio del engaño es el olvido.



miércoles, 9 de noviembre de 2016

"El fuego secreto de los filósofos" de Patrick Harpur


    Un libro que cuenta con una portada de un cuadro de Arcimboldo no puede por menos que atraer la mirada de quien esté en la librería. Si además uno comprueba que el libro resulta ser de Atalanta y su autor es Patrick Harpur sabe que, como mínimo, va a leer algo decente... Al menos es lo que uno puede pensar por la buena prensa que el conde Siruela consigue con cada uno de los libros que publica. No me acerqué yo al libro por su peculiar portada, ni tampoco porque esta editorial lo publicara. Mi encuentro con él se debe mayormente a otro anterior con Harpur: La tradición oculta del alma. Me pareció aquel un libro delicioso, de los que uno devora y siente tristeza al acabar. Por su temática, deslindada de la mayor parte de planteamientos actuales, era una carta de presentación elocuente de uno de los autores que ha conseguido un lugar destacado en el catálogo de Atalanta.

    Pero dejando al margen el modo en que llegué al libro, veamos cómo se presenta. En la contraportada se nos dice que es una historia de la imaginación y promete "sacudir los cimientos de los rígidos mitos que han gobernado en los últimos siglos nuestro universo racional". Contraportada que anuncia a bombo y platillo la genialidad de la obra, sin duda, pero ¿qué nos encontramos al comenzar el ensayo? La respuesta es un conjunto de capítulos más o menos reiterativos sobre ciertos temas que se sostienen en un mismo punto: la llamada a un mundo animista. Bajo esta presentación aparece la actitud irónica de Harpur hablando de los tiempos modernos y cómo estos han escamoteado cierta visión tradicional del mundo. En esa visión tradicional, el universo goza de vitalidad en cada una de sus partes, estando poblada por seres feéricos de naturaleza contradictoria, grandes y pequeños, corpóreos e incorpóreos... Lo que viene a continuación no es una historia de la imaginación. Olvidan, quienes dicen eso, que una historia no se hace con retazos, sino que requiere cierta linealidad, de la cual carece por completo la obra. Pero no es solo que El fuego secreto de los filósofos no sea una historia de la imaginación por su estructura, sino porque como se dice este libro es:

"un rayo de luz difractada cuya fuente (...) proyecta un arco iris más allá de este libro (...)" (pág. 23)
    Una bonita forma de decir que el libro trata sobre la naturaleza de la realidad. Cierto es que la realidad que nos presenta requiere un componente imaginativo pues el mundo, nos dice Harpur, no se agota en lo material. Los seres feéricos no son realidades fácticas, como tampoco los mitos y otros elementos, pero hay que verlos como metáforas que conforman una realidad que va más allá de lo que vemos. Se dice, pues, que hay otro mundo, donde se encuentran los seres feéricos, mientras al mismo tiempo afirma que no existe literalmente -el lector se las deberá arreglar con la aparente o real contradicción-. Perder de vista la realidad daimónica del otro mundo conlleva una serie de circunstancias: pérdida de sentido vital y múltiples enfermedades físicas o psicológicas, etc. Como propuesta y remedio nos sugiere recobrar la antigua visión del mundo que él dice exponer:

"Si queremos cambiar nuestra obstinada literalidad, tendremos incluso que dejar entrar un poco de locura, abandonarnos a cierto éxtasis. Siempre podemos comenzar tratando de desarrollar un mayor sentido de lo estético, una apreciación de la belleza, que es el primer atributo del alma. Por la manera en que vemos el mundo podemos restaurar su alma (...)" (pág. 428).
    Para que no se me tache de forma simplona como escéptico a una visión del mundo animista no criticaré el libro desde fuera, sino desde dentro. No soy contrario a una visión animista de la realidad; sí que lo soy, sin embargo, cuando esta es inconsistente. Daré mis razones al respecto:
  1. La mención al neoplatonismo es algo reiterado en la obra, pero si atendemos a cómo lo trata me surgen una serie de dudas. Al hablar de Plotino, Harpur lo menciona diez veces, de las cuales solo tres nos remite a su obra. El resto de veces o no nos remite a alguna parte de sus Enéadas o lo hace a la interpretación que de él hace James Hillman, un jungiano... Lo cual me lleva a pensar que su lectura del neoplatónico Plotino está corrompida. A Jámblico, Ficino y Pico della Mirandola, como demuestra el aparato de notas, no los ha leído. Proclo ni siquiera tiene mención en la obra. Cabe preguntarse entonces cómo alguien que no tiene conocimiento profundo sobre el neoplatonismo puede hacer afirmaciones tan rotundas como las que hace.
  2. Algunos capítulos son meros resúmenes de otros libros. Por poner un ejemplo, el capítulo XIX, no dice nada que no podamos encontrar en Discarded image de C. S. Lewis. Llega a ser tan grotesco el resumen que a veces no se molesta en cambiar el orden de exposición. Lás páginas 248-249 expresan lo mismo que Lewis dijera en las páginas 99-100 de su libro, incluído, al menos, en la bibliografía de Harpur. Quien se sienta inquieto por esto le animo a comprobarlo.
  3. Hay momentos en que hace atrevidas (y descuidadas) equiparaciones. Veamos una:
"Kant está pensando en la tradición que procede de Platón y que anticipa a Jung. Sus categorías son las relaciones de las formas de Platón y de los arquetipos de Jung" (págs. 307-308)
    En fragmentos como este se ve que establece una equivalencia entre tres aspectos, confundiendo lo que tenga que ver con el fundamento de la realidad (ideas en Platón), con las operaciones que realiza la mente humana (categorías de Kant), con lo que sean los arquetipos de Jung. No es baladí la confusión porque nos lleva a no detectar tres áreas de pensamiento bien diferenciadas como son la ontología (Platón), la epistemología (Kant) o los arquetipos (psicología espiritual de Jung). 

