sábado, 30 de junio de 2018

"La consolación de la filosofía" de Boecio

   

    Los últimos tiempos del imperio vinieron acompañado de todo aquello que es nefasto: la inseguridad, la impunidad y la salvajez eran la compañía habitual de todos los habitantes de la península itálica. Depuesto el último emperador de Roma (478 d. C.), Rómulo Augústulo, se pone fin a las glorias de la Roma imperial. La enseña romana sólo campea con libertad en Bizancio, pero esta deberá aguardar a su propio ejecutor. En  el oeste, los bárbaros se adueñan y reparten lo poco que queda del imperio romano de occidente. Dos años después de que Rómulo Augústulo fuera depuesto por Odoacro nace un ilustre hombre en Roma. Anicio Manlio Severino Torcuato Boecio fue su nombre, y provenía de una antigua estirpe patricia romana. 

   En los cambiantes tiempos que acechaban a los italianos, Boecio crecería sobre un estado cadavérico, que guardaba las instituciones y cargos del extinto imperio, pero que se hallaba sojuzgado a fuerza bárbara. Aun con esto, hubo cierta integración entre romanos antiguos y godos, y durante un tiempo el patriciado pudo seguir desempeñando ciertas funciones en la política. Boecio, como miembro de un clan antiguo, desempeñó importantes cargos  pasados sus años mozos. Y no sólo destacó por mostrar habilidad política, resolución diplomática y decisión firme, sino que también fue hombre de letras: ambicionó el gran proyecto de poner a salvo la cultura antigua. 

   En los tiempos que corrían, no sólo el mundo político y social se hallaba carcomido, también el cultural. Los romanos ya no eran tan cultos como antes: los centros de cultura se apagaban en el occidente, y hasta conocer el griego, signo de distinción compartido por toda persona culta en el mundo antiguo, comenzaba a verse como algo extraordinario. En este contexto compuso en 507 De institutione arithmetica, De instituone musica, De institutione geometrica y De institutione astronomica. Allí guardó de modo coherente los avances en matemática, música, geometría y astronomía que había alcanzada la Antigüedad. Esto no era suficiente a su parecer, y no tardó mucho en embarcarse en un proyecto mayor. Concibió la idea de verter a lengua latina todas las obras de Platón y Aristóteles. En 512-514 tradujo y comentó  el De interpretatione de Aristóteles, así como Analitica priora, De divisione y otros cuantos tratados. No se acercó únicamente a las ciencias y la filosofía, pues escribió, y no poco, sobre teología: Liber contra Eutychen et Nestorium, De trinitate, De fide catholica. Esta abundante producción y brillante carrera se truncaría por asuntos de política exterior: los bárbaros y el Imperio Romano de Oriente se hallaban en recelo el uno con el otro y, así, el Senado de patricios en Roma  se hallaba bajo la sospecha del rey bárbaro, Teodorico. Las envidias a la brillantez de Boecio por parte de los filo-godos se trocaron en acusación. Era el precio a pagar por haber desmontando acusaciones contra el Senado romano en 523. Un año después es encarcelado en Pavía y, tras pocos meses, condenado a muerte. 

   En los meses en que sufrió reclusión, en Boecio no dejó su imaginación de alumbrar tareas en que ocuparse. Y así, entre las paredes de su celda, con papeles que probablemente sus amigos le pasaban de hurtadillas, confeccionó una obra gloriosa: La consolación de la filosofía. En sus páginas se pregunta cómo es posible que el orden imperturbable que se da en las estrellas y en el conocimiento no se de en el mundo humano. ¿Por qué la racionalidad que uno encuentra en la matemática no puede hallarse en la política? ¿Por qué las bajas pasiones, la avaricia y la envidia se enseñorean de todo gobierno?Acongojado por la muerte que ya sospecha, se abandona al llanto, momento en que la Filosofía se personifica con figura femenina ante él. Erguida y digna, le increpa que no se deje vencer por las circunstancias. Comienza un libro compuesto de cinco grandes partes  en las que se habla de todo: de la suerte, de la desgracia, de bellacos y justos, del orden humano, del divino, de los planetas, de los pecados, del destino y finalidad del hombre... Hay toda una cosmovisión caldeando cada una de las líneas del texto, que se reparte entre las más agudas líneas y los más bellos y  misteriosos versos, pues la obra combina tanto el poema como la prosa. 

   Expuesto el orden celeste y el humano, habiendo visto cómo la mano benévola de una fuerza mayor ya ha dispuesto todo para un bien mayor, Boecio se cura de llantos y lágrimas. La Filosofía ha conseguido calmarlo, hacerle ver que él se halla en lo cierto y que, aunque él se vea desfavorecido por la Fortuna, sus cambios responden a un cierto orden, que nunca es ciego:
"De hecho está en vuestras manos la posibilidad de dar a la Fortuna la forma que prefiráis: cada vez que la Fortuna parece adversa, si no tiene la función de poner a prueba o la de corregir, tiene la función de castigar" 
                                                                        (La consolación de la filosofía, IV 6 7) 
   Por su original mezcla de ideas, de halo platónico atemperado por estoicismo, el escrito sobrevivió, y aun llegó a ser el texto más leído (tras de la Biblia) en el Medievo. Todavía en el Renacimiento cosechaba éxitos, pues la belleza del texto fue cara a los humanistas, avaros de sententia aurea (frases ilustres que se remiten a alguna figura reputada) con los que decorar sus misivas y escritos. Hoy todavía es un texto de gran valor, aunque ciertamente técnico. Precisa de cierta familiaridad con el campo filosófico, pero que eso no nos lleve a asustarnos, porque si, invadidos por un miedo inicial, nos alejamos del libro, perderemos una rica y dulce fuente de literatura sapiencial. Para acceder a sus mieles tenemos las útiles indicaciones de Leonor Pérez Gómez en edición de Akal, con extenso prólogo y amplias y útiles notas que sirven de asidero, para evitar el vértigo que provocan las referencias lejanas al lector moderno.


