sábado, 26 de diciembre de 2020

Fragmento de "Una temporada en el infierno" de Arthur Rimbaud

    "Me convertí en una ópera fabulosa. Vi que todos los seres tienden fatalmente a la felicidad: la acción no es la vida, sino una manera de estropear alguna fuerza, algún nerviosismo. La moral es la debilidad del cerebro."


Rimbaud, A., Una temporada en el infierno/Iluminaciones, p. 69, Alianza.



martes, 15 de diciembre de 2020

Fragmento de "El imperio bizantino" de Norman Hepburn Baynes

    "La maravilla de la hacienda bizantina es, sobre todo, su estabilidad (...). 'En el período de ochocientos años -escribe Gelzer- que va desde Diocleciano hasta Alejo Comneno, el gobierno romano nunca se vio obligado a declararse en bancarrota o a suspender pagos. Ni el mundo antiguo ni el moderno pueden ofrecer un fenómeno que pueda parangonarse completamente a este. Esa prodigiosa estabilidad de la política financiera romana aseguró al bizantino su circulación universal. Debido a su peso completo pasó por todas la naciones vecinas como un medio válido de cambio. Gracias a su moneda, Bizancio controló lo mismo al mundo civilizado que al mundo bárbaro'".

     -Baynes, N. H., El imperio bizantino, FCE, p. 107.

Juan II Comneno e Irene de Hungría. Autor Antoine Helbert

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Fragmento de "La montaña de los siete círculos"

 En su momento hice una promesa en una reseña antigua. Puesto que ya no hago reseñas la cumplo parcialmente. Dejo el link del libro que comenté AQUÍ

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   "¿Cómo pudo ser que, habiéndose reunido las heces del mundo en la Europa occidental, habiéndose mezclado el godo, el franco, el normando y el lombardo con la podredumbre de la vieja Roma para formar un mosaico de razas híbridas, todas ellas notables por la ferocidad, el odio, la estupidez, la insidia, la codicia y la brutalidad... cómo pudo suceder que, de todo esto, salieran el canto gregoriano, los monasterios y las catedrales, los poemas de Prudencio, los comentarios e historias de Bede, las Moralia de Greforio Magno, la Ciudad de Dios de San Agustín, los sermones sobre los Cánticos de San Bernardo, la poesía de Caedmon y Cynewulfy, Lagland y Dante, la Summa de Santo Tomás y la Oxionense de Duns Scoto? (P. 33)

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   Cuando pude un día descubrir la clave de Blake, en su rebelión contra el literalismo y naturalismo en el arte, vi que su Libros proféticos y sus demás versos sueltos representaban una rebelión contra el naturalismo en el orden moral también.

   ¡Qué revelación fue esa! Pues a los dieciséis años me había imaginado que Blake, como los otros románticos, glorificaba la pasión, la energía natural por sí mismas. ¡Lejos de eso! Lo que glorificaba él era la transfiguración del amor natural del hombre, sus facultades naturales, en los fuegos purificadores de la experiencia mística, y que, implica una purificación ardua y total, por la fe, el amor y el deseo, lejos de todo el materialismo mezquino, lugar común e ideales terrenales de sus amigos racionalistas.

   Blake, en su arrolladora lógica, había desplegado una perspicacia moral que acababa con todas las falsas distinciones de una moralidad mundana e interesada. Por eso veía él que, en la legislación de los hombres, algunos males habían de ser condenados;  y las normas del orgullo o codicia se habían establecido en el tribunal para pronunciar una acusación abrumadora e inhumana contra todos los esfuerzos sanos normales de la naturaleza humana. El amor estaba fuera de la ley (...).

    Yo, que siempre había sido antinaturalista en el arte, había sido un naturalista puro en el orden moral. No es raro que mi alma estuviera enferma y desgarrada; pero ahora la herida sangrante se cicatrizaba (...).

 (P. 207)


domingo, 22 de noviembre de 2020

"La última noche del mundo" de Ray Brabdury

 ¿Qué harías si supieras que esta es la última noche del mundo?

