lunes, 29 de abril de 2019

Publicaciones



Libros:


- Astrología, medicina y filosofía en Marsilio Ficino.

   El Renacimiento, como periodo histórico, asistió al atípico intento de hermanar filosofía, magia y esoterismo. Capítulo especial de este proceso supone el pensamiento de Marsilio Ficino (1433-1499), el responsable de verter por primera vez en la historia toda la obra de Platón al latín. En partes de su obra pretende una conciliación entre el pensamiento pagano de neoplatónicos como Plotino, Proclo o Jámblico con la cultura cristiana. En dicha labor, la conformación de una astrología médica ha acaparado la minuciosa investigación de muchos eruditos, especialmente en el mundo anglosajón. D. P. Walker, Frances Yates o Brian Copenhaver son solo algunos de los renombrados académicos que han prestado atención a esta materia. El presente trabajo pretende un diálogo un diálogo con algunos de esos autores y apunta a la necesidad de una nueva interpretación.

Se puede adquirir pinchando AQUÍ



Artículos:

- "De gli eroici furori de Giordano Bruno: contra una lectura averroísta". Link AQUÍ
- "La dignidad del hombre en Gianozzo Manetti: entre antiguos y modernos". Link AQUÍ


Reseñas:

- Gianozzo Manetti, On human worth and excellence. Link AQUÍ 

- Fernando Domínguez, Soy de libros trovador: catálogo y guía de las obras de Raimundo Lulio. AQUÍ
- Thoreau, Henry D., Revolucionar cada día: en defensa de una vida sencilla. AQUÍ








sábado, 27 de abril de 2019

"Mis paraísos artificiales" de Francisco Umbral

"En la política, en la profesión, en la vida, en el amor, todos nos hacemos una imagen interior del joven malvado, a los diecisiete años, y los underground adolescentes de hoy no son sino la colectivización y la democratización, debidamente programada por los grandes almacenes y las casas de disco, de un satanismo muy caro a la juventud de todos los tiempos. En nuestro siglo de oro (y de sangre) se iban a los tercios de Flandes. En el romanticismo bebían vinagre o se pegaban un pistoletazo ante el espejo. En los años felices de entreguerras se hundieron en el irracionalismo surrealista y hoy son hippies, beats, underground. Toda juventud necesita una épica, y depende del momento histórico el que esa épica sea política, social, literaria o aventurera." (Mis paraísos artificiales, p. 146)
  La escritura de Francisco Umbral rara vez se entrega a una épica, esa que él dice que es tan necesaria a la ingenuidad de la juventud. Quizá se deba a que creció en un hogar humilde, que no recibió una formación ilustrada, que vio, como muchos, la guerra de cerca y, sobre todo, el hambre. Nadie le regaló nada. La supervivencia mata la infancia y de esa matanza surge una prosa que no se entrega a la metafísica y la imaginería de la moda de turno, sea ideología o sea una tendencia artística. La literatura de Umbral es análoga al enroque en el ajedrez. Tiene que ver con un ensimismamiento, con un encerrarse. La materia literaria de este autor es, casi siempre, él mismo. Muchas veces introduce en la piel de sus personajes a él mismo, pero no es el caso en Mis paraísos artificiales, novela que con tal título hace un guiño a cierta obra de Baudelaire. Con tal nombre alude a los rincones mentales en los que siempre se refugia su mente: el primer libro, un aroma, la primera mujer... Renuncia, pues, a la proverbial Madrid que tanto retrata en sus novelas; renuncia, pues, a desenvolverse en el mundo, porque Madrid fue para él su único mundo: 
"La novela es todo menos invención, contra lo que parece superficialmente. Y no solo se tiene algo que contar, sino que ese algo tiene ya una pátina, un lima, un valor literario que sólo le da el tiempo al vino de la vida. Dice mi querido Delibes que la novela es 'un hombre, una pasión, un paisaje'. A mi me sobran el hombre y la pasión. Me basta con el paisaje." (Ibíd., p.179)
   En algún sentido es así y en algún sentido no es así. Es así porque todas las páginas del volumen recrean paisajes de dulzura y amargor de su mente, pero no es así en tanto que son de un hombre, y de un hombre que escribe con pasión, o con un lirismo que rompe las páginas con su música, que es mejor que la pasión.(¿A cuántos hay que la pasión no les da ni para un párrafo?) Con tal lirismo trueca lo verdadero en falso, y lo falso en verdadero. Así tuerce la palabra este tornero del lenguaje. En su trabajo como escultor de hermosas frases va dosificando una melancolía en muy breves apartados, cada uno tratando de cosa distinta al anterior, todos unidos por una discreta desazón. Es curioso que abandone la vitalidad de sus libros y caiga en un reino de remembranzas tristes con 44 años (la novela se publicó en 1976). Se sabe viejo aunque todavía no era viejo. Pero sabe, con esos cuarenta y tantos, que ya ha perdido la oportunidad de la frescura que aporta la primera vez que se experimenta con cualquier cosa, con cualquier persona, con cualquier idea. Y esa primera vez es lo que casi siempre rememora o, al menos, aquellas cosas a las que siempre podrán volver los ojos de la mente. Y así envuelve un ligero drama toda la obra aunque sepa que no hay espacio a tal cosa:
"Decía el filosofo Jorge Santayana que vivimos dramáticamente en un mundo que no es dramático. Sí, es cierto, porque el drama lo ponemos nosotros, porque la naturaleza se burla, desde su fondo neutro de nuestra agitación febril y peripatética" (Ibíd., p. 136) 
    Pero no todo es belleza melancólica en el libro, pues nos brinda bellas y espléndidas reflexiones. La que trata de la amistad, en el penúltimo apartado, es una gran verdad, por ejemplo. Y no solamente hay pasajes que no son tristes, sino que aun los tristes no están exentos de algún deje umbralesco, de una de sus salidas de tono, que uno imagina con el desparpajo y el cinismo que mostraba en entrevistas y que, si no mueven a la risa, ocasionan la sonrisa.


