viernes, 31 de enero de 2020

Fragmento de "El mundo de la antigüedad tardía"

Sobre la revuelta de Niká contra el emperador Justiniano:

   "La gran revuelta de enero de 532 (...) fue la peor explosión de violencia en la historia romana oriental. Profundamente disgustados  con los ministros, el pueblo y el Senado se unieron contra el emperador. Media ciudad se vio envuelta en llamas. Cuando estas se elevaban en torno al gran palacio, solo Teodora fue capaz de dar ánimos a su marido, presa del pánico: 'La púrpura es una gloriosa mortaja', le dijo".


jueves, 16 de enero de 2020

Fragmento de "Séneca: cortesano y hombre de letras" de Francisco Socas

Los romanos eran un pueblo poco individualista, compacto y casi gregario. A ello debieron el éxito de su expansión y dominio ecuménicos. Estaban convencidos de que el hombre suelto no es nada, que uno se debe y le debe todo a los demás. (p.18)

La muerte de Lucio Emilio Paulo, John Trumbull (1773).

domingo, 11 de agosto de 2019

El poder de las imágenes


"Imperios galácticos" selección de Brian W. Aldiss (vols I-II)

    El 22 de agosto del pasado año murió, si no me falla la memoria,  Brian Aldiss. Ese mismo año tuve la suerte de leer una buena novela suya: Barbagrís, de la que hice su pertinente reseña. Cuando me enteré del fallecimiento del escritor prometí que conseguiría algo de él y no le perdería la pista. También me prometí que haría una reseña en conmemoración suya cuando se acercara el día de su fallecimiento. Y en ello me hallo, pues tengo en mis manos los cuatro volúmenes de Imperios galácticos, colección de relatos reunida por él. En esta entrada me limitaré a los primeros dos volúmenes, mientras que dentro de poco subiré otra breve nota acerca de los dos restantes. 

     Imperios galácticos es fruto de un sueño. El sueño de quien, con nostalgia, pretende arrastrar el pasado al presente, aplicado a la literatura. Sucedía que mientras Aldiss ocupaba los días en la selección y edición de estas historias, la ciencia ficción habían cambiado las orientaciones y temas en el género. Sucedía también que esta nueva ciencia ficción miraba con condescendencia, cuando no con altivez, su pasado reciente,  a la manera del adulto con el niño. El pasado de esta literatura, fructífero en historias estelares, imperios entre galaxias y aventuras que cambian el navío usual de madera por tecnológicas estancias suspendidas en el vacío quedó tildado de 'literatura de evasión'. Ante ello Brian nos cuenta una anécdota muy interesante: 
 "(...) permítanme de nuevo citar a C. S. Lewis (...). Él pensaba que la acusación de escapismo era muy extraña. 'Nunca lo comprendí por completo, hasta que mi amigo profesor Tolkien me hizo una pregunta muy simple: ¿qué clase  de hombres cree usted que se sentirán más preocupados y más hostiles con respecto a la idea de escapar? Y me dio la evidente contestación: los carcelarios' ". ( tomo 1, pág. 14)
   Contra esa superioridad se levantó Aldiss y disparó con una recámara de relatos a los ojos de los entusiasmados con las nuevas tendencias, de las que el propio Aldiss era seguidor (y distinguido). Entusiasmados que, por otro parte, mostraron ánimo tiránico con la pretensión embadurnar con una capa de olvido la literatura que les creó a ellos, como lectores y escritores. La creación no es labor que se construya sobre el vacío, y la literatura new wave no habría surgido de no ser por la que le precedió. Aldiss roba la llave del carcelero y abre unas cuantas celdas: deja libres a unos pocos presos en estos libros, para que vaguen con libertad por las bibliotecas. Este era, sin duda, el mejor destino que podía esperar la mayoría pues, o pertenecían a autores poco conocidos, o estaban en revistas de no mucho prestigio o simplemente paseaban en un limbo de sótanos polvorientos. No todos necesitaban ser rescatados, por su puesto. Los posesos de Anthur C. Clarke probablemente pululen en alguna que otra antología. El renombre de su autor, esmaltado entre los grandes del género, se lo permite. También se lo permite su calidad, que nos recuerda uno de los grandes temas de este autor: el magisterio de una raza avanzada sobre los homínidos, hasta llegar a nosotros. El fin de la infancia o 2001 una odisea en el espacio ahondan estos temas, y este relato cuenta de modo distinto, con formas distintas, una historia similar, que despierta alegres elucubraciones en nuestras cabezas. 