–¿Qué haría? ¿Lo dices en serio?
–Sí, en serio.
–No sé. No lo he pensado.
El hombre se sirvió un poco más de café. En el fondo del vestíbulo las niñas jugaban sobre la alfombra con unos cubos de madera, bajo la luz de las lámparas verdes. En el aire de la tarde había un suave y limpio olor a café tostado.
–Bueno, será mejor que empieces a pensarlo.
–¡No lo dirás en serio!
El hombre asintió.
–¿Una guerra?
El hombre negó con la cabeza.
–¿Ni la bomba atómica o la de hidrógeno?
–No.
–¿Una guerra bacteriológica?
–Nada de eso –dijo el hombre, revolviendo suavemente el café–. Solo, digamos, un libro que se cierra.
–Creo que no entiendo.
–No. Ni yo, para serte sincero. Solo es un presentimiento. A veces me asusta. A veces no siento ningún miedo, solo una cierta paz –miró a las niñas y los cabellos amarillos que brillaban a la luz de la lámpara–. No te lo he dicho. Ocurrió por vez primera hace cuatro noches.
–¿Qué?
–Un sueño. Soñé que todo iba a terminar. Me lo decía una voz. Una voz irreconocible, pero una voz de todos modos. Y me decía que todo iba a detenerse en la Tierra. No pensé mucho en ese sueño al día siguiente, pero fui a la oficina y a media tarde sorprendí a Stan Willis mirando por la ventana, y le pregunté: “¿Qué piensas, Stan?”, y él me dijo: “Tuve un sueño anoche”. Antes de que me lo contara yo ya sabía qué sueño era ese. Podía habérselo dicho. Pero dejé que me lo contara.
–¿Era el mismo sueño?
–Idéntico. Le dije a Stan que yo había soñado lo mismo. No pareció sorprenderse. Al contrario, se tranquilizó. Luego nos pusimos a pasear por la oficina, sin darnos cuenta. No fue planeado. Caminamos por nuestra cuenta, cada uno por su lado, y en todas partes vimos gentes con los ojos clavados en los escritorios o que se observaban las manos o que miraban la calle. Hablé con algunos. Stan hizo lo mismo.
–¿Y todos habían soñado?
–Todos. El mismo sueño, exactamente.
–¿Crees que será cierto?
–Sí, nunca he estado más seguro.
–¿Y para cuándo terminará? El mundo, quiero decir.
–Para nosotros, en algún momento durante la noche. A medida que la noche vaya avanzando alrededor del mundo, llegará el fin también para el resto. Tardará veinticuatro horas.
Durante un rato no tocaron el café. Luego levantaron lentamente las tazas y bebieron mirándose a los ojos.
–¿Merecemos esto? –preguntó la mujer.
–No se trata de merecerlo o no. Es así, simplemente. Tú misma no has tratado de negarlo. ¿Por qué?
–Creo tener una razón.
–¿La que tenían todos los demás en la oficina?
La mujer asintió.
–No quise decirte nada. Fue anoche. Y hoy las vecinas hablaban de eso entre ellas. Todas soñaron lo mismo. Pensé que era solo una coincidencia –la mujer levantó de la mesa el diario de la tarde–. Los periódicos no dicen nada.
–Todo el mundo lo sabe. No es necesario –el hombre se reclinó en su silla mirándola–. ¿Tienes miedo?
–No. Siempre he pensado que tendría mucho miedo, pero no.
–¿Dónde está ese instinto de autoconservación del que tanto se habla?
–No lo sé. Nadie se exalta demasiado cuando todo es lógico. Y esto es lógico. De acuerdo con nuestras vidas, no podía pasar otra cosa.
–No hemos sido tan malos, ¿no es cierto?
–No, pero tampoco demasiado buenos. Me parece que es eso. No hemos sido casi nada, excepto nosotros mismos, mientras que casi todos los demás han sido muchas cosas, muchas cosas abominables.
En el vestíbulo, las niñas se reían.
–Siempre creí que cuando esto ocurriera la gente comenzaría a gritar en las calles.
–Pues no. La gente no grita ante la realidad de las cosas.
–¿Sabes?, te perderé a ti y a las chicas. Nunca me ha gustado la ciudad ni mi trabajo ni nada, excepto ustedes tres. No me faltará nada más. Salvo, quizás, los cambios de tiempo, y un vaso de agua helada cuando hace calor, y el sueño. ¿Cómo podemos estar aquí, sentados, hablando de este modo?
–No se puede hacer otra cosa.
–Claro, de lo contrario estaríamos haciéndolo. Me imagino que hoy, por primera vez en la historia del mundo, todos saben qué van a hacer de noche.
–Me pregunto, sin embargo, qué harán los otros, esta tarde, y durante las próximas horas.
–Ir al teatro, escuchar la radio, mirar la televisión, jugar a las cartas, acostar a los niños, acostarse. Como siempre.
–En cierto modo, podemos estar orgullosos de eso… como siempre.
El hombre permaneció inmóvil durante un rato y al fin se sirvió otro café.
–¿Por qué crees que será esta noche?
–Porque sí.
–¿Por qué no en otra noche del siglo pasado, o de hace cinco siglos o diez?
–Quizá porque nunca fue 19 de octubre de 2069, y ahora sí. Quizá porque esa fecha significa más que ninguna otra. Quizá porque este año las cosas son como son, en todo el mundo, y por eso es el fin.
–Hay bombarderos que esta noche estarán cumpliendo su vuelo de ida y vuelta a través del océano y que nunca llegarán a tierra.
–Eso también lo explica, en parte.
–Bueno –dijo el hombre incorporándose–, ¿qué hacemos ahora? ¿Lavamos los platos?
Lavaron los platos, y los apilaron con un cuidado especial. A las ocho y media acostaron a las niñas y les dieron el beso de buenas noches y apagaron las luces del cuarto y entornaron la puerta.
–No sé… –dijo el marido al salir del dormitorio, mirando hacia atrás, con la pipa entre los labios.
–¿Qué? –¿Cerraremos la puerta del todo, o la dejaremos así, entornada, para que entre un poco de luz?
–¿Lo sabrán también las chicas?
–No, naturalmente que no.
El hombre y la mujer se sentaron y leyeron los periódicos y hablaron y escucharon un poco de música, y luego observaron juntos las brasas de la chimenea mientras el reloj daba las diez y media y las once y las once y media. Pensaron en las otras gentes del mundo, que también habían pasado la velada cada uno a su modo.
–Bueno –dijo el hombre al fin.
Besó a su mujer durante un rato.
–Nos hemos llevado bien, después de todo –dijo la mujer.
–¿Tienes ganas de llorar? –le preguntó el hombre.
–Creo que no.
Recorrieron la casa y apagaron las luces y entraron en el dormitorio. Se desvistieron en la fresca oscuridad de la noche y retiraron las colchas.
–Las sábanas son tan limpias y frescas…
–Estoy cansada.
–Todos estamos cansados.
Se metieron en la cama.
–Un momento –dijo la mujer.
El hombre oyó que su mujer se levantaba y entraba en la cocina. Un momento después estaba de vuelta.
–Me había olvidado de cerrar los grifos.
Había ahí algo tan cómico que el hombre tuvo que reírse.
La mujer también se rió. Sí, lo que había hecho era cómico de veras. Al fin dejaron de reírse, y se tendieron inmóviles en el fresco lecho nocturno, tomados de la mano y con las cabezas muy juntas.
–Buenas noches –dijo el hombre después de un rato.
–Buenas noches –dijo la mujer.


Ray Brabdury rodeado de libros
Ray Brabdury rodeado de libros


lunes, 2 de noviembre de 2020

Fragmento del "Intérprete de los deseos" (Taryuman Al-Aswaq) de Ibn Arabí

 Mi lugar amado 


Tras Medina, mis lugares más amados en esta tierra de Dios, son Bagdad, La Meca y Jerusalén.

¡Cómo no iba a querer a la Ciudad de la paz, si tengo a un imam, guía de mi credo, de mi fe y de mi razón!

Allí habita una hija de Persia, de sutiles gestos y lánguidos ojos.

Al saludar resucita a quien con la mirada mató, y con su belleza y generosidad los mejores regalos concede.

Miniatura del Cosmos islámico. Siglo XV



lunes, 19 de octubre de 2020

Fragmento de "La metafísica esclarecida", de Maurizio Calvesi

    "De todos modos, hay un cuadro del mismo Carrà de 1917, La musa metafísica, que parece confirmar también, por otro camino, el interés de éste por La ciencia nueva. Me refiero a la 'pintura propuesta para el frontispicio que sirve de introducción a la obra', de la que Vico da una extensa explicación. Se trata, como se sabe, de un grabado, abarrotado de jeroglíficos y de figuras alegóricas. 'La metafísica', bajo la forma de una mujer de aladas sienes, se apoya sobre un globo ('el mundo físico o natural'), que se sostiene a su vez en una sola parte de un altar ('porque el mundo civil empezó en todos los pueblos con las religiones'). Sobre el altar hay 'un cayado, o verga, con la que los augures cogían los augurios y observaban los auspicios; el cual quiere dar a entender la adivinación'; también hay agua contenida en un cantarillo (con relación a los sacrificios), fuego y una antorcha encendida (los matrimonios). Al pie del altar, 'una urna de cenizas' (la sepultura) con forma de pirámide exagonal, un timón (navegación) y una tabla en la que se halla inscrito el alfabeto latino antiguo (origen de las lenguas y de las letras). 

La tabla está apoyada en un 'fragmento de columna' (la arquitectura) y se halla en el suelo frente a una estatua de Homero ('el primer autor de la gentilidad que llegó hasta nosotros'). 'Finalmente, en el plano más iluminado de todos, pues ahí se exponen los jeroglíficos que significan las cosas humanas más conocidas, según su caprichosa comodidad, el pintor hace aparecer el haz, una balanza y el caduceo de Mercurio' (las primeras repúblicas, las guerras, las monedas y los comercios, las leyes y la paz). 'Todos estos jeroglíficos se hallan lejos del altar, pues son toda las cosas civiles de los tiempos en los que, poco a poco, se fueron desvaneciendo las falsas religiones'.

