martes, 12 de abril de 2016

"Si hubiéramos sabido que el amor era eso" de Francisco Umbral

    "¿Vas a tomar cerveza?" "Sí, claro, cerveza"

    Vivían de dulces convencionalismos aquella primera tarde, sabiendo ambos que ninguno de los dos era realmente así, pero incapaces de ser de otro modo, cogiéndose las manos brevemente al roce, en torno de las botellas, de los vasos, con miedo de mirarse de pronto, entregadamente. Y repentinamente asustados de su naturalidad, de su sinceridad, volvían a las miradas perdidas, a los ademanes vagos, a la farsa de una amistad que, efectivamente, alguna vez había sido amistad, pero ya no lo era, sino otra cosa. Y en esta vuelta atrás, en este inútil retroceso de las conversaciones, de los gestos, hacia la tierra de nadie de la amistad, encontraban cerradas las puertas del paraíso de la inocencia, pero quizá sentían como miedo de alejarse definitivamente de ellas, y entonces se movían fantasmalmente en otra tierra de nadie, perdida la camadería, aún no ganado el amor, diciendo que hay que cambiar el plan de estudios y que, en realidad, lo bueno es pasar el verano en Madrid "porque en la sierra te aburres como una bestia"; y las palabras no tenían que ver con la música de la voz, ni las opiniones con la actitud del rostro. Qué angustioso temor cuando él o ella llevaban la farsa demasiado lejos y parecían verdaderamente interesados en subrayar la injusticia de aquel catedrático voluble. "No hay derecho, es que no hay derecho" ¿Habría sido todo una ilusión, un defecto óptico? Un estudiante y una estudiante, como antes han tomado café en un café y se están diciendo cosas que les importan a los dos por separado, y han dejado de importarles desde el momento en que están juntos, aun siendo casi las mismas cosas; pero es ese maravilloso no importar del amor lo que tratan de ocultarse, lo que tratan de retardar en su revelación inevitable, y lo hacen para evitar el vértigo del yo asomado a otro yo, que siempre es mareante, casi pornográfico en su desnudez, pues puede ser que el amor no sea sino la pornografía de los espíritus sensibles"

lunes, 4 de abril de 2016

"Amado siglo XX" de Francisco Umbral


     "El siglo XX, en su mitad variable, que hemos repasado voluntariosamente aquí, es un siglo fecundo y fracasado, generoso y tardío. Arrastra la herencia revolucionaria de Francia, de Rusia, de España, etc. En una palabra, mantiene pendiente la revolución absoluta que nos prometía el XIX, sin llegar nunca a consumarla." (Amado siglo XX)

   Umbral es una de esas figuras que hacen su presencia patente, en un sentido u otro. Ante tales casos uno no puede uno sino pronunciarse a favor o en contra. Mayormente conocido por su "Yo he venido aquí a hablar de mi libro" y otras subidas de tono, Umbral se gana un lugar propio en ese abigarrado plantel de escritores españoles del último siglo. Con voz propia y resonante (figurada y literalmente) consiguió fama y renombre a edad temprana consagrándose con su libro "Ninfas". Otros también mencionan "Mortal y Rosa". Ambos libros me observan con mirada cómplice, torturándome por haberlos despreciado y haberlos dejado al cuidado del tiempo y el polvo más que al de mi descuidada mirada. "Amado siglo XX" es el último libro de este escritor, adquirído recientemente para mi biblioteca y al que me condujo mi también reciente lectura de Retrato de un joven malvado.

    Junto a los libros que venía publicando en sus últimos años, "Amado siglo XX" marca un giro. Si bien se habla sobre la vivencia del autor, una constante (parece) en su obra, esta vez cambia el foco. Se escribe sobre lo cotidiano e íntimo más que de la acalorada y bulliciosa Madrid, a las que tantas páginas le dedicara el genio de la bufanda blanca al cuello. Las pensiones que ocupara a su llegada en Madrid, sus primeros premios literarios y sus escarceos habituales tienen presencia en una obra en la que su conciencia rememora a placer, eligiendo aquello que más gusta. No es esta, sin embargo, una obra de memorias. El título no estaría justificado en tal caso. Si bien el autor está presente, lo está más todavía el pasado reciente que muchos solo conocemos por los libros que nos dieran en escuelas públicas. Abundan las referencias a nuestra historia y personajes más relevante. En este sentido se puede decir que la conciencia de Umbral, avarienta de actualidad -esa que tanto le sirviera en sus artículos-, se centra más en lo cercano que ha tenido: Madrid, los cafés, la literatura y política española... Los grandes sucesos del mundo, aun teniendo presencia, parecen tenerla en un segundo plano. Son el telón sobre el cual van apareciendo las figuras que a Umbral le parecen de interés. Si uno de los libros de Umbral es Un ser de lejanías este del que hablamos podría renombrarse como "Un ser de cercanías" al tratar, de algún modo, todo aquello que más inquieta e interesa al escritor de voz grave y grandes gafas. "Amado siglo XX" es el intento de dejar dicho todo cuanto a uno le interesar dejar dicho antes de desvanecerse. Así, Umbral nos deja sus ácidas críticas a un Ayala, sus juicios sobre Sartre, Gracíán e incluso al ya muerto Ratzinger:

    "Europa, que tan poca suerte está teniendo en su última aventura soberanista, quizá se encuentre ayudada ahora por un sacerdote de carácter dialogante y buenas intenciones. La deconstrucción de Derrida no debe poner su pie en Roma porque la antigüedad nos es necesaria a todos como modelo de modernidad. Esto, si no queremos quedarnos en manos de los grandes supermercados, de las grandes superficies, que solo nos justican por lo que compramos y sólo nos rubrican por lo que comemos." (...) "El Vaticano no era necesario pero lo es ahora, cuando el hombre corriente, vestido de gris, se ata la muerte a la muñeca como antes el reloj de pulsera" (pág. 208 y 211)


    El apartado dedicado a Ratzinger me ha parecido de particular interés. Poco sospechoso es Umbral de formar parte de cristianismo militante, pero eso no es óbice para que vea con su perspicaz mirada la necesidad del cristianismo para combatir el pensamiento fragmentario, escéptico, relativista que nos inunda y que convierten lo existente en un conjunto de contingentes, de cosas que son así pero que podrían haber adoptado otras formas y por ello no son necesarias ni verdaderas. Todo son constructos. A propósito de Sartre ya nos dice Umbral que era "el último pensador metafísico, porque tras él viene una legión de estructuralistas, los deconstructores y los fragmentalistas" (pág 273). De interés son las páginas que dedica a Quevedo, "puticojo más que paticojo" (p. 224). No hay apartado que no me haya acabado interesando. Sí que ha habido algunos que no me atraían, pero esto ya es cuestión de preferencias. Tanto los que eran de mi interés como aquellos que no lo eran tienen la gracia  estilística de Umbral. Con eso su presencia está plenamente justificada.

     Por mencionar la introducción he de decir que Eduardo Martínez Rico ha sido interesante en las páginas que ocupa. No se puede decir lo mismo de todas las introducciones que se pueden leer, que parecen más la antesala del aburrimiento que un pequeño aperitivo que augure el disfrute al lector. En ella, Eduardo nos dice que son dos los generos predilectos de Umbral: las memorias y el artículo. ¿Podrían convenir otros mejor para un ego que necesita volcarse a sí mismo en las páginas que escribe? Parece que la respuesto es un no. La vívida conciencia de Umbral parece querer abarcar todo lo abarcable y hacerlo suyo con este Amado siglo XX. Es un libro con el que me he sorprendido mutilando, en más de una y dos ocasiones, con dobleces en la esquina de la página. Umbral ocupará más lugares en mi biblioteca a partir de ahora.


martes, 29 de marzo de 2016

"Amores" de Ovidio

     "Por una parte el amor y el odio por otra el luchan entre sí y orientan mi débil corazón en direcciones contrarias; pero creo que vence el amor. Si me es posible, odiaré; si no, amaré contra mi voluntad: tampoco el toro gusta del yugo y a pesar de odiarlo, lo lleva. Huyo de tu frivolidad, pero tu hermosura me reclama cuando huyo; recrimino tu falta de moral, pero amo tu cuerpo. De manera que no puedo vivir ni sin ti ni contigo, y me parece no tener claro cuál es mi deseo."

sábado, 26 de marzo de 2016

Death parade



    De las manos de Madhouse nos llegó el pasado año una serie que tuvo cierto eco en el panorama del anime. Death parade. Sin poder contrastar con series de la misma temporada (ya que apenas veo anime en los últimos tiempos), he decidido que es merecedora de dedicarle unas breves líneas. En caliente, apenas pasados unos pocos minutos de haberla terminado. La espontaneidad de las primeras impresiones puede ser más certera que el pensamiento macerado por el tiempo.