   Alejados de una necesidad de providencia (en la que una raza ocupa el lugar de la mano divina) H. B. Fyfe tiene una maravillosa historia: Especies protegidas. Es esta una inteligente narrativa, que juega con la perspectiva para darnos un leñazo iluminador, y doloroso, que recuerda la expresión 'el cazador es cazado'. Es mejor no decir más para guardar las mieles del relato. 

    El saqueador de estrellas (Poul Anderson) ilustra una humanidad incapaz de hacer de hacer frente una invasión de bárbaros estelares. Los humanos esclavizados, bien dirigidos por un caudillo hacerse con el control de una nave, germen de un nuevo imperio donde los hombres, vencidos, acaban venciendo... con el sacrificio del protagonista, que rellena el relato de un halo melancólico y dramático. Como es habitual, la traición no ha de esperarse del que se reconoce enemigo abierto, sino del que es abiertamente nuestro conocido. Como dijo Oscar Wilde: 'Los amigos de verdad te apuñalan de frente'.

    Asimov no puede faltar en una recopilación de imperios galácticos, y se asegura una prominente presencia en el primer volumen. 45 páginas (en un primer tomo de menos de 200) de Fundación  reviven imágenes que algunos ya conocíamos, aunque estuvieran gastadas por el tiempo en nuestra memoria. Quizá uno puede preguntarse si era necesario este relato, no por su calidad, sino porque es sobradamente conocido y editado. Ese espacio quizá podrían haberse dedicado a algunos relatos menos conocidos.

   Si con Fundación respiramos vagas referencias de nuestra historia (finales del imperio romano, el Medievo y el Renacimiento), ¡Nosotros somos civilizados! no se queda a la zaga. Las imágenes del colonialismo, envueltas en un tufillo marxista, adornan un relato acartonado en el que ciencia y militarismo se oponen. En el marxismo que desprende (el problema de toda la historia es la propiedad privada) se añaden unas gotitas de fatalismo que hacen que uno acabe por descartar el relato de la lista de relecturas: "No había forma de detenerlo. No se trataba de una cuestión de no plantar la bandera, de no tomar posesión. El capitán tenía razón. Si no lo hacía la Alianza Occidental, lo haría sin duda la Alianza Oriental. Su disputa no era ni con el capitán, ni con el deber, sino con el destino. El tema no podía ser decidido ahora. El tema no podía ser decidido..., cuando el primer homínido saltó a la guarida de otro y le robó a su compañera. El hombre toma. Ya sea por rapiña bárbara o por aceptación a regañadientes del deber, a través de una diplomacia cuidadosamente concebida, el caso es que el hombre toma" (tomo 1, p. 181). Este relato de Mark Clifton y Alex Apostolides mancha la calidad del primer tomo, que es muy considerable.

    Del segundo volumen sólo destacaré dos relatos, por no alargar en exceso. Los relatos son La luminosidad cae del cielo e Inmigrante. En la primera Idris Seabright es capaz, en apenas una docena de páginas, de contarnos una historia de amor y retratar una sociedad humana decadente, entregada a la satisfacción de sus más bajas pasiones. El resultado es una pequeña joya. En el segundo relato, Clifford Simak nos da una patada en las entrañas y desvela las miserias de la inmigración. La historia no encalla aquí. La ciencia ficción se abre camino, en un juego de posibilidades muy rico. Su riqueza nos paga con sabiduría acerca del hombre, de sus limitaciones, haciendo que ni el protagonista tenga certeza alguna, ni tampoco el lector. Simak nos empequeñece y, haciéndolo, engrandece su relato, porque nos hace sentir poca cosa ante tan gran cosa. Es un relato para enmarcar página a página y releerlo de vez en cuando. Posiblemente sea el mejor del segundo volumen. Para mí es el mejor de los dos, pero ahí ya entra el juicio de cada cual.

    De la suma total excluyo varios relatos, algunos bastante buenos, otros no tanto. Según mi parecer es una antología muy buena, y que depara agradables sorpresas con casi todo lo que propone, pero no puedo ser taxativo... me quedan por leer otros dos tomos. Ya les contaré. Como colofón a esta reseña quizá lo mejor será decir: continuará...




    

miércoles, 7 de agosto de 2019

"Horizontes" de Federico Balart


   Es rasgo distintivo de nuestros días que los hombres y mujeres reciban una educación edulcorada, rica en datos que nada tienen que ver con su tradición o, si tienen algo que ver, se desvirtúa. Con mala suerte, ni siquiera se sabe de figuras injustamente depositas en el limbo. Eso fue lo que a mi me ocurrió con la figura de Federico Balart (1831-1905), hombre inteligente que descubrí gracias a una amistad, amistad que también tuvo la generosidad de prestarme un volumen de 1897 titulado Horizontes. Buscando algo de su biografía descubrirá cualquiera que nació en Pliego (Murcia) y que hizo fortuna por las calles de Madrid, tanto en las letras, con dedicación a la crítica de arte, como en la política, llegando a ocupar puestos de importancia. Dejados los asuntos de estado, trabajó un tiempo como contable en el Banco de España. Su obra no ha sido, que yo sepa, recopilada, y se halla dispersa en distintos volúmenes y periódicos.

