lunes, 28 de agosto de 2017

Fragmento de "Los enamoramientos" de Javier Marías

Págs. 139-140

    Cuando no provocamos inmediatas pasiones, creemos que la lealtad y la presencia acabarán siendo premiadas teniendo más durabilidad y más fuerza que cualquier arrebato o capricho. En esos casos sabemos que nos sentiremos difícilmente halagadas aunque se cumplan nuestras expectativas mejores, pero sí calladamente triunfantes, si en efecto estas se cumplen. Pero de eso no hay certeza nunca mientras se prolonga el forcejeo, y hasta las más creídas con motivo, hasta las cortejadas universalmente hasta entonces, se pueden llevar grandes chascos con esos hombres que no se les rinden y les hacen presuntuosas advertencias. No pertenezco yo a esa clase, a la de las creídas, la verdad es que no albergo esperanzas triunfantes, o las únicas que me permito pasan por que Díaz-Varela fracase con Luisa antes, y entonces, tal vez, con suerte, se quede junto a mí por no moverse, hasta los hombres más inquietos y diligentes o maquinadores pueden tornarse perezosos en algunas épocas, sobre todo tras una frustración o una derrota o una muy larga espera inútil. Se que no me ofendería ser un sustitutivo, porque en realidad lo es todo el mundo siempre, inicialmente: lo sería Díaz-Varela para Luis, a falta de su marido muerto; lo sería para mi Leopoldo, al que aun no he descartado pese a gustarme solo a medias -supongo que por si acaso- y con el que acababa de empezar a salir, qué oportuno, justo antes de encontrarme a Díaz-Varela en el Museo de ciencias y de oírle hablar mirándole sin cesar los labios como todavía sigo haciendo cada vez que estamos juntos, solo puedo apartar de ellos la vista para llevarla hasta sus ojos nublados; quizá la propia Luisa lo fue para Deverne en su día, quién sabe, tras el primer matrimonio de aquel hombre tan agradable y risueño que no se entendería que nadie hubiera podido hacerle mal o dejarlo, y sin embargo ahí lo tenemos, cosido a navajazos por nada y en camino hacia el olvido. Sí, todos somos remedos de gente que casi nunca hemos conocido, gente que no se acercó o pasó de largo en la vida de quienes ahora queremos, o que sí se detuvo pero se cansó al cabo del tiempo y desapareció sin dejar rastro o solo la polvareda de los pies que van huyendo, o que se les murió a esos que amamos causándoles mortal herida que casi siempre acaba cerrándose. No podemos pretender ser los primeros, o los preferidos, solo somos lo que está disponible, los restos, las sobras, los supervivientes, lo que va quedando, los saldos, y es con eso poco noble con lo que se erigen los más grandes amores y se fundan las mejores familias, de eso provenimos nosotros, producto de la casualidad y el conformismo, de los descartes y las timideces y los fracasos ajenos, y aun así daríamos cualquier cosa a veces por seguir junto a quien rescatamos un día de un desván o una almoneda, o nos tocó en suerte a los naipes o nos recogió de los desperdicios; inverosimilmente logramos convencernos de nuestros azarosos enamoramientos, y son muchos los que creen ver la mano del destino en lo que no es más que una rifa de pueblo cuando ya agoniza el verano.

martes, 22 de agosto de 2017

Brian Aldiss

   Hace tres días, el día 19 de agosto, Brian Aldiss murió a la larga edad de 92 años. Despedimos desde aquí a este gran escritor.



lunes, 21 de agosto de 2017

"Babel 17" de Roger Delany


-Bien, la mayoría de los textos dicen que el lenguaje es un mecanismo para expresar las ideas, Mocky. Pero el lenguaje es idea. La idea es una información a la que se le da forma. La forma es el lenguaje. La forma de este lenguaje es... sorprendente.
 -¿Qué es lo que te sorprende?
-Mocky, cuando aprendes otra lengua aprendes el modo en el que otra gente ve el mundo, el universo. 
          (Babel 17, p. 35)


