miércoles, 28 de septiembre de 2016

Sobre publicidad erótica

    Acabo de pasar ante mi vista la última artimaña publicitaria del salón erótico de Barcelona de este año. No contentos con el vídeo del año pasado, muy justamente caricaturizado (como si hiciera falta hacerlo), han decidido repetirlo este año. Esta vez, sin embargo, le han dado una nueva forma, aprovechando la situación cercana de muchos: la de la reciente crisis de nuestras instituciones y modelos de vida. Me ha escandalizado ver que una de las páginas que compartió dicho vídeo consiguió 17000 likes en facebook. La publicidad parece haber funcionado: resulta que la industria porno es la herramienta con la que detectar los problemas sociales y atajarlos. Claramente la alianza entre la pontificación y la industria del porno tiene intereses redentores que van más allá de hacerse un mayor hueco en el mercado a través de conseguir la estima del personal de turno. 

    Por lo general suelo abstenerme de opinar sobre estos asuntos, nimios en el fondo, pero este me tocó especialmente la moral. Los que tenemos algo de confianza en el género humano nos molesta ver cómo este cae tan rápido a la seducción de la publicidad. No se engañen, no critico la industria del porno, solo su discurso, el cual es claramente incongruente y para nada desinteresado.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Fragmento de "Poetas italianos contemporáneos"

Edoardo Sanguineti:

a la funcionaria de la aduana en minifalda que me ha
elegido con sus ojos de sibila y de paloma entre una
interminable fila de viajeros de paso, le he dicho toda
la verdad, recluido en esta especia de biombo-confesiona-
rio de madera prensada: le he dicho que tengo un
un hijo que estudia ruso y alemán, que Bonjour les amis,
curso de lengua francesa en 4 volúmenes, era para mi
mujer:
       estaba dispuesto a declarar más cosas: sabía que
fue Rosa Luxenburg la primera en lanzar la palabra
de "orden o progreso"; y de ello podía sacar
el provecho de un impresionante madrigal:
                                                                             pero suda-
ba hurgándome en los bolsillos, buscando inútilmente
la cuenta del Operncafé: y luego, tú, has irrumpi-
do arrastrando también detrás de ti a los niños, ma-
ravillosos y maravillados:
(con los mismos gestos de dureza te arrojábamos de allí
yo y aquella democrática "Beatriz" en uniforme)
                                                                                   pero
lo irreparable ya estaba consumado allí, en la frontera
de los dos Berlines,
para mí: cuarentón seducido por un policía.

domingo, 18 de septiembre de 2016

"Homo plus" de Frederick Pohl


    El personal del proyecto se había aislado del resto del mundo. Si podían evitaban mirar las noticias de la televisión y no leían en los periódicos más que las gacetillas deportivas. Para las altas esferas, la explicación, la explicación era que no tenían tiempo, pero no era esa la razón. La razón era, sencillamente, que no querían enterarse. El mundo se había vuelto loco, y el extraño aislamiento dentro del gran cubo blanco del edifico del proyecto les parecía sano y real, mientras que las revueltas en Nueva York, la encarnizada lucha en torno al golfo arábigo y las masas hambrientas de lo que solían llamarse 'las naciones en desarrollo' les parecían fantasías sin importancia. (p. 103)

     Estas no son las primeras líneas con las que empieza la novela de Frederik, pero sí podrían haber sido aquellas con las que hubiera podido comenzar. Sirven desde luego para ponernos en situación, para saber qué mundo ha creado en sus imaginaciones el escritor de Mercaderes del espacio o Pórtico. El escenario no nos es desconocido: el mundo está al borde del colapso y necesita ser salvado. ¿Su última esperanza? Que el imperio yanqui llegue a Marte. No parece muy prometedor el argumento. De hecho, por obvio, puede echarnos para atrás. Ahora bien, resulta casi un reto hacer que con esas premisas se consiga un libro decente. Frederik consigue eso... aunque no mucho más.

    Los primeros momentos de la novela nos van exponiendo la situación en la que se plantean todos los medios en marcha para poner a punto el proyecto de colonización de Marte. El proyecto pone especial cuidado en la parte más importante y más endeble: la creación de un hombre que pueda vivir sin apenas recursos en el que será su nuevo hábitat. A tal fin se hacen todo intervenciones quirúrgicas y de todo tipo que dan como resultado un monstruo o un nuevo hombre mejorado (a gusto de quien lea la novela). A esta parte se dispone casi todo el libro, donde el protagonista, Roger Torraway, sufre cambios considerables en su cuerpo. Durante el proceso se describen los estados de ánimo del personaje, las pruebas a las que debe hacer frente y su posterior aventura en el planeta rojo.