     La historia que nos presenta Madhouse gira en torno a una extraña circunstancia. Personas que no recuerdan nada aparecen en una sala donde se encuentran a un señor de aspecto grave que, sin decirles nada, solo insiste en que juequen a un determinado juego. Sin saberlo, los participantes asisten a un juicio en el que se decidirá si sus almas son salvadas o no. El hombre de carácter serio que mencionamos, Decim, hace que durante los juegos vayan rememorando recuerdos de su anterior vida y, durante el juego, juzga si sus vidas merecen ser salvadas o mandadas al limbo. Se establece una unión constante entre el juego y la vida, pues mediante la primera se decide sobre la segunda. Los personajes que van siendo juzgados por Decim muestran todas sus frustraciones, amarguras y sentimientos a lo largo de los capítulos. Pero no todas las historias están encaminadas a ofrecernos retratos descarnados y violentos de la condición humana. También hay historias encantadoras con gente entrañable. La señora que aparecerá en el cap. 10 es un buen ejemplo de ello. 

    Tal y como está planteada la serie resulta difícil establecer un nexo que abarque todos los caps, pues cada uno es diferente del resto. A pesar de ello, los creadores se las apañan para que no sea una amalgama de cosas inconexas, una serie de historias completamente separadas. A ello ayuda sin duda la brevedad de la serie, que no se prolonga más allá de los 12 caps que nos han brindado esta pasada temporada. Desde el primero hasta el último de ellos veremos esta situación repetida una y otra vez, pero siempre cambiada sutilmente (supongo que con el fin de no cansar al espectador). Los escenarios no irán más allá de dos o tres... Y no son solo los escenarios escasos. También pocos pensonajes hay: básicamente podemos enumerar muy pocos y todos ellos apenas esbozados. Supongo que la razón de ello es que se ha querido dar preeminencia a los juicios y las historias separadas que nos presentan. Es por eso que esta no es una serie en la que los personajes se desarrollen demasiado y, cuado esto ocurre, casi queda reducido al último tramo de la serie (que es muy emotivo, dicho sea de paso). Hasta ese momento nos encontraremos a Decim juzgando impasblemente a sus invitados. ¿Será una casualidad que Decim maneje hilos? ¿No eran las parcas quienes también los empleaban para tejer la vida de las personas? Átropos era la encargada de cortar el hilo de la vida de los hombres, de dar el punto y final. De forma similar, Decim resuelve el final de aquellos a los que "juzga", ya sea enviándolos al olvido o decidiendo que se reencarnen. Si bien la vida de los juzgados no es representada mediante un hilo que es tranquilamente cortado, parece que no es casualidad el hecho la elección de que Decim maneje "hilos" con los que apresar a sus enjuiciados si estos deciden no seguir los pasos que él les indica.



    Resulta curioso el contraste entre el opening y el carácter real de los personajes. En otras series se intercalan momentos graciosos a modo de contrapuntos a una historia seria; sin embargo, no ocurre lo mismo con Death parade. Los contrapuntos son tan escasos que quedan reducidos casi en su totalidad a un opening "animado" donde todos ponen cara bobalicona y bailan. Quitando esto lo que tenemos es una serie escatológica y con un tono bastante serio. En los últimos capítulos se intensifica eso con toques algo dramáticos que ya se van intuyendo antes de que se presenten. Ayuda a ello el uso de piezas musicales que dan el toque necesario. En efecto, el apartado musical cumple sobradamente su cometido y acompaña muy efeicazmente el desarrollo de la trama. Me gustaron bastante las piezas de piano.

   En cuanto a los personajes poco hay que decir. Como ya dije más arriba al ser una serie de carácter episódico, de compartimentos con distintas historia sin hilo común que las abarque y desarrolle, los personajes no encuentran lugar para desarrollarse. Es algo que hace que la serie de menos de sí. Hay algunos de los personajes que podemos contar sus apariciones con los dedos de las manos y que quedan apenas caracterizados. A pesar de ello se le toma algo de cariño al personaje principal con su eterna e imperturbable poker face. Sobre todo por el modo en que se va desarrollando, que nos recordará a aquellos ángeles que había en el filme de "El cielo sobre Berlín" (SpoilerComo dice cierto personaje acerca de los jueces: "Somos muñecos. Nunca vivimos... y nunca morimos". Pero en el cap 7 vemos que Decim guarda los maniquíes en los que antes han estado las personas que juzga. El personaje principal se aferra a ellos porque envidia la incompletitud de esas personas que han tenido una vida emocional, mejor o peor, pero que la han tenido).Es una auténtica pena, por otro lado, que algunos aspectos de la serie no lleguen a desenvolverse. El personaje de Nona prometía ser el elemento más intrigante e interesante de la serie, pero finalmente queda en nada, al igual que su hilo argumental (y no diré más para no incluir otro spoiler).