sábado, 5 de mayo de 2018

"León el africano" de Amin Maalouf


"Durante el resto del viaje, me contaron las historias más extravagantes acerca de estos gigantescos lagartos que son el terror del alto Egipto. Parece ser que en tiempos de los faraones y, luego, de los romanos, e incluso en los comienzos de la conquista musulmana, los cocodrilos hacían pocos estragos. Pero en el siglo tercero de la hégira aconteció un hecho de lo más extraño: en una gruta próxima a Manfalut hallaron una estatua de plomo que representaba a uno de esos animales de tamaño natural, cubierta de inscripciones faraónicas. Considerando que se trataba de un ídolo impío, el gobernador de Egipto en aquella época, un tal Ibn-Tulún, ordenó que los destruyeran. De la noche a la mañana, los cocodrilos se enfurecieron y comenzaron a atacar de forma odiosa a los hombres, sembrando el terror y la muerte. Entonces se comprendió que la estatua se había creado bajo determinadas conjunciones astrales para domar a aquellos animales"
                                                                                                   (León el africano, pág. 220)

   De viajes y caminos hablé en mi última entrada en este blog y, vuelvo aquí, a caer presa de un viaje. No es una meditación sobre el mismo hecho de viajar o caminar, sino más bien de una aventura concreta lo que traigo a colación hoy. León el africano es con toda claridad una novela que presenta a un viajero, un homo viator (desprendiendo tal categoría del sentido escatológico usual).

   Hasán, hijo de Mohamed el alamín, es el personaje que protagoniza la novela que nos ocupa. Nacido en el decadente reino de Granada, donde todavía se descubre  una mota de esplendor, que pronto barren las muy católicas Castilla y Aragón. Tal escenario le toca en premio de nacimiento a Hasán quien ve, antes de esta decadencia, la vida normal de familiares y vecinos. Se cría y forma en las costumbres musulmanas, y nos cuenta con todo lujo de detalles muchos rasgos de la cultura granadina llamada a extinción. Su padre, persona de cierta importancia en el reino musulmán, le garantiza estabilidad y prestigio. Mas con el avance de las tropas católicas vendrá a ponerse fin a su apacible existencia. Boabdil, el último rey moro en la península, firma la paz para proteger a sus gentes de la devastación y para asegurarse cierto bienestar. La puerta por la que sale Boabdil será cerrada y, junto a esta, se sella el final de la presencia musulmana en la península. Las tornas cambian, las campanas arrancadas de Santiago por Almanzor son por fin honradas con la venganza.  No se mata a ningún musulmán, pero sí se les presiona para cambiar de credo o marcharse. La familia debe huir o resignarse a cambiar sus creencias.Y así es como se inician las jornadas de Hasán, que pasa con su familia al norte de África.

   Alcanzada la nueva tierra, nuevas desventuras parecen amenazarlos, pero la familia las salva como mejor puede y, poco a poco, nos surge un tremendo afecto por la mayoría de los personajes. Simpaticé de forma especial con el padre, alicaído cuando se le arranca una de sus mujeres, de origen cristiano. Por ella sacrificará honra, dinero y casi la familia junto a sus vidas. Pero eso mejor lo dejo para quien lea a Maalouf. Hasán con el tiempo se convierte en comerciante, y muy rico por cierto. La fortuna le acompaña como a todos: de modo pasajero. Tan pronto le da como le quita. Así en Tombuctú, en Egipto y hasta en Roma. Sí, este personaje, que existió en realidad, fue raptado y llevado a Roma. El Papa de los Médici (León X, si la memoria no me ha de fallar) le acoge con cariño. En la Roma del lujo y la extravagancia, un musulmán que hable latín y al que se le instruye en las escrituras y el hebreo no es una extravagancia más, sino un artilugio que, por raro, es más digno de mostrar que el oro engastado. Precisamente, por esa generosidad, Roma es sospechosa: de Alemania llegan las homilías de la Reforma, cantos de sirena que matarán por un siglo a todos los hombres y mujeres que las escuchen. La novela terminar precisamente con este plantel: una cristiandad agresiva, dividida y con Roma saqueada (el saco de Roma de 1527).

Saco de Roma

   Es seductor pensar que dicho momento es escogido de modo significativo: una vez visto el refinamiento de las sociedades musulmanas, bastante tolerantes y cultivadas que, sin embargo, son acosadas (el avance de Portugal hacia el sur, la toma de poblaciones en el norte de África por manos castellanas...), uno choca con el mundo católico al borde del abismo. Es como si se quisiera mostrar que unos no eran tan incultos como se dice y que en otros, mejor considerados, florece la barbarie en el seno de una de las épocas más mitificadas de Europa: el Renacimiento. Cuando alguien escucha la palabra "Renacimiento" piensa en esculturas, edificios y en Italia, pero no en Lutero y en la sangre que bautiza dicho período. Con esta carta, Maalouf se nota que quiere mostrar ciertos valores cosmopolitas: la salvajez o el refinamiento no son patrimonio de un pueblo; más bien estos se reparten en fortuna en el péndulo de la historia, cayendo ora aquí ora allí. Algo de ese cosmopolitismo nos es entregado en las primeras líneas de la novela: "(...) me llaman hoy el Africano, pero ni de África, ni de Europa, ni de Arabia soy. Me llaman también el Granadino, el Fesí, el Zayyati, pero no procedo de ningún país, de ninguna ciudad, de ninguna tribu. Soy hijo del camino, caravana es mi patria y mi vida la más inesperada travesía". ¿Cómo no recordar  a Marco Aurelio?
"Mi ciudad y mi patria, en tanto que Antonino, es Roma, pero en tanto que hombre, el mundo"
                                                                                                             (Meditaciones, VI, 44)

   Esto que decimos es comprensible si tenemos en cuenta los orígenes de Maalouf, mezcla de sangres muy variadas (padre libanés y madre francófona). Ya parece que dio muestras de  intentar tender puentes entre culturas con un ensayo, que solo he mirado por encima, Las cruzadas vistas por los árabes (1983).