    Aquella letanía se endulza para el lector con la introducción de una serie de personajes, muy pocos, que dan algo de vida a la novela. Con ellos se acarameliza la lectura. Aun cayendo en ciertos tópicos, consiguen cumplir su papel y salvar de algún modo la novela. Entre los tópicos explotados en el elenco de personajes tenemos el científico taimado, presentado en la figura de Alexander Bradley y Don Kayman, científico y religioso (aunque por el rol que desempeña más bien debería decirse al revés). Entre ellos se pone de manifiesto dos actitudes algo reducidas pero muy comunes: el científico que solo se preocupa por la investigación y aquel que preocupado precisamente por estos indivuduos tiene en consideración las repercusiones y ciertos compromisos. En otras palabras, uno es el contrapeso del otro: mientras uno solo se compromete con conseguir resultados el otro se compromete con que esos resultados no signifiquen la anulación de la libertad moral de Roger Torraway. Exceptuando estos dos personajes, ocuparán algunas páginas otros dos: la mujer del protagonista y una inquietante enfermera, cuyos papeles en la novela ya descubrirá el lector.

    Con aquel reducido elenco Frederik nos lleva desde los laboratorios americanos a Marte, con un estilo bastante pobre hay que decir, que adolece de virtudes literarias. Con todo, no es soez y, mal que bien, se las apaña para entretenernos. Pesa muy desfavorablemente el hecho de que la narración de lo que se hace en los laboratorios ocupe más dos terceras partes de la novela sin que ocurra nada significativo. En un primer momento pareciera que se nos plantea un dilema: lo que las instituciones o los gobiernos pueden llegar a hacer con una persona sin que esta tenga elección, pero este sería un falso dilema. Ello se debe a que todo está justificado tras la misión de "salvar a la humanidad". Lo poco que en este sentido se muestra es para una cuestión práctica, que tiene que ver con el desarrollo del personaje principal. Quizá hubiera ayudado que esta parte se hubiera completado con una profundización en la psicología de los personajes, pero esta no es una novela que se caracterice por personajes sólidos y complejos. No son planos, pero desde luego no son memorables. El resultado es un novela entretenida, pero nada más. Los premios que tuvo esta novela sirven a eso que popularmente se dice de "mucho ruído y pocas nueces".






viernes, 9 de septiembre de 2016

"El conde Luna" de Alexander Lernet-Holenia


    Hay ocasiones en las que uno coge casualmente uno de los libros de sus estanterías y no sabe cómo ni por qué demonios lo adquirió. Sin recordar el momento de la adquisición se pregunta si  merecerá el lugar que ocupa o por el contrario es un intruso poco deseable entre el resto de libros. En esta ocasión mi sensación inicial se vio acompañada por la curiosidad que despierta la portada. Sí, muy probablemente comprara este libro por la portada (y el buen precio que tuviera en alguna librería de viejo). Sea como fuere me dispuse a leer la novela sin mirar mucho por la red en busca de alguna reseña que lo recomendara (o no).

    Comenzadas las páginas no veía nada particular: el relato de las fortunas y vaivenes de una familia rusa que tras generaciones acaba bien afincada. Uno de los vástagos de la estirpe, Alexander Jessiersky, es el protagonista de esta historia de autor austríaco. El protagonista descendiente de aquella familia nos resulta algo anodino: Alexander, sin vicios ni rasgos particulares, pertenece a esa acomodada clase que disfruta de los beneficios de una gran empresa. Su vida pasa apaciblemente de reunión social en reunión social, tiene un linda mujer y varios hijos. Entre tanto los negocios no le pueden ir mejor pues las ganancias parecen aseguradas. Pero, como es previsible, algún quiebro en su fortuna debía haber. El que sucede es el siguiente: ocupado en su esparcimiento, el protagonista deja en manos de otras personas el control de su empresa. Sin saberlo, estos adquirirán unas tierras de una forma poco noble y que tendrá como consecuencia que el antiguo propietario acabe en los campos de concentración.
Alexander-Holenia

    Aquel evento va a ser el desencadente, el punto de inicio real de la historia, pues a partir de dicho momento la historia se centra, empieza a contar algo: la obsesión del protagonista. Es normal que cualquier persona que no sea excesivamente malvada muestre arrepentimiento, aun no habiendo hecho nada directamente, ante un suceso así. En efecto, Alexander mostrará gestos de malestar intentando ayudar al pobre desgraciado en los campos de concentración y visitando a sus parientes... Jamás ha visto a aquel al que ha arruinado la vida, pero traumatizado por este hecho comenzará a buscar sus orígenes, que resultan ser nobiliarios. Afaenado con libros de heráldica y nobleza se va sumiendo en un mundo cada vez más pequeño, que anula todo lo que no sea él y el conde Luna, el antiguo propietario de las tierras expropiadas. Así comienza a desatender a su mujer -cosa que tendrá consecuencias en el relato-, sus negocios y, en general, su vida en favor de una investigación obsesiva del conde... y de la constante sensación de ser cercado, puesto en peligro por su presencia errática, pues cree que este todavía vive y le acosa a él y a su familia. Testimonios de esa presencia errática son los momentos ambiguos, en los que se juega con lo ilusorio, dando lugar a un cierto aire fantástico en el relato. Sumido en la ilusoria o real presencia del conde -que el lector nunca podrá discernir del todo- se produce un profundo cambio en Alexander: se transforma en lo que él percibe como su contrario, su opuesto:

(...) verdad que ahora Luna pretendía ejercer su venganza sobre Jessiersky desde la oscuridad, pero también él, Jessiersky, se alejaba de la luz para alcanzar a Luna en la oscuridad, convertía su luz en la oscuridad de manejos igualmente desdeñables como eran los de Luna, y trataba de llevar a la luz aquella oscuridad. Porque en el fondo no hay mucha diferencia entre las personas que obran en oposición; ya por el hecho de obrar así, por el hecho de que no se puede crear algo opuesto sin que exista lo que se le opone, obran en realidad del mismo modo." (p. 62)

    Dicha reflexión de Alexander-Holenia es la base de la obra que nos lleva desde Europa del este hasta las catacumbas de la ciudad de Roma. Hasta entonces Alexander intenta protegerse de diversos modos del conde Luna... ¡Llega a pensar que hay cierta relación entre la luna y el conde Luna! Esto último nos hace ver que el propio Alexander deshecha cualquier explicación racional y comienza a creer en poderes que tendría el supuesto conde. Con esa idea urde un plan que es el que le lleva al trágico final que el lector habrá descubrir... en realidad no, pues ya en el principio se nos dice cómo termina.

    Es esta una novela curiosa, que juguetea con lo fantastico, que lo roza, pero que no lo muestra. Las apariciones inexplicables de Luna, las catacumbas, la conversación al umbral de la muerte, entre algunos elementos más del libro, nos sitúan en ese "aire" que no termina de germinar en una obra de pletórica fantasía. Es por eso que calificar esta novela como fantástica es complicado, pero tampoco se puede decir de ella que sea realista. En esa zona ambigua, es en la que se mueve la novela. Para mi gusto esa ambigüedad no está mal empleada -de hecho hay momentos en que ha conseguido captar mi interés- pero esto no se traduce en una lectura que vaya más allá de lo inquietante. Y a aquello le hace un flaco favor un final en el que no se resuelve la historia. En lugar de ello, se nos ofrece una conversación pretenciosa y bizantina entre el moribundo Alexander y unos fantasmas.





sábado, 3 de septiembre de 2016

"La sabiduría antigua" de Giovanni Reale

 
   Giovanni Reale es conocido por sus escritos académicos que se centran, principalmente, en la exégesis moderna de los diálogos de Platón. Su saber, dispersado en muchas obras, ha contribuido de manera benéfica a ampliar nuestro saber histórico de la antigüedad. En esta obra suya de 1995 se propone salir un poco de su especialidad... sin hacerlo realmente. Lo que pretende es llevar o arrastrar los problemas que plantea a su propio terreno. ¿Cuál es el problema que suscita las 250 páginas que nos presentó la editorial Herder hace más de dos décadas? La respuesta será acaso sugerente para el lector moderno, contemporáneo. Ya nos pone sobre aviso el subtítulo de la obra: Tratamiento para los problemas del hombre contemporáneo. No, no es un libro de autoayuda (aunque algunos fragmentos caigan en ello). Por el contrario es un análisis, algunos dirán que lúcido, en el cual se nos presenta por un lado un diagnóstico de nuestro tiempo y también una solución.

   ¿Cuál es el diagnóstico y cuál la solución? El diagnóstico vendrá elucidado de la mano de Nietzsche, al que se sitúa como un visionario que adelantó los males de nuestro tiempo. Perdón, no es el propio Nietzsche el que es empleado en la obra. Más bien es la lectura que Heidegger hiciera de él. Con los ojos de ese Nietzsche es con el que se pretende ver y analizar nuestros días, en los cuales, se dice, ha triunfado el nihilismo, con la consiguiente negación y trivialización de todo valor. De la negación de los valores, a los cuales se considera ficciones creadas para que relacionarse con el mundo sea más fácil, más cómodo, y de las cuales no surge nada. La negación de toda jerarquía de valores, el considerar las figuras concretas de la abstracción (conceptos, valores, etc) como quimeras lleva al hombre a una situación de inquietudes e inseguridades en la vida moderna. La seguridad de los antiguos es sustituida por la nada etérea, pero envolvente, de la modernidad. Este es el diagnóstico, pero ahora queda saber cuál es la solución. Como dijimos Reale pretende hacer como si saliera de su terreno académico, cuando lo que en realidad hace es arrastrarlo hacia sí, hacia sus estudios. Esto lo hace diciendo que la solución a los problemas actuales está, en buena medida, conociendo lo que los antiguos griegos pensaron y dijeron. En las palabras de Platón y Aristóteles se hayan respuestas, alternativas y soluciones a los problemas de la modernidad.

