lunes, 9 de junio de 2014

Fragmento de "La ciencia en la Edad media" de Edwar Grant

"Hasta 1277, la posibilidad de la existencia la posibilidad de la existencia de otros mundos no había sido seriamente planteada por los autores cristianos. La creación de Dios era única en su género y el hombre era su punto focal. Era suficiente un solo mundo para el drama humano en desarrollo, inexorablemente encaminado hacia el gran día del juicio final. En lo referente a la existencia de un solo mundo, Aristóteles y sus seguidores cristianos estaban en plena armonía. Pero si esa fuera su voluntad, ¿Podía Dios crear otros mundos? Antes de 1277, el contexto intelectual quedó dramáticamente alterado y la incógnita sobre la existencia de otros mundos, así como un gran número de interrogantes insólitos, no solamente fue planteada sino que su formulación se convirtió en un lugar común. El artículo 34, que negaba la posibilidad de que Dios pudiera hacer más de un mundo era uno de los artículos anatematizados en 1277 y esta condena provocó controversias sobre la existencia de otros mundos. A partir de ese momento se hizo necesario admitir que Dios podría haber creado, o podría aún crear, otros mundos a parte del nuestro. Entre setenta y cinco y cien años más tarde autores de la talla de Juan de Oresme y Alberto de Sajonia, se ocuparon de la posibilidad de una pluralidad de mundos teniendo claramente presente la condena de 1277. Adelantándose a la mera presentación de nuevas ideas cosmológicas ellos procuraron incluso resolver problemas físicos hipotéticos que planteaban un serio desafío a la física aristotélica. A menudo ampliaban la aplicación de los principio físicos aristotélicos a los otros posibles mundos hipotéticos cuya existencia Aristóteles había negado rotundamente.

   Se distinguían tres tipos de pluralidad, por lo menos. Una sucesión de mundos únicos, versión que Empédocles había defendido y Aristóteles repudiado, no llegó a transformarse en el punto focal de discusión. Simplemente se admitió que Dios pudo haber realizado esta tarea en el pasado y aún podría remplazar un mundo por otro. Un segundo tipo de pluralidad linda con la ficción científica y fue probablemente apenas algo más que un ejercicio intelectual que no debía ser encarado como una posibilidad formal. En este caso la pluralidad es simultánea pero los mundos coexistentes uno dentro del otro. Oresme insistía en que ni la experiencia ni la razón podían demostrar la imposibilidad de tales mundos.

   La tercera -e históricamente significativa- versión era la que Aristóteles había también rechazado. Postulaba la posibilidad de que mundos separados, totalmente exteriores entre sí, podrían existir simultáneamente en un espacio imaginario. La viabilidad de este planteamiento, por no decir nada de su plausibilidad, parecía extremadamente improbable a la luz de la idea aristotélica, universalmente aceptada, según la cual si se admitía que los elementos pesados podían ser colocados más allá de nuestro mundo, tenderían, sin embargo, a caer hacia el centro del mundo, puesto que el universo existir solamente un único centro verdadero. Lejos de quedar explicado por esta explicación, Oresme argumentaba que, con respecto a los objetos pesados y livianos, las nociones de "arriba" y "abajo" significaban solamente que los objetos pesados se trasladaban naturalmente al centro de los objetos livianos o raros. Los objetos pesados serían entonces catalogados como "abajo" y los objetos livianos circundantes como "arriba". Pero si un objeto pesado o trozo de tierra estuviera más allá de nuestro mundo y separado por él de un vacío, ese objeto pesado, o trozo de tierra, no se trasladaría hacia el centro de nuestro mundo.  Sin un cuerpo liviano, como el aire y el fuego, rodeando el cuerpo pesado, las nociones de arriba y abajo son indistinguibles. Por lo tanto si los espacios vacíos se interpusieran entre todos los mundos coexistentes, incluso el nuestro, los objetos pesados asociados con cada uno de ellos no tenderían a moverse hacia "abajo" en dirección del centro del mundo, dado que los objetos livianos que hacen falta para rodear los objetos pesados a fin de permitir la diferenciación de una dirección hacia "abajo", están necesariamente ausentes en un vacío. De este modo, si Dios creara otro mundo como el nuestro, la Tierra y los elementos de este mundo quedarían allí y se comportarían en forma idéntica a sus equivalentes en nuestro mundo. A la afirmación de Aristóteles de que debía presumirse de toda la materia existente en nuestro mundo no podía dar origen a la formación de otro mundo, los teólogos y los filósofos medievales replicaban que, en virtud de su poder absoluto, Dios podría crear nueva materia de la nada y crear otro mundo."

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