    Es mejor que no discurramos más sobre esta novela para respetar a quien se acerque al libro. Baste decir que vale la pena. Maalouf ha hecho un ejercicio literario de interés, revestido de tono poético muy adecuado. Genera un encanto que hace de su lectura una delicia.


domingo, 8 de abril de 2018

"Elogio del caminar" de David Le Breton


   ¿Puede ser el caminar un tema digno del pensar?¿Un tronco que, arrojado al fuego de la mente produzca una gran y aguda llama iluminadora? En un principio diría que no, pero fíjate que la vida, y sobre todo los libros, le hacen a uno tener que cambiar, y pensar cosas que antes no hubiera imaginado. El Elogio del caminar, un libro breve de un francés, me ha hecho disfrutar de una reflexión. Corto y de buena factura, este libro nos dirige a expandir nuestra indagación a un fenómeno aparentemente anodino como el del andar. ¿Qué se puede decir de esta actividad tan modesta que, por corriente, resulta invisible a nuestra atención? Breton maneja varios referentes para guiarse a sí mismo y al lector en la senda que trazan sus líneas y palabras. Una senda que apunta al caminar como un espacio de interrupciones. 

   Caminar implica no cumplir acto social alguno, pues nos encontramos en contacto con la naturaleza, donde no rigen las normas de la familia, de la amistad o del trabajo. En ese estar en naturaleza hacemos, además, una actividad sin finalidad productiva y, generalmente, silenciosa. Estas tres condiciones dan al caminar la dignidad de espacio distinto al resto que habitamos en nuestras actividades cotidianas. Se presenta en ocasiones, por estas mismas características, como espacio de resistencia. Frente a un mundo del producir para tirar, del estar constantemente en una rueda de formación, de una inflacción de la actividad y de la presencia constante del ruido, caminar se presenta como  un refugio.

"El único silencio -provisional- que conocen nuestras sociedades es el de la avería, el fallo de la máquina, el fin de la transmisión; es un cese temporal de la tecnicidad más que la urgencia de una interioridad."
                                                                                                  (Elogio del caminar, p.53)

   Breton presenta el hecho de caminar como una granada, discurriendo sobre cada uno de sus elementos: de las heridas que conlleva el viaje, de la compañía (animal o humana), del petate que llevamos a cuestas, de la lucha contra los elementos y, así, va desgranando esa granada que se nos figura el andar. Entre los elementos que trae a colación hallamos la vida de aventureros que caminaron por vastas regiones del planeta; genuinos viajeros, de los que llevaban el trotar en la sangre y las venas. Álvar Núñez Cabeza de Vaca es el caso que más me llamó la atención. Pero no solo de vidas se nutre el autor, también entabla un libre diálogo con muchos escritores que hablaban sobre el tema que nos ocupa. Henry David Thoreau ocupa un lugar central en este punto y las referencias a él atraviesan todo el libro, de principio a fin.

   Todo esto lo hace con la convicción de que andar es una condición crucial: no sólo es un apartarse de lo cotidiano ruidoso, es también algo que nos cambia. Se dice sobre eso que "(...) la alquimia de la ruta lleva a cabo su eterna tarea de transformar al hombre, de volver a encauzarlo en el camino de su vida." (p. 159).La imagen del peregrino, yendo a lugares sagrados, sea Santiago o Jerusalén, son los cosas más notables de andar en este sentido transformador.

   A pesar de resultarme todo muy interesante, no he podido evitar pensar un par de objeciones. La primera es si podemos concebir andar como un acto tan apartado de nuestros protocolos habituales. ¿No está más de moda que nunca andar con el fin y la intencionalidad no de disfrutar sino de adelgazar? ¿No podemos decir que esa actividad que nos acompaña desde que bajamos de los árboles ha sido fagocitada por la industria del deporte y, con ello, se ha adueñado de dicha actividad?¿Y acaso esa apropiación, de la que participan con el fin de adelgazar, no repercute a la hora de potenciar otras rutinas (quien hace ejercicio es más productivo en su trabajo pero además es que vive más tiempo para desempeñar ese mismo trabajo)? A propósito de esa objeción me surge la segunda: en una determinada parte (pp. 89-91) desliga pasear del caminar, diciendo de la primera que es inferior en categoría a la segunda.

"El paseo es una forma menor -y sin embargo esencial- del caminar. Rito personal, practicado sin cesar, ya sea de manera regular o al azar de las circunstancias, en soledad o en compañía, el paseo es una invitación tranquila a la relajación y a la palabra, al vagabundeo sin objetivo preciso, a retomar el aliento (...)" 
                                                                                              (Elogio del caminar, p. 89)

   ¿No resultará que, por ser una actividad libre de objetivo alguno merece más y mejor elogio que el caminar, inserto este en una industria que potencia nuestras inercias en las cadenas de producción donde producimos (sean bienes materiales o sean culturales)? Estas, sucitamente expresadas, son las dos cuestiones que pondría sobre la mesa como elemento de debate con el autor.

    Aquello lo digo desde un gran respeto y admiración por el libro, que es portentoso en su prosa, muy cuidado. Mi conocimiento y disfrute del Elogio del caminar lo debo a un buen amigo, uno que práctica una vida salvaje, uno con el que merece la pena si no pasear al menos caminar, pues siempre tiene alguna recomendación o idea de interés. A él le agradezco que me recomendara y regalara este libro.

viernes, 30 de marzo de 2018

"He aquí el hombre" de Michael Moorcock


   Karl Glogauer percibe una temperatura anormalmente alta. La caída es inminente. Siente el choque contra el suelo y la mala fortuna de su cuerpo. Músculo, huesos y sangre se dan en unión para causarle dolor.  Gloglauer ha viajado en una máquina del tiempo a un pasado remoto. Nada menos que a la Palestina de los tiempos de Jesucristo. Lo hace movido por una fijación: encontrar al personaje histórico de Jesús de Nazaret. Así es como se inicia esta novela de Michael Moorcock, el mítico creador de Elric de Melnibone.

   A partir de aquel punto de arranque la pequeña novela de Moorcock maneja dos momentos entrelazados. El presente en Palestina de su personaje y una línea temporal del pasado, que nos informa de la infancia de Glogaeur, de su crecimiento, traumas, peripecias y de sus obsesiones. Particularmente se da acento a las obsesiones. Estas atraviesan toda la obra y son las que le dan sentido. Principalmente se centran en la manera en que los demás contribuyen a crearnos a nosotros mismos: lo que ellos ven en nosotros y esperan, nos obliga de algún modo a responder. Así, se plantea en la juventud y en la incipiente madurez de Glogauer la dificultad de no querer amoldarse a lo que se proyecta sobre nosotros, de ser sujeto sin los otros. 