    Son nueve los problemas de la modernidad según el autor. El cientificismo, considerar que la felicidad se haya en los bienes externos o el materialismo son algunos de esos nueve problemas. Problemas que siempre trata del mismo modo: habla de ellos, nos dice que son muy malos y finalmente nos explica qué decían Platón y Aristóteles. En este sentido el libro es considerablemente previsible. Su previsibilidad no guardará recovecos o sorpresas al lector, que verá esa estructura repetida no una, sino nueve veces, en detrimento del posible entretenimiento que el libro hubiera podido ofrecer. El libro no nos deleita en este sentido con una original disposición de sus elementos... Pero es que tampoco lo hará con el modo de exponer la cuestión. Ello se debe a que este autor es incapaz de tratar un tema sin citar. Citar no es un crimen, pero presentar un libro de citas ordenadas no me parece del todo decente. En efecto, de las de las 250 páginas del libro al menos 150 serían, sin riesgo a equívoco, citas. La incontinencia a la hora de citar por parte de este autor es patente... hasta el punto de hacernos plantearnos qué es lo que él dice, ya que casi todo lo dicen otros. 

    Respecto a eso último, a lo que Reale expresa (que la solución a los problemas de nuestra era está en las palabras del pensamiento antiguo) tengo dos objeciones:

    1) El saber de la antigüedad no se haya solo en Platón y en Aristóteles. Pretender, sin decirlo, que todo se concentra ahí, es una caricatura histórica. Que esos sean los autores más importantes de la antigüedad se debe, en buena medida, a que la criba de textos que se ha hecho a lo largo de los siglos ha sido bondadosa con ellos. Pero, sin embargo, esto no hace que en su mismo tiempo ellos fueran los más importantes. A Aristóteles por ejemplo no se le leyó apenas hasta bien entrada la antigüedad. Es por esto que no es la sabiduría de los antiguos la que nos enseña Reale, sino la de algunos antiguos.
   2) En caso de que lo primero no fuera cierto habría un nuevo problema: que solo los doctos que tengan conocimiento del pensamiento antiguo tendrían los fármacos para combatir los males de la modernidad. Si consideramos esto entonces este libro no serviría, por ineficaz, para "tratar los problemas del hombre contemporáneo" pues serían unos pocos (y no la sociedad en general) los que pudieran tratar esos males.

    Atendiendo estas dos razones me parece un libro fallido, que no termina de solucionar aquello que pretendía. ¿Qué más se le podría añadir a este libro? Una mala edición: no es solo que en la portada hayan mostrado poco empeño (una imagen pixelizada), sino que además el libro está repleto de faltas ortográficas y hay alguna ocasión en la que el traductor olvida la noble lengua castellana para abrazar el indio. Un fragmento puede ser un buen ejemplo: "Ningún hombre vivir sin unirse al otro en el amor" (pág 169). No pretenderé, sin embargo, decir que este libro es una basura aunque sí remarcar que en ocasiones algunos pasajes son dignos de un libro de autoayuda. Un ejemplo nos tendrá servir aquí también:
"(...) no trates de aumentar aquello que tienes, sino trata de lograr que aquello que tienes esté en armonía con lo que eres.
 
    Si quieres aumentar aquello que tienes (los bienes exteriores), debes aumentar consiguientemente aquello que eres (los bienes interiores)". (pág. 251)
    Eliminando tales pasajes hay que considerar que al menos el libro tiene una parte buena, haciéndonos recordar algunos puntos de vista de los pensadores antiguos. Quitando eso, me parece un libro torpe, poco útil y en general poco agradable por la forma que tiene el autor de exponer. Queda ahí mi opinión de este libro del que creo que más de alguno alabará simplemente por ser de quien es.




martes, 16 de agosto de 2016

"El señor de la luz" de Roger Zelazny

   
      Decidí que la humanidad podía vivir mejor sin dioses. Si los eliminaba a todos, la gente podía volver a tener abrelatas y latas para abrir, y cosas por el estilo, sin temer la ira del Cielo. Ya hemos pisoteado bastante a esos pobres diablos. Quería darles la oportunidad de ser libres, de construir lo que quisieran (p.243)

     Roger Zelazny, nombre preeminente  dentro del género de ciencia ficción, tiene un basta obra, no siempre bien considerada y no siempre bien entendida. A ello no contribuye una mala lectura del lector, sino más bien el propio estilo del autor. La trilogía Dhalgren es un ejemplo de ello, aunque ejemplo de lo contrario tenemos también en El señor de la luz, de claro estilo sencillo. Escrito en 1967 y traído a España por la editorial Minotauro en 1979, la novela nos presenta un mundo imaginativo peculiar. En él, parecemos situados en un mundo que entremezcla fantasía, ciencia ficción y mitología. Combinación peculiar sin duda. Dicen algunos que dicha mezcla es atendida con la intención de poner a prueba aquello que dijera Arthur C. Clarke: Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistingible de la magia.