    Horizontes es una fragmento de lo que sus manos escribieron en los últimos años, especialmente la última década del siglo XIX. Lo sabemos porque cada poema está fechado y dedicado. Este tomo es, por tanto, una recopilación de poemas pero, no se nos debe olvidar, guarda cierta unidad. Las personas a quienes dedica los poemas, así como las fechas, nos hacen pensar que los versos guardan un significado especial. Según las circunstancias de la persona en cuestión, las palabras adoptarían un significado más preciso. Que las composiciones poéticas estén fechadas nos pone sobre aviso de una autobiografía y unas biografías de las que no tenemos idea alguna, pues solo un biógrafo, un buen biógrafo, podría desnudar las redes invisibles de hechos y afectos que envuelven los poemas de Horizontes. Careciendo del arsenal exegético de un biógrafo nos queda hacer un comentario muy general del libro, mostrando sus luces, varias y cálidas.

    Todo poeta habla del amor, de la muerte y de tres o cuatro cosas más, con los que se arregla para intentar decir algo personal y bello. De los muchos temas que se pueden seguir en este poemario destacan por su relieve las patrias chicas del autor. El tercero de los poemas está dedicado a Murcia, con sus duros días y esforzadas huertas. Junto a ella resplandece el rocío en la hierva fresca de Asturias, que siempre recuerda por haber despertado una raza enseñoreada de la península y América. Cuando no reclama estas tierras por motivos patrióticos, lo hace por su belleza, o el descanso que de allí espera:

Si Dios a mi vejez guarda el reposo
Que tantas veces con afán le pido,
A orillas del Cantábrico brumoso,
Lejos del mundo buscaré el olvido.
(Sueño dorado)
 
   Balart guarda intenso diálogo con la naturaleza, con sus borrascas y montañas, nombrándolas con palabras ingeniosas, porque en la naturaleza, más que en cualquier otra parte, surge su poesía. Ella es el lienzo en el que pinta trazos de palabras:

Allí, al nacer o al expirar el día,
con faz alegre o semblante huraño
Ella me aguarda siempre -¡la poesía!-
Sentada al pie de un roble o de un castaño.
(Ella)

       Sentado a la sombra de algún roble celebra la naturaleza, el amor e incluso a Dios, nobles ideales que hoy solo sirven como objetos de mofa o mercadería de baja estofa, triturados por una sociedad sin dioses, patria o amores, pues la grey está demasiado ocupada en la consumición bulímica de paisajes, cuerpos y experiencias, que por su rapidez y repetición terminan en experiencias espurias. Balart dedica muchos versos a buscar tras las nubes y montañas a su Dios, haciendo una elegía, porque vio no su muerte, sino el triunfo de los descreídos. En Meditación y Deus ignotus advierte los brotes de una sociedad antinatural, pues no ha habido sociedad alguna en la historia sin divinidades. Como causa de esta circunstancia señala el envanecimiento de algunos por la ciencia, como deja sentenciado en  Progreso. Retoma allí, de manera amplia, explícita, lo que en otros poemas había rozado tangencialmente. La ciencia consigue un conocimiento del mundo y un dominio del mismo pero su saber no es completo ni suficiente para vivir. Quien cegado de ciencia cree encontrar la única fuente de saber se ahoga en ignorancia, porque no sabrá vivir ni consigo mismo ni con los demás. A la ciencia le pregunta, de frente:

¿Qué sabes del mal y el bien?

Bien, para la ciencia humana
Cuando lo intangible explica,
Es palabra hueca y vana
A que tu razón liviana
Conceptos sin fin aplica.

Siempre, de constancia ajeno,
Tomas, tras breve intervalo,
La triaca por veneno:
Lo que ayer fue malo es bueno;
Lo que ayer fue bueno es malo.