Con Gerard era serio, intenso, inteligente. Con Johny era superior, burlón. Con algunos era tranquilo. Con otros, ruidoso. En compañía de estúpido era tan feliz como un estúpido. En compañía de aquellos a quienes admiraba, se sentía complacido si podía parecer astuto. 
-¿Por qué soy todas esas cosas a todos los hombres, Gerard? Simplemente no estoy seguro de quién soy. ¿Cuál de todas esas personas soy realmente, Gerard? ¿Qué es lo que está mal en mí?                                                                                                                                                                                         (He aquí el hombre, p.81)
   Dicha preocupación se trufa en toda la novela con flecos y coletazos que hacen referencia a Jung. Glogauer es huérfano doble: de padre biológico y espiritual. Junto a la honda presencia de la madre, su protección y una infancia poblada de maltratos, el cuadro que se muestra es propicio para que algunos saquen el cigarro y empiecen a crear churros dialécticos de procedencia psicoanalítica. El conjunto es algo inconsistente, pero consigue dibujar una psicología tormentosa del personaje que lo hace cautivador. Lo suficiente para interesarnos. 

   Junto al olor de temas emparentados a la new wave, se respira otro más perturbador: la puesta en cuestión del relato cristiano acerca de la vida y gestas de Jesús. El personaje principal, nada más encontrarlo, se sorprende, y la sorpresa da paso a la náusea y la huida. El molde de la historia es un jarrón tan frágil que, con solo una visita a una casa, se rompe y fragmenta. Ese es el embiste más directo de Moorcock, el más provocador. El otro, que hace flaco favor a la novela, son discusiones que pretenden altos vuelos acerca de lo que el cristianismo es. El resultado ahí es más bien pobre.

   Con estos elementos Moorcok probó suerte en el género de la ciencia ficción. Género en el que, por lo poco que se, escribió más bien poco. Es una ciencia ficción religiosa, provocativa y muy interesante. Sus 49 años no han disminuido su atractivo. Es una novela de elemento más bien reducidos, pero muy bien medidos. Todo está dispuesto de modo convincente, y más de una vez nos sorprende con potentes imágenes. Alguna cosa falla, como el aspecto del viaje en el tiempo, suceso narrado para salvar la coherencia de la historia, pero que está solventado de manera muy ligera, casi improvisada, para salir del paso. A excepción de eso, estamos ante un potaje de ideas interesantes. Un Moorcock poco usual.

   Pese a lo que pueda parecer no he escogido este libro adrede para estas fechas. Estaba en la pila y sin saber muy bien de qué trataba lo empecé. En dos tardes absorbí su amargo licor. Y, de hecho, me llevó a indagar ciertas cuestiones, pues estas cosas me interesan, dando con una interesante conferencia. La pongo para aquellos que, después de leída la novela (o antes) busquen material sólido sobre la materia.


sábado, 24 de marzo de 2018

"Paladín" de C. J. Cherry



   Normalmente no tengo problemas para poner bajo una categoría una novela. Siempre hay excepciones, claro, y unas son más ambiguas que otras. Paladín de Cherryh pareció escribirse para poner a prueba al lector de fantasía y casi diría poner a prueba a cualquier lector. Esta escritora ambienta siempre sus mundos dentro del género fantástico y de la ciencia ficción. Es por eso que, cuando uno abre su libro y ve un mapa, sonríe pensando "una novelita de fantasía". Pues no. Esta novela no tiene nada de fantástico. Sí que tiene mucho de imaginario, pues inventa un mundo antiguo que podríamos decir que se corresponde con la antigua China. El nombre oriental de los lugares, la descripción de la figura del emperador (como unión entre el cielo y la tierra) o el carácter que intenta imprimir en algún personaje, nos ponen sobre la pista. Escrita originalmente en el 88, la novela pretende conseguir aliciente gracias al oriente, tan de moda en la segunda mitad del siglo pasado y que todavía persiste. He leído todas sus páginas en la edición de Círculo de lectores, edición de portada horrible, y no hay ni un solo elemento de fantasía.

   La historia comienza cuando una joven, de nombre Taizu, busca la instrucción de un caballero de armas para devolver golpe por golpe. Es el típico personaje atormentado por un pasado doloroso. El hombre al que acude, Shaukendar, es un antiguo caballero de corte que, por distintas intrigas, acaba desterrado en los confines del imperio. No contaré más de su pasado, que también cae en la típica historia del remordimiento por lo no hecho.

   Aquellos dos personajes ocupan toda la narración, y aseguro que por ellos es tormentosa la novela. Tormentosa porque uno se cansa muy rápido de Taizu. Con ella Cherry parece intentar mostrar un personaje femenino fuerte, habilidoso, pero es todo lo contrario: es un saco de dramas que requiere de la ayuda del varón fuerte para afrentar la dificultad  interna (sus traumas) y externa (su venganza). En cuanto a Shaukendar cambia un poco más la cosa, aunque no os emocionéis. Su atractivo reside en que tiene más registros y, por ello, tiene más cartas que jugar en la novela. No por eso se empatiza con él (a veces parece un pervertido con algún golpe ocasional de gracia), pero en general cae más simpático y queda como un bonachón, regruñón, dispuesto a defender causas nobles.

   Con este plantel tan poco animado Cherryh gasta generosamente la mitad de la novela en el entrenamiento de Taizu. Una cuarta parte se dedica a viajes y, tan solo en la última parte, despunta algo, no mucho, la narración. El estilo va parejo al nivel general de la novela y su mayor virtud es no despuntar. Es una novela que  se salva de la caída por poco. Digna, pero nada más. Desde luego no merecedora de una relectura.


domingo, 4 de marzo de 2018

"Argonáuticas" de Apolonio de Rodas


   Enfrascado en lecturas de mucho seso, me vi empujado a leer uno de mis pasatiempos, una novela de Roger Zelazny. Se titulaba Tú, el inmortal y, como los caminos de la lectura son misteriosos, unas pocas analogías con los argonautas me dirigieron como una flecha hacia el texto de Apolonio de Rodas. Llevaba ya tiempo olvidado y reclamaba mi atención. Una deuda ha sido saldada.