   También hay partes que no recorren sus paisajes mentales, entre los que destaca una lúcida reflexión sobre el mundo onírico y el surrealismo, que le dio pie a considerar su presente con una luz que no era de su presente, sino del nuestro:
"Espantada de los sueños, la humanidad persigue realidades encarnizadas, crear sistemas, religiones, dogmas, ciudades, leyes, hasta que, abrumada de realidad, se hunde de nuevo en los abismos cálidos del sueño, y de ellos obtiene músicas, luces, secretos, colores, historias, amor. Actualmente, la humanidad quiere dormir. La psicodelia, la droga, el sexo, el arte irracionalista, cierta música, los barbitúricos y el orientalismo no son sino la gran cabezada de una cultura que se ha quedado traspuesta, la siesta del fauno occidental." (Ibíd., p. 119)
   Hablar del desplome de occidente (o de Europa al menos) no tiene mérito en 2019, ni tampoco hablar de su rendición a los hermosos jardines de la mentira (ideologías varias, pseudociencias, orientalismo barato mezclado con esoterismo, etc.). Hacerlo en 1976, en pleno florecimiento de una orgía del dinero y de los fastos de la cultura europea y norteamericana, sí lo tiene. 

   No ofreceré más casos de la lucidez de Umbral, ni más citas de su prosa-lírica iluminada... Sería demasiado larga esta entrada, y acabaría hablando más él que yo, porque él escribe de un modo que a pocos les será dado alcanzar. Todo libro que veo de él lo adquiero, leo y guardo; este libro me reafirma en esa costumbre. Y lo haré con más cariño por saber que Umbral ha ingresado de facto en la nebulosa oscura de un cierto malditismo. Casi nadie lo lee, casi nadie lo menciona, casi nadie lo cita. Desde donde esté seguro que goza este glorioso incógnito, que ha hecho que todavía no se hayan publicado las obras completas de una de las mejoras plumas que este lector ha podido gustar. 

