sábado, 24 de marzo de 2018

"Paladín" de C. J. Cherry



   Normalmente no tengo problemas para poner bajo una categoría una novela. Siempre hay excepciones, claro, y unas son más ambiguas que otras. Paladín de Cherryh pareció escribirse para poner a prueba al lector de fantasía y casi diría poner a prueba a cualquier lector. Esta escritora ambienta siempre sus mundos dentro del género fantástico y de la ciencia ficción. Es por eso que, cuando uno abre su libro y ve un mapa, sonríe pensando "una novelita de fantasía". Pues no. Esta novela no tiene nada de fantástico. Sí que tiene mucho de imaginario, pues inventa un mundo antiguo que podríamos decir que se corresponde con la antigua China. El nombre oriental de los lugares, la descripción de la figura del emperador (como unión entre el cielo y la tierra) o el carácter que intenta imprimir en algún personaje, nos ponen sobre la pista. Escrita originalmente en el 88, la novela pretende conseguir aliciente gracias al oriente, tan de moda en la segunda mitad del siglo pasado y que todavía persiste. He leído todas sus páginas en la edición de Círculo de lectores, edición de portada horrible, y no hay ni un solo elemento de fantasía.

   La historia comienza cuando una joven, de nombre Taizu, busca la instrucción de un caballero de armas para devolver golpe por golpe. Es el típico personaje atormentado por un pasado doloroso. El hombre al que acude, Shaukendar, es un antiguo caballero de corte que, por distintas intrigas, acaba desterrado en los confines del imperio. No contaré más de su pasado, que también cae en la típica historia del remordimiento por lo no hecho.

   Aquellos dos personajes ocupan toda la narración, y aseguro que por ellos es tormentosa la novela. Tormentosa porque uno se cansa muy rápido de Taizu. Con ella Cherry parece intentar mostrar un personaje femenino fuerte, habilidoso, pero es todo lo contrario: es un saco de dramas que requiere de la ayuda del varón fuerte para afrentar la dificultad  interna (sus traumas) y externa (su venganza). En cuanto a Shaukendar cambia un poco más la cosa, aunque no os emocionéis. Su atractivo reside en que tiene más registros y, por ello, tiene más cartas que jugar en la novela. No por eso se empatiza con él (a veces parece un pervertido con algún golpe ocasional de gracia), pero en general cae más simpático y queda como un bonachón, regruñón, dispuesto a defender causas nobles.

   Con este plantel tan poco animado Cherryh gasta generosamente la mitad de la novela en el entrenamiento de Taizu. Una cuarta parte se dedica a viajes y, tan solo en la última parte, despunta algo, no mucho, la narración. El estilo va parejo al nivel general de la novela y su mayor virtud es no despuntar. Es una novela que  se salva de la caída por poco. Digna, pero nada más. Desde luego no merecedora de una relectura.


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