sábado, 23 de febrero de 2019

"Lo que vi en América" de Chesterton

   "El propósito de este libro, si alguno tiene, no es otro que exponer la siguiente tesis: la peor forma de ayudar a la amistad angloamericana es ser un angloamericano. Hay algo aun peor, por supuesto, que es ser anglosajón"
                            (Lo que vi en América, p. 272) 

Chesterton fue un notable conferenciante en sus tiempos. El genio que portaba en su pluma no se agotó en el papel escrito, pues muchos fueron los viajes que realizó dando charlas, siempre atendido y siempre polémico. Y siempre recordó algo que hoy parece muy olvidado: que las religiones siempre comportan un modo de vida, y no sólo una visión de la vida y del mundo. Así, siempre se pronunció sobre temas de actualidad, pero desde su trinchera católica, sin pelos en la lengua y con el cuidado de endulzar con humor el ácido de su crítica. En Lo que vi en América (1922) aporta unas reflexiones sobre sobre la democracia y el mundo que allí cristalizaba, en lo que auguraba ser un nuevo imperio (que hoy ya conocemos como tal). Y lo hace burlándose ya en su comienzo de las pretensiones de escribir "impresiones" sobre viajes. Menciona ejemplos, como el viajero que residiendo por un tiempo en un país rico, piensa que un abrigo de piel y un bastón son propios de pudientes bolsillos cuando, si viaja a países donde las formas modernas no se han infiltrado, encontrará que los abrigos de piel los emplean los humildes para protegerse del frío y los bastones son ayuda para abrirse camino en un bosque. Partiendo de las ideas engañosas que se puede forjar uno viajando critica las "impresiones" que tienen muchos de sus compatriotas con América, sobre todo en un clima de preguerra donde convenientemente se pretendía un acercamiento con la joven nación americana. Así, muchos olvidaron que un país que repudia cualquier constitución (Inglaterra) no tiene nada que ver con uno que diviniza una constitución (la americana); uno que se precia de lo antiguo no tiene parentesco con uno que se abandona a constantes innovaciones; y, desde luego, no hay continuidad entre un país y otro si la existencia de uno se debe a una revolución contra la corona británica. Recabadas numerosas diferencias dice:
"Estamos continuamente aburriéndonos hablando de los lazos que nos unen a América. Estamos continuamente proclamando a gritos que Inglaterra y América se parecen mucho, sobre todo Inglaterra. Estamos siempre insistiendo en que ambas son idénticas en todas las cosas en que difieren de modo más obvio. (...) No dejamos de repetir que al menos todos somos anglosajones, cuando en realidad nosotros descendemos de romanos, normandos, bretones y daneses y ellos, por su parte, descienden de irlandeses, italianos, eslavos y alemanes" (p. 159)

   Cuando tritura los "parecidos", ve en Estados Unidos el lugar donde se encarnan los encantos del sinsentido: una sociedad con el único espíritu que el de la búsqueda del dinero, sin argamasa espiritual de cualquier tipo. La prueba de ello se atisba tras dos siglos de historia. Esa distancia histórica permite una visión de conjunto del país y la sentencia es firme, rigurosa, inapelable: el joven país deificó los ideales ilustrados, pero lo que ha ofrecido no son más que fantasmas tras los que cuelga la religión. Prometieron la libertad ilustrada, que es una libertad imposible, así como otras cosas, que también han sido imposibles. El primer Dios moderno que no se "ha hecho carne", que no ha cristalizado en la realidad, es la misma libertad:
"¿Acaso habéis alimentado las almas hambrientas de los hombres? ¿Habéis traído libertad a la tierra? Pues cada uno de los motores en los que estos viejos librepensadores creyeron firme y confiadamente se ha convertido en un motor de opresión e incluso de opresión de clase. Su parlamento libre se ha convertido en una oligarquía. Su prensa libre se ha convertido en un monopolio. Si la pura Iglesia se ha corrompido en el transcurso de dos mil años, ¿qué se puede decir de esa pura República que ha degenerado en una repugnante plutocracia en menos de un siglo?" (p. 224)
    Estas líneas son aplicables a todos los países que han abrazado la ilustración, palabra tras la cual se oculta un panteón de semidioses (Rousseau, Diderot, Voltaire...), inspiradores de curiosas mitologías conceptuales. La expresión política de ese mundo halla su traducción en Estados Unidos, y un tradicionalista como Chesterton no podía evitar mirar con recelo. Un capitalismo galopante en el que unos pocos dominan a todos guarda, para Chesterton, la huella de la maldad. Y sin duda para él es más malvada una república moderna administrada por plutócratas que una monarquía absoluta plagada de pequeños propietarios, porque para Chesterton la libertad no es votar. Libertad es ser independiente de otros y para ello es necesario la propiedad. A partir de ella se puede "emprender" en el sentido adecuado. El emprendedor moderno lo es solo de palabra porque como no dispone, en la mayoría de los casos, de propiedad se ve obligado a pedir un préstamo, a depender del arrendamiento de algún local y de un proveedor. Compárese esta libertad con la de las antiguas familias que sacaban rendimiento a las tierras que poseían. O piénsese en una familia con un negocio de zapatos que de generación en generación perpetúan el negocio artesanal. Aquellos son libres en apariencia, porque tienen tres jefes invisibles; estos otros, por no depender de otros, son más libres. Por esto mismo, Chesterton ve con horror la expansión de las grandes finanzas y corporaciones, porque para él lo que estaban ejerciendo es un proceso de concentración de propiedades y dinero y, con ello, favoreciendo la pérdida de las pequeñas libertades, que son las que realmente existen y no el concepto vacío de libertad que Rousseau patentó en El contrato social

   Entre las muchas ideas que va desarrollando con su paso por norteamérica destaca la conciencia del desarraigo y comenta que en un local un camarero le sirvió la comida. Intentando simpatizar con el hombre y descubrió que provenía de Bulgaria. Tras hacer algún comentario banal sobre el país, expresando la sospecha de que allí casi todo el mundo sería agricultor el camarero sentenció:
"De la tierra hemos venido y a la tierra volveremos. Cuando los hombres se alejan de ella, están perdidos."
   Tales palabras impresionaron a Chesterton, pues cumplían las veces de análisis comprimido y de confesión. De análisis, porque condensa el cambio de las comunidades pequeñas, las agrarias, a las sociedad urbanas modernas; de confesión, porque el camarero búlgaro se declara como perdido, desarraigado.

    Bastan estas pocas ideas para ver el talante antimoderno de Chesterton, que se ciñe al país más moderno. Esa disposición contraria al mundo que ha parido la modernidad se plasma en los diecinueve capítulos de este libro. Como he dicho otras veces sobre Chesterton es destacable por su estilo y por un gran humor. Lo que vi en América sostiene la calidad de otros libros suyos que he leído, y por eso lo recomiendo con el mismo fervor con que recomendé los otros.


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