 

viernes, 19 de abril de 2019

"Las extensiones interiores del espacio exterior" de Joseph Campbell


   Acostumbro por estas fechas leer siempre algo relacionado con la religión, ya sea una novela, ya un ensayo; y no del cristianismo necesariamente, sino del fenómeno religioso en general. Si el año pasado le tocó el turno a He aquí el hombre de M. Moorcock, esta vez he escogido un libro de Atalanta. Un ensayo de Joseph Campbell, de nombre prolijo, ha llenado (o más bien vaciado) mis noches. Este autor tiene numerosos títulos que han sido publicados recientemente en la editorial del conde Jacobo Siruela, destacando su libro Diosas y una historia de conjunto de las religiones, que no he leído por el momento, y que guardarán esa condición por la eternidad a causa de lo que me he encontrado en Las extensiones interiores del espacio exterior.

   Joseph Campbell es una ramificación de ciertas líneas de pensamiento de Carl Gustav Jung, al que debe el concepto fundamental de 'inconsciente colectivo'. Cuando el erudito norteamericano vislumbra el fenómeno religioso lo hace a través de dicho concepto, como buen ejemplo da en la recopilación de conferencias que agrupa en este tomo del que hoy hablamos. Su tesis básica es que el ser humano, el conjunto de seres humanos, comparten un inconsciente, del que brota una serie de tendencias, unos impulsos. Tales impulsos son principalmente tres: supervivencia, procreación y poder (capacidad de dominar o matar a otros). De ellos, dice, surgen unas ideas, unas imágenes, que sirven de "fermento" común a las religiones. Y de este modo pretende a lo largo de tres capítulos, que fueron tres conferencias en origen, mostrar el núcleo que comparten todas las religiones. Porque no es casualidad que imágenes, ideas y aun conceptos aparezcan en diversas religiones, muchas de las cuales no tuvieron contacto entre sí.
   
   No por casualidad se menciona a Kant en muchas ocasiones, y no porque Campbell  sea deudor de sus ideas, pero sí que su explicación va a guardar ciertas semejanzas con el proceder kantiano, si no en conceptos, sí en estrategias discursivas. Kant buscó una fundamentación de las ciencias y de la ética a partir de las cosas de abajo, de elementos mundanos. ¿Cuál es, por ejemplo, el fundamento de la ética en Kant? No lo es una entidad externa a la realidad, ni un texto revelado, sino una idea que germina en la conciencia del individuo, que la extiende de sí mismo hacia el resto de la humanidad. A eso le llamó el imperativo categórico el filósofo de Königsberg. De modo similar, Campbell encuentra la razón de la eclosión de las religiones de todo el mundo en algo del orden mundano, es decir, las pulsiones, expresión concreta del inconsciente colectivo. La operación es la misma: se descarta una explicación que contemple un elemento trascendente en aras de explicar algo desde la pura operatoriedad de las cosas presentes. Se sustituye la trascendencia por la inmanencia, en pocas palabras. La extensión de las ideas jungianas que lleva a cabo Campbell no excluyen cierta creatividad, pues es entretenido ver el potencial explicativo de su teoría, que puede dar cuenta de por qué el símbolo de la serpiente aparece en Sumeria, en el Hermes griego, en la China de la dinastía Zou o la Irlanda que dio textos de belleza considerable como el libro de Kells, donde aparece la serpiente ilustrada en bellos colores. Pero ese potencial explicativo es un gigante con pies de barro, pues la exposición se desarrolla sin argumentación o demostración del principio de la teoría. Se dice que las religiones son plasmaciones de tres grandes pulsiones, y que esas pulsiones son formas concretas del inconsciente colectivo, pero no se demuestra argumentativamente esta entidad en ningún momento. Ya Freud, persona comprometida con la verdad , advirtió que necesitaba encontrar un "ahí" para el inconsciente (individual). Si no lo podía señalar en el cuerpo o, al menos, demostrarlo argumentativamente, sabía que toda su teoría ingresaba, de forma inmediata e irreversible, en el oscuro campo de la pseudociencia. De esta sabia intuición no tuvo mucho cuidado Jung, pero Campbell es que ni se la plantea, así que toda su explicación se edifica no desde el sólido cimiento del saber, sino del inestable barro de la pseudociencia.