    Para ir concluyendo diré que Death parade ha sido una grata sorpresa. Es un producto lo suficientemente cuidado como para merecer mi aprobación. No creo que roce las cumbres del género (sean cuales sean porque yo tampoco he visto una gran cantidad de anime), pero sin duda es una digna muestra de calidad y no necesita de mi recomendación para verla. Simplemente entren al bar de Decim y juzguen por sí mismos la calidad de sus bebidas y todo lo que les pueda ofrecer.

domingo, 21 de febrero de 2016

"El amargo don de la belleza" de Terenci Moix


     "Quisiera ser el mendigo que cuenta historias en las puertas de los templos, el que fascina a los niños y hace que se detengas los caminantes, atraídos por tantas maravillas. Si fuese ese mendigo, gran señor de las palabras , contaría las historias que han enardecido a los pueblos del Nilo desde el principio de las generaciones: expondría las cuitas del náufrago que llegó a la isla donde vivía el gran dragón, las disputas de los dos hermanos, los viajes del médico Sinuhé o la lucha de Horus contra las fuerzas del mal en la región de los grandes pantanos. Sería acaso unbuen narrador de lo que otros contaron mucho antes, pues el hombre ha vivido el mismo sueño desde el principio de los tiempos. Y el Tiempo no es más que un sueño narrado por los mendigos ante las puertas de los grandes santuarios."

     Para los que no somos amantes de la cultura egipcia tenemos una serie de imágenes sobre lo que el antiguo Egipto fue. Todas ellas inconexas e inexacta, huelga decir. Pirámides y tumbas llenas de oro esperando ser descubiertas por un Indiana Jones o saqueadores de diversa ralea. Es evidente que cierta imágen del Egipto antiguo permanece en nuestras mentes modernas gracias a producciones audiovisuales, pero es una imágen que no le hace justicia. Si bien no hay modo de reconstruir lo que una época fue, a la novela histórica le está llamado poder hacerlo... siquiera de forma marginal. Esta es la primera obra de Terenci Moix que leo y, sin saber nada de esta civilización milenaria, me ha parecido que en verdad se me situaba ante lo que fuera el antiguo Egipto.

    A través de la mirada distanciada de un anciano que escribe sus memorias se nos presenta la historia de uno de los momentos más importantes de la antigua civilización egipcia: el reinado, a un mismo tiempo, de Akenatón y Nefertiti, junto a sus sueños religiosos de reforma radical, ejemplificados en la construcción de una nueva ciudad dedicada a la deidad que vendría a sustituir a los antiguos dioses: Atón.  A través de los recuerdos que pueblan las memorias de Keftén, pintor cretense que por encargo de aquel rey es llamado para pintar las monumentales tumbas que idean en la capital de la nueva religión, nos son presentados todos estos hechos. La mirada cínica de nuestro protagonista nos presenta una sociedad que todavía vive en el umbral de lo viejo y lo nuevo, pues los viejos dioses no han muerto y, el nuevo, todavía no se ha implantado en las creencias del populacho. El descreído Keftén, asiste con actitud sarcástica a este escenario que, entre alcoba y alcoba, no tarda en encontrar una religión propia en el que su Dios es la belleza de Nefertiti, la reina. Tal religión no es extraña: quienes no hallan la redención en los rezos la hallan en la plasmación de la belleza. Pero con esto se inicia el periplo interno desgarrador del protagonista que, ante un amor imposible, no puede dejar sino pasar los días con la letanía de un moribundo, en los que solo halla solaz en la presencia del hijo que acaba de conocer, Bercos, un chismoso elocuente que cuenta con los favores de la familia real.

    Podría decirse que "El amargo don de la belleza" se centra en la belleza de Nefertiti, pero también en la de la tierra de Egipto. La belleza que hay en esta es "amarga" como dice Nefertiti de la suya, pues la  belleza es un don que "conlleva la semilla de su propia destrucción y su ausencia mortifica más que ninguna otra" (págs. 315-316). Así, la tierra egipcia, antes esplendorosa a la par que poderosa, empieza a sufrir los primeros síntomas de abandono de tal don: la decadencia. Las malas cosechas asolan el país, las fronteras son inseguras, las alianzas con otros reinos son cada vez más endebles. Mientras estas cosas se suceden, se nos van mostrando los distintos grupos de poder que luchan entre sí: el viejo orden todavía mantiene influencia en personas poderosas de la corte, influencia que se afianza ante la desastrosa política externa del faraón que, en sus delirios proféticos, descuida y menosprecia. En efecto, la voluntad del faraón y Nefertiti es mantener una paz cada vez más costosa aunque esto suponga que los vecinos poderosos lo sean cada vez más. La victoria del viejo orden acontece con la llegada al trono de Tutank-atón, que cambia su nombre por Tutank-amón. Vuelve a erigir a los dioses antiguos y restablece su dignidad con la construcción de nuevos templos dedicados a ellos. Tal designio es el de la voluntad de un niño manejada por las castas sacerdotales de Amón.