Hoy las naciones aherrojas,
Mañana expulsas los reyes;
Y, entre mortales congojas,
Como la selva de tus hojas
Mudas costumbres y leyes;

Que, en perdurable ansiedad
Y en insensato furor,
Miserable humanidad
Tu verdad es solo verdad
Después de haber sido error.
(Progreso)

   Ciertamente, el positivismo antiguo, que pretendía fijar por medio de ciencia hasta las más diminutas cuestiones ha llevado a nuestras "demogracias", que son un continuo patio donde las gallina (los ciudadanitos) discuten de todo para no resolver nada, con una ética pendular en la que nunca queda claro qué es correcto y qué no. Como la piel de una serpiente, muda la ética de los ciudadanitos. Balart señala a la ciencia, no a la política o la sociedad de su tiempo, es cierto. No vivió lo suficiente para ver nuestros corrales. Seguramente, más de alguno le llamaría cristiano casposo. Incluso a mí se me pasó por la cabeza por un momento. Pero tan descuidada idea no medró. Me imagino que si muchos leyeran un ataque a ciertas pretensiones del conocimiento (como sucede en el poema El alquimista de Borges) se quedarían con una sonrisa tonta en la cara, porque queda muy "chuli" decir que gustan ciertos autores. Hay que tener cuidado con que el contenido de un mensaje no quede manchado por razones ajenas al contenido. Ciertamente, si se nos ponen los pelos de punta con las críticas a las pretensiones científicas, deberíamos olvidar todos los relatos de Ícaro entre los antiguos, así como todos los relatos sobre Fausto entre los modernos. 

    Este libro muestra felizmente a un poeta que,  encadenado al lenguaje, al lenguaje encadena en sucesión de versos con rima asonante y consonante, según su voluntad. En cada página nos deja una gota de afectos aunque se queje del desgaste de la edad: "Es amor, a mis años, flor inverniza / Sin el matiz ardiente de la amapola; / Pero, aun seca y estéril, aromatiza / Las páginas del libro donde desliza / Un pétalo caído de su corola." (Horizontes). Recogidos los pétalos, el lector huele el amor a su tierra, familiares, amigos y Dios. Federico Balart porta nobles palabras que nos alejan, o deberían alejarnos, de los modernos vagabundos sin amor (porque cambian más de pareja en un año que estaciones tiene el año), sin tierra (prefiriendo lo ajeno a lo propio en un urbaniteo de pijos que por corrección política se denomina "cosmopolitismo") y sin Dios (entregados al orientalismo barato o alguna idolatría). Es conveniente guardar los pétalos que esta corola, generosamente, lanzó en vida porque, sin recopilaciones actuales, pronto se las llevará el viento del olvido.



miércoles, 31 de julio de 2019

"La otra parte" de Alfred Kubin

   Que las buenas obras se cocinan, las más de las veces, con grandes zambullidas en la soledad y el silencio, es algo que a nadie se le oculta. El rico mundo interno se fertiliza con el poco apego al mundo, como certifica el caso de Julio Verne que, sin apenas salir de su morada, descubrió las entrañas del mar y la tierra en aventuras bordadas en mañanas y tardes de escritura. Alfred Kubin (1877-1959) podemos colocarlo en la estela de aquellos que renuncian al mundo para abrazar los mares de la imaginación. Desde 1906 hasta su muerte habitó el castillo de Zwickdledt dedicándose a ilustrar, pintar y escribir. Con periódicas crisis internas y tendencias depresivas se rebozó en su mundo de ecos oníricos y truculentos, pariendo dibujos y escritos oscuros. En 1909 terminó la escritura de su novela más célebre La otra parte, que cosechó fortuna dentro del género fantástico, siendo sus contornos tan finos que abrazan la fantasía tanto como el terror, la historia tanto como el absurdo. No en vano, Kafka se inspiró en ella para El castillo


   La novela de Kubin está escrita con algún eco biográfico, que rápido puede uno advertir en el personaje protagonista, dibujante de carácter melancólico y taciturno. Un buen día un señor educado le pone sobre aviso de que su antiguo amigo del colegio, Klaus Patera, ha entrado en posesión de una ingente fortuna, con la cual ha creado un reino en el oriente: el país de los sueños. En tan recóndita región, donde los geógrafos no han ejercitado todavía sus artes, se sitúa su dominio. La consistencia del reino, rodeado de inmensas murallas, consiste en no dejar que nada nuevo ni moderno entre en sus fronteras. Cualquier objeto traído ha de ser antiguo y se niega la introducción de nuevos descubrimientos. "Aquí solo hay antigüedades; la gente vive como nuestros abuelos antes de la revolución del 48 y el progreso nos tiene sin cuidado" (p. 103) dice un personaje en un determinado momento. Seducido por la noticia de territorio tan singular, el protagonista, del que no llegamos a saber su nombre, empaca todas sus pertenencias, avisa a su esposa y marcha con premura al reino de los sueños. 

