jueves, 12 de mayo de 2016

"Y eso fue lo que pasó" de Natalia Ginzburg


    "Y eso fue lo que pasó"... Colofón habitual de muchos relatos que nos cuentan y que contamos no es, en este caso, tal colofón. En esta ocasión es el título de una de las novedades de la editorial Acantilado que nos lleva inmediatamente a pedir respuesta por parte de nuestra cotilla inquietud, ese patrimonio indiscutible de todos los castellanos. En este sentido el título es una invitación y una incitación: nos vaticina con antelación una confesión. Una confesión que, a las pocas líneas, nos sorprende con un "Le pegué un tiro entre los ojos". Ese tiro mencionado en la primera página del relato no deja concesiones al lector, el cual ya sabe qué pasó. El resto del libro, brevemente, nos reconstruirá los acontecimientos que han llevado a ese disparo que se realiza por las manos de una mujer, apuntando cuidadosamente a su marido y que con mano firme le dispara. 

    "Le había estado esperando durante tanto tiempo que hasta el silencio se había acabando volviendo denso en mi interior. Trataba inútilmente de encontrar algo que contarle para que no se aburriese de mí. Intentaba encontrar cosas graciosas y divertidas. Hacía punto bajo la lámpara y él leía el periódico agarrándose la cabeza con fuerza. De cuando en cuando dibujaba algo en su cuaderno (...)" (p.45)

     Historia de un amor frustrado, Ginzburg nos narra las pequeñeces que tienen lugar en la aburrida vida de una mujer del siglo XX. Como dice en la introducción Calvino, la mujer se definía y se identificaba en la esperanza de encontrar un varón que la amara y sostuviera, dejando de lado cualquier pretensión que fuera más allá de las pulcras estancias que debía mantener en ese hogar que habría de convertirse en su templo. Un templo en el que todo se hallara sacro y límpido, a la espera de que su divinidad tomara forma y figura en su marido, al cual debía cuidar y proporcionar hijos. Tomando esto como piedra angular, Ginzburg esboza una historia que va desde las cándidas esperanzas de una chica por un hombre, al hastío de la misma por él: las primeras citas, el afianzamiento de los efímeros encuentros que se van transformando en una relación seria y en el consecuente matrimonio. Mas esa relación en la que la protagonista cree hallar el fin de sus objetivos, no es sino una caja de Pándora que encierra no todos los males, pero sí más de uno: odio, celos, desprecio... Su marido, infiel, descuida aquello que se le ofrece generosamente para abrazar una relación frustrada desde hace muchos años. Así, las tortuosas relaciones van tejiendo el hilo argumental de la novela, una novela que se articula sobre ejes mínimos, con muy pocos elementos. Ciertamente no hallamos un gran mural humano en el que se nos muestre un tratado sobre las pasiones y sentimientos humanos. Más bien no. Ginzburg hace gala de austeridad, tanto en personajes, como en lugares. Le bastan cuatro o cinco personajes para contarnos la experiencia interna de esa mujer que pacientemente aguanta ser relegada a segundo plano y a la que le es negada hacer algo, tanto en el mundo como en su propia casa. Sin dominio en el mundo ni en el hogar, la protagonista se refugia en la interna actividad de la escritura y la confesión. Vedado el mundo externo todavía le queda desahogo en la introspección y la subjetividad, lugar silencioso y sin contornos, en el que la mirada autoritaria del varón no puede legislar.

   Tenemos entre manos entonces un libro que más que una gran novela con intenciones puramente estilísticas es una gran apuesta que tiene como fin la denuncia de la situación de la mujer. En ese sentido podemos recordar aquello que dijera Brecht: "El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma". Ciertamente, el libro de Ginzburg, aunque breve, deja huella en la conciencia de los varones, pasados y presentes, recordando que el mundo todavía es más de ellos que de ellas. Y esto lo hace desde una voz femenina: la mujer ya no se reivindica a través de un hombre, ya sea por la mano de algún escritor como Tolstói o del travestido Flaubert, ese que dijera "yo soy Madame Bovary". Pocas molestias hallará cualquier lector en el encuentro con esta femenina voz -a parte del precio desproporcionado- que con estilo austero nos entretiene a lo largo de sus breves cien páginas.