    Estas tres razones (y alguna más) me parece que resienten en no poca medida la consistencia y la argumentación de la obra. Son insuficiencias de las que el libro no se hace cargo y que, creo, desmantelan los buenos propósitos que tuviera Harpur al escribir el libro. De no ser porque el autor tiene un buen manejo estilístico este libro tendría tantas flaquezas que lo convertirían en insalvable. Pero gracias a esto último podemos darle un hueco como rara avis en nuestras lejas.



jueves, 3 de noviembre de 2016

Barbagrís

 "Nosotros necesitamos los desastres que nos suceden. Usted y yo hemos pronosticado, de alguna manera, el colapso de la civilización. Somos dos supervivientes de un naufragio. Para nosotros dos, esto significa algo más que la supervivencia... ¡el triunfo! Antes de que llegara el desastre, nosotros lo deseábamo, y por esa razón es un éxito, una victoria para la voluntad. ¡No se asombre tanto! Estoy seguro de que no es usted un hombre que considere los rincones de la mente como un lugar muy saludable. ¿Ha pensado en el mundo don nacimos, en lo que se habría convertido si no hubiera tenido lugar el desastre este desgraciado experimento de la radiación?¿No habría sido un mundo demasiado complejo, demasiado impersonal, para nuestro gusto? (Barbagrís, págs 143-144) 
    J. G. Ballard publicó en 1962 una novela que se ambientaba en la cercanías de Londres que tituló Un mundo sumergido; dos años después aparareció un libro titulado Barbagrís de un Brian Wilson Aldiss. Ambas son novelas de autores de ciencia ficción ingleses. Ambas se ambientaban en un mundo degradado y ominoso, como también ambas discurrían en las zonas aledañas a Londres o el Támesis. Muchos parecidos y una única diferencia: que uno era un mal libro y el otro no.

    Wilson Aldiss se enmarca en la lista de autores que, como Ballard, pretendieron un viraje en el género, una suerte de nueva visión. En sus mundos imaginados, el hombre no iba a ser el hacedor de una raza que formara imperios galácticos, con enormes naves surcando el espacio y rascacielos dorados en mundos prósperos y ricos. La suerte del hombre podía ser muy distinta: podía llegar a caer en desgracia, acosado por algún destino terrible o una propia metedura de pata. Las dos obras señaladas hasta ahora son ejemplos claros. Barbagrís se acerca a una fecha muy cercana a la nuestra pero con un presente más complicado: los juegos torpes de políticos y las tensiones entre las potencias originaron ciertas pruebas de "fuerza". Estas consistieron en el lanzamiento y explosión de diversos misiles que tuvieron el efecto inesperado de alterar la atmósfera. Inundado el ambiente por la radiación, los humanos no tardan mucho en darse cuenta de un efecto secundario: pierden la capacidad de tener hijos. Lo que sucede a esto no es un diluvio de catástrofes que aniquilan cuanto haya en el planeta. La catástrofe no se presenta de modo total, arrasando cuanto haya. Por el contrario, va a apareciendo lenta pero progresivamente. Aunque al principio todo permanezca igual, pasadas unas décadas no queda ninguna de las naciones del presente. Quedan poblados autosuficientes, incomunicados y llenos de ancianos doloridos y supersticioso.

    A tenor de lo dicho arriba comprobamos que los trajes espaciales no tienen lugar en esta novela, como tampoco productos de alta tecnología. La ciencia ficción de este libro es la que muestra el derrumbe, no el avance, del género humano. Desprovistos, poco a poco, de los conocimientos que otrora le otorgaran el dominio natural, los hombres se visten con pieles, cazan animales para comer y recurren a sistemas autárquicos. Nada queda de la moderna economía ni de sus productos, convertidos en el libro en reliquias de un mundo pasado. El comercio da paso al trueque y los hombres, más que sentirse seguros en sus zonas de confort, se sienten amenazados por la presencia cada vez más amenazante, aunque sigilosa, de la naturaleza.

    El modo en que se muestra todo esto no es de manera grandilocuente, sino a través de hechos que llegan a ser cotidianos: tener un reno se considera poseer un tesoro, un sesentón es considerado "joven", ante la carencia de lujos y de acicalamiento la barba es un signo de persona cuidada... Pero la decadencia también tiene lugar en forma de grandes eventos causada por la torpeza del militarismo obtuso o las enfermedades que acompañan siempre los momentos críticos. Ambas cosas las vivirá Algernon Timberlaine, protagonista de la novela, y nos las mostrara a través de viajes introspectivos a su mundo interior.  El viaje por el Támesis junto a su mujer y dos conocidos dará ocasión a las incursiones en su mente. Quiero destacar este último dato como algo relevante porque la estructura de la novela es peculiar. Podemos decir que en la novela tenemos dos líneas de desarrollo, contrapuestas, pero que acaban conciliándose: una nos lleva desde el presente hasta el pasado y la otra desde el presente a lo que va ocurriendo. Ambas confluyen en el punto final, en el último momento de la novela, dando como resultado un personaje bien trazado, que da cuenta de su mundo cercano, de lo que ha pasado, de las aspiraciones que tiene o tuvo... Gracias a esta estructura, felizmente llevada, la novela resulta efectiva haciendo que el lector sienta la melancolía y la nostalgia que inspira un mundo tan poco agradable... Pese a lo esperado, la novela cierra con una nota de esperanza.