   El personaje principal es sobre todo nuestra mirilla para otear el reino de los sueños, en el que hace las veces de nudo central de la narración y de antropólogo. Con él descubrimos una sociedad desnortada, sin rumbo y que, renqueante, pasa por los días sin propósito ni sentido de la trascendencia, manejada por hilos ocultos e invisibles pues resulta que, Klaus Patera, tiene poderes mentales con los que hipnotizar a los habitantes del reino de los sueños. Mediante ellos puede causar el sueño u otros estados a sus inquilinos. Patera, a la manera de un Dios, gobierna todo con su invisible mano, presidiendo, de un modo que no llegamos a conocer del todo, una extraña religión en la que todo ciudadano se coloca, ensimismado, frente a las torres con reloj en la capital. 
   Todo el país de los sueños vivía bajo los efectos de un hechizo, y en nuestras vidas los planos terroríficos alternaban con otros de innegable estirpe humorística. El amo se ocultaba en realidad detrás de todo y, manera misteriosa, solía manifestarse con una frecuencia superior a la deseable. La idea de que él manejaba a casi sesenta y cinco mil soñadores no podía desecharse tan fácilmente, por monstruosa que pareciera. (p.195)
   Todo el libro aflora misterios no resueltos (como es el auténtico misterio), personajes inquietante y escenas que intercalan lo asombroso y lo terrorífico. Particular atención reclaman una sociedad de eremitas a la que se refiere siempre como "ojizarcos". Pese a todo lo extraño que rodea la nueva existencia del protagonista, este rejuvenece en un primer momento y consigue aumentar su producción artística. Pero no todo puede continuar eternamente. En un determinado momento entra en escena un americano en la historia. Su nombre es Hércules Bell, y desde el primer momento sospecha que él, y sólo él, puede hacer que el reino de los sueños funcione como es debido. No soporta lo que el reino de los sueños significa y abomina que sus gentes no se plieguen al progreso. Por eso en una proclama contra Klaus Patera, les dice a sus conciudadanos: "¡Protegeos contra el sueño!" (p. 225). Con todas las artimañas de que es capaz intenta cambiar el devenir del reino, pero este, cuya sustancia es etérea, resulta impermeable a los cambios, y antes de cambiar estará llamado a la muerte. La segunda mitad de la novela nos cuenta todo ese proceso, con muchas escenas que ya quisieran mostrar nuestras modernas películas de terror.

    Con prosa contenida, Kubin, arrastra esta historia y su personaje a Europa, donde todo empezó y donde todo ha de terminar, pero con su personaje transfigurado y marcado de por vida, constantemente invadido por sueños, espejo de realidades pasadas, pues los sueños: "me hacían revivir hechos y aventuras ocurridos tiempo atrás, lo que me lleva a pensar que dichas imágenes oníricas se hallaban íntimamente ligadas a ciertas vivencias de mis antepasados, cuyas convulsiones psíquicas  lograron tal vez plasmarse orgánicamente, tornándose hereditarias. Ante mí  se abrieron planos oníricos mucho más profundos, que me permitieron diluirme en existencias animales o vegetar, en un estado de letárgica semiconsciencia, entre los elementos primarios" (p. 367).



   La historia de Kubin está plagada de simbolismos difíciles de dilucidar, probablemente fruto de un lenguaje icónico privado en el que trabajó, siempre solitario, en el castillo de Zwickdledt. ¿Qué es "la otra parte"? ¿El reino de los sueños?¿El inconsciente en el que habita lo onírico? ¿Klaus Patera como contrapartida del protagonista? No lo sabemos a ciencia cierta. Este rompecabezas simbólico está bañado con la tinta de la imaginación y merece que se lea con más prontitud que modernas noveluchas. Las ediciones españolas suelen incluir los cincuenta dibujos que Kubin ideó para acompañar la novela, y muchas son muy interesantes. Kubin plasmó en todos sus dibujos -los de esta novela y los que no son de ella- una realidad oscura que sirve de contrapunto a los futuristas. Ajeno a una realidad cada vez más burocratizada y tecnológica, vivió un incógnito glorioso -verdadera vida del reaccionario- en su castillo, trabajando incesantemente mientras el mundo enloquecía y mataba. Si su obra fue parábola del siglo anterior, con más justicia lo es del siglo XXI. Hará una buena compra quien adquiera la novela. 


martes, 23 de julio de 2019

"La fábula de la alforja robada" Bahiyyih Nakhjavani

    La literatura está llena de obras que no alcanzan la originalidad y que resultan algo parecido a esos hijos que, aun patosos y problemáticos, podemos querer con toda nuestra alma. O no. La fábula de la alfombra robada de Bahiyyih Nakhjavani es un vástago de aquellos libros de raigambre musulmana que contienen una cascada de historias independientes, acumuladas a cientos. Las mil y una noches Kalila y Dimna son clara muestra de este género. Algo parecido a ellas pretende el libro moderno de Bahiyyih traicionando, claro está, el sabor original, introduciendo nuevas técnicas, nuevos propósitos. 