    Fuera aquella la intención de Zelazny o no -yo sospecho que no- nos presenta una historia que a algunos no nos pillará sin aviso: un mundo de dioses humanizados, con pasiones y luchas de poder que se manejan entre los hombres, para bien o para mal de estos. Con cambios en más de algún sentido, esto ya lo encontramos en otra saga del autor: Los nueve príncipes de Ámbar. La trama de poder que allí se desarrollara tiene su equivalente en este libro, donde el personaje principal, El señor de la luz - señor de otros muchos nombres por lo que vemos en la novela- es un dios derrotado en sus luchas de poder contra el panteón indio. Del mismo modo, en la serie de Ámbar asistíamos al intento de retomar el poder entre los dioses del personaje, en El señor de la luz, Siddharta -otro de los nombres que tiene el protagonista- se habrá de enfrentar a una especie de superhombres que se han dotado de una tecnología tal que no son distinguibles de los dioses. Al menos los hombres no los distinguen, pues los temen por el poder de sus dones, capaces de arrasar sus ciudades fácilmente. Bajo este temor, los humanos erigen templos y adoran a estos dioses, que vigilan atentamente cualquier avance tecnológico que hagan, procurando que la ciencia y el saber de aquellos no avance con el fin claro de que jamás puedan combatirlos. Nos hallamos pues en un mundo primitivo, deliberadamente mantenido así, por un panteón de figuras poderosas que planean mantener una rígida escala del ser, en la que ellos gozan en la cúspide de su edén artificial y tecnológico.



   Por la razón que comentamos arriba, muchos creerán hallar una crítica implícita hacia la religión. Pero esto no es del todo así en mi opinión. Si bien en nombre de la religión y de la labor de "cuidar a los humanos" estos seres mantienen estancada la civilización, impidiéndole desarrollar sus naturales inercias creativas, no es menos cierto que Siddharta, en nombre también de la religión (que él mismo emplea como excusa), agrupa a cuantos hombres puede para combatir el edén tecnológico que sus congéneres han creado y de ese modo permitir que la civilización se desarrolle. En esa noble aventura buscará la ayuda de los demonios y se internará en las grutas más profundas de la tierra para liberarlos y unirlos a sus fuerzas.

    Lo dicho hasta aquí nos deja entrever que, a través de una teogonía, nos es presentado un mundo de figuras fantásticas, que dan contornos precisos a un mundo imaginativo propio. La trascendencia de lo divino -idea tan cara a nuestra civilización- es anulada por la persistente presencia de los dioses entre los hombres. A los pies de la muralla de Keenset -una de las últimas batallas de la novela- no vemos algo muy distinto de lo que veríamos en la Ilíada: el conflicto de fuerzas humanas y divinas que dan lugar a un cierto orden mundano y celeste. Sin insinuar que esta obra esté influenciada por una obra tan antigua, sí que creo que hay que atender a este aspecto de la novela, viendo cómo entremezcla esos temas que encontramos en los grandes poemas antiguos con los más populares de nuestros días: retazos de ciencia ficción y fantasía. 

    No hay que pensar que esto se hace sin fallas. Tenemos, por un lado, una psicología de los personajes algo simple, aunque no incongruente. El sinnúmero de vidas que han tenido los dioses daría mucho más juego. En el conjunto de vidas que han tenido, en cada una de sus encarnaciones, no hay dios que haya conocido el amor de otro... Aunque también el odio, la traición, la reconciliación, la paz y la guerra. Atendiendo a esto se podría exprimir el jugoso tema de cómo sus caracteres se han modificado a lo largo de sus biografías. La novela, se desliza, sin embargo, por una vertiente más "heroica", que atiende a las gestas más que a la creación de personajes  psicológicamente profundos. Aquello puede no ser un fallo, sino una preferencia mía, pero este sí lo es: el modo en que se desatienden los conflictos. A la hora de narrar las batallas entre dioses y hombres, Zelazny adolece de cierta simplicidad. A pesar de estos apuntes la obra es sin duda entretenida y servirá para desconectar un par de horas de la rutina. Novela sencilla pero que cumple perfectamente con aquello que muchos pedirán: entretenimiento, buen y puro entretenimiento.