  Todavía me hallo cavilando las razones por las que la obra no se ha vuelto a editar, pues ni estamos ante una obra menor, ni ante un relato mal construído. Barbagrís es por derecho propio un libro bueno, una sólida narración que nos brinda un mundo rico en matices y que nos habla de la condición humana en situaciones desafortunadas.



lunes, 24 de octubre de 2016

"Cuentos de los tres hemisferios"


     Con menos relieve que otras figuras del mundo creativo de lo fantástico, Lord Dunsany ha gozado de una atención intermitente y gradual por parte del mundo editorial hispánico. Si bien ha sido publicado una parte de sus libros, no ha sido partícipe de la fama de otros más modernos. Con un nombre bastante largo para ser recordado, prefirió llamarse así mismo por su título nobiliario, del que creo que fue el décimo octavo. Sin importarnos qué lugar ocupa en el complicado mundo de las dinastías nobiliarias, nos interesa su faceta creativa que nos ha legado el que parece un rico mundo de referencias irreales. Sin saber mucho del que fuera noble, y siendo el primer libro que de él leo, conjeturaría que quizá fue heredero, o que al menos compartió la paternidad, del redescubrimiento de la literatura épica que tuvo honda resonancia en la literatura irlandesa. Yeats, Lady Gregory o James Stephens daban voz, al igual que Dunsany, a pasados escenarios de la épica (sin tentativas políticas o culturales, al parecer, por parte de Dunsany).

    Pero poco nos importa que Dunsany se inspirara en unos o que esos "unos" se inspiraran en él, sino que de la mano de este soldado, cazador, (y otras muchas otras) cosas salieran relatos tan deliciosos como los que nos presenta Espuela de plata. Son relatos breves en su mayor parte al principio y, finalmente, tenemos otros más largos y con cierta unidad argumental. De los primeros, agrupados bajo el título que da nombre al libro, tenemos breves narraciones, que con muy pocos elementos construyen mundos sólidos, de antigüedad inmemorial, y que consiguen despertar el espíritu imaginario del lector. Tienen un aire familiar al de una historia mitológica, en un mundo en el que hasta las piedras pueden estar vivas, donde se viven vívidos combates o venganzas de dioses enfurecidos. Del primero tenemos ejemplo en Una hermosa batalla; del segundo, en De cómo los dioses vengaron a Meoul Ki Ning. La marca de lo imaginario, a pesar de lo dicho, no está inscrita en todos los relatos con la misma fuerza. Los hay cuya presencia de rasgos fantásticos es mínima. Para los que no prefieran esos, seguro que los tres últimos, cuyo título es Más allá del mundo, quedarán algo más satisfechos. Se deja en estos la brevedad de los primeros relatos, al igual que su fragmentariedad. Más amplios y con una historia en común, Lord Dunsany recrea historias en tierras imaginarias que él mismo descubre tras llegar a una tienda en Go-By Street. 

    El conjunto de los relatos de una antología suele presentar desniveles y desajustes entre sus varias historias, pero este de Dunsany es bastante parejo en su calidad. Los primero relatos, por su brevedad, son muy elogiables: es difícil inspirar un aire de fantasía en apenas dos o tres páginas, pero este autor inglés lo consigue... Cuánto deberían aprender modernos autores fantásticos que necesitan de cinco, o hasta seis libros, para decir algo. ¿Qué decir de las ciudades y de los efímeros crepúsculos y amaneceres de Más allá del mundo? Cada uno de los relatos que nos brinda esta antología es una pequeña pieza de artesanía, a la vez que un sofisticado artefacto de evasión de lo cotidiano. Como el campesino que protagoniza Oriente y occidente, Lord Dunsany se aleja de su tiempo con el poder evocador de otros mundos distintos, más nobles y con aire menos putrefacto que el nuestro. Así dice de aquel campesino a propósito de los asuntos de algunos occidentales:

"Cuando hubo terminado de comer, repasó concienzudamente su experiencia recreando en su interior cada detalle de los carruajes que había visto, pero desde allí su pensamiento se fue deslizando a los tiempos innobles anteriores a la llegada de la calma y, aún más allá, a los días felices del mundo en que dioses y dragones habitaban la tierra y China era joven. Luego, encendiendo su pipa de opio y dejando fluir sus pensamientos, contempló la futura edad en que ha de producirse el regreso de los dragones.
   (...) Entonces su pensamiento se dirigió a la forma de Dios (...), y le dio las gracias por haber eliminado  de China todas las malas costumbres y enviarlas a Occidente igual que la mujer que arroja la suciedad de su hogar a los jardines vecinos." (págs. 38-39)

    Como ese campesino del que nos habla Dunsany, nosotros, modernos ciudadanos de occidente, nos sumergimos en esos añorados mundos en el que los dioses y otras estirpes imaginarias no nos son extraños. Creo que queda bastante claro que me ha gustado el libro. No será la última vez que lea a Dunsany ni será uno de esos cuyo nombre uno desatiende en las librerías de viejo o de nuevo. 

jueves, 13 de octubre de 2016

Sobre el Nobel

   Quizá uno de los signos de decadencia de una civilización se entrevea cuando se mezcla o trastoca el sistema de valores que le es propio. Hoy lo vimos cuando unos señores involucionaron dos mil años y, como los griegos, no supieron distinguir nítidamente entre música y literatura, entre oralidad y texto. Por mero afán de generar ruido han infligido un ataque contra la cultura escrita (y a la intimidad que esta comporta) para volver a la sonora cultura de los antiguos. Que se confunda en una alta institución la cultura escrita que nos es propia es signo de cambios y trastocamientos de las más elementales ideas que, hasta hace poco, teníamos claras.

lunes, 10 de octubre de 2016

Gabriel revisitado de Domingo Santos

         Infravalorado como género, la ciencia ficción vive una extraña situación en nuestros días, pues mientras es mirada con recelo por gente supuestamente adulta (y culta), es, al mismo tiempo, la que se hace hueco en las mayores producciones de nuestros días. El género da cabida a los planteamientos más novedosos y singulares, y estos, aprovechados por la industria en forma de films o videojuegos, alcanzan un elevado éxito.