   La mujer sobre el globo, es decir, la metafísica, contempla, en lo alto, a Dios (un triángulo con ojo en un círculo), y 'en dios, al mundo de las mentes humanas, que es el mundo metafísico'. Del triángulo sale un rayo de luz que impresiona, en el pecho de la mujer, 'una joya convexa', que denota 'el corazón terso y puro', y desde allí se refleja sobre la figura de Homero. El primer rayo representa al mismo tiempo 'la divina providencia' y el pensamiento y método de Vico; y el reflejo 'es la luz propia que se da a la Sabiduría poética en el libro segundo, en el que está el verdadero Homero, esclarecido en el libro tercero'.


Calvesi, M., La metafísica esclarecida, Balsa de la medusa, Madrid 1990, pp. 209-210.


viernes, 9 de octubre de 2020

Fragmento del prólogo (C. S Lewis) a "Fantastes" de G. Macdonald

    "Cuando era un adolescente, me hubiera escandalizado si alguien me hubiera dicho que lo que Fantastes me iba a enseñar a amar era la bondad. Pero ahora que lo sé, comprendo que no hubo engaño alguno. El engaño es todo lo contrario, es ese prosaico moralismo que encierra la bondad en los confines de la Ley y el Deber, y no permite que sintamos en el rostro el dulce hálito que sopla desde la tierra de los justos ni nos desvela en ningún momento esa elusiva Forma cuya contemplación nos inspira inevitablemente un voluptuoso deseo, aquello que, empleando la expresión de Safo, es 'más dorado que el mismo oro'".



lunes, 24 de agosto de 2020

Frases ilustres de Antonio Gasset presentando el programa "Días de cine"

 "Buenas noches en esta nueva edición del programa 'Días de cine', un clásico en esta isla de buen gusto que es la 2 de TVE. Como no tengo muchas ganas de hablar pasamos directamente al sumario de los contenidos de esta semana y comenzamos."

"Llegó la pausa. Tomaos con filosofía y paciencia las pasiones futbolísticas, sexuales y políticas. Las primeras, porque se tratan de un juego; las segundas, porque suelen ser efímeras; y las terceras, las políticas, porque el oscuro objeto del deseo suele ser un mentecato."

"Y como siempre, para finalizar, algo imprescindible como orientación y muestrario de las novedades del DVD, nuestra tabla de salvación ahora que acudir a las salas se ha convertido en un suplicio en muchas ocasiones, dada la pérdida de aquello que unos pocos seguimos valorando: la buena educación y el respeto al prójimo."

"Llegó la pausa, meditad sobre las vacaciones, compañía, siempre mejor las malas, viajes, con seres queridos mucho mejor, y gastos, la generosidad siempre embellece. Y sobre todo no pertenezcáis nunca a ningún grupo mediático sea del signo que sea."

"Sed buenos, y si por lo que fuera no podéis, seguid siendo malos, la diferencia es mínima."

"Buenas noches, 'Días de cine', un programa dedicado a entretener a víctimas del insomnio, noctámbulos, parejas en crisis, toxicómanos e incluso algún aficionado al cine, está a punto de comenzar con sus contenidos dedicados a la actualidad cinematográfica, tediosa casi siempre pero, hay que reconocerlo, brillante en alguna ocasión."

"Llegó la pausa, ocasión magnífica para meditar si somos justos con los demás, o por el contrario problemas personales proyectan sus miserias y deforman la imagen del prójimo. Hay que tener cuidado, pero no os sintáis culpables: los imbéciles son siempre imbéciles, proyectemos lo que proyectemos."

"Comenzamos con una película de las llamadas polémicas, lo que quiere decir que a unos les gusta y a otros no, como todas."

"Aprovechen la pausa para revisar su agenda de amigos, encontrarán que han malgastado su preciado tiempo y paciencia en conocer a un montón de ineptos; no se corten, cojan un boli y táchenlos."

"Llegó el momento de la pausa. En ella podéis aprovechar el tiempo en perderlo, una de las mejores maneras de aprovecharlo. Muy indicada contra el estrés y depresiones causadas por la ansiedad laboral."


lunes, 17 de agosto de 2020

Fragmento de "Un mundo feliz" (prólogo) de Aldous Huxley


  "Desde luego no hay razón alguna para que el nuevo totalitarismo se parezca al antiguo. El gobierno, por medio de porras y piquetes de ejecución, hambre artificialmente provocada, encarcelamientos en masa y deportaciones también en masa, no es solamente inhumano (a nadie, hoy día, le importa demasiado este hecho); se ha comprobado que es ineficaz, y en una época de tecnología avanzada la ineficacia es un pecado contra el Espíritu Santo. Un estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre. Inducirles a amarla es la tarea asignada en los actuales estados totalitarios a los ministerios de propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela. 

   (...) Dentro de pocos años, sin duda alguna, las licencias de matrimonio se expenderán como las licencias para perros, con validez sólo para un período de de doce meses, y sin ninguna ley que impida cambiar de perro o tener más de un animal a la vez. A medida que la libertad política y económica disminuye, la libertad sexual tiende, en compensación, a aumentar. Y el dictador (a menos que necesite carne de cañón o familias con las cuales colonizar territorios desiertos o conquistados) hará bien en favorecer esta libertad. En colaboración con la libertad de soñar despiertos bajo la influencia de los narcóticos, del cine y de la radio, la libertad sexual ayudará a reconciliar a sus súbditos con la servidumbre que es su destino. 

    Después de sopesarlo todo bien, me pareció que la Utopía se hallaba más cerca de nosotros de lo que nadie hubiese podido imaginar hace sólo quince años. Entonces la situé para dentro de seiscientos años en el futuro. Hoy parece posible que tal horror se implante entre nosotros en el plazo de un solo siglo."


lunes, 20 de julio de 2020

Fragmento de "Pascal" de F. M. Sciacca

'La única cosa que nos consuela de nuestras miserias es la diversión, y sin embargo es la más grande de nuestras miserias, porque es lo que principalmente nos impide pensar en nosotros y nos hace perdernos insensiblemente. Sin la diversión caeríamos en el aburrimiento, y este aburrimiento nos lanzaría a buscar un medio más fuerte para salir de él. Pero la diversión nos recrea, y nos permite llegar insensiblemente a la muerte'. Pensamientos, 171.