    En mi recuerdo no perdura con mucha alegría la lectura de la Ilíada. En mejores términos quedamos la Odisea y yo. Pero mi lectura de ellas en mi juventud me hizo temer la poesía épica griega. Nunca quedaron enmarcadas en mi recuerdo como lecturas de descanso. Al contrario: el lenguaje arcaico, los dioses que no conocía y las notas que cortaban constantemente mi lectura, provocaron que las considerase lecturas arduas. Al comenzar a leer este poema, el de Apolonio, me di cuenta de que el tono era distinto. Se notaba un aire diferente en su sooridad. No en vano varios siglos distancian un autor del período helenístico (Apolonio) de otro del que se duda hasta que haya existido (Homero). Un espíritu todavía mítico, de aurora imperecederamente ancestral envuelve todo. Y, sin embargo, se palpa que el mundo inicia su desapego de los olímpicos. Entre hazaña y hazaña se deja caer alguna historia sobre el origen de esta o aquella ciudad, casi siempre fundada por algún héroe o algún dios que reposa de sus devaneos olímpicos. Así, se dispone del capítulo antecedente de Heródoto, del descubrimiento de los pueblos, el auge del comercio, el conocimiento de nuevas y más grandes tierras en las que los Dioses no se encuentran. Los hombres conocen el origen divino de sus tierras, pero en estas ya no habitan los dioses, que ni favorecen a sus favoritos, ni tan siquiera urden planes contra los que los agravian. 

    Pero antes de seguir estos derroteros sería mejor que hablara un poco de qué se trata en el poema. La fama de la mitología griega, alguna que otra adaptación cinematográfica de éxito (Jasón y los argonautas, 1963) e incluso alguna novela de reciente creación (El vellocino de oro de Robert Graves) me han llevado al error de no aludir la preocupación y dedicación de los versos de Apolonio, escritos a lo largo de toda su vida (295 a.C.-215 a.C.).

   El ciclo mítico tiene inicio con el temor del tío de Jasón, Pelias, a ser destronado. La sibila, con sus mensajes cifrados, le advirtió que se guardara de un hombre de porte que se presentara ante él sin sandalia, pues ese hombre sería quien le destronaría. Jasón perdió una sandalia antes de presentarse ante su tío un día y, alarmado aquel por lo que le dijeron los auspicios de Apolo, no dudó en mandar a su sobrino a una misión de la que no pudiera retornar. Pelias le encarga a Jasón que busque el vellocino de oro, allende las tierras conocidas por los griegos. Resignado, Jasón recoge el guante del desafío, y reúne una tropa de poderosos héroes con los que acometer la hazaña. Forman parte de la expedición Heracles y Orfeo, pero también otros personajes de fuerza y prestancia semidivina. En la nave llamada Argo partieron del puerto de Yolco, con los vientos soplando hacia el este. La tropa de héroes sufren varias escalas y encuentros con dioses hasta llegar a la Cólquide, tierra donde impera la ley de Eetes, que tiene en su poder el vellocino.

   A grandes rasgos esta parte es la más conocida del mito, y quizá, lo sea menos la que continúa: el regreso. Conseguido el vellocino, los héroes griegos quieren volver a sus tierras y haciendas. Pero el camino no será fácil. Como descubre el lector interesado, Jasón y sus amigos se ven empujados a la huida de las huestes de Eetes, que teniendo mal perder, dispone de su hijo y tropas para la captura de los argonautas. Lo que les espera es un largo rodeo, en el que pasarán por el Danubio hasta llegar al Adriático, desembarcando en el Po, trabando conocimiento con Ligures y, desde los márgenes del Ródano, embarcar de nuevo para pasar el estrecho entre Italia y Sicilia, sufrir desgracias en Libia y volver a viajar en dirección a Grecia.

   Apolonio divide toda la aventura en cuatro cantos. Los dos primeros los protagoniza la ida desde Yolco a las tierras de Eetes. El III se ocupa del amor entre Jasón y Medea y, el cuarto, es dedicado a todo el viaje de vuelta (más bien de extravíos fantásticos). El inicio es abrupto, qué duda cabe, cuando apenas se nos dice algo de las acciones y motivos precedentes al encargo de Pelias a Jasón. Además, una vez iniciados los preparativos del viaje, nos veremos sometidos a un pesado catálogo de héroes y líneas genealógicas (no tan extensa como el de la Ilíada). Pasada la apertura abrupta y el mencionado catálogo, todo fluye tranquilamente hasta su final, dejando ricas imágenes de magia, dioses y hechos fantásticos. Sentimos el fulgor de la forja de Vulcano en la cima de los montes, atareado con sus metales y fuegos, mientras los argonautas pasan el estrecho entre Italia y Sicilia, empujados por toda suerte de seres marinos que comparten linaje con los dioses. O, también, somos espectadores de cómo Medea hiere al gigante Talos, contra el que el valor y las armas de los argonautas poco pueden. Como dije, el poema está cargado de potentes imágenes que no han perdido ápice de su fulgor pasado.

    Pero, a pesar de esa fuerza mitológica, se notan las inflexiones y cambios con respecto de la épica antigua, de lo que nos pone en aviso el traductor y prologuista Mariano Valverde Sánchez. Mariano Sánchez pone a la vista, en las algo menos de 80 páginas de introducción, las diferencias que se dan entre un momento y otro. Eso sí, mejor es dejarle en paz a él y a su introducción hasta después de haber leído el poema. Si no, el factor de novedad se perderá por completo, pues su análisis es minucioso. Este lector que escribe, avisado de estas cosas, procedió primero con el poema. Su docta introducción nos advierte: Apolonio arrastra el pasado glorioso a la mundana realidad de un griego helenístico; pero nosotros, los lectores no doctos, nos podemos dejar arrastrar, descuidados de precisiones, por las corrientes de la poesía de Apolonio, que nos parece tan mítica como solo las antiguas leyendas podían serlo.

miércoles, 17 de enero de 2018

El compás y el príncipe: ciencia y corte en la España moderna


    Resulta común el pensar la historia como progreso. Nuestros instrumentos, máquinas e ingenios son más productivos, eficientes, pequeños y manejables. Nuestra capacidad para alterar la materia y darle cualquier forma no puede hallar comparación con ningún punto del pasado. Es por esto que algunos han entendido el progreso que se ha dado en nuestro sometimiento de la materia y el mundo como algo que podía exportarse al campo de las ideas. Exportado al campo de la historia de la ciencia, por ejemplo, produjo un relato patentado en la ilustración. Tal relato dice lo siguiente: que la historia de la ciencia es una historia de descartes, que elimina lo erróneo y falso, las creencias y los mitos. Expurgado el conocimiento de quimeras, se encuentran los frutos, los avances. Así, la historia del hombre es una crónica de progreso. La historia se puede dibujar, y basta con una sola línea ascendente, que ejemplifica nuestros logros.