   Pero aquello no es un problema para que se venda con cierta aceptación este libro, pues tiene los ingredientes perfectos para ser degustado por los paladares modernos. Unas gotitas de estudios culturales (que siempre critican a occidente), un ligero aroma a feminismo (que supongo desarrolla en Diosas, de reciente publicación en el sello atalantino) y unas pocas historietas orientales ofrecen un menú completo para unas generaciones que aman lo ajeno mientras desconocen (u odian) lo propio. El menú es suculento, porque siempre que puede caracteriza a los monoteísmos como religiones donde se ha trastocado las ideas donde predominan figuras femeninas. La selección de platos no tiene desperdicio: del islam casi siempre calla, al judaísmo algo le achaca y la cristiandad siempre es, si no su objeto de ataque, su objeto de mofa. Por supuesto aquí demuestra la misma habilidad argumentativa y base bibliográfica que en lo que comentamos antes, incurriendo en deliciosos errores. A la cristiandad siempre le imputa el entender sus escrituras de modo literal, cayendo en el ridículo en cuestiones como la Creación, la caída del hombre y otros asuntos. A Campbell se le olvidó leer a Aurelio Agustín (San Agustín), un romano del siglo III- IV d. C. que en el libro XII de sus Confesiones advierte que no se puede leer el Génesis, ni otras partes de las Escrituras, de modo literal, inspirado este señor por la escuela alejandrina de Ambrosio de Milán, Orígenes y Atanasio, y que se impondría en la cristiandad. Pero no hacía falta que fuera tan lejos Campbell. Si hubiera leído con atención sólo la Biblia, se habría percatado de que ya San Pablo, en la Carta a los Corintios, interpreta de modo alegórico y  no literal el Éxodo. Qué acertado es para este señor lo que dice un autor publicado en el sello de Atalanta, Nicolás Gómez Dávila:
"Lo que se piensa contra la Iglesia, si no se piensa desde la Iglesia, carece de interés"
    No mejora este libro cuando Campbell recibe el don de la profecía y nos dice que las religiones actuales se hallan en declive, y que tras su derrumbamiento surgirá una religión de alcance global. Lo primero es cierto para algunas (la cristiandad es un ejemplo), pero lo segundo nadie puede saberlo. Esto no sería excesivamente grave si no fuera porque sirve para detectar una cualidad del libro y es que sus páginas se visten de espiritualismo. Esto es religión para personas no religiosas: al vaticinar una nueva religión y mostrar apego al oriente, Campbell deja de mirar las religiones con la vista del entomólogo, que estudia desde la distancia de la ciencia su objeto y se pronuncia desapasionadamente. Están muy bien orquestados todos los elementos de cara a seducir al crédulo moderno, y lo puede seducir tanto más porque la religiosidad vacua que destila Campbell (es vacua porque es una religión no formada, sin elementos doctrinarios, éticos o conceptuales) le exime de compromiso: no tiene que decir cosas embarazosas sobre la natalidad, la promiscuidad, la eugenesia, el comedimiento con la comida o las bebidas o la creecia. Sólo en una cosa debe creer: en el inconsciente colectivo, no demostrado y no demostrable, como lo divino, porque el subconsciente es el sustituto de Dios: es ubicuo, eterno, y sin un "ahí". La guinda del pastel no es que abandone el estudio serio del hecho religioso, sino que la exposición se revuelca impúdicamente con otras pseudociencias, como la  numerología que practica en ocasiones (buen ejemplo se encuentra en las páginas 46-53).  Además, puede descubrir el lector que descuida la terminología y los conceptos:  a Escoto Erígena le llama neoplatónico (p. 108), lo cual es un error como un templo, pues fue un cristiano que simplemente recogió algunos elementos neoplatónicos, como Aurelio Agustín cinco siglos antes o Raimundo Lulio (s. XII) o Nicolás de Cusa (s. XIV). Finaliza este tomo el capítulo III, que es simplemente una serie de ensoñaciones sobre lo que guardan en común el artista y el místico. Un refrito de aire romántico si resumimos, con propiedad, las páginas de dicho capítulo.