Blaise Pascal

    Los Pensamientos, en el cuadro del análisis de la naturaleza humana, se plantea el siguiente problema: ¿Por qué los hombres buscan el placer, la diversión y el recreo? ¿Por qué se afanan tanto en procurarse distracciones? ¿Les impulsa la necesidad del apagamiento o algún otro motivo que quieren ocultarse a sí mismos? Todas las desventuras de los hombres (los peligros y las penas a que se exponen en la corte y en la guerra, donde nacen tantas contiendas, pasiones, empresas arriesgadas y frecuentemente malas, etc.) proceden de una sola causa: 'de no saber permanecer reposadamente en una habitación'. Nadie compraría a tan caro precio 'un cargo en el ejército, si no encontrara insoportable no salir fuera de la ciudad'. 'Se buscan las conversaciones y el recreo de los juegos solamente porque no se puede estar agradablemente en casa'. Esta es la causa de todos nuestros males; pero la razón es más profunda: 'hay una muy verdadera, que consiste en la natural infelicidad de nuestra condición débil, mortal y tan miserable, que no puede consolarse con nada, cuando se la considera más de cerca'. La realeza es el puesto más hermoso del mundo y, sin embargo, si un rey se queda sin diversiones, se ve asaltado por las preocupaciones del incierto porvenir y por el temor a la muerte y a las enfermedades: hele aquí, pues, más desgraciado que el más miserable entre sus súbditos, que goce y se divierta. He aquí  por qué los hombres aman tanto el rumor y el alboroto y por qué 'el placer de la soledad es una cosa incomprensible'. Los filósofos que creen que la gente es poco razonable cuando pasan todo el día corriendo tras una liebre, no conocen la naturaleza del hombre. 'La liebre no nos libraría del pensamiento de la muerte y de las miserias, pero la caza, que nos distrae, nos libra de ello'. Los hombres buscan la caza y no la presa, (...) Así, son conducidos al reposo a través de la agitación. (...) 'Para el hombre nada es tan insoportable como estar en pleno reposo, sin pasiones, sin ocupaciones. Entonces siente su propia nada, su propio abandono, su propia insuficiencia, su depender, su propia impotencia, su propio vacío. De pronto saldrá del fondo de su alma el aburrimiento, los negros pensamientos, la tristeza, el afán, el despecho, la desesperación'. No basta el placer lánguido; es necesaria la pasión. (...) La diversión, en sus varias formas, desde la caza a las pasiones violentas y perturbadoras, como se ve, encuentran su raíz en la condición miserable de la naturaleza humana. Como el enfermo cree aliviarse dando vueltas y más vueltas en el lecho, así el hombre cree ocultarse a sí mismo su propia infelicidad y propia miseria corriendo de distracción en distracción.
   (...) ¿Qué ayuda puede proporcionar al hombre la razón del filósofo? Ninguna. 'Los filósofos tienen bellas palabras: volved a entrar en vosotros, que hallaréis vuestro bien'. La sabiduría popular tiene un sentido más exacto de las condiciones reales del hombre. En efecto, ha comprendido que la diversión y la caza valen más que la poesía, porque lo que los hombres buscan no es la posesión de una cosa, sino el olvido de sí mismos, el cual no se encuentra en la posesión, sino en la pasión violenta e impetuosa, en la diversión que ocupa y distrae. La razón por sí sola es impotente para curar la condición del hombre, en cuanto que no se trata de males de carácter psicológico, sino de males radicados en la misma  profundidad de la naturaleza humana".

Sciacca,  F. M.,  Pascal, Luis Miracles editor, Barcelona 1955, pp. 205-208.

jueves, 4 de junio de 2020

Fragmento de "Los hermanos karamazo" de Fiodor Dostoievski

«Amo a la Humanidad, pero, para gran sorpresa mía, cuanto más amo a la Humanidad en general, menos amo a los hombres en particular, como individuos. Con frecuencia, he soñado que sirvo apasionadamente a la Humanidad y creo que, si hubiese hecho falta, hubiese subido al Calvario por ayudarla, pero sé por experiencia que no puedo convivir con otra persona dos días seguidos en la misma habitación. Tan pronto como alguien se acerca a mí, su personalidad oprime mi amor propio y dificulta mi libertad. En apenas veinticuatro horas, puedo cogerle ojeriza a la persona más buena: tal vez porque se queda demasiado tiempo sentada en la mesa, o porque está constipada y no hace más que estornudar»




lunes, 25 de mayo de 2020

Gálata y Galatea en la mitología griega

   Gálata. cuando Heracles, regresando de capturar los bueyes de Geriones, atravesó la Galia, fundó la ciudad de Alesia y fue amado por la hija de un príncipe del país, que nunca había encontrado un marido digno de ella. De esta princesa tuvo un hijo, llamado Gálata, que, por su valor, se hizo digno de reinar sobre toda la Galia. Más tarde, Gálata dio su nombre a la tierra de los gálatas: Galacia.

   Galatea: la leyenda conoce dos personajes de este nombre, cuya etimología evoca la blancura de la leche:

    1) La primera es una hija de Nereo y de una divinidad marina que desempeña un papel en las leyendas populares de Sicilia. Galatea, la doncella blanca que habitaba en el mar en calma, es amada por Polifemo, el Cíclope siciliano de monstruoso cuerpo. Pero ella no le corresponde, pues está enamorada del bello Acis, hijo del dios Pan (o Fauno, en la tradición latina) y de una ninfa. Hallándose Galatea descansando un día, al borde del mar, sobre el pecho de su amante, Polifemo los vio, y como Acis intentara huir, le arrojó una enorme roca y lo aplastó. Galatea restituyó a Acis la naturaleza de su madre la ninfa y lo convirtió en un río de límpidas aguas. 
   A veces se atribuye a los amores de Polifemo y Galatea el nacimiento de tres héroes: Gálata, Celto e ilirio, epónimos, respectivamente, de los gálatas, los celtas y los ilirios. Es, pues, posible, que una versión de la leyenda de Galatea haya narrado los amores de Polifemo y la nereida, pero no nos ha llegado ningún testimonio directo.

   2) La otra Galatea es una cretense, hija de un tal Euritio y casada con Lampro, hombre de buena familia aunque pobre, que vivía en la ciudad de Festo. Lampro, al saber que estaba encinta, le dijo que quería un hijo varón, y que si daba a luz una niña, tendría que exponerla. Mientras Lampro se hallaba apacentando su rebaño en el monte, a Galatea le nació una hija, pero no se vio con ánimos de abandonarla. Aconsejada por los adivinos, vistióla de niño y la llamó Leucipo, ocultando a su marido lo ocurrido. Pero, a medida que pasó el tiempo, Leucipo se fue volviendo muy hermosa y pronto resultó imposible seguir con la superchería. Galatea tuvo miedo y dirigióse al santuario de Leto, donde pidió a la diosa que cambiase el sexo de su hija. Leto se dejó persuadir, y la doncella se convirtió en muchacho.


Fuente: Diccionario de mitología de Pierre Grimal

Faetonte y Falange en la mitología griega

   Faetonte es hijo del sol . Sobre su genealogía existen dos tradiciones distintas. Una lo presenta como el hijo de Eos (la Aurora) y Céfalo; otra, como el del Sol (Helio) y la oceánide Clímene. Sea lo que fuere, la más célebre de las leyendas en que interviene se relaciona con la segunda de estas filiaciones. Faetonte, hijo del sol, había sido criado por su madre en la ignorancia de quién era su padre, pero lo reveló al llegar el niño a la adolescencia. Entonces el muchacho reclamó un signo de su nacimiento; rogó a su padre, el Sol, que le dejase conducir su carro. Tras muchas vacilaciones, el Sol accedió no sin hacerle mil recomendaciones. Faetonte partió, comenzando a marchar por el camino trazado en la bóveda celeste, pero pronto se apoderó de él un gran terror por la altura en que se hallaba. La visión de los animales que representan los signos del Zodíaco lo amedrentó, y abandonó el camino que le había trazado. Descendió demasiado, y por poco incendia la tierra; volvió luego a subir, esta vez demasiado alto, por lo cual los astros se quejaron a Zeus, y éste, para evitar una conflagración universal, lo fulminó, precipitándolo en el río Erídano. Sus hermanas, las Helíades, recogieron su cuerpo, le rindieron honores fúnebres y lo lloraron de tal modo que fueron transformadas en álamos.