    El libro dibuja un escenario común en la primera de las historias que encuentra el lector. En ella el protagonista es un ladronzuelo que se gana la vida aprovechándose de los incautos que peregrinan a la Meca para cumplir sus propósitos religiosos rodeando la Caaba. Tras encontrar una presa fácil, no dudará en asaltarla, intentando alcanzar fortuna al robar una alforja. Su disgusto está garantizado cuando descubre el contenido: papiros rellenados de fina caligrafía y llamativos colores. Junto a esta historia inicial encontramos una segunda: la de una chica visionaria capaz de ver y dialogar con ángeles a punto de ser casada con un hombre rico. Para su boda ha de viajar hacia los terrenos cercanos a la Meca, lugar donde confluyen las historia del asaltador y de la doncella. Con estos dos hilos se trenza un tapiz general,  pues aparecen todos los personajes que, más tarde, encarnan las páginas: el jefe de una caravana, una esclava, un peregrino, un clérigo, un derviche y un muerto. A cada uno les dedica un premeditado espacio (alrededor de 40 páginas). 

    A tenor de lo dicho, el libro se mueve dentro de una perspectivismo moderno. Con cada uno de los personajes Bahiyyih Nakhjavani cuenta algo nuevo y, a veces, cambia algunas cosas. La estructura acaba siendo rígida: a ciertos hechos que se mantienen como los pilares de la narración se añaden aguas distintas tanto al principio como al final. Cuando uno avanza un par de relatos disfruta estos cambios; cuando prosigue, se cansa. No es raro esto: una estructura rígida con tan solo aparentes cambios se repite nueve veces (porque hay nueve personajes). Esto, raramente, nos reporta un conocimiento profundo de los personajes, pues la autora se centra en el momento que les une, dando la impresión de que la biografía de cada personaje es un relleno que no alcanza a dotar de profundidad a sus personalidades.

   Junto a unos personajes cuyo interior es semejante al de un globo de aire, observamos un estilo rebuscado, en ocasiones tan hueco de significado como los personajes y que tiene como fin la mera conquista de juegos verbales. En ocasiones las acrobacias verbales son afortunadas, pero casi siempre aterrizan de mal modo en el suelo del texto. Rasgo a mencionar es el empleo artificial de ciertos términos de lengua musulmana, con la intención, seguramente, de teñir con un halo de veracidad e historicismo la novela, pero que resulta pedante, pretencioso e innecesario. Así, para decir "litera" emplea docenas de veces el término "takhteravan". No estoy en contra del empleo de términos especiales, siempre y cuando sea necesario, cuando no haya equivalentes en lenguas modernas. Al igual que ocurre con "litera", el lector podrá observar la misma operación con otras palabras que no son especiales.

   La novela, a pesar de que no destaque en demasía, se muestra inteligente, y está dispuesta para jugar con una serie de intuiciones muy arraigadas en nuestro tiempo, y que hacen que el lector promedio se halle pre-dispuesto a la narración. Uno de los juegos ilusorios resulta de disfrazarse "a la oriental", de querer imitar libros como los que mencionamos arriba. Sin embargo, esta novela es invención moderna, y por su estructura, lenguaje y propósito no bebe de aquella literatura. Sólo hace falta recordar que tanto Las mil y una noches o el Calila y Dimna son literatura esencialmente pedagógica, depósitos de sabiduría práctica y de instrucción dispuestos en una narrativa. Narrativa, por otra parte, que proviene de manos distintas, de las que no sabemos nada y sin un propósito que englobe el conjunto de las historias. Esto último, claramente, no se da en la novela, pero tampoco el  componente pedagógico. Bahiyyih Nakhjavani, sin embargo, juega con el imaginario que muchos tienen con el término "oriente" para hacerles pensar que están ante algo parecido a su literatura, historia y espíritu. Pero a esos lectores hay que recordarles que el "oriente" no existe, que es una invención moderna. Nadie mejor que Borges lo dijo en un poema titulado Lo nuestro:

Amamos lo que no conocemos, lo ya perdido. El barrio que fue las orillas. Los antiguos, que ya no
pueden defraudarnos
porque son mito y esplendor.
Los seis volúmenes de Schopenhauer,
que no acabaremos de leer.
El recuerdo, no la lectura, de la segunda parte del Quijote.
El oriente, que sin duda no existe para el afhgano, el persa o el tártaro. 