    Aunque sin duda ambas obras son muy lejanas entre sí, "El amargo don de la belleza" me ha recordado en algunos aspectos a "El cantante de Salmos". Ambas obras retratan la vida de figuras artísticas que, en un modo u otro, se ven envueltas en los entuertos y problemas políticos manejados por reyes y tiranos. Personajes desengañados y escépticos por un pasado y un presente que les ha defraduado, asisten al eclipsar de un orden. Pero independientemente de los paralelismo que arbitrariamente señala el que escribe estas líneas, no cabe duda de que estamos ante una novela histórica de envergadura, de las que hacen a uno querer reincorporarse al género. La belleza de su historia y las formas arcaicas de expresión dejan lugar a muchos y muy buenos momentos. De reseñar es la presencia del humor en la novela que consigue mantener el interés del lector a través de una historia que, contada puede sonar triste pero que, en realidad, no es así. El dramatismo lacrimoso no es empleado por Terenci Moix, pues la virtud de esta novela no es captar al lector a través del drama. La belleza formal le basta a este autor y es por eso que algún día volveré a las orillas de ese Nilo que el libro nos menciona en tantas ocasiones cuya "amarga belleza" no le quita el ser bella.




martes, 9 de febrero de 2016

Crónicas de un imberbe. Día 3

   Tras del golpe visual que supone ver tu cara y acostumbrarte a ella te das cuenta de varias cosas. La primera de ellas es que sin duda con barba uno está majete. La segunda es que la máquina del tiempo y los métodos de rejuvenecimiento que en las mujeres se llaman Atrix, Nivea u otros en los hombres se llama "afeitarse"... tres semanas me quedan de esto. Es el precio de hacer uno de esos actos simbólicos de ruptura con el pasado.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Elogio de la Locura de Erasmo de Rotterdam


    "Al no ver manera de sacar utilidad de la filosofía, surgió la impresión general de que por lo menos se debía volver inofensiva. Ahora bien, el modo más fácil de evidenciar que la filosofía no podía demostrar nada contra la religión era poner de manifiesto que no podía en general probar nada" 

Gilson, E., La unidad de la experiencia filosófica


     En 1511 sale de la imprenta un escrito que conocerá muchas reimpresiones y estará llamado a crear discusión y gran descontento. El autor, un personaje reconocible entre el humanismo antes de esta publicación, lo escribió como un pasatiempo mientras yacía enfermo en la amigable compañía de Tomás Moro. Simplemente con la intención de entretenerse Erasmo comienza la escritura de un manuscrito que en principio no tenía la intención de publicar, pues era una broma de corte satírico inspirado en los escritos sarcásticos de Luciano de Samosata. La broma finalmente llega, ante la insistencia de amigos, a la imprenta y en menos de un año se han imprimido siete ediciones del manuscrito. Ante este éxito editorial del renacimiento las mejores mentes del momento dirigen su mirada al escrito y surge un gran rechazo ante él. La actitud corrosiva hacia numerosos estudios liberales, unidas a ácidas críticas a las órdenes clericales y toda la estructura de poder de la Iglesia causan conmoción. Lo que en un principio se publicaba como una broma acaba trascendiendo y el propio Erasmo tiene que defenderse de agudas críticas. ¿Qué era lo que provocó que El elogio de la locura causará tal impresión y se vendiera como hoy lo harían los best seller? La respuesta se haya en el contenido corrosivo de la obra que eclipsa claramente a las forma sarcástica en que se expresa. Lo cierto es que detrás del disfraz humorístico del libro hay un elemento destructivo que trastoca todo el edificio del conocimiento de la época. Esta pars destruens no es particular de El elogio de la locura, si bien parece ser que es el escrito en el que más hincapié se pone en ello. La desconfianza a todo el saber es una constante en el libro y solo se le pone un límite: las sagradas escrituras.

    Tal convicción no la inauguró el propio Erasmo, sino que antes ya la creía firmemente uno de los profesores que tuvo el mismo en la escuela de los "Hermanos de la vida común" en Deventer. Tal profesor era Gerardo Groot. Este estaba sorprendido ante la diversidad de opiniones de filósofos y teólogos. Si Duns Scoto, Buenaventura, Alberto Magno y Tomás de Aquino dicen cosas distintas ¿quién tenía la razón? Groot pensaba que esto era un indicativo de que había de que abandonar el sistema de antiguos estudios ante el hecho de que llevaban a una discusión inútil en la que nadie se ponía de acuerdo. Era partidario, más bien, de una educación bien sencilla: la mera lectura de las sagradas escrituras. Dado que ahí estaba todo lo verdadero, era preciso centrarse en su aprendizaje y abandonar las discusiones escolásticas. Era la llamada a una teología sin filosofía. Erasmo de Rotterdam escucha con atención sus enseñanzas y desde luego hereda de él una natural desconfianza a los estudios racionales.