    Contra esta injusta, a la vez que hipócrita, situación luchan algunas voces. De dentro del género, por supuesto, que no cejan en su empeño de dignificar las temáticas que recoge la nueva literatura. Parece que en esa pertinaz lucha ha ocupado un lugar no menor la figura de Domingo Santos, quien ha ejercido las difíciles tareas de la traducción con el mismo empeño que las labores editoriales. Esta faceta me resulta, sin embargo, tan desconocida como la de ser escritor del género. Este es su primer libro que he leído y, aunque en primer momento su título me echó para atrás, las numerosas críticas a su favor me hicieron adentrarme en sus páginas. Estas palabras que escribiré aquí conformarán otra de esas críticas favorable.

    Temáticamente puede que esta no sea una novela que sea revolucionariamente nueva... ¿Pero quién apetece de esto después de un siglo de defensa de lo nuevo en el arte y la literatura? Yo, desde luego, no. De hecho prefiero narraciones contenidas, sin amplias pretensiones estilísticas, temáticas, pero capaces de decirnos algo. En esto último quizá Gabriel revisitado pueda contarnos algo. Su punto de partida no es algo que no hayamos visto ya. Las historias de robots son muchas  sin duda, al igual que los enfoques que se han hecho de ellas. En muchos casos nos encontramos una tendencia a tratar este tema con cierta sospecha o suspicacia: siendo dioses creadores tememos que nuestros adanes tecnificados acaben con nuestro edén cómodo y artificial. Hay muchos ejemplos de esto, tanto en el cine como en la novela, y de esta intuición, afortunada o errada, bebe Domingo Santos para brindarnos una buena historia. Lo hizo en el 62 en una España, sospecho, ajena a las preocupaciones que vinieran de robots y relatos elucubradores. Esa versión, que no tengo y de la que no puedo opinar, fue reescrita hace poco, en 2004. La intención del autor era "ponerla al día". No se si ha triunfado en ese empeño.

     La nueva versión nos pone ante la situación de la creación de un robot de caracteres nuevos. Más allá de incorporar los mejores elementos, los más novedosos y potentes, se intenta que estos no estén encaminados a un fin concreto. En otras palabras: se procura que el nuevo robot sea libre. De esta primera situación se nos irá llevando a través de las experiencias del robot, al principio meditadas con racionalidad fría, pero que finalmente se sopesan por el candor de una conciencia que no obedece solo a la estricta lógica. Este robot será como los seres mitológicos que obedecen a dos realidades. Gabriel es la versión tecnificada de lo que fuera un minotauro o una sirena: dos naturalezas en una. El juego y el desarrollo de esas naturalezas ocupan la novela, quizá no de forma genial, pero sí de forma interesante explorando temas como el libre albedrío de un ser mixto, o la finalidad a la que este deba dedicarse. Por supuesto se hará eco del tradicional miedo que es expresado ante una máquina que no siga necesariamente las órdenes de los hombres. Esta es en buena medida la problemática que vertebra la obra.... pero alejándose de ella. En este caso la humanidad no ha de preocuparse: de hecho están sobradamente protegidos. Las máquinas de Domingo Santos son especialmente generosas con la humanidad. He aquí donde da un vuelco la figura del robot en esta novela, en la que es tratado como un salvador, un arconte de la humanidad que, pese a su función benefactora, no es muy bien recibido. El robot se inviste así con la dignidad de un mártir. Tal tema lo trata deliberadamente el autor:

"Tienes todos los elementos para convertirte en el nuevo mesías de la mecanizada humanidad actual. Tienes todos los condicionantes clásicos para ello. No naciste de hombre y mujer. Moriste a manos de la Robotics pero resucitaste al tercer día. Has venido a la luna a predicar tu apostolado de paz y convivencia. Y los selenes están dispuestos a crucificarte. Cualquier secta, cualquier religión, te convertirá inmediatamente en su dios venido a predicar entre los hombres." (p. 260)

    En efecto, el robot de Domingo Santos es una figura amable que deberá primero huir de sus creadores, para luego buscar fortuna a la hora de calmar las tensiones que crecen entre nuestro planeta y la futura colonia de la luna. De sus desventuras surge este libro, que en buena medida podríamos decir que es un "bildungsroman"  de la ciencia ficción. Quizá este bildungsroman no toque todas las teclas con la precisión excelsa que caracterice a las grandes obras, pero no cabe duda que es un buen libro, aunque algunos de sus planteamientos queden atrás por ingenuos.

miércoles, 5 de octubre de 2016

Sobre el progreso en los antiguos y algunos más modernos

     Boccaccio en su Genealogia deorum señalaba que el arte y la técnica solo pudo desarrollarse entre los hombres merced al descubrimiento del fuego. Descubrimiento este que está ligado a Vulcano. Tras ese don que es concedido a los hombres, nacerá el lenguaje de forma gradual. Primero los hombres señalarían el fuego con gestos y de ahí pasarían al empleo de sílabas. Sería cuestión de tiempo que de estos sonidos inarticulados pasaran a fórmulas más complejas, a los lenguajes ordenados.