   Tal concepción fue dinamitada hace ya un par de décadas por obras como la de Khun (La estructura de las revoluciones científicas), que generaron una avalancha de estudios desde muchas perspectivas que cuestionaban tal relato. El libro de El compás y el príncipe, es deudor de esas intuiciones y su propósito es claro desde las primeras páginas. Javier Moscoso, uno de los autores de este tomo, despliega en algunas de las primeras páginas el haz de nombres y teorías que han envuelto el debate de la historia de la ciencia y, lo que he apuntado arriba, lo muestra, lo explica y desmonta con absoluta maestría. Nos revela entonces que el primer y principal propósito de la suma de contribuciones de esta recopilación giran en torno a una idea: que el saber no está desligado de ciertos lugares. Las ideas no flotan y se transmiten. Por el contrario, requieren de resortes institucionales, de lugares en los que desarrollarse. Estos pueden ser los conventos o las universidades, pero sitúa como centro de gravedad del saber en la modernidad uno muy concreto: la corte. A esa entidad etérea que se plasma en magnos y áureos salones pertenece la necesidad del desarrollo de saberes que antes no lo eran.

     Aquello va de la mano con una nueva circunstancia, que hace que el desarrollo de ciencias y la corte se liguen y unan con mayor fuerza: los reinos europeos entran en los siglos XVI y XVII en una nueva dimensión. Sus dominios son vastos y eso implica necesidades nuevas. Se requieren de hábiles constructores de barcos, de ingenieros, de artilleros, de cartógrafos, cosmógrafos, botánicos, etc. En otras palabras: los imperios europeos requirieron de saberes que hicieran que sus dominios fueran gestionados y ampliados con mayor eficiencia. Eso requería de la creación de instituciones muy concretas, que alentaran las investigaciones en ciertas áreas y que formaran a las futuras generaciones de navegantes, descubridores y científicos.

   España, como primer reino que alcanzó una dimensión global, fue también el primero en precisar toda una nueva serie de saberes que no estaban previstos en el conocimiento corriente de aquellos tiempos. El tomo va cubriendo diversos aspectos: unos relatan las grandes construcciones, los esfuerzos que requirieron y los ingenios que solventaron convertir Madrid, una población de mala e indigna muerte , en centro de un imperio universal; también se tratan de asuntos botánicos, y de cómo la nobleza empleaba sus descubrimientos para enriquecer sus gabinetes de curiosidades y de ese modo generar la impresión de grandeza, de atesorar rarezas que no estaban al alcance de cualquiera; el Escorial, con sus altas torres, y la plaza mayor de Madrid, junto al jardín del Retiro, ocupan no menos espacio en el volumen.

El oído. Brueguel

    El conjunto de aportaciones está compuesta por investigadores del CSIC por lo que, en principio, su calidad es incuestionable. Con todo, he de decir que no todos cumplen con lo previsto. Las aportaciones que componen el volumen se pueden encasillar en tres bloques que yo propongo: 

   - Los que cumplen con lo que se pretende en el objetivo y es su intención cumplirlo.
   - Los que no lo cumplen pero lo intentan.
   - Los que ni lo cumplen ni se lo proponen.

   Afortunadamente, el número del tercer grupo es casi inexistente (casi), el segundo es exiguo y el primero es amplio, por lo que el libro en conjunto se salva y sostiene. Particularmente voy a mencionar aquellas aportaciones que más me han encantado (no digo que seas más rigurosas que el resto): La monarquía hispánica y la ciencia moderna (Juan Pimentel), Las dos dimensiones del espíritu (Jesús Bustamante), El teatro de la corte (Nuria Valverde), Autopsia o la experiencia de lo que se ve por los propios ojos (Jesús Bustamante) y Los cosmógrafos del rey (Mariano Esteban Piñeiro).

   En general me ha resultado absorbente la lectura del libro. De tono didáctico, riguroso y amable. Me he sorprendido subrayando líneas y más líneas, anotando nombres y obras curiosas. Además, la edición es una delicia. Está golosamente ilustrada con imágenes de todo tipo (libros de anatomía, mapas antiguos, dibujos de construcciones...). Un libro para curiosos, que será parte de la colección de pocos, pero que será disfrutado con provecho por aquellos lo tengan y lean.

domingo, 24 de diciembre de 2017

They are billions (game)


   Tengo muy olvidada una sección en este blog. Me refiero a la de videojuegos. Normalmente ya están bien cubiertos de publicidad ciertos juegos, pero el que me ha absorbido estos días parece que todavía no ha tenido excesivo eco en los medios en los que suelen publicitarse las novedades. Con independencia de eso, le quiero dedicar unas líneas. La razón de ello es que me ha resultado un auténtico vicio lo que hoy os traigo: They are billions.

   El juego está desarrollado en suelo patrio (vamos, que es de un equipo español) por la compañía Numantian games. Hasta ahora me resultaba desconocida. Steam, la plataforma virtual en la que se pueden adquirir numerosos juegos, interrumpió un día mi jornada de vicio malsano con el anuncio de este juego. Vi el trailer y lo cierto es que que me pareció una idea interesante. Os dejo el vídeo.


   Como se aprecia es un juego de estrategia que se ambienta en el siglo XIX, pero a ese mismo mundo se transporta un escenario apocalíptico zombie. Normalmente esa catástrofe (la del apocalipsis zombie) siempre se sitúa en nuestra sociedad presente o un poco más avanzada, pero aquí han tenido la genialidad de insertar esto en un período del pasado. A parte de ser innovadores en su concepto también lo han sido con el juego de estrategia que nos brindan: no podemos decir que sea un juego de estrategia en tiempo real porque podemos pausarlo en cualquier momento. Tampoco es un juego en el que vallamos a manejar cientos de unidades al mismo tiempo. Un par de docenas todo lo más. Hay que hacer notar que entremezcla una estrategia que oscila entre lo habitual en Age of empires, Cossaks y un city builder. Es una mezcla explosiva. El nivel de dificultad es realmente cruel. Puedes subir su dificultad hasta un 320% (a mi costó cuatro partidas ganar por vez primera con un 10% de dificultad). 