    Junto al disfraz del oriente podemos, también, intuir una religiosidad vaga en la que confluyen el zoroastrismo, el islam y el budismo, con el propósito de esmaltar el texto de una espiritualidad vacía, empaquetada de modo conveniente para consumo moderno: los personajes que no tienen ninguna pretensión trascendente hallan la trascendencia. El único que la busca, un clérigo, se esboza como el más intrascendente, como un perturbado con frustraciones. Así, los que no buscan lo divino lo hallan, y aquellos que lo buscan no son sino unos mezquinos, de lo que emana una religiosidad sin mandatos ni constricciones, un espiritualismo de café con iphone y Mac, ese al que dan forma esbirros como Joseph Campbell.

   Lo conseguido por Nakhjavani, en fin, es un libro subsidiario de antigua y bella literatura, pero que no nos aporta eso, sino una sombra que simula antigüedad y belleza. Cascaruja literaria para ignaros risueños que, ciertamente, no está mal para pasar el rato


    

jueves, 11 de julio de 2019

"Las naves de la locura" y "Las naves del destino" de Robin Hoob.


    Hace algún tiempo que leí y reseñé el primer tomo de la trilogía de Las leyes del mar de Robin Hoob. Apenas unos días atrás puse fin a la lectura de dicha serie, habiéndome tragado bulímicamente los dos tomos que la terminan. Tras este empacho me dispongo a dedicarle unas palabras al hacer literario de esta señora, que siempre se materializa en ladrillos de literatura con grosor de 600 páginas, en un juego de proporciones simétricas. Estos ladrillos seguramente tengan que ver muy poco con la simetría, y seguramente tengan que ver más con conseguir duros por palabra. Cada uno se gana la vida como puede.

    Las naves de la locura nos deja reposar en el escenario que nos preparó el primer tomo Las naves de la magia. Con los mismos personajes, y casi las mismas pretensiones, Hobb nos marea página tras página la perdiz, desplazando la solución de los problemas, creando otros, dejando latentes algunos para que luego afloren... El lector apenas se apercibe de esto, porque buena maga es esta Hobb, pero así culmina el segundo tomo: sin resolver nada y sin decir mucho. Aprendemos en sus líneas cosas sobre el mundo mágico que lo ornamenta. Los vetulus son un gran engaño. Se presentaron previamente como una sociedad casi de ensueño, descubridores de artefactos mágicos, pero lo cierto es que son saqueadores de ciudades en las que habitó un pueblo verdaderamente mágico, hermanado en sangre y propósito con dragones. De estos últimos, los dragones, descubrimos que antes de serlo tiene una forma biológica primitiva, que son serpientes enormes que se deslizan por las aguas hasta formar crisálidas en las que adquieren su forma. Con estos leves luces se deja paso al tercer tomo, Las naves del destino,  tomo en el que asistimos al desmantelamiento de toda calidad verdadera en la obra. Bien escrito, pero pésimamente dispuesto, nos deja descubrir que tras 1900 páginas pocas cosas sabremos del mundo mágico, dejando a las claras al pobre lector que ha tenido el valor de leer todo este fárrago literario que la fantasía en esta serie es ornamento, no fundamento.

    Una de las razones por las que esta trilogía tenía cierto encanto era gracias a la aguda profundidad de algunos pero pocos personajes. Sorprende a menudo al lector cuando lo dirige a cierta disposición emocional (como desearle lo peor a algún personaje) para luego hacerle cambiar de opinión. Estas emboscadas emocionales se le dan particularmente bien a Hobb, como particularmente bien se le dan crear algunos personajes de talla. Ronica Vestrit, por ejemplo, es una expresión constante de sabiduría práctica: cuando no puede procurar un bien se cuida de ocasionar mal alguno, y siempre tiene la inteligencia, la prudencia y la elocuencia para saber llevar todo tipo de circunstancias. Su voz, que es de las que más brillo atesora en la serie, se apaga cerca del final, dejándonos huérfanos con una patulea de personajes que pudieron tener su interés, pero que se deshacen con el paso de las páginas. Casi todos los personajes masculinos sufren dicho desgaste, y las mujeres de relieve que protagonizaban interesantes pasajes se convierten en poca cosa. Serilla, que prometía mucho, la vemos en el poco interesante papel de reyezuela; Wintrow, que daba mucho de sí, acaba siendo un piltrafa; Althea, por su parte, sigue siendo una tozuda con poco talento para los sentimiento; Ámbar, ¡qué lástima su desaprovechamiento! Es particularmente dañino el caso de Malta, forzada a cambiar de un modo tan brusco como poco creíble. Este devenir de los personajes está ocasionado (en el caso de Malta es muy claro) por cierto propósito venenoso de la autora, instilando cierta ideología. Personajes como Shelden o Clave, que sufren sueños en los que descubren cómo funcionaba la antigua sociedad hermanada con dragones son esquinados sin tiento, perdiendo un filón de literatura fantástica enorme. Y parte de las páginas que podría haberse empleado en eso se emplean, sin embargo, en hacer pitufos a los varones que aparecen. Para el último tomo el único personaje masculino de importancia es un mentiroso, asesino y violador, con el que juega a acercar o alejar nuestras simpatías. En el caso de personajes femeninos, Hobb es particularmente obstinada en hacer que dichos personajes superen adversidades muy duras, cosa que está muy bien, pero que explotado en exceso muestra un recio desconocimiento del corazón humano, porque muchos son miserables, no grandiosos, cuando se les trata miserablemente.