   Esta teoría sobre el desarrollo humano que expone el literato italianos del s. XIV es deudora de ciertos comentarios que hiciera un tal Servio a Virgilio pero, evidentemente, no podía conservarse de tal modo. El pensador cristiano disculpa al pagano Virgilio diciendo que es Adán quien dio realmente el nombre a las cosas. Poca importaba esto pues lo que estas ideas expresan es la pervivencia de ciertos pensamientos de la antigüedad que creyeron y expusieron Lucrecio, Vitruvio y otros. Estos pensadores, en palabras de Panofsky
 "imaginan el avance de la humanidad como un proceso completamente natural, debido exclusivamente a los dones innatos de la raza humana, cuya civilización empezó con el descubrimiento del fuego, explicando cualquier clase de desarrollo posterior de una forma perfectamente lógica." (Estudios sobre iconología, p. 52)
    A estas ideas les pondría imagen un pintor del Renacimiento: Piero di Cosimo. En uno de sus cuadros (justo el de debajo) aparecen en el lado derecho, al fondo, cuatro hombres trabajando en el armazón de una casa con troncos bastos, justo como Vitruvio pensaba que serían al principio de la civilización. En la parte izquierda encontramos a Vulcano con la pierna rígida y delgada, junto a un yunque, dando forma a una herradura. Tras el fuego se halla Eolo y, en el centro, una figura algo encogida que simboliza la aurora o el inicio de la civilización.

Vulcano y Eolo como maestros de la humanidad
    El despertar de la civilización halla representación pictórica no solo en este cuadro, sino también en otros del mismo pintor. El mito de Prometeo sería un ejemplo. En esta pintura, algo posterior a la anterior, podemos observar cambios patentes en las figuras humanas que integran el cuadro: representan un grado de desarrollo más avanzado en la sociedad humana. Este cambio representativo de los hombres con un dios (Prometeo) o con otro (Vulcano) halla de nuevo explicación gracias al Genealogia deorum de Boccaccio. El poeta distingía dos tipos de fuego: uno que corresponde a Vulcano y otro que es propio de Prometeo. Mientras que el primero está ligado a la resolución de problemas técnicos o prácticos (contrucciones, industrias y artes), el fuego de Prometeo tiene una mayor relación con las tareas intelectuales y discursivas.

El mito de Prometeo

    ¿Qué ocurriría antes de que el fuego de Vulcano o el de Prometeo alumbrara a los desvalidos hombres sin don o habilidad alguna? Tal cosa se planteó Piero di Cosimo en las tres tablas tituladas La vida humana y la edad de piedra. Aquí, los hombres, sin auxilio de fuego alguno son presentados desnudos y sin herramienta alguna con la que procurarse las mejoras que acompaña la civilización. En las tres tablas aparecen, invariablemente, un fuego abrasador del que huyen hombres y bestias por igual. Este es el mismo fuego que estaba en la imaginación de Plinio, Vitruvio o Lucrecio cuando imaginaban el inicio en el que el hombre domina (o empieza a dominar) las artes. Según Panofsky, todos los relatos antiguos y modernos que tomaban esta historia de Vulcano y Prometeo concordaban en distinguir tres momentos claros del desarrollo humano: "ante Vulcanum", "sub Vulcano" y "sub Prometheo". Las tres tablas se centrarían en la primera fase; Vulcano y Eolo como maestros de la humanidad se ubicarían en el segundo período. El hecho de que no haya elegido un cuadro ambientado en el tercer momento de la historia no es casual:

    "Como Lucrecio, Piero concebía la evolución humana como un proceso debido a las dificultades y talentos innatos de la especie. Y para simbolizar estas facultades y talentos, así como las fuerzas universales de la naturaleza, sus cuadros glorifican a los dioses y semidioses paganos que no eran creadores como el bíblico Jehová, sino que simbolizaban y revelaban los principios naturales indispensables para el progreso humano. Pero, como Lucrecio, Piero era tristemente consciente de los peligros que comportaba este desarrollo. Simpatizaba cordialmente con el ascenso de la humanidad más allá de las bestiales rudezas de la edad de piedra, pero lamentaba cualquier paso más allá de la época sencilla que podríamos llamar el reinado de Vulcano y Dionisos" (Estudios sobre iconología, p.75).

    Como vemos, para Piero apartarse en exceso de la vida primitiva conlleva riesgos... Pero más allá de sus naturales reservas (con las que muchos hoy estarían de acuerdo) todos estos datos atestiguan que había confianza en las fuerzas ínsitas al hombre, que le permiten enseñorearse de cuanto le rodea... Idea esta que haría fortuna durante el Renacimiento y muy posteriormente.


Bibliografía:

    -Panofsky, Erwin, Estudios sobre iconología, Alianza, Madrid 2008.

martes, 4 de octubre de 2016

"El silencio de los animales" de John Gray


    Creo que es evidente que, hoy por hoy, con la cantidad de libros que se publican anualmente no se puede de ningún modo abordar todo lo que se publica. No hay lector, por voraz que sea, que pueda hacer frente a los miles de títulos que salen de la imprenta. Al final lo que se suele hacer es buscar una lista de "recomendados" o acudir a aquellos que son más mencionados. Otros tenemos manías más peculiares y nos apegamos a ciertas editoriales, confiando en el buen hacer de esa o aquella editorial. Esto me pasaba con Sexto piso, a la cual he tenido siempre en alta estima... pero supongo que tenía que llegar algún libro que estropeara el catálogo... Algo, entiendo, inevitable en cualquier editorial con una vida duradera. 