martes, 12 de abril de 2016

"Si hubiéramos sabido que el amor era eso" de Francisco Umbral

    "¿Vas a tomar cerveza?" "Sí, claro, cerveza"

    Vivían de dulces convencionalismos aquella primera tarde, sabiendo ambos que ninguno de los dos era realmente así, pero incapaces de ser de otro modo, cogiéndose las manos brevemente al roce, en torno de las botellas, de los vasos, con miedo de mirarse de pronto, entregadamente. Y repentinamente asustados de su naturalidad, de su sinceridad, volvían a las miradas perdidas, a los ademanes vagos, a la farsa de una amistad que, efectivamente, alguna vez había sido amistad, pero ya no lo era, sino otra cosa. Y en esta vuelta atrás, en este inútil retroceso de las conversaciones, de los gestos, hacia la tierra de nadie de la amistad, encontraban cerradas las puertas del paraíso de la inocencia, pero quizá sentían como miedo de alejarse definitivamente de ellas, y entonces se movían fantasmalmente en otra tierra de nadie, perdida la camadería, aún no ganado el amor, diciendo que hay que cambiar el plan de estudios y que, en realidad, lo bueno es pasar el verano en Madrid "porque en la sierra te aburres como una bestia"; y las palabras no tenían que ver con la música de la voz, ni las opiniones con la actitud del rostro. Qué angustioso temor cuando él o ella llevaban la farsa demasiado lejos y parecían verdaderamente interesados en subrayar la injusticia de aquel catedrático voluble. "No hay derecho, es que no hay derecho" ¿Habría sido todo una ilusión, un defecto óptico? Un estudiante y una estudiante, como antes han tomado café en un café y se están diciendo cosas que les importan a los dos por separado, y han dejado de importarles desde el momento en que están juntos, aun siendo casi las mismas cosas; pero es ese maravilloso no importar del amor lo que tratan de ocultarse, lo que tratan de retardar en su revelación inevitable, y lo hacen para evitar el vértigo del yo asomado a otro yo, que siempre es mareante, casi pornográfico en su desnudez, pues puede ser que el amor no sea sino la pornografía de los espíritus sensibles"

lunes, 4 de abril de 2016

"Amado siglo XX" de Francisco Umbral


     "El siglo XX, en su mitad variable, que hemos repasado voluntariosamente aquí, es un siglo fecundo y fracasado, generoso y tardío. Arrastra la herencia revolucionaria de Francia, de Rusia, de España, etc. En una palabra, mantiene pendiente la revolución absoluta que nos prometía el XIX, sin llegar nunca a consumarla." (Amado siglo XX)

   Umbral es una de esas figuras que hacen su presencia patente, en un sentido u otro. Ante tales casos uno no puede uno sino pronunciarse a favor o en contra. Mayormente conocido por su "Yo he venido aquí a hablar de mi libro" y otras subidas de tono, Umbral se gana un lugar propio en ese abigarrado plantel de escritores españoles del último siglo. Con voz propia y resonante (figurada y literalmente) consiguió fama y renombre a edad temprana consagrándose con su libro "Ninfas". Otros también mencionan "Mortal y Rosa". Ambos libros me observan con mirada cómplice, torturándome por haberlos despreciado y haberlos dejado al cuidado del tiempo y el polvo más que al de mi descuidada mirada. "Amado siglo XX" es el último libro de este escritor, adquirído recientemente para mi biblioteca y al que me condujo mi también reciente lectura de Retrato de un joven malvado.