   No quiero parecer estar en absoluto desacuerdo con este libro, pues hay alguna cosa en la que sí estoy de acuerdo. En algunas líneas parece echar de menos la comprensión vital que supone el ritualismo. Se dice que la vida que no se ordena en torno a ritos pierde significación, y que los que así vagan lo hacen perdidos y sin orientación. Esto me parece sensato, pero no sé si el autor no se atreve a decir lo que esto significa, ni tampoco si el lector se da cuenta del todo: reclamar una vida explicada en torno a los ritos es decir lo mismo que se ha de luchar contra la secularidad, porque las sociedades  tradicionales anudan con el ritualismo lo divino y lo profano; la secularidad, no hace esto, porque sólo distingue entre lo profano y lo más profano. No hay espacio para lo divino. Pero decir que hay que luchar contra la secularización quitaría encanto a la exposición de Campbell, y levantaría suspicacias, así que insinúa más de lo que dice, pero no dice menos de lo que insinúa.

    Hay objeciones de mayor calado, pero habré de guardármelas, pues esto es una reseña y no una crítica académica. Me limito a no recomendar un libro que, claramente, es un aborto de la inteligencia. Se alimenta de pseudociencias y de ideologías que ornamentan muy bien el libro, haciéndolo atractivo para un público que está infectado, parcial o completamente, por esas ideologías.  El libro no resiste un análisis filosófico o histórico, porque lo que el lector tiene en las manos no es ni antropología, ni etnografía, ni historia, ni filosofía, ni teología ni ninguna de las múltiples disciplinas que ayudan a examinar el hecho religioso. Como dije, un aborto de la inteligencia.




lunes, 15 de abril de 2019

Del lamento fácil y del justificado


La mediocridad llora la piedra calcinada, el museo perdido, pero no la ausencia de la orientación que hace que se construyan maravillas para y del espíritu, porque lo importante no es que se queme un edificio espiritual, sino que una cultura no tenga energías para seguir levantando otros. Cuando esa orientación se pierde lo que se despide no es una construcción, es una civilización. Tiemblen los que pertenecen a ella, porque si las religiones sobreviven a la muerte de las civilizaciones (estas son hijas de aquellas), las civilizaciones no sobreviven a  las religiones, que les dieron vida y en cuyo seno cálido crecieron.



domingo, 31 de marzo de 2019

Frases ilustres de las "Meditaciones" de Marco Aurelio

"Con la afectación del léxico no trates de decorar tu pensamiento"

"Venera la facultad intelectiva. En ella radica todo, porque no se halle jamás en tu guía interior una opinión inconsecuente con la naturaleza y con la disposición del ser racional. Esto, en efecto, garantiza la ausencia de precipitación, la familiaridad con los hombres y la conformidad con los dioses"

"No es la muerte contraria a la condición de un ser inteligente, ni tampoco a la lógica de su constitución"

"Confíate gustosamente a Cloto y déjala tejer la trama con los sucesos que quiera"

"Todo es efímero: el recuerdo y el objeto recordado"

"Si tuvieras simultáneamente una madrastra y una madre, atenderías a aquella, pero con todo las visitas a tu madre serían continuas. Eso tienes tú ahora: el palacio y la filosofía. Así pues, retorna a menudo a ella y en ella reposa; gracias a esta, las cosas de allí te parecen soportables y tu eres soportable entre ellos"

"Cada cosa nació con una misión , así el caballo, la vid. ¿Por qué te asombras? También el sol, dirá: 'He nacido para una función, al igual que los demás dioses'. Y tú, ¿para qué? ¿Para el placer? Mira si es tolerable la idea"