   Falange es un ateniense, hermano de Aracne. Mientras Atenea enseñaba a su hermana los conocimientos relativos al arte del tejido, él aprendía el arte de las armas. Pero los dos hermanos tuvieron relaciones culpables, y las diosa los transformó en animales. 


Fuente: Diccionario de mitología de Pierre Grimal

sábado, 23 de mayo de 2020

Éaco en la mitología griega

Éaco: el más piadoso de todos los griegos, es hijo de Zeus y de la ninfa de Egina, hija del rey de Asopo. Había nacido en la isla Enone, que, del nombre de su madre, fue llamada más tarde Egina. Por entonces, dicha isla estaba desierta. Deseoso de tener compañeros, así como un pueblo sobre el cual reinar, Éaco pidió a Zeus que transformase en hombres las hormigas, numerosísimas en la isla. Zeus accedió a ello, y Éaco dio al pueblo así creado el nombre de Mirmidones (que significa hormigas).
   Éaco se casó luego con la hija de Escirón, Endeis, de la cual tuvo dos hijos, Telamón y Peleo. Sin embargo algunos autores -y esta parece ser la fase más antigua de la leyenda- no conocen ningún parentesco entre Telamón y Peleo, y tienen sólo a éste por hijo de Éaco.
   Luego Éaco se unió a la hija de Nereo, Psámate, de la cual tuvo un hijo, Foco. Para escapar a su amor, Psámate, que, como la mayoría de las divinidades marinas y fluviales poseía el don de metamorfosearse, se había transformado en foca; pero de nada le valió la treta, y el hijo que concibió recibió el nombre de Foco, en recuerdo de la metamorfosis de la madre. Este hijo sobresalía en los juegos atléticos, lo cual excitó los celos de sus dos hermanos Peleo y Telamón, hasta el punto de que lo mataron: Telamón se las arregló para disparar un disco de manera que diese en la cabeza a Foco y lo mató. Con la ayuda de Peleo, Telamón enterró su cadáver en un bosque; pero al ser descubierto el crimen, Éaco desterró a sus dos hijos de Egina.
   La reputación de piedad y justicia de que gozaba Éaco -fundamentada seguramente en el severo juicio formulado contra sus hijos-, le valió ser elegido para dirigir a Zeus una solemne plegaria en nombre de todos los griegos, en ocasión de un período de esterilidad que se abatió sobre los campos del país. Esta esterilidad se debía a la cólera de Zeus, irritado contra Pélope, rey de Arcadia, que había despedazado miembro a miembro a su enemigo Estinfalo, y dispersado su cuerpo. Éaco consiguió aplacar a Zeus.
   Después de su muerte, Éaco pasa por ser el que juzgaba en los infiernos a las almas de los muertos. Pero esta creencia es relativamente reciente: no la conoce Homero, que no sitúa en el infierno más juez que Radamantis. Platón es el primero en mencionar a Éaco.
   Otra leyenda relativa a Éaco cuenta que participó en la construcción de la muralla de Troya, junto con Apolo y Posidón. Cuando la muralla estuvo levantada, tres serpientes se lanzaron contra ella. Dos, que se acercaron a la parte construida por los dioses, cayeron muertas, pero la tercera logró franquear la parte que era obra del mortal. Apolo interpretó el presagio: Troya -dijo- sería tomada dos veces: la primera, por un hijo de Éaco -fue la primera conquista de la ciudad por Heracles, con el cual combatían Peleo y Telamón-, y la segunda, tres generaciones más tarde por Neoptólemo, biznieto de Éaco  e hijo de Aquiles.


Fuente: Diccionario de mitología de Pierre Grimal

viernes, 22 de mayo de 2020

Dáctilos y Dada en la mitología griega


   Dáctilos: los Dáctilos del Ida son genios, cretenses o frigios, que pertenecen al cortejo de Rea o al de Cibeles. Su nombre significa 'los dedos', lo cual se explicaba, bien por su destreza en el trabajo manual, sobre todo el referente a los metales, bien por leyendas etiológicas. Contábase, por ejemplo, que en el momento en que su madre (Rea o una ninfa del Ida) los daba a luz, sus manos, crispadas de dolor, se habían clavado en el suelo; las huellas que quedaron sirvieron para dar su nombre a los hijos. Incluso se decía que habían nacido del polvo que las nodrizas de Zeus habían arrojado entre sus dedos.
   Los Dáctilos son magos, y se les atribuía la difusión y, a veces, la invención de los misterios. Emparentados con los Curetes, se cree a menudo que, como ellos, cuidaron de la infancia de Zeus. Son cinco o, más frecuentemente, diez, y hay quien eleva su número a cien. Cuéntanse cinco varones y cinco hembras. Una tradición de Élide, les da nombre:  Heracles (el mayor, que no hay que confundir con el hijo de Alcmena), Epimedes, Idas (o Acésidas), Peoneo y Yaso. Al parecer, organizaron los primeros Juegos Olímpicos para divertir a Zeus niño. Asegurábase también que habían enseñado la música a Paris, en el Ida de Tróade.

   Dada: Dada es la esposa del héroe cretense Samón, que ayudó a Escamandro a apoderarse de Tróade. Habiendo sido muerto Samón en una batalla, su mujer se confió a un heraldo, pidiéndole la acompañase a una ciudad de la cercanía, donde pensaba volver a contraer matrimonio. Pero en el camino el heraldo la violó, y Dada, avergonzada, se atravesó con la espada de su esposo, que llevaba consigo. Cuando los cretenses tuvieron conocimiento del drama, lapidaron al heraldo en el mismo lugar en que se había producido. Este lugar tomó el nombre de 'Campo del impudor'.

Fuente: Diccionario de mitología de Pierre Grimal.

jueves, 21 de mayo de 2020

Caanto y Cabarno en la mitología griega

   Caanto: hijo de Océano. Habiendo sido raptada su hermana, la ninfa Melia, por Apolo cerca de Tebas, en las orillas de Ismeno, su padre le encomendó la misión de rescatarla. Encontró a la muchacha y al dios, pero no pudo separarlos. Entonces, lleno de cólera prendió fuego al santuario de Apolo, lo cual le costó la vida, ya que el dios lo mató de un flechazo. Se enseñaba su sepultura en Tebas, cerca de la fuente de Ares. 

   Cabarno: cuando Deméter buscaba a su hija, raptada por Hades, un habitante de Paros llamado Cabarno le indicó el autor del rapto. En recompensa, la diosa confirió a Cabarno el cuidado de su culto, así como a toda su descendencia. Es una leyenda que pertenece estrictamente a Paros.