jueves, 4 de agosto de 2016

"El mar de madera" de Jonathan Carroll



   Jonathan Carroll es un nombre que en más de una ocasión había escuchado. Por foros de aficionados al género fantástico se le suele mencionar alguna que otra vez, si no con esta con otras obras. Cuando me crucé el libro por casualidad en una librería de viejo me resultó curiosa la portada por lo que de extraño tenía: un bosque sobre el que hay un mar. Arrojado en esa vastedad onírica que es un mar sostenido sobre árboles hay una figura, en una barca, remando, no se sabe muy bien hacia dónde. Frotándome las manos, y tras haber leído alguna que otra reseña considerablemente favorable me dispuse a comenzar el festín literario. Tras leer las primeras páginas no veía nada de peculiar. Tan solo la anodina existencia de un agente de policía que desde el principio se nos ofrece como un personaje "molón". Habría de esperar unas cuantas páginas hasta que comenzaran a darse una serie de acontecimientos de difícil explicación: un perro que es enterrado y que siempre acaba resucitando  cerca del protagonista, una pluma multicolor que aparece por todas partes, una joven que se ha suicidado... El policía, Frannie McCabe, intenta hallar una explicación de los sucesos que van ocurriendo, busca darles darles explicación y sentido. Pero como le dice un personaje: 

(...) la maravilla te tiene trincado del brazo, Frannie. Porque esto escapa a tu control. Ahora las reglas serán otras. (p.45)
    El policía, acostumbrado a que todo incidente, todo crimen, todo hecho atienda a una intención o razón la busca; pero como le dicen en ese fragmento aquí no procede la fría lógica a la hora de desentrañar lo que ocurre. En las próximas 200 páginas esperan al lector viajes en el tiempo, hechos incoherentes con lógica habitual y escenarios y situaciones rocambolescas. Todo ello en una apuesta por parte del autor de hacer de este libro una obra con toques de surrealismo... Empeño que en mi opinión fracasa estrepitosamente. La razón de ello es que es cierto que hay cosas sorprendentes y que no son normales. Se emplea lo asombroso con la idea de hacer de "El mar de madera" una obra surrealista. Ahora bien, si el lector se fija bien, hay cierta "lógica" en el aparición de lo sorprendente y lo increíble en la novela (Spoiler: la lógica a la que atiende los hechos sorprendentes es la de la actuación de ciertos seres que provocan todo. Sin su intervención todo seguiría igual. Por lo tanto, se mantiene un esquema causal... cosa que cualquier verdadero surrealismo dinamita) . El verdadero surrealismo, por su parte, destruye toda lógica. Lo sorprendente se da por una ausencia de lógica, no porque ella esté presente.  Esto es lo que hace que, a mi juicio, esta obra que pretende vestirse bajo los ropajes del surrealismo no sea verdaderamente surrealista. Aunque fracase en esto, queda claro que la novela entera se sostiene por el choque entre lo cotidiano y lo asombroso, exprimiéndolo al máximo para sacar de sí un libro de 316 páginas. 

    Aclarado aquello, ¿qué nos queda? Nos queda una novela de ciencia ficción que juega bastante bien con el humor para mostrarnos las peripecias de su protagonista, personaje elaborado claramente con la intención de caer simpático al personal: un tipo fuerte, policía, sarcástico, padre de familia, buen marido... vamos un dechado de virtudes. McCabe, con todas sus cualidades y defectos tendrá como principales compañeros en su travesía a sí mismo, pero en distintas edades: tendrá que compartir aventuras con un McCabe veinteañero, rebelde, claro antagonista a lo que es él con sus cuarenta y ocho años de edad. El libro nos presentará este antagonismo sin dar muchas razones de cómo un rebelde sin sentido acaba siendo un "ciudadano de bien", lo cual nos deja un mensaje del tipo: "con el tiempo sentamos la cabeza". A la oposición de lo cotidiano y lo asombroso se añade otra: la del McCabe que es un hombre de bien frente al cabeza loca que era con treinta años menos. Y del mismo modo fracasa... la ausencia de relato de cómo se produce ese cambio de concepción del mundo hace que sea inexplicable el salto del McCabe joven al McCabe maduro. La antítesis se explota con la intención de formar un dúo gracioso, que seguro que sacará una sonrisa a aquellos que se preciaron de tener juventudes locas y luego se han convertido en ciudadanos conformistas. En ese sentido, el dúo de los McCabe más que un elemento surrealista (que tu "yo" del presente se encuentre con  tu "yo" del pasado no es lo más común) de la trama está empleado para simpatizar con un amplio grupo de lectores. A mi sinceramente me resultaron cansinos los dos integrantes del dúo

Así era en los setenta. Prendíamos chapas en nuestras cazadoras vaqueras que anunciaban (neciamente) que no pensábamos fiarnos de nadie que tuviera más de treinta años. Ni de nadie que tuviera un trabajo fijo, que se vistiera con trajes, que pagara una hipoteca, que creyera en El Sistema... Si no me hice hippie fue porque me solazaba en la violencia, el egoísmo y la intimidación. (p.165)
    El resto de personajes lo acaparan la pizpireta hija del policía, su mujer (de la que solo sabemos que la ama mucho) y un malo que parece que está metido en la historia porque en toda historia debe haber uno. Podemos decir que exceptuando al personaje principal, del resto sabemos muy poco y que no están bien caracterizados ... o por lo menos podrían estar mejor presentados. Todos ellos son las piezas que, junto a McCabe, van apareciendo en la historia de Carroll, una historia con cambios bruscos y que hacen que uno tenga que estar atento.