    Junto a los libros que venía publicando en sus últimos años, "Amado siglo XX" marca un giro. Si bien se habla sobre la vivencia del autor, una constante (parece) en su obra, esta vez cambia el foco. Se escribe sobre lo cotidiano e íntimo más que de la acalorada y bulliciosa Madrid, a las que tantas páginas le dedicara el genio de la bufanda blanca al cuello. Las pensiones que ocupara a su llegada en Madrid, sus primeros premios literarios y sus escarceos habituales tienen presencia en una obra en la que su conciencia rememora a placer, eligiendo aquello que más gusta. No es esta, sin embargo, una obra de memorias. El título no estaría justificado en tal caso. Si bien el autor está presente, lo está más todavía el pasado reciente que muchos solo conocemos por los libros que nos dieran en escuelas públicas. Abundan las referencias a nuestra historia y personajes más relevante. En este sentido se puede decir que la conciencia de Umbral, avarienta de actualidad -esa que tanto le sirviera en sus artículos-, se centra más en lo cercano que ha tenido: Madrid, los cafés, la literatura y política española... Los grandes sucesos del mundo, aun teniendo presencia, parecen tenerla en un segundo plano. Son el telón sobre el cual van apareciendo las figuras que a Umbral le parecen de interés. Si uno de los libros de Umbral es Un ser de lejanías este del que hablamos podría renombrarse como "Un ser de cercanías" al tratar, de algún modo, todo aquello que más inquieta e interesa al escritor de voz grave y grandes gafas. "Amado siglo XX" es el intento de dejar dicho todo cuanto a uno le interesar dejar dicho antes de desvanecerse. Así, Umbral nos deja sus ácidas críticas a un Ayala, sus juicios sobre Sartre, Gracíán e incluso al ya muerto Ratzinger:

    "Europa, que tan poca suerte está teniendo en su última aventura soberanista, quizá se encuentre ayudada ahora por un sacerdote de carácter dialogante y buenas intenciones. La deconstrucción de Derrida no debe poner su pie en Roma porque la antigüedad nos es necesaria a todos como modelo de modernidad. Esto, si no queremos quedarnos en manos de los grandes supermercados, de las grandes superficies, que solo nos justican por lo que compramos y sólo nos rubrican por lo que comemos." (...) "El Vaticano no era necesario pero lo es ahora, cuando el hombre corriente, vestido de gris, se ata la muerte a la muñeca como antes el reloj de pulsera" (pág. 208 y 211)


    El apartado dedicado a Ratzinger me ha parecido de particular interés. Poco sospechoso es Umbral de formar parte de cristianismo militante, pero eso no es óbice para que vea con su perspicaz mirada la necesidad del cristianismo para combatir el pensamiento fragmentario, escéptico, relativista que nos inunda y que convierten lo existente en un conjunto de contingentes, de cosas que son así pero que podrían haber adoptado otras formas y por ello no son necesarias ni verdaderas. Todo son constructos. A propósito de Sartre ya nos dice Umbral que era "el último pensador metafísico, porque tras él viene una legión de estructuralistas, los deconstructores y los fragmentalistas" (pág 273). De interés son las páginas que dedica a Quevedo, "puticojo más que paticojo" (p. 224). No hay apartado que no me haya acabado interesando. Sí que ha habido algunos que no me atraían, pero esto ya es cuestión de preferencias. Tanto los que eran de mi interés como aquellos que no lo eran tienen la gracia  estilística de Umbral. Con eso su presencia está plenamente justificada.

     Por mencionar la introducción he de decir que Eduardo Martínez Rico ha sido interesante en las páginas que ocupa. No se puede decir lo mismo de todas las introducciones que se pueden leer, que parecen más la antesala del aburrimiento que un pequeño aperitivo que augure el disfrute al lector. En ella, Eduardo nos dice que son dos los generos predilectos de Umbral: las memorias y el artículo. ¿Podrían convenir otros mejor para un ego que necesita volcarse a sí mismo en las páginas que escribe? Parece que la respuesto es un no. La vívida conciencia de Umbral parece querer abarcar todo lo abarcable y hacerlo suyo con este Amado siglo XX. Es un libro con el que me he sorprendido mutilando, en más de una y dos ocasiones, con dobleces en la esquina de la página. Umbral ocupará más lugares en mi biblioteca a partir de ahora.