Edición de 1728 de "El elogio de la locura"


   La obra de Erasmo -que parece monopolizar todo su trabajo ya que es el único libro por el que la mayor parte le conocemos a pesar de su extensa obra escrita- comienza con la personificación de la Locura. Esta se presenta ante una audiencia y comienza a aducir razones por las cuales, entre todas las deidades del panteón heleno, ella ocupa no solo una posición de relevancia, sino de predominio sobre cualquier otro dios. Esto sucede en virtud de sus dones. Y es que que aquí la Locura comienza a ofrecer toda una retahíla de argumentos que demuestran que la estupidez y la locura son la base de cualquier relación humana (la de hombre y mujeres, la de los principes y súbditos, etc) y también de la felicidad. De hecho la sensatez y el conocimiento es un mal: "¿No fue más bien Thoth, ese genio enemigo del género humano el que las inventó (las ciencias), para la ruina del hombre? (...) En suma , que las ciencias se colaron de rondón en el mundo junto a las demás calamidades de la vida humana" (p.75). El hombre de la edad de oro se haya libre de todo conocimiento, es un hombre puro. Ofrece constantemente el contraste entre el necio y el sabio y cómo aquel aventaja a este en salud y felicidad. Para colmo el filósofo no sabe nada: "(...) se pronuncian sobre las causas del rayo, del viento, de los eclipses y demás fenómenos inexplicables, como si tuviesen acceso a los secretos de la naturaleza (...). La naturaleza, en tanto, se ríe a carcajadas de ellos y sus conjeturas." 

     A lo largo de las poco más de 100 páginas desarrolla constantemente con la idea de que el saber no aporta nada bueno y que tan solo es lícito recurrir a las escrituras, a San Pablo, San Bernardo y otros referentes que Erasmo considera dignas de atención. Junto a ese uso de fuentes lanza la idea de que no todas las fuentes dentro de la misma iglesia son convenientes. Erasmo desea retornar al cristianismo puro y primitivo sobre el que todavía no se había erigido una estructura de poder y adoctrinamiento. Este no es un tema que se desarrolle más en el Elogio de la locura pero de todos es conocido la desconfianza de Erasmo a la Vulgata y su intento de hacer una traducción directamente del griego de las escrituras para transmitir su sentido de una forma incorrupta. Más allá de eso -que durante la intervención de la Locura no se trata directamente- sí que se arremete contra la Iglesia tal y como está estructurada en su tiempo: para Erasmo es una institución carcomida y que necesita de una reforma urgente para hacer justicia a su misión. Todos los órdenes sociales incluyendo príncipes y reyes no escapan a la mirada crítica de Erasmo, que en muchos momentos les dedica más de algún comentario -no precisamente entusiasta-. Ante su escrito se retrata una sociedad injusta y poco cuerda que no actúa de la forma pía que espera un reformador de la cristiandad como pretendía ser Erasmo. Es por esto que el libro no es solo una broma entre intelectuales como en cierto momento pretendería decir el mismo Erasmo, sino que tenía una intencionalidad más profunda: mediante el humor denunciar una serie de sin sentidos y socavar los cimientos del conocimiento natural. Respecto a esto ya nos avisa por ejemplo F. Yates al tratar sobre las relaciones de Erasmo y Johann Reuchlin en "La filosofía oculta en época isabelina": "El mensaje de Erasmo es muy semejante al de Agripa en "De vanitate". Después de analizar todas las ciencias, la Locura solo encuentra seguridad en el Evangelio. (...) Erasmo se ocupa mucho menos que Agripa de la vanidad de las ciencias ocultas, pero las incluye. Agripa, por su parte, no solo se ocupa de la vanidad de las ciencias ocultas, sino también de la vacuidad del saber escolástico. La conclusión de ambos es, pues, que lo único seguro es la sencillez del Evangelio." (p. 83)

    Mención especial requiere el prólogo de la edición de Alianza que contextualiza insuficientemente al autor. Es de reseñar que aunque no menciona nada del fideísmo -la postura que niega cualquier conocimiento natural y solo le concede crédito a las sagradas escrituras- , que es lo que nos hace comprender verdaderamente el texto, sí nos deja un maravilloso comentario sobre las delicias que oculta el escrito al lector habitual: "Es un latín renacentista que dentro de su academicismo trata de adaptarse a la realidad que expresa. A quien no lo conozca le resultará difícil comprender cuanto decimos" (p. 20). De mayor utilidad e interés nos resulta la carta que se adjunta en esta edición que Erasmo remite a Martin Dorp, un teólogo. En ella justifica la aparición del libro como una mera broma que no pretende ni mucho menos atacar a los teólogos con su escrito. La carta resulta de interés para ver las supuestas y bienintencionadas motivaciones de Erasmo. Ambas, la carta y el texto principal, harán las delicias de los lectores pues aunque no interese la temática están escritas soberbiamente.