    El libro que puso una marca negra en una editorial sin mácula (para mi) era el de un inglés: John Gray. Desconocido a mis oídos y parece que un nombre no muy antiguo en los catálogos editoriales de nuestro país -no perderé tiempo diciendo qué se ha publicado de él-. El título ya promete ser corrosivo y de procurar una ácida crítica a nuestros tiempos. Deja pocos misterios sobre qué versarán las páginas que lo componen. Faltaba ver, sin embargo, de qué modo presentaba su crítica. Su tesis, por ir al grano, es la siguiente:

"La fe en el progreso es un vestigio tardío del cristianismo primitivo, y se remonta al mensaje de Jesús, un profeta judío disidente que anunciaba el fin de los tiempos. Para los antiguos egipcios, como para los antiguos griegos, no había nada nuevo bajo el sol. La historia humana se encuadra en los cielos de  la naturaleza. (...) Al crear la expectativa de un cambio radical en los asuntos humanos, el cristianismo -la religión que San Pablo se inventó a partir de la vida y las palabras de Jesús- fundó el mundo moderno." (p. 17)
    Ya desde el principio debería sonar una sirena roja en nuestras cabezas ante una dificultad: ¿si el mito del progreso estaba inserto en el pensamiento cristiano qué tiene de moderno? En este sentido la tesis central entra en conflicto con el subtítulo de la obra. Pero concedamos que esto no fuera así: en ninguna parte del libro se explica la relación y el desarrollo entre la idea de progreso que hubiere en el cristianismo y la moderna. Esta será una buena muestra de cómo escoge, desarrolla y explica los asuntos este autor: de forma deshilvanada, dispersa, haciendo uso de la afirmación y casi diría que sin ningún rigor argumentativo... No es que haya una mala argumentación, es que simplemente no la hay: apela constantemente a la afirmación de lo que piensa. De hecho hace un flagrante abuso de la falta de argumentación, despachando autores centrales del pensamiento y corrientes con un par de líneas (a veces le basta con una). De Nietzsche dice que su filosofía "proviene de una exagerada fantasía" (p. 103) sin añadir nada más. Eso le basta para refutarlo. No es que sea muy amigo del pensamiento de aquel pensador germano, pero tratar de ese modo su pensamiento, sin la más mínima indagación de de filosofía es un despropósito. En ocasiones comete errores manifiestos. La idea de progreso es la que más páginas acapara de este ensayo y hay un determinado lugar (p. 67) donde dice que esta idea es propia del mundo moderno y que no puede encontrarse entre los más sabios pensadores del mundo antiguo. Bien, pues parece olvidar a Plinio, Lucrecio y Vitruvio.

    Conforme avanza el ensayo continua lanzando ataque torpes contra lo que él considera que son mitos modernos: el liberalismo, el socialismo, dedica algunos dardos contra la economía y sus planteamientos actuales... Todo ello nos lleva a un diagnóstico: hay una corriente de pensamiento que se inicia con Sócrates, perpetuado en el critianismo, y que nos ha extraviado de diversas formas que él va indicando a lo largo de la obra. Es de señalar que el Sócrates que critica es el personaje que nos presentara Platón... Obvia que se hicieron de su pensamiento y figura otras semblanzas como ejemplifican los escritos de Jenofonte o las enseñanzas de Antístenes. Es curioso así mismo que critica todo el pensamiento filosófíco pero, sin embargo, no disecciona ninguna obra filosófica. Se limita, mayormente, al empleo de literatura y poesía a la hora de elaborar el ensayo. Esto no es, per se, ningún problema pero no es posible criticar el pensamiento filosófico sin examinar parte de sus obras de manera concienzuda. Hacer eso sería como criticar todos los conocimientos de anatomía sin recurrir a uno solo de los libros que se han escrito sobre dicha materia. Estos "palos de ciego" no son ciegos del todo, en la medida en que sirven a una serie de intuiciones afines  a destruir la cosmovisión del hombre occidental en la que este ocupa el centro. El objetivo de John Gray es situar al hombre como un mero animal más... Por supuesto no indica dónde fallan las argumentaciones antropocentristas; solo afirma que están en un error y que hay que ir más allá de las palabras (en forma de mitos y explicaciones más o menos convincentes) y sumirse en silencio de los animales.

     A los reproches añadiría alguno más pero la verdad es que no considero que sea necesario. Para ser justos, diré que el libro no es infumable: lo que le falta de rigor lo gana en amenidad. Pese a estar en desacuerdo en algunos puntos y ver que otros simple y llanamente están mal tratados, la obra se hace bastante ligera y agradable. La amenidad es algo que se aprecia, pero no solo. Un ensayo debe comprometerse con un examen cabal de la cuestión que va a tratar y, a mi juicio, este libro no lo hace. Siendo sincero, me tendrían que amenazar (o pagar) para que recomendara este libro.



miércoles, 28 de septiembre de 2016

Sobre publicidad erótica

    Acabo de pasar ante mi vista la última artimaña publicitaria del salón erótico de Barcelona de este año. No contentos con el vídeo del año pasado, muy justamente caricaturizado (como si hiciera falta hacerlo), han decidido repetirlo este año. Esta vez, sin embargo, le han dado una nueva forma, aprovechando la situación cercana de muchos: la de la reciente crisis de nuestras instituciones y modelos de vida. Me ha escandalizado ver que una de las páginas que compartió dicho vídeo consiguió 17000 likes en facebook. La publicidad parece haber funcionado: resulta que la industria porno es la herramienta con la que detectar los problemas sociales y atajarlos. Claramente la alianza entre la pontificación y la industria del porno tiene intereses redentores que van más allá de hacerse un mayor hueco en el mercado a través de conseguir la estima del personal de turno. 