martes, 29 de marzo de 2016

"Amores" de Ovidio

     "Por una parte el amor y el odio por otra el luchan entre sí y orientan mi débil corazón en direcciones contrarias; pero creo que vence el amor. Si me es posible, odiaré; si no, amaré contra mi voluntad: tampoco el toro gusta del yugo y a pesar de odiarlo, lo lleva. Huyo de tu frivolidad, pero tu hermosura me reclama cuando huyo; recrimino tu falta de moral, pero amo tu cuerpo. De manera que no puedo vivir ni sin ti ni contigo, y me parece no tener claro cuál es mi deseo."

sábado, 26 de marzo de 2016

Death parade



    De las manos de Madhouse nos llegó el pasado año una serie que tuvo cierto eco en el panorama del anime. Death parade. Sin poder contrastar con series de la misma temporada (ya que apenas veo anime en los últimos tiempos), he decidido que es merecedora de dedicarle unas breves líneas. En caliente, apenas pasados unos pocos minutos de haberla terminado. La espontaneidad de las primeras impresiones puede ser más certera que el pensamiento macerado por el tiempo.

     La historia que nos presenta Madhouse gira en torno a una extraña circunstancia. Personas que no recuerdan nada aparecen en una sala donde se encuentran a un señor de aspecto grave que, sin decirles nada, solo insiste en que juequen a un determinado juego. Sin saberlo, los participantes asisten a un juicio en el que se decidirá si sus almas son salvadas o no. El hombre de carácter serio que mencionamos, Decim, hace que durante los juegos vayan rememorando recuerdos de su anterior vida y, durante el juego, juzga si sus vidas merecen ser salvadas o mandadas al limbo. Se establece una unión constante entre el juego y la vida, pues mediante la primera se decide sobre la segunda. Los personajes que van siendo juzgados por Decim muestran todas sus frustraciones, amarguras y sentimientos a lo largo de los capítulos. Pero no todas las historias están encaminadas a ofrecernos retratos descarnados y violentos de la condición humana. También hay historias encantadoras con gente entrañable. La señora que aparecerá en el cap. 10 es un buen ejemplo de ello. 

    Tal y como está planteada la serie resulta difícil establecer un nexo que abarque todos los caps, pues cada uno es diferente del resto. A pesar de ello, los creadores se las apañan para que no sea una amalgama de cosas inconexas, una serie de historias completamente separadas. A ello ayuda sin duda la brevedad de la serie, que no se prolonga más allá de los 12 caps que nos han brindado esta pasada temporada. Desde el primero hasta el último de ellos veremos esta situación repetida una y otra vez, pero siempre cambiada sutilmente (supongo que con el fin de no cansar al espectador). Los escenarios no irán más allá de dos o tres... Y no son solo los escenarios escasos. También pocos pensonajes hay: básicamente podemos enumerar muy pocos y todos ellos apenas esbozados. Supongo que la razón de ello es que se ha querido dar preeminencia a los juicios y las historias separadas que nos presentan. Es por eso que esta no es una serie en la que los personajes se desarrollen demasiado y, cuado esto ocurre, casi queda reducido al último tramo de la serie (que es muy emotivo, dicho sea de paso). Hasta ese momento nos encontraremos a Decim juzgando impasblemente a sus invitados. ¿Será una casualidad que Decim maneje hilos? ¿No eran las parcas quienes también los empleaban para tejer la vida de las personas? Átropos era la encargada de cortar el hilo de la vida de los hombres, de dar el punto y final. De forma similar, Decim resuelve el final de aquellos a los que "juzga", ya sea enviándolos al olvido o decidiendo que se reencarnen. Si bien la vida de los juzgados no es representada mediante un hilo que es tranquilamente cortado, parece que no es casualidad el hecho la elección de que Decim maneje "hilos" con los que apresar a sus enjuiciados si estos deciden no seguir los pasos que él les indica.



    Resulta curioso el contraste entre el opening y el carácter real de los personajes. En otras series se intercalan momentos graciosos a modo de contrapuntos a una historia seria; sin embargo, no ocurre lo mismo con Death parade. Los contrapuntos son tan escasos que quedan reducidos casi en su totalidad a un opening "animado" donde todos ponen cara bobalicona y bailan. Quitando esto lo que tenemos es una serie escatológica y con un tono bastante serio. En los últimos capítulos se intensifica eso con toques algo dramáticos que ya se van intuyendo antes de que se presenten. Ayuda a ello el uso de piezas musicales que dan el toque necesario. En efecto, el apartado musical cumple sobradamente su cometido y acompaña muy efeicazmente el desarrollo de la trama. Me gustaron bastante las piezas de piano.