Fuente: Diccionario de mitología de Pierre Grimal

miércoles, 20 de mayo de 2020

Babis y Balio en la mitología griega

Babis es hermano del sátiro Marsias, que trató de rivalizar con Apolo en el arte de la música. Lo mismo que su hermano, Babis toca la flauta de un solo tubo, mientras que el otro usa la doble, Babis es un 'inocente' que toca tan mal, que ello le vale no incurrir en la cólera del dios. 

Balio es uno de los caballos de Aquiles, nacido de Céfiro y de la harpía Podarge. Posidón lo dio como regalo a Peleo durante la boda de éste con Tetis. Muerto Aquiles, Posidón volvió a quedarse con el corcel, que era inmortal. asi como con Janto, el otro caballo de Aquiles. En la mitología griega aparece también el nombre de Balio aplicado a uno de los perros de Acteón.

Fuente: Diccionario de mitología de Pierre Grimal

martes, 19 de mayo de 2020

Abante en la mitología griega

   La leyenda conoce tres héroes de este nombre, que no es siempre fácil distinguir.

    1) El más antiguo es el epónimo del pueblo eubeo de los Abantidas, mencionado en la Ilíada. Se le considera como hijo de Posidón y de la ninfa Aretusa, divinidad de una fuente de las cercanías de Calcis. No obstante, una tradición ateniense reciente hacía de él un descendiente de Metión. Este Abante tuvo dos hijos: Calcodonte y Caneto.

   2) El más célebre es el rey de Argos, hijo de Linceo y de Hipermestra. Juntó en su persona la sangre de dos hermanos enemigos, Dánao y Egipto, y es el fundador de Perseo y su raza. Es considerado como el fundador de la ciudad focense de Abas. Tuvo de Aglaya dos hijos gemelos, Acrisio y Preto, y una hija, Idómene, que casó con Amitaón. Además parece que tuvo un hijo bastardo, Lirco, epónimo de la región de Lircea, en el Peloponeso.

   3) Otro Abante es hijo de Melampo, nieto de Amitaón y, por tanto, biznieto del héroe precedente. A este Abante, hijo de Melampo, se atribuye la paternidad de Lisímaca, esposa de Tálao y madre de Adrasto, la del adivino Idmón, que había heredado las cualidades de su abuelo, y de Cérano.

Fuente: Diccionario de mitología de Pierre Grimal

miércoles, 13 de mayo de 2020

Fragmento de "La montaña mágica" de Thomas Mann


    (...) Hans Castorp se esforzaba en comprender lo que Settembrini quería decir cuando llamaba a ese principio la 'la fuente de la libertad y el progreso'. Por este último concepto, Hans Castorp había entendido hasta entonces algo así como el desarrollo de las grúas de vapor en el siglo XIX, y ahora descubría que Settembrini concedía bastante importancia a esas cosas, como también hiciera su abuelo. El italiano rendía un gran tributo a la patria de sus dos oyentes por haberse inventado allí la pólvora -que había hecho saltar por los aires la coraza del feudalismo-, así como la imprenta, que había difundido, mejor dicho: había permitido difundir las ideas democráticas. Alababa, pues, a Alemania por estos inventos y por sus méritos del pasado, pero se sentía obligado -casi moralmente- a conceder la palma a su propio país, puesto que había sido el primero, mientras los demás pueblos todavía vivían sumidos en la oscuridad de la superstición y la servidumbre, en desplegar la bandera de la ilustración, la cultura y la libertad.

   Aun así, si Settembrini reverenciaba el proceso de la técnica y los transportes -el campo profesional de Hans Castorp-, como ya se manifestara en su primera conversación con los primos en el banco del recodo, no parecía, sin embargo, que fuese por el valor de estos ámbitos en sí, sino más bien por su repercusión en el perfeccionamiento moral del hombre, pues se complacía en otorgarles ese tipo de importancia. Al subyugar la naturaleza cada vez más, estableciendo comunicaciones, redes de transporte y de telégrafo, salvando las diferencias climáticas, la técnica se revelaba como el medio más fiable del acercamiento entre los pueblos y de conocimiento recíproco en aras de alcanzar una armonía entre los hombres, destruir los prejuicios y avanzar hacia la unificación universal. La raza humana había salido de la sombra, del miedo y el odio, pero ahora progresaba hacia un estadio último de simpatía, luz interior, bondad y felicidad; y en ese camino la técnica era el vehículo más fácil.

   Claro que, al hablar así, mezclaba en un solo aliento categorías que Hans Castorp no estaba acostumbrando a considerar más que por separado. 'Técnica y moral', decía, e incluso afirmaba que el primero en revelar el principio de igualdad y unión entre los pueblos había sido el Salvador del cristianismo, y que, después, la imprenta había favorecido fuertemente su expresión hasta que la Revolución francesa lo había elevado a la categoría de ley. Por alguna razón que no alcanzaba a determinar, todo aquello parecía enormemente confuso al joven Hans Castorp, a pesar de que el señor Settembrini lo resumía en términos muy claros y rotundos. Una sola vez -decía-, una sola vez en su vida al comienzo de la madurez, se había sentido completamente feliz su abuelo: en los días de la revolución de julio en París. En voz alta y públicamente había proclamado entonces que algún día los hombres compararían aquellos tres días con los seis de la creación del mundo. En ese instante, Hans Castorp no pudo evitar dar un puñetazo en la mesa y experimentar la más profunda de las sorpresas. Se le antojaba una terrible exageración el que se pudieran comparar los tres días del verano de 1830, en los cuales los parisienses se dieron una nueva constitución , con los seis días en los cuales Dios separó la tierra de las aguas y creó astros eternos, así como las flores, los árboles, los peces, los pájaros y toda la vida; más tarde, al comentarlos con su primo Joachim, manifestó expresamente que incluso le había escandalizado.

Pp. 224-225


domingo, 26 de abril de 2020

Fragmentos de "Segundo nacimiento" de Giovanni Papini

    Me he dado cuenta demasiado tarde de que la benevolencia y la caridad son los más auténticos salvoconductos entre los hombres: el salvador se salva.

   El solitario distinto de todos, el tímido titán romántico que para adorar y compadecer se encierra en su orgullo como el topo ciego bajo la tierra, no llegan ni siquiera a comprenderse a sí mismos. Hay que vivir en familia, con los hermanos y hermanas. El cielo te da un Padre, y la esposa, los hijos; pero los hermanos y hermanas debes adquirirlos por ti, con calderilla de amor. Estar al lado de los otros es el principio de la salvación, y cuando el catecismo nos ordena 'soportar a las personas molestas', nos da, sin que lo parezca el secreto de la felicidad, porque las personas molestas, tratándolas, acaban por no ser molestas.

   Cuando en domingo tres o cuatro campesinos -ancianos y también jóvenes- vienen a mi casa para echar una partida, y ponemos la mesa bajo la galería de verano o junto al fuego de invierno, y sobre la mesa la frasca de vino y el mazo de cartas y los cigarros, yo no me siento, en conciencia, el señor al uso que se digna conversar con los inferiores. Antes que nada me producen placer, porque la amistad es siempre placer, incluso la amistad de un funcionario o de un picapedrero.