viernes, 24 de julio de 2015

Los filósofos y las máquinas de Paolo Rossi



   Nos encontramos  en un estudio de pintura junto a caballetes, cuadros, esbozos y demás materiales propios de un pintor. De pronto uno de los pinceles que el pintor usa para retratar a su cliente se le cae de las manos con un gesto torpe. El gentil cliente se acerca para recoger el pincel que ofrece, rápidamente, al agradecido pintor. ¿Quiénes son estas dos personas que nos molestamos en mencionar? Estamos hablando ni más ni menos que de Tiziano y el emperados Carlos V. Era algo insólito que la persona más poderosa del s. XVI enalteciera con tal gesto a un mero pintor. Un par de decenios antes o incluso un par de siglos el pintor era considerado un mero artesano, no mucho mejor que el resto, y desde luego no digno de ningún reconocimiento. La base de que tal contraste se diera es lo que pretende aportar la obra de Rossi, según la cual, esto se explica por una revolución a la hora de entender las "artes". Como es sabido, la educación durante el medievo se basaba en el trivium y el cuadrivium que conforman las artes liberales. el inicio de estas se halla en la antigüedad. Más concretamente comenzaron a surgir en el contexto de hombre libres griegos que podían dedicarse a los estudios. Los hombres que no eran libres, los esclavos, eran quienes se encargaban de las tareas manuales. Como consecuencia, todo trabajo o investigación que implicara el trabajo del cuerpo era denostado como algo indigno. El asunto quedó completamente zanjado con la filosofía racionalista de Platón y Aristóteles que consagraban la vida contemplativa en la que para la investigación bastaba el uso del intelecto.

   El resultado de aquella concepción era que pintores, artesanos, arquitectos y técnicos de todo tipo fueran tratados de forma indigna y, lo que es peor, que sus observaciones empíricas no se tuvieran en cuenta en las investigaciones. Los matemáticos, gramáticos y demás integrantes de los estudios liberales podían mirarlos con el gesto propio de quienes se sienten en una posición de superioridad. Andrea Vesalio en "De corporis humani fabrica" (1534) nos da cuenta de este desprecio por todo lo manual. Según sus descripciones, en las sesiones de estudios anatómicos eran dos los participante. Por un lado estaba el médico o estudioso de las enfermedades y por otro aquel que hacía propiamente la disección pues el médico no podía hacer un trabajo manual, cosa muy deshonrosa. Vesalio veía en esta situación algo supremamente disparatado y no dudaba en señalar este como una de los hechos de que se tuviera un peor conocimiento del funcionamiento del cuerpo humano, pues conlleva que el médico no tenga un conocimiento cabal de cuestiones anatómicas. Decir que de una actividad manual se podía obtener mayor conocimiento de una determinada materia era ya algo revolucionario y como constata P. Rossy esta sería la dirección que seguirían un número significativo de personalidades que van desde finales del medievo al renacimiento. Una de esas personas, que afirmaba con rotundidad el beneficio de las actividades manuales y prácticas para el conocimiento, sería Bernard Palissy. Su actitud no era aislada. El mismo Leon Battista Alberti no dudaba en relacionar la pintura con la ciencia, pues aquella requiere del cálculo de la perspectiva y otros estudios. Piero della Francesca apuntaría en la misma dirección al decir que es necesario para la pintura tener conocimientos de geometría y de las ciencias. Leonardo, por último, tomaría posición al decir: "Si la llamáis mecánica (a la pintura) porque es ante todo manual, las manos representan lo que encuentran en la fantasía; vosotros, escritores, también dibujáis con la pluma aquello que en vuestro entendimiento encontráis". No obstante su interés, y el de la mayoría de los artistas, no era disolver la diferenciación entre las artes, sino incluir sus prácticas entre las liberales.