   En cuanto a los personajes poco hay que decir. Como ya dije más arriba al ser una serie de carácter episódico, de compartimentos con distintas historia sin hilo común que las abarque y desarrolle, los personajes no encuentran lugar para desarrollarse. Es algo que hace que la serie de menos de sí. Hay algunos de los personajes que podemos contar sus apariciones con los dedos de las manos y que quedan apenas caracterizados. A pesar de ello se le toma algo de cariño al personaje principal con su eterna e imperturbable poker face. Sobre todo por el modo en que se va desarrollando, que nos recordará a aquellos ángeles que había en el filme de "El cielo sobre Berlín" (SpoilerComo dice cierto personaje acerca de los jueces: "Somos muñecos. Nunca vivimos... y nunca morimos". Pero en el cap 7 vemos que Decim guarda los maniquíes en los que antes han estado las personas que juzga. El personaje principal se aferra a ellos porque envidia la incompletitud de esas personas que han tenido una vida emocional, mejor o peor, pero que la han tenido).Es una auténtica pena, por otro lado, que algunos aspectos de la serie no lleguen a desenvolverse. El personaje de Nona prometía ser el elemento más intrigante e interesante de la serie, pero finalmente queda en nada, al igual que su hilo argumental (y no diré más para no incluir otro spoiler).



    Para ir concluyendo diré que Death parade ha sido una grata sorpresa. Es un producto lo suficientemente cuidado como para merecer mi aprobación. No creo que roce las cumbres del género (sean cuales sean porque yo tampoco he visto una gran cantidad de anime), pero sin duda es una digna muestra de calidad y no necesita de mi recomendación para verla. Simplemente entren al bar de Decim y juzguen por sí mismos la calidad de sus bebidas y todo lo que les pueda ofrecer.

domingo, 21 de febrero de 2016

"El amargo don de la belleza" de Terenci Moix


     "Quisiera ser el mendigo que cuenta historias en las puertas de los templos, el que fascina a los niños y hace que se detengas los caminantes, atraídos por tantas maravillas. Si fuese ese mendigo, gran señor de las palabras , contaría las historias que han enardecido a los pueblos del Nilo desde el principio de las generaciones: expondría las cuitas del náufrago que llegó a la isla donde vivía el gran dragón, las disputas de los dos hermanos, los viajes del médico Sinuhé o la lucha de Horus contra las fuerzas del mal en la región de los grandes pantanos. Sería acaso unbuen narrador de lo que otros contaron mucho antes, pues el hombre ha vivido el mismo sueño desde el principio de los tiempos. Y el Tiempo no es más que un sueño narrado por los mendigos ante las puertas de los grandes santuarios."

     Para los que no somos amantes de la cultura egipcia tenemos una serie de imágenes sobre lo que el antiguo Egipto fue. Todas ellas inconexas e inexacta, huelga decir. Pirámides y tumbas llenas de oro esperando ser descubiertas por un Indiana Jones o saqueadores de diversa ralea. Es evidente que cierta imágen del Egipto antiguo permanece en nuestras mentes modernas gracias a producciones audiovisuales, pero es una imágen que no le hace justicia. Si bien no hay modo de reconstruir lo que una época fue, a la novela histórica le está llamado poder hacerlo... siquiera de forma marginal. Esta es la primera obra de Terenci Moix que leo y, sin saber nada de esta civilización milenaria, me ha parecido que en verdad se me situaba ante lo que fuera el antiguo Egipto.