   Pero no lo siento y no lo veo en absoluto inferiores a mí. Muy al contrario. En primer lugar, tienen un alma semejante a la mía, un alma salida del soplo de Dios y por la cual Cristo sufrió como por todas las demás, y si el alma suya está menos poblada que la mía de pensamientos, de verbos y fantasías, tiene más paz y más simplicidad.

   Luego reconozco que tienen más fuerza y salud en el cuerpo que yo, que son más útiles que yo a mi país (yo doy libros, y  ellos, pan) y que son superiores a mí en la práctica de la vida, en astucia y a veces hasta en agudeza. De ellos he aprendido ciertas poderosas expresiones que en la ciudad solo han quedado en los libros; y estudiando sus sentimientos primordiales, la pasión de la tierra, de la posesión de la superioridad, y las guerras por los confines de los campos, y las invasiones de los rebaños, he llegado a comprender los misterios de la historia universal mejor que en Vico y Maquiavelo.


Extraído de Obras completas, tomo V, p. 927.




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   Hace veinte años no habría ni siquiera podido pensar que fuera posible una hora de adhesión al mundo.

   Me parecía entonces, pero con la sombría tristeza de los jóvenes a mi maestro Saturnino. Cada vez que traigo a la memoria a aquel buen viejo, le veo llegar serio y cortés como en las noches en que nos ayudábamos juntos a tolerar la melancolía en ciertos paseos de otoño, pisoteando las hojas crujientes de los tilos y los plátanos.

   Vivía solo con una criada tacaña; sus antepasados vinieron de España; me soportaba, y yo le quería. Era de estatura alta, como yo, pero más flaco: un sistema óseo cubierto por una piel de ictericia, árida y dura, que parecía curtida. Sin embargo, de joven había sido poeta; luego se puso a explorar cavernas -¿para encontrar tesoros? ¿o un refugio digno de un versificador byroniano?-, y había encontrado osamenas fósiles en cantidad. Aquellos huesos, poco a poco, le apartaron de la poesía y le consagraron a las ciencias: al cabo de treinta años de mediciones en los muertos estaba reducido a una especie de esqueleto que comía miserablemente trabajando de ayudante en un museo.

   La primera vez que fui allí a buscarle me hicieron andar por entre metros y metros de vitrinas llenas de lanzas, de hachas y de horrendas máscaras de guerra de salvajes. Pero quiso él mismo hacerme ver el resto: atravesamos dos grandes estancias amuebladas con vitrinas tan altas como lo permitían las paredes, y en ellas, en numerosos estantes, había millares de cráneos de hombre: muchos enteros, algunos sin la mandíbula inferior, y todos con un cartelito pegado en el centro del hueso frontal. De allí pasamos a otra gran estancia todavía más siniestra: una población de esqueletos enteros, montados sobre pedestales de madera negra, se alineaban en muchas filas mirándonos. Esqueletos de niños y de enanos delante; detrás, esqueletos monstruosos y deformes de enfermos, de viejas, de razas bárbaras; al fondo, más soberbios que todos, esqueletos enormes y desarmónicos de gigantes.

   En aquel momento llamaron a Saturnino, y me quedé solo. Era anochecida, y las dos ventanas de aquel osario científico tenían justamente enfrente de la vasta cabellera de una paulonia que menguaba el poco de luz que concedía el ocaso. Recorrí los cuatro lados de aquel denso cuadrado de muertos para verlos mejor; algunos eran blancos y limpios como marfil nuevo; otros, terrosos y rugosos como extraídos de la tierra después de una larga sepultura; y los había rancios como cera vieja, como piedra pómez remojada. Todos reían con una severa y sucia risa, enseñando todos los dientes; menos uno que tenía las mandíbulas torcidas, como las había dejado la agonía y la poca pericia del preparador. Parecía, en aquella penumbra solitaria, que esperasen algo o pidieran ayuda; y la taciturna instancia de aquellas calaveras alineadas me producía pena más que horror. ¿Querían un sepulcro? ¿Tela para cubrir aquellos pobres huesos reunidos, a falta de tendones, con hilos de alambre y de plata? ¿O quizá una oración?

   Pero yo no sabía rezar. No pensaba en los novísimos y en la resurrección de la carne. Pensé solamente en la muerte; sentí bajo mis pobres ropas, bajo mi pobre cuerpo, la presencia de mi esqueleto. Sus brazos colgaban a lo largo de los fémures descarados y macizos. Me acerqué al esqueleto de un gigante, le cogí la mano, alcé el brazo, estreché fuertemente los carpos y los metacarpos de las falanges y, con un estremecimiento involuntario, hice que todo se desplomara. Los huesos del gigante, al golpear el suelo a un tiempo, sonaron como dados lanzados, y me pareció que la multitud de sus compañeros tembló al escucharlos.

   Saturnino volvió y no quiso que me marchara antes de haber visto la maravilla del museo: la cabeza cortada de un maorí caníbal metida en su cabellera en el fondo de  una vasija de cristal llena de alcohol; la piel de aquel rostro tenía el color del vientre de ciertas serpientes sagradas, y bajo un párpado un poco alzado, el decapitado miraba con el blanco amarillento de la córnea, como si esperara su venganza.

   Estando entre aquellos muertos, y pasados los cuarenta, Saturnino había ascendido al cuarto y quinto cielo de la filosofía, y buscado una tortuosa distracción en la contemplación por su cuenta de la majestad aburrida de las cosas inútiles. Era -para decir ya su secreto- el hombre de lo absoluto, y se jactaba de vivir en lo imposible. Todo, para él, era problema: el saber, el arte, la mujer, la existencia del mundo externo, las uniformidades anatómicas, el eterno retorno del sol, la imbecilidad de los hombres, la moral. En sus manos, todo se hacía enigma y misterio. Pero en cuanto a encontrar la clave del enigma y la respuesta al misterio, confesaba que el hombre no era capaz, y mucho menos Dios, que no existía; y a lo absoluto no se podía llegar por ninguna vía jamás, y comparaba el buscador derrotado en lo relativo, tomando una imagen de Heráclito, con el niño que quiere saltar más allá de su propia sombra.

   Y entonces -decía-, cuando uno ha llegado a saber esto y está, sin embargo, condenado a ser veinticuatro horas cada día él mismo, ¿qué evasión tiene en perspectiva? Es preciso resistir, porque el hombre no tiene más que esa facultad para no despreciarse, y vivir jornadas una detrás de otra, y vivir entre hombres, y vencer la enemistad de los hombres, y vencer la repugnancia por los hombres, y, sobre todo, vencerse a sí mismo y sufrir. Si uno no sufre, es indeseable, y entonces ni siquiera existe; pero el hombre, todo, es dolor, y debe ser dolor libremente aceptado, porque al menos nos acerca a eso que algunos llaman santidad. Es imposible conocer, pero es también imposible, para mí, tener la fuerza de ánimo y la vileza necesarias para morir. Por consiguiente, suspendido entre estos imposibles que no me conceden concretarme, gozo al menos mi parte de dolor, al cual no se huye más que volviendo a la tierra y convirtiéndose en dioses. Pero usted sabe cómo los mitólogos han reducido a los dioses. Por consiguiente, sigo recogiendo huesos.