"Margarita Philosophica Nova"

     La verdadera rebelión intelectual hacia la forma de entender la ciencia como una división entre artes liberales y artes manuales no la encabezarían los artistas, que estaban más interesados en incluirse entre los liberales, sino por los primeros iconos que reivindicaban un experimentalismo en las investigaciones, como Vesalio o Palissy. Aunque esto no desestima a los artista que inauguraron una actitud seguida también por los otros, en la que no bastaba una mera descripción de los fenómenos sino que se buscaba un elemento teórico lo suficientemente fuerte como para dar cuenta de los hechos descritos. Esta línea que se empieza a imponer durante el renacimiento acabará con Bacon como principal epígono. El relato histórico hasta aquí trazado nos lleva a un punto de total rechazo de la cultura libresca y filosófica: "Enojados contra la naturaleza, que ignoraban, los dialécticos se han construido otra, a saber, la de las formalidades, las ecceidades, las relaciones, las ideas platónicas y otras monstruosidades que ni  los mismos que las han inventado pueden entender. A todas estas cosas se les atribuyen un nombre lleno de dignidad y la llaman metafísica." (Rabelais, I, 24). Rabelais y Swift parodian a los antiguos doctos en sus sátiras, pero es Bacon quien en el campo filosófico crea un pensamiento de abierta ruptura con el modo de concebir el conocimiento y la ciencia desde la antigüedad hasta sus días.

    Todas estas cosas son las que abarca la obra de Rossi, que sin duda es un erudito y un gran historiador. Aun con todo, hay ciertas cosas que me han generado reservas. La primera de ellas es que en algunos momentos parece ceder a sus pasiones intelectuales y tratar algún tema que no vincula suficientemente con la problemática del ensayo. Habida cuenta de ello es la excesiva presencia, en mi opinión, de Bacon o cuando trata temas sobre si este es un utilitarista o no teniendo en cuenta el modo en que se le ha traducido. Creo que el ensayo hubiera quedado mejor si por ejemplo se hubiera centrado más en el impacto de las máquinas en los filósofos, pues a partir del capítulo 2 se centra sobre todo en cómo surge la cienciay la noción de saber acumulativo. A pesar de eso y que en algunas ocasiones parece que está haciendo un mero listado de personalidades que se oponía a las artes liberales, es un ensayo indudablemente interesante, escrito en un estilo que no sobrecoge por méritos estilísticos pero al menos claro y conciso. Resumiendo podría decir que me ha dado la impresión de que en alguna ocasión pierde la atención sobre lo que en un primer momento pretende pero dado lo interesante de todo cuanto trata eso no me parece un demérito absoluto.
  


martes, 21 de julio de 2015

"Antes del fin" de Ernesto Sabato

 Fragmentos de las págs 102-104


   "La historia no progresa. Fue el gran Giambattista Vico el que lo dijo: "Corsi e recorsi". La historia está regida por un movimineto de marchas y contramarchas, idea que retomó Schopenhauer y luego, Nietzsche. El progreso es únicamente válido para el pensamiento puro. Las matemáticas de Einstein son evidentemente superiores. El resto, prácticamente lo más importante, ocurre de la corteza cerebral para abajo. Y su centro es el corazón. Esa misteriosa víscera, casi mecánica bomba de sangre, tan nada al lado de la innumerable y laberíntica complejidad del cerebro, pero que por algo nos duele cuando estamos frente a grandes crisis. Por motivos que no alcanzamos a comprender, el corazón parece ser el que más acusa los misterios, las tristezas, las pasiones, las envidias, los resentimientos, el amor y la soledad, hasta la misma existencia de Dios o del Demonio. El hombre no progresa, porque su alma es la misma. Como dice el Eclesiastés, "no hay nada nuevo bajo el sol", y se refiere precisamente al corazón del hombre, en todas las épocas habitado por los mismos atributos, empujados a nobles heroísmos, pero también seducido por el mal. La técnica y la razón fueron los medios que los positivistas postularon como teas que iluminarían nuestro camino hacia el Progreso. !Vaya luz que nos trajeron! El fin de siglo nos sorprende a oscuras, y la evanescente claridad que aún nos queda parece indicar que estamos rodeados de sombras. Náufrago en las tinieblas, el hombre avanza hacia el próximo milenio con la incertidumbre de quien avizora un abismo.

    (...) desde la palanca hasta el logaritmo, la historia del creciente dominio del hombre sobre el universo ha sido también la historia de las sucesivas abstracciones. El capitalismo moderno y la ciencia positiva son las dos caras de una misma realidad desposeída de atributos concretos, de una abstracta fantasmagoría de la que también forma parte el hombre, pero no ya el hombre concreto e individual sino el hombre-masa, ese extraño ser con aspecto todavía, con ojos y llanto, voz y emociones, pero en verdad engranaje de una gigantesca máquina anónima. Este es el destino contradictorio de aquel semidiós renacentista que reivindicó su individualidad, que orgullosamente se levantó contra Dios, proclamando su voluntad de dominio y transformación de las cosas. Ignoraba que también él llegaría a transformarse en cosa."