    A través de la mirada distanciada de un anciano que escribe sus memorias se nos presenta la historia de uno de los momentos más importantes de la antigua civilización egipcia: el reinado, a un mismo tiempo, de Akenatón y Nefertiti, junto a sus sueños religiosos de reforma radical, ejemplificados en la construcción de una nueva ciudad dedicada a la deidad que vendría a sustituir a los antiguos dioses: Atón.  A través de los recuerdos que pueblan las memorias de Keftén, pintor cretense que por encargo de aquel rey es llamado para pintar las monumentales tumbas que idean en la capital de la nueva religión, nos son presentados todos estos hechos. La mirada cínica de nuestro protagonista nos presenta una sociedad que todavía vive en el umbral de lo viejo y lo nuevo, pues los viejos dioses no han muerto y, el nuevo, todavía no se ha implantado en las creencias del populacho. El descreído Keftén, asiste con actitud sarcástica a este escenario que, entre alcoba y alcoba, no tarda en encontrar una religión propia en el que su Dios es la belleza de Nefertiti, la reina. Tal religión no es extraña: quienes no hallan la redención en los rezos la hallan en la plasmación de la belleza. Pero con esto se inicia el periplo interno desgarrador del protagonista que, ante un amor imposible, no puede dejar sino pasar los días con la letanía de un moribundo, en los que solo halla solaz en la presencia del hijo que acaba de conocer, Bercos, un chismoso elocuente que cuenta con los favores de la familia real.

    Podría decirse que "El amargo don de la belleza" se centra en la belleza de Nefertiti, pero también en la de la tierra de Egipto. La belleza que hay en esta es "amarga" como dice Nefertiti de la suya, pues la  belleza es un don que "conlleva la semilla de su propia destrucción y su ausencia mortifica más que ninguna otra" (págs. 315-316). Así, la tierra egipcia, antes esplendorosa a la par que poderosa, empieza a sufrir los primeros síntomas de abandono de tal don: la decadencia. Las malas cosechas asolan el país, las fronteras son inseguras, las alianzas con otros reinos son cada vez más endebles. Mientras estas cosas se suceden, se nos van mostrando los distintos grupos de poder que luchan entre sí: el viejo orden todavía mantiene influencia en personas poderosas de la corte, influencia que se afianza ante la desastrosa política externa del faraón que, en sus delirios proféticos, descuida y menosprecia. En efecto, la voluntad del faraón y Nefertiti es mantener una paz cada vez más costosa aunque esto suponga que los vecinos poderosos lo sean cada vez más. La victoria del viejo orden acontece con la llegada al trono de Tutank-atón, que cambia su nombre por Tutank-amón. Vuelve a erigir a los dioses antiguos y restablece su dignidad con la construcción de nuevos templos dedicados a ellos. Tal designio es el de la voluntad de un niño manejada por las castas sacerdotales de Amón.

    Aunque sin duda ambas obras son muy lejanas entre sí, "El amargo don de la belleza" me ha recordado en algunos aspectos a "El cantante de Salmos". Ambas obras retratan la vida de figuras artísticas que, en un modo u otro, se ven envueltas en los entuertos y problemas políticos manejados por reyes y tiranos. Personajes desengañados y escépticos por un pasado y un presente que les ha defraduado, asisten al eclipsar de un orden. Pero independientemente de los paralelismo que arbitrariamente señala el que escribe estas líneas, no cabe duda de que estamos ante una novela histórica de envergadura, de las que hacen a uno querer reincorporarse al género. La belleza de su historia y las formas arcaicas de expresión dejan lugar a muchos y muy buenos momentos. De reseñar es la presencia del humor en la novela que consigue mantener el interés del lector a través de una historia que, contada puede sonar triste pero que, en realidad, no es así. El dramatismo lacrimoso no es empleado por Terenci Moix, pues la virtud de esta novela no es captar al lector a través del drama. La belleza formal le basta a este autor y es por eso que algún día volveré a las orillas de ese Nilo que el libro nos menciona en tantas ocasiones cuya "amarga belleza" no le quita el ser bella.




martes, 9 de febrero de 2016

Crónicas de un imberbe. Día 3

   Tras del golpe visual que supone ver tu cara y acostumbrarte a ella te das cuenta de varias cosas. La primera de ellas es que sin duda con barba uno está majete. La segunda es que la máquina del tiempo y los métodos de rejuvenecimiento que en las mujeres se llaman Atrix, Nivea u otros en los hombres se llama "afeitarse"... tres semanas me quedan de esto. Es el precio de hacer uno de esos actos simbólicos de ruptura con el pasado.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Elogio de la Locura de Erasmo de Rotterdam