   Se que hasta ahora no he hablado muy bien del libro, pero es por las razones que ya comenté: si la novela se sostiene sobre dos dualismos y ambos no se relacionan como deben podemos hablar de una novela que desde luego no es el prodigio, al menos en mi opinión, que se ha dicho que es. Es una novela entretenida, soberbiamente graciosa. Yo mismo me he reído muchas veces con las quejas de los McCabe, con sus improperios, con las situaciones que Carroll nos ofrece. Todo eso mezclado con el estilo fresco y desinhibido hacen del "Mar de madera" una buena lectura de entretenimiento, pero en modo alguno es una maravilla.




domingo, 24 de julio de 2016

"William Blake" de Chesterton


    ¿Necesitará William Blake presentación  de algún tipo? Por desgracia, y en los tiempos que corren, sí. Miembro extraño entre los londinenses del siglo XVIII y XIX, formaría parte de esa noble estela de pensamiento, a veces errática, a veces subterránea -al menos en la modernidad-, que ha vertebrado la noble Europa y que llamamos platonismo. Su platonismo se plegaría eso sí a un ambiente nada pagano: el de Sagradas Escrituras, si bien no sería un sometimiento forzado, antinatural... la imaginería de Blake, cruel con los de su tiempo -con razón, basta decir-, arrastra el pensamiento pagano y el cristiano a un mundo de referencias íntimas, personales de un "visionario" que halla en el verso y la imágen -nunca en el discurso argumentado- su modo expresión. A lo largo de una larga vida, no siempre cómoda, Blake conoció la pobreza y la marginación de su obra. Tenido por loco, pocos serían quienes se interesaran por su obra. La posteridad debería hacer justicia a su rico legado imaginativo, expresión de una cosmovisión que tenía como centro lo divino y el desprecio al ruido de la máquina y la fábrica que comenzaba a anegar el mundo moderno.

    El libro de Chesterton -primer encuentro mío con tal autor, siempre mencionado entre los grandes- hará un repaso por la vida del poeta y grabador. Lo tratará desde su más tierna infancia, considerando algunas de sus influencias y obras, así como su carácter y relaciones. El libro, rico a las consideraciones, nos muestra un carácter complicado, sereno salvo por erupciones puntuales que tiene trato -no siempre amable- con distintos mecenas. El pobre Blake, no muy acertado en sus decisiones prácticas, va de un estado de cosas no muy bueno a otro cada vez peor. Si bien no conoció la pobreza extrema, y siempre mantuvo su producción, sí que conoció situaciones que ponían en compromiso su dignidad. A través de ellas, Chesterton da cuenta de varios puntos y momentos de su obra. En cierto momento del libro se dice que La guerra que amaba Blake era una guerra de lo invisible contra lo invisible (p. 149). Ciertamente así lo mostraba su escritura visionaria y trascendente, enemiga del materialismo; pero también la postura que en asuntos de práxis mostraría: su apoyo a la revolución francesa era un apoyo al establecimiento de normas universales y trascendentes en el mundo. Teniendo fijado ese punto inicial, agonístico, entre una realidad que debe plegarse y acoger lo ideal, encontramos la matriz de la obra de Blake. Matriz esta muy generosa a las corrientes de pensamiento subterráneo, aunque Chesterton lo dirá con mayor gracia y talento:


    Algunas de sus ideas constituyen lo que el viejo mundo medieval habría llamado herejías o lo que el mundo moderno (con igual instinto de sensatez pero con menor precisión científica) llamaría modas pasajeras (p. 151).

    Estas líneas se hacen cargo de las influencias que ejercieron en Blake el pensamiento esotérico, mal mirado por Chesterton, pero que sin duda hallan su lugar en Blake. Es conocido que Blake leyó con interés a Swedenborg y otros pensadores de corte espiritualista o neoplatónico. Es por eso que Blake, por sus referencias, era una rareza en el mundo que había visto nacer la ciencia, con sus exitosas fórmulas capaces de anticipar a la naturaleza. La ciencia, no sería de extrañar, la denosta Blake... mucho menos admirará a uno de los acólitos que más impulso e influencia le dieran -a pesar de haber escrito más de teología y alquimia, curiosa paradoja a ojos modernos, que de física- Newton. A este hombre que se ganó el elogio de tantos modernos, Blake no le dedicará ninguno. En claro contraste con sus contemporáneos, más que alabarlo lo representará de un modo monstruoso. Es esta una rebelión contra un mundo considerado como mecanismo. La ciencia nueva perturba el mundo de influencias sobrenaturales de Blake. La realidad rica de presencias no solo visibles -es conocido que Blake decía hablar con espíritus desde muy pequeño- es reducida allí a mero mecanismo de un relojero. Desfachatez sin duda para el poeta inglés.