   En 1966 Roger Zelany consiguió alzarse con un premio Nébula con una de sus obras tempranas y que hoy traemos aquí: Babel 17. Era aquella una novela que causó cierto revuelo porque, en aquella época, era innovadora. Conservaba lo viejo en moldes nuevo y lo nuevo estaba insertado en las formas tradicionales de la ciencia ficción. ¿Cómo consiguió dicho equilibrio? La respuesta es que reorientó la space opera tradicional. En Babel 17 se dan los acostumbrados viajes espaciales, junto a sus batallas y conflictos galácticos pero estos se dan, a su vez, entremezclados con temas que centran la atención del lector en la conciencia individual del sujeto, centro de la preocupación de toda la narrativa new wave que proliferaba por aquel tiempo.

    Equidistante de los más tradicional y de lo más innovador, Delany traza una historia donde la humanidad ha extendido su dominio más allá de los confines terrenales y donde, a su vez, se encuentra con otras razas que también proliferan en múltiples planetas. Comienza así una lid por el poder, de alianzas y alguna que otra traición, por la supremacía. La novela comienza in medias res y, después de unas páginas, ya nos va poniendo mejor en escena. En un principio solo tenemos a un general de las fuerzas humanas que realiza un encuentro con una agente, la más capaz, para descifrar todo tipo de códigos y lenguajes secretos. Esa agente es Rydra Wong, poeta sin par en la galaxia de Delany y que, curiosamente, se dedica a servir en múltiples asuntos a las fuerzas humanas. Su personalidad no está constreñida por estos dos oficios tan dispares (el de poeta y decodificadora). Pronto veremos que tan pronto puede componer un  verso, como lanzarse a la búsqueda de una tripulación por los barrios bajos de la ciudad o, incluso, liderar y planificar un combate. Es un personaje polivalente con pocas dudas y mucha convicción... excesivamente plano, sin chicha... Está claro que Delany no quiere centrarse en sus personajes sino hacer de estos un medio. Rydra wong, como el resto de personajes, son un cosmético necesario para contar la trama, que bascula entre batallas y aventuras, por un lado, y algunas reflexiones de corte lingüistico, por otro.

   En el segundo aspecto, el lingüístico, ahonda planteamientos de teoría del lenguaje antigua, cuando se discutía si el lenguaje era un medio de comunicación simplemente o si era algo más. Algunos, como Shapir y Whorf, sostuvieron que el lenguaje nos hacía ver el mundo de un modo y que, en consecuencia, había tantos modos de ver el mundo como lenguas. Esta tesis tengo entendido que se habían explotado en obras anteriores en el género, como El mundo de los no A (1945), eterno pendiente de este lector. Sin conocer muy bien el recorrido de esta idea en el género de ciencia ficción sí que parece que, todavía, está presente aunque sea de modo marginal. Producciones de la gran pantalla, como La llegada, nos dejaba, hace no mucho, una buena historia de género que coqueteaba con las ideas sobre el lenguaje.

La llegada
    El modo en que plantea esas interesantes ideas no está a la altura, en mi opinión, de lo que podría haber ofrecido Delany. Para mayor frustración, sobre la parte final de la novela comienza a narrar todo con una prisa y con una cantidad de elipsis que a cualquiera no puede sino darle la impresión  de que la historia está acabada con desgana, con poco cuidado y, lo que es peor, con un final abierto que no convence en modo alguno.

   A la superficialidad de los personajes, de los planteamientos y del mundo imaginado hay que añadirle, para finalizar, o un mal estilo literario o una mala traducción. Me inclinaría por esto último ya que en algunos momentos sorprende descubrir frases de alto vuelo poético que son contaminadas con grandes dosis de frases mal construidas, o raramente pergeñadas. Con todo este desaguisado solo me queda encomendarles que la disfruten... si pueden. Yo fracasé en ello a pesar de que he leído algunas otras obras de Delany y siempre me gustaron o, al menos, me entretuvieron. Una obra muy por debajo del potencial de Delany.