    "Al no ver manera de sacar utilidad de la filosofía, surgió la impresión general de que por lo menos se debía volver inofensiva. Ahora bien, el modo más fácil de evidenciar que la filosofía no podía demostrar nada contra la religión era poner de manifiesto que no podía en general probar nada" 

Gilson, E., La unidad de la experiencia filosófica


     En 1511 sale de la imprenta un escrito que conocerá muchas reimpresiones y estará llamado a crear discusión y gran descontento. El autor, un personaje reconocible entre el humanismo antes de esta publicación, lo escribió como un pasatiempo mientras yacía enfermo en la amigable compañía de Tomás Moro. Simplemente con la intención de entretenerse Erasmo comienza la escritura de un manuscrito que en principio no tenía la intención de publicar, pues era una broma de corte satírico inspirado en los escritos sarcásticos de Luciano de Samosata. La broma finalmente llega, ante la insistencia de amigos, a la imprenta y en menos de un año se han imprimido siete ediciones del manuscrito. Ante este éxito editorial del renacimiento las mejores mentes del momento dirigen su mirada al escrito y surge un gran rechazo ante él. La actitud corrosiva hacia numerosos estudios liberales, unidas a ácidas críticas a las órdenes clericales y toda la estructura de poder de la Iglesia causan conmoción. Lo que en un principio se publicaba como una broma acaba trascendiendo y el propio Erasmo tiene que defenderse de agudas críticas. ¿Qué era lo que provocó que El elogio de la locura causará tal impresión y se vendiera como hoy lo harían los best seller? La respuesta se haya en el contenido corrosivo de la obra que eclipsa claramente a las forma sarcástica en que se expresa. Lo cierto es que detrás del disfraz humorístico del libro hay un elemento destructivo que trastoca todo el edificio del conocimiento de la época. Esta pars destruens no es particular de El elogio de la locura, si bien parece ser que es el escrito en el que más hincapié se pone en ello. La desconfianza a todo el saber es una constante en el libro y solo se le pone un límite: las sagradas escrituras.

    Tal convicción no la inauguró el propio Erasmo, sino que antes ya la creía firmemente uno de los profesores que tuvo el mismo en la escuela de los "Hermanos de la vida común" en Deventer. Tal profesor era Gerardo Groot. Este estaba sorprendido ante la diversidad de opiniones de filósofos y teólogos. Si Duns Scoto, Buenaventura, Alberto Magno y Tomás de Aquino dicen cosas distintas ¿quién tenía la razón? Groot pensaba que esto era un indicativo de que había de que abandonar el sistema de antiguos estudios ante el hecho de que llevaban a una discusión inútil en la que nadie se ponía de acuerdo. Era partidario, más bien, de una educación bien sencilla: la mera lectura de las sagradas escrituras. Dado que ahí estaba todo lo verdadero, era preciso centrarse en su aprendizaje y abandonar las discusiones escolásticas. Era la llamada a una teología sin filosofía. Erasmo de Rotterdam escucha con atención sus enseñanzas y desde luego hereda de él una natural desconfianza a los estudios racionales.


Edición de 1728 de "El elogio de la locura"