   No voy a decir que todo sea perfecto. El juego está en pañales. Salió hace apenas alguna semana y el early access no tenía ni siquiera un sistema de guardado. Se autoguardaba en determinados puntos y, creedme, eso era un gran problema: tenías que pensar muy bien donde poner tus defensas. No podías cargar y anticiparte sabiendo qué iba a pasar. Es más realista tal y como lo dispusieron al principio, pero también terriblemente difícil, porque 3 horas de juego pueden desvanecerse en cualquier momento. Una pequeña falla es que actualmente no hay modo de campaña. Esperemos que lo incluyan y, por favor, sin DLCs, que algunos ya estamos cansados de que la industria robe por algo que ya debería estar incluido en el juego. De momento sólo cuenta con cuatro mapas, pero tranquilos, que desbloquear el segunda mapa os llevará tiempo. Yo todavía no lo he conseguido.


   En términos funcionales todo está correcto. No hay fallos ni bugs. Gráficamente hay que decir que se han portado y cumple. Estéticamente no me parece que ofrezca todo lo prometido. Se nos prometía una estética steampunk y aquí me parece que fallan un poco, sobre todo en las unidades. Los edificios en general sí que cumplen bastante bien (aunque podría mejorar). A poco que juguéis podréis decir si os parece así o no.


 

   Con la imágenes que he puesto se ve a simple vista que las unidades podrían formar parte de un sucedáneo de Warhammer 40000. Preferiría algo que, al verlo, a simple vista, pareciera del siglo XIX pero sin serlo, ya que ese es el juego del steampunk. En este punto creo que deberán mejorar. También creo que alguna unidad aérea se echa en falta y esto se podría hacer sin romper con la estética. Un zeppelin, una de las últimas conquistas del siglo victoriano, quedaría muy bien si se alterara un poco. O, si no, siempre se podría echar mano de algún ingenio del s. XVI o XVII que también quedaría genial, como la máquina voladora de Leonardo. 

    Por todo lo demás creo que el juego merece la pena. He tenido que desinstalarlo para poder centrarme en mis estudios estos días prenavideños. Eso, creo yo, habla suficientemente del nivel de adictividad que puede llegar a lograr. El juego puede conseguirse por 30 euros en steam. Hasta que no esté más desarrollado me parece caro. Felicito, sin embargo, a Numantian games por este juego. Espero sinceramente que les sirva para lanzarse al mercado internacional y consigan ganancias. Su propuesta es muy atractiva.



lunes, 11 de diciembre de 2017

Fragmento de "Vivo en lo invisible: nuevos poemas escogidos" escritos por Ray Bradbury

Toca las campanas al revés: abandona las armas de fuego

Recordando a los samuráis que en el siglo
XVI tiraron la pólvora y volvieron a la espada
¡Durante 300 años!

Adiós a las armas de fuego.
Adiós a los disparos al amanecer 
y al traqueteo de los mosquetes por la ciudad.
En este instante, todo se abandona y se tira 
a los ríos, donde esas máquinas de ensueño
se ahogan y desaparecen rápido.
Ceremoniosamente, desde los puentes 
y orillas de los arroyos
se arrojan cuernos de pólvora
que llegan hasta el mar, y con ellos, las fantasías
de los hombres cuyas manos transformarán otra vez
el acero en espadas
y esconderán las guerras por venir.
Que sean katanas, 
dicen los señores samuráis, y se cumple. 
De regreso a las llamas, el acero de ruidosas bocas
experimenta un cambio: renace el filo;
y todos los fantasmas de futuros combates descansan 
y se apartan a un lado durante 300 años o más.
¡Guerra, un paso atrás! Obediente, la guerra 
así la hace. Y la katana ocupa el puesto del arcabuz.
Alcanzaron este logro y no aprendimos su lección.
La escuela samurái responde a los temerarios.
Nosotros, anhelantes, lo vemos viajando en el tiempo,
y deseamos esa ausencia que era su ausencia.
Cogeríamos nuestro armamento y lo perderíamos en las profundidades,
donde duermen las armas de fuego de aquellos hombres
que ordenaron el sueño a las armas. 
¿Podemos hacer lo mismo con los reactores, las bombillas y el fuego?
No, y mil veces no;  imposible.
Sin embargo, nuestras almas agónicas, a media noche 
admiran
cómo los señores feudales en formación
abandonan las armas, el fuego del mosquete
retrocede diez pasos,
y empuñan sus katanas.


Con amor

Para Leonard Bradbury

Mi padre, que no yo, anuda mi corbata.
Una noche hace tiempo, en junio, 
realizaba un intento:
mi primera corbata revuelta sobre el chaleco,
 las manos torpes,
cuando de pronto, entró en escena lo inesperado:
Algo terrible está por suceder.
Mi padre se acercó en silencio
y me observó y se puso detrás de mí.
No mires -dijo-.
Mantente alejado de los espejos.
Que tus dedos aprendan 
cómo se hace.
Su enseñanza perdura. Lo que dijo era cierto.
Con los ojos cerrados,
gracias a su ayuda (arriba, vuelta y abajo)
no se cómo surgió un nudo milagroso.
- No tiene nada -dijo mi padre-.
Ahora tú, hijo. No, con los ojos cerrados.
Y con una última cariñosa y ciega observación
enseñó a mis dedos inútiles
el arte de tejer. Entonces, se marchó.
Bueno, hasta hoy, ¿cómo podría presumir de nudos?
Imposible. 
Invoco a ese fantasma de dulce aroma a tabaco, que se marchó hace tiempo,
para que me ayude.
Y es que lo hace:
en mi cuello su aliento, la fragancia de su último cigarrillo.
La muerte no existe, pues la tarde de ayer
sus dedos fantasmales vinieron y me ayudaron a anudar y enlazar.
Si esto es verdad (¡lo es!), no morirá jamás.
Mi padre, que no yo, anuda mi corbata.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