    Chesterton atiende la figura de Blake desde su comprometida visión católica... que no es sino una forma de decir que Chesterton lo juzga de forma atenta, puntillosa, aquí y allá, encontrando los defectos que un católico encontraría en cualquier heterodoxo. El juicio se hace sin embargo con un virtuoso empleo del lenguaje y con una mirada crítica, rica de elucubraciones de todo tipo -no siempre estrictamente relacionadas con Blake- que delimitan a ese que fue el loco de Londres. Merece la pena, sin duda, conocer a ese loco visionario en esta edición bellamente editada por Espuela de Plata.


lunes, 4 de julio de 2016

Fragmento de "Imagenes en fuga de esplendor y tristeza" de Luis Antonio de Villena

Áureo joven incógnito

Sólo la tosca moneda de oro da fe de él y de su imagen. Rasgos jóvenes en un estilo de ángulos y ojos grandes, bizantinos. Sabemos poco, casi
nada,
de quien fue, nominalmente, el último emperador de Roma, con más
exactitud
del Imperio Romano de Occidente, reducido ya (por aquellas fechas) a
poco
más que el territorio de la actual Italia. Por todo lo demás antiguas
provincias
-rota ya la comunicación entre ellas- campeaban, mandaban y
destruían, ramas
diversas de la gente germánica, godos especialmente. El paisaje abundaría
en estatuas rotas o caídas, acueductos deteriorados, y carcomidas murallas,
herrumbre en palacios y mosaicos, a menudo, descascarrillados... El general
Orestes -que conoció a los hunos- decidió hacer de su joven hijo el
césar:
Flavio Rómulo Augústulo -extraña coincidencia-a quien llamarían
"Augustulus",
Augustito, no sabemos si por ternura o por desprecio. No se excluyen.
El chico había nacido en Rávena y su padre lo llevó a la deteriorada pero
aún imponente Roma en su derribo. Allí, con lo que quedaba del Senado,
lo nombró emperador el 31 de octubre del año 475 de la era de Cristo.
Suponemos (por conjeturas de unos y otros) que el muchacho tendría
en tal momento unos diecisiete años. Odoacro, rey de los hérulos, otra
estirpe
goda, tras matar a Orestes, depuso a Rómulo el 4 de septiembre de 476,
fecha solemne del irremediable final del Imperio Romano de Occidente.
Quizá
para que nadie tornase a tener vanas ensoñaciones de Imperio (a él le
bastaba ser
rey) hizo enviar a Zenón, emperador de oriente, todas las insignias y
trastos
imperiales. ¿Y qué hizo con Augústulo? Debió haberlo matado también,
pero por algún motivo -rico a las conjeturas- bien que el chico nunca hubiera
pisado la política ni la batalla, bien que fuese un adolescente hermoso,
dieciocho,
como mucho diecinueve años, lo perdonó y lo mandó al sur, a una
propiedad
en Nápoles, que en tiempos mejores, había pertenecido al célebre,
opíparo Lúculo.
En el "Castellum lucullianum" -hoy del ovo- quedó en vigilada
libertad el chico.
Sabía leer a Virgilio y Homero, pero también sabía que eso ya no valía
nada...
Unos dicen que huyó y hasta que murió viejo, entre tantas revueltas,
felizmente
olvidado de sí mismo. Otros aseguran que lo más tarde hacia el 480 fue
muerto
por orden de Zenón, su igual, que no quería ni siquiera competencias
teóricas.
Es claro que el bárbaro Odoacro lo respetó porque lo simpatizaba, le
quería.
Un moralista severo diría: Nada quedó de nada. Pero nosotros (con la aurea
moneda en la mano, el brusco perfil joven) no somos ese agrío moralista
ni nos tienta -por obvio- el "memento mori". Pensamos que quizá
Augústulo,
junto al mar soleado de Parténope, soño en el viejo mundo de Pan y la
Sibila
y deseó morir antes (antes del cuchillo final) porque ya estaba muerto y perdido.
Fuera de su mundo, de sus libros, de su razón, de su dios y dioses,
entre gente áspera que le hacía burla cuando leía a Tácito o a Plutarco,
decidió que morir era mejor que vivir y dispuso el tósigo apropiado.
Una casualidad (que no se si llamar feliz) hizo que el puñal de Oriente y
el veneno del médico coincidieran en su lecho el mismo día y a la misma
hora.
Había dicho al viejo: sobrevaloráis la vida. Vale cuando brilla y deja de
valer
cuando es tan sólo el roto capuz de un fantasma. Ave atque vale. No fue su tiempo.