   Junto a este mal desarrollo y la desazón de acabar por no decir nada de lo que verdaderamente importa, encontramos en la saga varios sesgos que denotan contaminación, porque la realidad es a la fantasía lo que el veneno a la vida: a mayor cantidad de veneno, menos vida; a mayor cantidad de realidad, menos fantástica es una novela. El primero de los errores lo hemos apuntado arriba, con un feminismo licuado; el segundo, guarda relación con el hecho de que la novela se distribuye entre buenos y malos, donde generalmente los buenos pertenecen a sistemas representativos (como las asambleas del Mitonar y los territorios del río Pluvia) mientras los malos, por lo general, se hallan en los sistemas jerárquicos, esbozando así ideas muy modernas a la par que peregrinas. De esto último deriva otro error, que no tiene que ver con una fantasía contaminada por un exceso de realidad, sino con una mala disposición de los personajes. Toda novela "coral" se suele emplear para que se conozcan todos los puntos de vista, todas las circunstancias. Hobb hace una novela coral, pero no dispone del todo bien su "coro". Los malos de la historia, los piratas chalazos, no tienen ningún tipo de personaje que nos permita entender su mundo, aspiraciones y dolencias. Simple y llanamente son los malos, cosa que, supuestamente, no ha de pasar en una novela coral, donde hasta los malos resplandecen con ecos momentáneos de bondad (véase George Martin, por ejemplo). 

   Mi último disparo a la trilogía será comentar su supuesta "novedad" al ambientar un mundo fantástico en el mar, pues si bien se pueden encontrar algún que otro ejemplo del género fantástico, es más calamitoso descubrir la carencia absoluta de conocimiento náuticos. No es que cometa errores Robin Hoob. Simplemente es que no explota el potencial que brinda el mar. Cuando se desarrolla una batalla no encontramos nada digno. Aquí los aficionados a la náutica se verán muy decepcionados, porque todas las artes del "marear" -como decían los castellanos antiguos- son completamente olvidadas por la escritora.

   En fin, que sin más observaciones os exhorto a leer cosas más dignas. 1900 páginas son muchas para que la cosa acabe en un chusco empapado en mandangas "reivindicativas" que entorpecen las más elementales verdades del corazón (haciendo giros toscos de personajes) y en una narrativa "entretenida", que no resuelve nada del meollo de la cuestión. Quizá el meollo lo desplace a la siguiente trilogía (El profeta blanco), pero yo no gastaré más tiempo en indagar.


miércoles, 10 de julio de 2019

Fragmento "Sobre los deberes" de Marco Tulio Cicerón


No hay género de injusticia peor que la de quienes en el preciso momento en que están engañando simulan ser hombres de bien. 
(I, 13, 41)

jueves, 4 de julio de 2019

Frases ilustres de Aurelio Agustín en "Las confesiones"

"Tú has ordenado, y así es, que todo ánimo desordenado sea castigo en sí mismo" (I, 12)

"Hay, pues, algún dolor que merece aprobación, ninguno que merezca ser amado" (III, 2, 4)

"Tú eres grande, Señor, y miras las cosas humildes, y conoces de lejos las elevadas, y no te acercas sino a los contritos de corazón, ni serás hallado de los soberbios, aunque con pericia cuenten las estrellas del cielo y arenas del mar y midan las regiones del cielo e investiguen el curso de los astros" (V, 3, 3)

"El que es fiel en lo poco, también lo es en lo mucho" ( VI, 10, 16)

"Muchas veces los amigos nos pervierten adulando, así como los enemigos nos corrigen insultando" (IX, 8, 18)

"Por la continencia, en efecto, somos juntados y reducidos a la unidad, de la que nos habíamos apartado, derramándonos en muchas cosas. Porque menos te ama quien ama algo contigo y no lo ama por ti" (X, 29, 40)