"La otra sombra de la tierra" Robert Silverberg


   Antologías las hay, y muchas, pero no todas tienen un verdadero aire compendioso. Por lo general son la suma de aportaciones distintas, unidas por el criterio de algún entendido (o de alguien que dice serlo). A veces ese criterio es bueno y otras no tanto. En España tuvimos la suerte de que Martínez Roca rescatara una que llegaba del otro lado del charco. Dicha antología recogía buenos relatos de Robert Silverberg. Principalmente los relatos eran de los años 60 y 70, que dicen algunos que era la época en que este señor mejor escribía. Los relatos en cuestión son: Algo salvaje anda suelto, Ver al hombre invisible, Ismael enamorado, El día en que desapareció el pasado, Hacia la estrella oscura, Los colmillos de los árboles, El poder oculto, La canción que cantó el zombie y Moscas.

   De todos estos relatos no todos tienen la misma calidad, ni la misma elegancia, ni las mismas buenas ideas, pero es que eso es lo normal en toda antología. Sin pretender hablar de todos los relatos, comentaré aquellos que más me han gustado, aunque he de decir que todos, sin excepción, despiden el tufillo propio de Robert Silververg.

   Empezaré con Moscas, el último relato. Aquí vemos a un pobre desgraciado de cuyo designio se han apoderados unos seres que no llegamos a conocer en ningún momento. A través del ser humano al que han enajenado, los seres inspeccionan las sensaciones de los hombres. Están especialmente interesados en el dolor y, atendiendo a este interés, obligan al protagonista a visitar personas importantes de su vida. Las visitas nunca acaban bien.

    Otros relatos adoptan temas más reconocibles para quien haya leído algo de Silverberg. Yo solamente he leído Regreso a Belzagor y Tiempo de cambios, pero con esas dos lecturas me ha bastado para "calar" la similaridad de ciertos relatos con problemas muy propios de sus inquietudes. En esta línea pondría encuadrar sobre todo tres relatos: Algo salvaje anda suelto, Ver al hombre invisible y El día en que desapareció el pasado.

    Algo salvaje anda suelto nos pone en el escenario de unos exploradores que, tras desembarcar en un planeta, transportan sin saberlo un ser inteligente microscópico en su viaje de vuelta. Dicho ser inteligente intenta comunicarse con ellos para decirles que en la Tierra no puede sobrevivir. Cada intento de comunicación se ve frustrado por el hecho de que su comunicación es esencialmente psíquica. El extraterrestre solo puede llevarla a cabo cuando los tripulantes sueñan, porque sólo en ese estado le resulta posible, pero siempre fracasa: los astronautas en vez de recibir sus mensajes razonables tienen terribles pesadillas de seres informes. Así es como Silverberg toca una de sus teclas (al parecer) habituales: la conciencia como un estado de cerrazón, el ego consciente como un estado reducido de todo lo que en realidad somos.

    En El día en que desapareció el pasado vemos rasgos de similitud en su objetivo. Cambia el foco pero con el mimo objetivo. Su dardo se dirige contra la memoria, la función constituyente de la conciencia. El relato recrea la situación hipotética en la que una droga tiene efectos contundentes contra nuestros recuerdos. Quien la toma olvida cosas de su vida presente y pasada. Un rufián se infiltra en el sistema de aguas de una gran ciudad y vierte la droga. Silverberg explora durante medio centenar de páginas las posibilidades de tal hecho y nos recuerda que, en ocasiones
Olvidar es una bendición. (...) Lo que ha sucedido en San Francisco esta semana no significa necesariamente un desastre. Para algunos de nosotros ha sido lo mejor del mundo. (La otra sombra de la Tierra, p. 105)
   Ver al hombre invisible juega con el lector al sumirle en la tristeza que provoca su personaje principal: un hombre que se concibe muy independiente, hasta el punto de creer aborrecer el contacto humano. Por su desprecio a la sociedad es condenado a ser ignorado por esa misma sociedad. El relato es cruelmente desolador. No puede uno no sentirse cercano a este hombre ignorado por todos, salvo por el que lo imagina al leer este magnífico relato.

    Haré una gran injusticia al no dedicar unas líneas a cada uno de los relatos, pero prefiero no ser exhaustivo. El lector de esta reseña puede agradecer llegar virgen, sin contacto previo, a algunos relatos contenidos en esta antología. Yo solo hablo de aquellos que más me han gustado. El último que mencionaré es El poder oculto, relato discreto que, como otros de este autor, destaca más por lo original de su idea que por alarde desarrollos tecnológicos. La historia es la siguiente: los humanos han conseguido por fin tener poderes mentales, al menos el suficiente para manipular objetos. Esta nueva capacidad conlleva más responsabilidades, más control de los propios sujetos sobre sí mismo. Cuando en esta sociedad de telepáticos intuyen que alguien no puede controlar debidamente sus poderes le someten a una prueba: lo envían a algún planeta donde haya sociedades humanas más primitivas, que no tengan dichos poderes. El personaje principal de El poder oculto es enviado nada menos que a un planeta en el que mover objetos con la mente es considerado brujería y quienes lo practican brujos a los que hay que quemar. So pena de muerte, nuestro preocupado protagonista tiene que cohibir sus hábitos telepáticos, incluso los más inofensivos. Este ha sido el relato que más tensión me supo provocar (que no digo que sea el mejor, ojo) con la evocación de un ambiente inquisitorial o quizá de uno de esos pueblos de la América profunda en los que aquel que es diferente se convierte en el centro atención... Y no para bien.

    De esta antología remarco sobre todo las cinco narraciones que he apuntado en las líneas precedentes. Los colmillos de los árboles e Ismael enamorado me dejaron buen sabor de boca. El resto me dejó algo indiferente, sea porque no estaba fino el día que los leí, sea porque no destacan por sí mismos. En una antología de nueve relatos me parecen buenos 7... No tengo que decir, por tanto, que el conjunto es más que satisfactorio, tanto para los que conocemos poco a Silverberg, como para aquellos que no lo conozcan tanto. Para los que han leído mucho a este autor nada tengo que decirles, porque ya saben que este es un buen libro.