   La obra de Erasmo -que parece monopolizar todo su trabajo ya que es el único libro por el que la mayor parte le conocemos a pesar de su extensa obra escrita- comienza con la personificación de la Locura. Esta se presenta ante una audiencia y comienza a aducir razones por las cuales, entre todas las deidades del panteón heleno, ella ocupa no solo una posición de relevancia, sino de predominio sobre cualquier otro dios. Esto sucede en virtud de sus dones. Y es que que aquí la Locura comienza a ofrecer toda una retahíla de argumentos que demuestran que la estupidez y la locura son la base de cualquier relación humana (la de hombre y mujeres, la de los principes y súbditos, etc) y también de la felicidad. De hecho la sensatez y el conocimiento es un mal: "¿No fue más bien Thoth, ese genio enemigo del género humano el que las inventó (las ciencias), para la ruina del hombre? (...) En suma , que las ciencias se colaron de rondón en el mundo junto a las demás calamidades de la vida humana" (p.75). El hombre de la edad de oro se haya libre de todo conocimiento, es un hombre puro. Ofrece constantemente el contraste entre el necio y el sabio y cómo aquel aventaja a este en salud y felicidad. Para colmo el filósofo no sabe nada: "(...) se pronuncian sobre las causas del rayo, del viento, de los eclipses y demás fenómenos inexplicables, como si tuviesen acceso a los secretos de la naturaleza (...). La naturaleza, en tanto, se ríe a carcajadas de ellos y sus conjeturas." 

     A lo largo de las poco más de 100 páginas desarrolla constantemente con la idea de que el saber no aporta nada bueno y que tan solo es lícito recurrir a las escrituras, a San Pablo, San Bernardo y otros referentes que Erasmo considera dignas de atención. Junto a ese uso de fuentes lanza la idea de que no todas las fuentes dentro de la misma iglesia son convenientes. Erasmo desea retornar al cristianismo puro y primitivo sobre el que todavía no se había erigido una estructura de poder y adoctrinamiento. Este no es un tema que se desarrolle más en el Elogio de la locura pero de todos es conocido la desconfianza de Erasmo a la Vulgata y su intento de hacer una traducción directamente del griego de las escrituras para transmitir su sentido de una forma incorrupta. Más allá de eso -que durante la intervención de la Locura no se trata directamente- sí que se arremete contra la Iglesia tal y como está estructurada en su tiempo: para Erasmo es una institución carcomida y que necesita de una reforma urgente para hacer justicia a su misión. Todos los órdenes sociales incluyendo príncipes y reyes no escapan a la mirada crítica de Erasmo, que en muchos momentos les dedica más de algún comentario -no precisamente entusiasta-. Ante su escrito se retrata una sociedad injusta y poco cuerda que no actúa de la forma pía que espera un reformador de la cristiandad como pretendía ser Erasmo. Es por esto que el libro no es solo una broma entre intelectuales como en cierto momento pretendería decir el mismo Erasmo, sino que tenía una intencionalidad más profunda: mediante el humor denunciar una serie de sin sentidos y socavar los cimientos del conocimiento natural. Respecto a esto ya nos avisa por ejemplo F. Yates al tratar sobre las relaciones de Erasmo y Johann Reuchlin en "La filosofía oculta en época isabelina": "El mensaje de Erasmo es muy semejante al de Agripa en "De vanitate". Después de analizar todas las ciencias, la Locura solo encuentra seguridad en el Evangelio. (...) Erasmo se ocupa mucho menos que Agripa de la vanidad de las ciencias ocultas, pero las incluye. Agripa, por su parte, no solo se ocupa de la vanidad de las ciencias ocultas, sino también de la vacuidad del saber escolástico. La conclusión de ambos es, pues, que lo único seguro es la sencillez del Evangelio." (p. 83)

    Mención especial requiere el prólogo de la edición de Alianza que contextualiza insuficientemente al autor. Es de reseñar que aunque no menciona nada del fideísmo -la postura que niega cualquier conocimiento natural y solo le concede crédito a las sagradas escrituras- , que es lo que nos hace comprender verdaderamente el texto, sí nos deja un maravilloso comentario sobre las delicias que oculta el escrito al lector habitual: "Es un latín renacentista que dentro de su academicismo trata de adaptarse a la realidad que expresa. A quien no lo conozca le resultará difícil comprender cuanto decimos" (p. 20). De mayor utilidad e interés nos resulta la carta que se adjunta en esta edición que Erasmo remite a Martin Dorp, un teólogo. En ella justifica la aparición del libro como una mera broma que no pretende ni mucho menos atacar a los teólogos con su escrito. La carta resulta de interés para ver las supuestas y bienintencionadas motivaciones de Erasmo. Ambas, la carta y el texto principal, harán las delicias de los lectores pues aunque no interese la temática están escritas soberbiamente.