   En efecto, hasta su casa estaba llena de osamentas catalogadas. Desde los grandes animales del plioceno había descendido hasta los animales históricos, y entre estos había acabado por contentarse con los más pequeños, los pájaros, los roedores.

   Yo  -decía entre solemne y burlesco- soy el más solicitado micromammólogo de Italia.

   Diez especialistas quizá -pero esparcidos por todos los continentes- leían sus memorias y de cuando en cuando le llegaban de Finlandia o de Micronesia cajones con pajaritos muertos, desconocidos aquí. ¡Con cuánto amor los mortificaba y con qué delicadeza los deshuesaba! Luego ponía los huesecitos al sol, en su terraza del tejado, y era el último sol que gozaban aquellos volátiles exóticos, que después desaparecían para siempre en la honorable tumba de un cementerio de cajitas que llevaban escrito encima, como los cenotafios de los grandes antiguos, unas cuantas palabras latinas.

   Las tenía en todas partes, hasta en el saloncito, a despecho de la despectiva criada. En aquel saloncito, salvado esplendor de las antiguas fortunas, colgaban muchos retratos de sus antepasados; retratos al pastel, delicados y bajos de color, como se llevaban en el setecientos. Damas jóvenes vestidas de azul celeste y dignatarios rasurados con fajines escarlatas, todos con pelucas blancas, ojos negros y marcos de oro, miraban a su último y estéril descendiente, que rumiaba lo absoluto cortándose las uñas y los pellejitos de los dedos; una de sus ocupaciones favoritas en las largas horas del reposo.

   -Sin la muerte, ¿cómo se podría vivir? -me dijo un día-. Con los huesos reconstruyo la forma del animal, y por el animal me remonto a la idea de la especie, y la especie me lleva al principio de la vida. No logro descubrir de dónde y por qué viene la vida, pero mientras tanto, paso mejor la mía. Esta es la única excusa irrefutable de todas las ciencias.

   A este amador y custodio de muertos, a este recogedor y manipulador de esqueletos, a este huesudo propietario de osamentas, le llamé, años después, para que fuera testigo de mi boda.


Ibíd., pp. 937-940.
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    A muchos el mundo les parece feo. Somos nosotros los que somos feos por dentro, a veces, y vemos nuestra triste fealdad reflejada en el mundo. Una vez, un ser con aspecto de hombre, pero que se parecía más bien a un gusano consumido, me dijo que odiaba al campo. Que es lo mismo que odiar a la obra de Dios, porque solo las ciudades son obras del hombre: ¡ya se nota! Desconfiad de aquel que odia la soledad: significa que su compañía le es odiosa y que no sabe cómo llenar su miserable vacuidad. Desconfiad de aquel que no ama el campo: significa que tiene miedo de dios.

   Tiene miedo de un testimonio, demasiado patente para poder ser fácilmente rechazado. Tiene miedo de tener que reconocer a Dios hasta en sí mismo, en ese silencio dilatado y reverente que no permite ficciones , subterfugios, escapatorias. En el estrépito, en el estruendo, en la confusión de las sociedades amontonadas, la hipocresía hacia nosotros mismos y hacia los demás se concede año a año prórrogas y moratorias. Pero ¿podéis mentir al cielo, al desierto, a la noche?

   Prueba a negar cuando estás solo cara a cara con el Universo. Coge las filosofías del espíritu -pobres signos sin sustancia, sin conexión con el aliento del alma, con la riqueza infinita del ser- y prueba a decir en voz alta, ante una parte cualquiera de la creación, que Dios no existe, que esta maravillosa máquina del Universo no ha tenido ni principio ni autor y se rige sin un supremo dueño, por un milagro constante de coincidencias, de átomos, de nómadas, de espíritus.

    (...) No me buscarías si no me hubieras encontrado, dice el Dios de Pascal. No me matarías si no me sintieras vivo, dice el Dios de los ateos.


Ibíd., pp. 987-988.
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   No queriendo esconder nada -y este punto es uno de los más vergonzosos-, diré que al principio la carnicería que Europa, entre sombría y orgullosa, emprendía me causó casi placer. Quien me ha seguido hasta aquí comprenderá por qué sin muchas palabras. En aquel tiempo era cristiano en el sentido que Tácito daba, en su ignorancia, a esta palabra; sentía, y más que todavía sentirlo lo saboreaba, el odium humani generis. Los hombres, para mí, eran bestias lascivas, avaras y feroces, bestias incurables; que se mataran, pues, entre sí, desde el momento en que no había un Dios para fulminarlos.

   Pero casi inmediatamente otro sentimiento, más antiguo y arraigado, cortó este placer neroniano: el amor por Italia. Si Italia podía entrar en el terrible juego y reanudar la obra desgraciada y desastrosa del 66, la guerra tomaba a mis ojos un aspecto muy distinto. Añádase que hacia los alemanes siempre había sentido -desde comienzos del siglo, y no precisamente en el 1914, como les sucedió a muchos- más repugnancia que admiración. En poesía, salvo alguna cosa de Goethe y Heine, me habían hecho gozar poco; su filosofía me había encontrado siempre adverso, y en mi libro, en efecto, de seis filósofos descuartizados, cuatro eran alemanes; la erudición enmarañada, y casi inutilizable, de sus altaneros doctores había sido para mí como el humo para los ojos, y esa adoración de la fuerza, de la conquista, de la potencia, de la máquina y de la banca, enfurecía a mi espíritu de místico latino. Añádase que Alemania se gloría de Lutero, y yo, aunque no católico, sentía más que odio hacia ese insoportable frailón atolondrado; se gloría de Marx, y yo jamás había podido soportar su mesianismo judaico disfrazado de economía política; se gloría de Bismark, y este astuto y cruel mastín guardián de la casa de Prusia estaba marcado en las primeras hojas de la lista de mis aversiones

Ibíd., p. 997.
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    Me había dado cuenta de que los hombres no reconocían francamente -salvo esos raros cínicos, entre los que había estado yo, que en su mayoría, como para buscarse una coartada, maldecían- ser lo que en efecto son: es decir, animales crueles y codiciosos. Pretendían, al contrario, que actuaban según las reglas del buen sentido, de la razón, de la justa sabiduría. Sobre el pelaje que los revela como frutos de cruces entre lobos y cerdos, se habían puesto tejidas gualdrapas con adornos racionales y filosóficos. Las pasiones -y más fácilmente las más torpes, porque pagan mejor- encuentran siempre en la razón una abogada servicial. Con envolturas de palabras y arquitecturas de sofismas se da buen aspecto a cualquier vicio, a cualquier infamia. La prepotencia se presenta como derecho; el ansia de destacar, como amor a la gloria y a la grandeza de los pueblos; la avidez mercantil, como razón de vivir, legitimada por los teoremas de la economía política; la ferocidad es fuerza de ánimo; la ficción, la bellaquería, la sensualidad, toman el nombre de filosofía, de prudencia, de humanismo.

Ibíd., p. 1004.