    Por lo general suelo abstenerme de opinar sobre estos asuntos, nimios en el fondo, pero este me tocó especialmente la moral. Los que tenemos algo de confianza en el género humano nos molesta ver cómo este cae tan rápido a la seducción de la publicidad. No se engañen, no critico la industria del porno, solo su discurso, el cual es claramente incongruente y para nada desinteresado.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Fragmento de "Poetas italianos contemporáneos"

Edoardo Sanguineti:

a la funcionaria de la aduana en minifalda que me ha
elegido con sus ojos de sibila y de paloma entre una
interminable fila de viajeros de paso, le he dicho toda
la verdad, recluido en esta especia de biombo-confesiona-
rio de madera prensada: le he dicho que tengo un
un hijo que estudia ruso y alemán, que Bonjour les amis,
curso de lengua francesa en 4 volúmenes, era para mi
mujer:
       estaba dispuesto a declarar más cosas: sabía que
fue Rosa Luxenburg la primera en lanzar la palabra
de "orden o progreso"; y de ello podía sacar
el provecho de un impresionante madrigal:
                                                                             pero suda-
ba hurgándome en los bolsillos, buscando inútilmente
la cuenta del Operncafé: y luego, tú, has irrumpi-
do arrastrando también detrás de ti a los niños, ma-
ravillosos y maravillados:
(con los mismos gestos de dureza te arrojábamos de allí
yo y aquella democrática "Beatriz" en uniforme)
                                                                                   pero
lo irreparable ya estaba consumado allí, en la frontera
de los dos Berlines,
para mí: cuarentón seducido por un policía.

domingo, 18 de septiembre de 2016

"Homo plus" de Frederick Pohl


    El personal del proyecto se había aislado del resto del mundo. Si podían evitaban mirar las noticias de la televisión y no leían en los periódicos más que las gacetillas deportivas. Para las altas esferas, la explicación, la explicación era que no tenían tiempo, pero no era esa la razón. La razón era, sencillamente, que no querían enterarse. El mundo se había vuelto loco, y el extraño aislamiento dentro del gran cubo blanco del edifico del proyecto les parecía sano y real, mientras que las revueltas en Nueva York, la encarnizada lucha en torno al golfo arábigo y las masas hambrientas de lo que solían llamarse 'las naciones en desarrollo' les parecían fantasías sin importancia. (p. 103)

     Estas no son las primeras líneas con las que empieza la novela de Frederik, pero sí podrían haber sido aquellas con las que hubiera podido comenzar. Sirven desde luego para ponernos en situación, para saber qué mundo ha creado en sus imaginaciones el escritor de Mercaderes del espacio o Pórtico. El escenario no nos es desconocido: el mundo está al borde del colapso y necesita ser salvado. ¿Su última esperanza? Que el imperio yanqui llegue a Marte. No parece muy prometedor el argumento. De hecho, por obvio, puede echarnos para atrás. Ahora bien, resulta casi un reto hacer que con esas premisas se consiga un libro decente. Frederik consigue eso... aunque no mucho más.

    Los primeros momentos de la novela nos van exponiendo la situación en la que se plantean todos los medios en marcha para poner a punto el proyecto de colonización de Marte. El proyecto pone especial cuidado en la parte más importante y más endeble: la creación de un hombre que pueda vivir sin apenas recursos en el que será su nuevo hábitat. A tal fin se hacen todo intervenciones quirúrgicas y de todo tipo que dan como resultado un monstruo o un nuevo hombre mejorado (a gusto de quien lea la novela). A esta parte se dispone casi todo el libro, donde el protagonista, Roger Torraway, sufre cambios considerables en su cuerpo. Durante el proceso se describen los estados de ánimo del personaje, las pruebas a las que debe hacer frente y su posterior aventura en el planeta rojo.

    Aquella letanía se endulza para el lector con la introducción de una serie de personajes, muy pocos, que dan algo de vida a la novela. Con ellos se acarameliza la lectura. Aun cayendo en ciertos tópicos, consiguen cumplir su papel y salvar de algún modo la novela. Entre los tópicos explotados en el elenco de personajes tenemos el científico taimado, presentado en la figura de Alexander Bradley y Don Kayman, científico y religioso (aunque por el rol que desempeña más bien debería decirse al revés). Entre ellos se pone de manifiesto dos actitudes algo reducidas pero muy comunes: el científico que solo se preocupa por la investigación y aquel que preocupado precisamente por estos indivuduos tiene en consideración las repercusiones y ciertos compromisos. En otras palabras, uno es el contrapeso del otro: mientras uno solo se compromete con conseguir resultados el otro se compromete con que esos resultados no signifiquen la anulación de la libertad moral de Roger Torraway. Exceptuando estos dos personajes, ocuparán algunas páginas otros dos: la mujer del protagonista y una inquietante enfermera, cuyos papeles en la novela ya descubrirá el lector.

