sábado, 28 de julio de 2018

"Platón y el orfismo" de Alberto Bernabé


   Es usual leer categorías en libros que versen de Platón en estos términos: órfico-pitagórico, orfismo, las enseñanzas de Orfeo, etc. Y, normalmente, no se dice nada más. La cuestión queda aplanada, casi silenciada, por esas mismas palabras que parecen explicarse a sí mismas sin necesidad de posterior indagación. El libro que hoy reseño, más que emplear de un modo lateral tal asunto, afronta con valentía el reto intelectual de rebuscar entre textos griegos, las más de las veces incompletos, para investigar en profundidad el significado de tales términos. Se ocupa, y mucho, por precisar qué es orfismo, qué pitagorismo, cómo llegan al sabio ateniense que fue Platón, si este los filtra, o no, y también aporta datos acerca del desarrollo de dichas corrientes. Todo ello lo hace Alberto Bernabé con cuidado, detenimiento, cariño y una profunda erudición en "Platón y el orfismo" (2011).

   El libro se estructura en dos partes bien delimitadas y proporcionadas, resueltamente planificadas y con una arquitectónica organización de los contenidos. La primera de las partes está dedicada a a un registro minucioso de las veces que Platón menciona a Orfeo o los escritos órficos, esperando con ello alumbrar las impresiones que aquel pensador guardó sobre el personaje mitológico. La segunda, más que una minuciosa búsqueda de los contextos en que se habla de Orfeo, busca las afinidades e influencias con las que el orfismo impregnó, caso de hacerlo, en el pensamiento del filósofo ateniense.

  Cuando Bernabé busca las alusiones a Orfeo encuentra que, al parecer, dicha figura no era del gusto de Platón. Junto a las consideraciones compartidas con el resto de griegos de que la música de aquel tenía gran poder sobre hombres, animales y hasta plantas, sorprende hallar que Platón le acusa de cobardía, y aun de dedicarse al encantamiento (por la música), fenómeno que Platón no podía sino desaprobar. La manera de atraer las almas debía ser mediante razón, no por encantamiento de los sentidos. Además de tener en mala consideración al mítico músico, también cayó sobre la profusa literatura escrita bajo su nombre la pésima consideración del ateniense:
"Platón califica el conjunto de obras atribuidas a Orfeo con una palabra griega que he traducido como ''barahúnda'' (omados) y que se aplica en griego al ruido producido por abundantes voces en las que no es posible distinguir ninguna, a la manera del rumor de múltiples conversaciones mezcladas que oímos en un local público lleno de gente. En la consideración de Platón, pues, las obras atribuidas a Orfeo son muchas, contradictorias y confusas, lejos de un coro armónico, y no permiten sacar nada en claro de ellas. En principio no se trata se trata necesariamente de una crítica sobre toda la literatura órfica, pero sí parece claro que el autor censura la proliferación y las contradicciones de los poemas de Orfeo".
                                                                                                    (Platón y el orfismo, p. 33)

   Ante la falta de unidad de lo que se ha venido a llamar "orfismo" ya nos pone sobre aviso en varias ocasiones Bernabé. Por orfismo debe entenderse un conglomerado de escritos que daban acomodo a meros creyentes, profundos pensadores, agudos intérpretes de textos, pero también charlatanes que prometían  salvar las almas con ritos para aquellos que participaran (previa aportación de óbolos).

Orfeo representado en un mosaico romano

   La segunda parte del libro está dedicado, como ya se dijo, a la influencia que la ''barahúnda'' de textos órficos fue capaz de ejercer sobre Platón. Y aquí encontramos un arco de temas, bien interrelacionados, que dan noticia de sorprendentes similitudes, adaptaciones o desfiguraciones que hizo Platón del orfismo. Desde comparaciones entre teogonías, mitos o escatologías, se nos pone en la pista de una aceptación muy matizada de ciertos contenidos órficos. Me resultó de particular interés cuando se nos informa de la extrañeza que sentían los griegos ante la idea de que el alma fuera inmortal. Dicha concepción la asociaban los griegos a pueblos extranjeros, y rara vez se consideró. Platón, siguiendo a los órficos, postulaba que el alma era "athanathos", que viene a significar algo más que la mera expresión "no perecedero". Acudiendo a los contextos en que se emplea dicha palabra, Bernabé avisa de que se usa para referirse a los dioses, de lo cual colige lo siguiente: que el alma en Platón alcanza la calidad de divina, conservando su capacidad de percepción e intelección una vez abandonado el cuerpo (cosa que en Homero no era así, pues el alma era una mera sombra tras la muerte del cuerpo, disminuida en todas sus facultades). 

   La interesante exposición por la que nos conduce el autor está completamente guiada por el empleo de fragmentos de Platón, de poetas como Píndaro y otros, así como de fragmentos órficos. A ellos nos remite constantemente Bernabé y se pueden encontrar en un apéndice al final del libro. Resulta incómodo en ocasiones, y no por ser perezoso, sino porque en ocasiones, hecho el esfuerzo de cortar la lectura, uno encuentra que el fragmento se halla en griego antiguo.

   Por todo lo demás sólo haría un pequeño comentario, y es que en algunos momentos se emplea el diálogo pseudoplatónico Axíoco. Quizá haya  estado despistado, pero no recuerdo haber leído una justificación que permita el empleo de un diálogo que no es del propio Platón para hablar, precisamente, del modo en que el orfismo influyó en el pensador ateniense. El resto de la obra se puede contemplar como un texto sin mácula, muy erudito y que pone al lector en contacto con una literatura especializada de interés. Al inicio del libro, Alberto Bernabé expresa la ilusión (p. 15) de que su libro resulte en un instrumento o herramienta que capacite a otros un trabajo "more philosophico". No nos cabe duda de que ello lo conseguirá, pues son muchos los méritos que esta obra suya merece. 

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