    Con aquel reducido elenco Frederik nos lleva desde los laboratorios americanos a Marte, con un estilo bastante pobre hay que decir, que adolece de virtudes literarias. Con todo, no es soez y, mal que bien, se las apaña para entretenernos. Pesa muy desfavorablemente el hecho de que la narración de lo que se hace en los laboratorios ocupe más dos terceras partes de la novela sin que ocurra nada significativo. En un primer momento pareciera que se nos plantea un dilema: lo que las instituciones o los gobiernos pueden llegar a hacer con una persona sin que esta tenga elección, pero este sería un falso dilema. Ello se debe a que todo está justificado tras la misión de "salvar a la humanidad". Lo poco que en este sentido se muestra es para una cuestión práctica, que tiene que ver con el desarrollo del personaje principal. Quizá hubiera ayudado que esta parte se hubiera completado con una profundización en la psicología de los personajes, pero esta no es una novela que se caracterice por personajes sólidos y complejos. No son planos, pero desde luego no son memorables. El resultado es un novela entretenida, pero nada más. Los premios que tuvo esta novela sirven a eso que popularmente se dice de "mucho ruído y pocas nueces".






viernes, 9 de septiembre de 2016

"El conde Luna" de Alexander Lernet-Holenia


    Hay ocasiones en las que uno coge casualmente uno de los libros de sus estanterías y no sabe cómo ni por qué demonios lo adquirió. Sin recordar el momento de la adquisición se pregunta si  merecerá el lugar que ocupa o por el contrario es un intruso poco deseable entre el resto de libros. En esta ocasión mi sensación inicial se vio acompañada por la curiosidad que despierta la portada. Sí, muy probablemente comprara este libro por la portada (y el buen precio que tuviera en alguna librería de viejo). Sea como fuere me dispuse a leer la novela sin mirar mucho por la red en busca de alguna reseña que lo recomendara (o no).

    Comenzadas las páginas no veía nada particular: el relato de las fortunas y vaivenes de una familia rusa que tras generaciones acaba bien afincada. Uno de los vástagos de la estirpe, Alexander Jessiersky, es el protagonista de esta historia de autor austríaco. El protagonista descendiente de aquella familia nos resulta algo anodino: Alexander, sin vicios ni rasgos particulares, pertenece a esa acomodada clase que disfruta de los beneficios de una gran empresa. Su vida pasa apaciblemente de reunión social en reunión social, tiene un linda mujer y varios hijos. Entre tanto los negocios no le pueden ir mejor pues las ganancias parecen aseguradas. Pero, como es previsible, algún quiebro en su fortuna debía haber. El que sucede es el siguiente: ocupado en su esparcimiento, el protagonista deja en manos de otras personas el control de su empresa. Sin saberlo, estos adquirirán unas tierras de una forma poco noble y que tendrá como consecuencia que el antiguo propietario acabe en los campos de concentración.
Alexander-Holenia

    Aquel evento va a ser el desencadente, el punto de inicio real de la historia, pues a partir de dicho momento la historia se centra, empieza a contar algo: la obsesión del protagonista. Es normal que cualquier persona que no sea excesivamente malvada muestre arrepentimiento, aun no habiendo hecho nada directamente, ante un suceso así. En efecto, Alexander mostrará gestos de malestar intentando ayudar al pobre desgraciado en los campos de concentración y visitando a sus parientes... Jamás ha visto a aquel al que ha arruinado la vida, pero traumatizado por este hecho comenzará a buscar sus orígenes, que resultan ser nobiliarios. Afaenado con libros de heráldica y nobleza se va sumiendo en un mundo cada vez más pequeño, que anula todo lo que no sea él y el conde Luna, el antiguo propietario de las tierras expropiadas. Así comienza a desatender a su mujer -cosa que tendrá consecuencias en el relato-, sus negocios y, en general, su vida en favor de una investigación obsesiva del conde... y de la constante sensación de ser cercado, puesto en peligro por su presencia errática, pues cree que este todavía vive y le acosa a él y a su familia. Testimonios de esa presencia errática son los momentos ambiguos, en los que se juega con lo ilusorio, dando lugar a un cierto aire fantástico en el relato. Sumido en la ilusoria o real presencia del conde -que el lector nunca podrá discernir del todo- se produce un profundo cambio en Alexander: se transforma en lo que él percibe como su contrario, su opuesto:

(...) verdad que ahora Luna pretendía ejercer su venganza sobre Jessiersky desde la oscuridad, pero también él, Jessiersky, se alejaba de la luz para alcanzar a Luna en la oscuridad, convertía su luz en la oscuridad de manejos igualmente desdeñables como eran los de Luna, y trataba de llevar a la luz aquella oscuridad. Porque en el fondo no hay mucha diferencia entre las personas que obran en oposición; ya por el hecho de obrar así, por el hecho de que no se puede crear algo opuesto sin que exista lo que se le opone, obran en realidad del mismo modo." (p. 62)

    Dicha reflexión de Alexander-Holenia es la base de la obra que nos lleva desde Europa del este hasta las catacumbas de la ciudad de Roma. Hasta entonces Alexander intenta protegerse de diversos modos del conde Luna... ¡Llega a pensar que hay cierta relación entre la luna y el conde Luna! Esto último nos hace ver que el propio Alexander deshecha cualquier explicación racional y comienza a creer en poderes que tendría el supuesto conde. Con esa idea urde un plan que es el que le lleva al trágico final que el lector habrá descubrir... en realidad no, pues ya en el principio se nos dice cómo termina.

    Es esta una novela curiosa, que juguetea con lo fantastico, que lo roza, pero que no lo muestra. Las apariciones inexplicables de Luna, las catacumbas, la conversación al umbral de la muerte, entre algunos elementos más del libro, nos sitúan en ese "aire" que no termina de germinar en una obra de pletórica fantasía. Es por eso que calificar esta novela como fantástica es complicado, pero tampoco se puede decir de ella que sea realista. En esa zona ambigua, es en la que se mueve la novela. Para mi gusto esa ambigüedad no está mal empleada -de hecho hay momentos en que ha conseguido captar mi interés- pero esto no se traduce en una lectura que vaya más allá de lo inquietante. Y a aquello le hace un flaco favor un final en el que no se resuelve la historia. En lugar de ello, se nos ofrece una conversación pretenciosa y bizantina entre el moribundo Alexander y unos fantasmas.