"Muchas veces comete injusticia el que nada hace, no sólo el que hace algo"



viernes, 22 de marzo de 2019

Fragmento de "La leyenda negra" de Julián juderías

   "Si la influencia del sentimiento religioso es grande en nuestros días, si la tolerancia en estas materias suele ser un mito en no pocas ocasiones; si el espiritualismo, como reacción determinada por el materialismo que todo lo invade, se manifiesta no solamente en la literatura, en el arte y en la filosofía, sino en el desarrollo de la teosofía y en la afición a las experiencias espitiritistas, ¿no se da también la superstición en formas propias de la Edad Media? ¿No vemos de continuo en la prensa diaria, y singularmente en las ilustraciones más famosas de la Europa consciente, anuncios en los cuales las echadoras de cartas , los adivinos y los magos prodigiosos ofrecen sus servicios, prometiendo a sus incautos clientes descorrer el velo que oculta lo por venir o disponer este porvenir a gusto de ellos? En las grandes urbes modernas, que no en aldeas miserables, y para uso de gente culta, que no de patanes sin instrucción, existen templos misteriosos en los cuales se practican cultos extraños, no siempre espejos de moralidad."

                                                                                                           (La leyenda negra, p. 416)

jueves, 7 de marzo de 2019

Fragmento de "Crimen y castigo" de Dostoyevski

A propósito de quienes secundaban las ideologías modernas que se infiltraban en Rusia:

   "(...) lo más ofensivo de esto no es que mienten, porque la mentira es siempre perdonable; la mentira es digna de aprecio, ya que conduce a la verdad. Lo ofensivo es que mienten y se arrodillan ante la propia mentira."   



sábado, 23 de febrero de 2019

"Lo que vi en América" de Chesterton

   "El propósito de este libro, si alguno tiene, no es otro que exponer la siguiente tesis: la peor forma de ayudar a la amistad angloamericana es ser un angloamericano. Hay algo aun peor, por supuesto, que es ser anglosajón"
                            (Lo que vi en América, p. 272) 

Chesterton fue un notable conferenciante en sus tiempos. El genio que portaba en su pluma no se agotó en el papel escrito, pues muchos fueron los viajes que realizó dando charlas, siempre atendido y siempre polémico. Y siempre recordó algo que hoy parece muy olvidado: que las religiones siempre comportan un modo de vida, y no sólo una visión de la vida y del mundo. Así, siempre se pronunció sobre temas de actualidad, pero desde su trinchera católica, sin pelos en la lengua y con el cuidado de endulzar con humor el ácido de su crítica. En Lo que vi en América (1922) aporta unas reflexiones sobre sobre la democracia y el mundo que allí cristalizaba, en lo que auguraba ser un nuevo imperio (que hoy ya conocemos como tal). Y lo hace burlándose ya en su comienzo de las pretensiones de escribir "impresiones" sobre viajes. Menciona ejemplos, como el viajero que residiendo por un tiempo en un país rico, piensa que un abrigo de piel y un bastón son propios de pudientes bolsillos cuando, si viaja a países donde las formas modernas no se han infiltrado, encontrará que los abrigos de piel los emplean los humildes para protegerse del frío y los bastones son ayuda para abrirse camino en un bosque. Partiendo de las ideas engañosas que se puede forjar uno viajando critica las "impresiones" que tienen muchos de sus compatriotas con América, sobre todo en un clima de preguerra donde convenientemente se pretendía un acercamiento con la joven nación americana. Así, muchos olvidaron que un país que repudia cualquier constitución (Inglaterra) no tiene nada que ver con uno que diviniza una constitución (la americana); uno que se precia de lo antiguo no tiene parentesco con uno que se abandona a constantes innovaciones; y, desde luego, no hay continuidad entre un país y otro si la existencia de uno se debe a una revolución contra la corona británica. Recabadas numerosas diferencias dice:
"Estamos continuamente aburriéndonos hablando de los lazos que nos unen a América. Estamos continuamente proclamando a gritos que Inglaterra y América se parecen mucho, sobre todo Inglaterra. Estamos siempre insistiendo en que ambas son idénticas en todas las cosas en que difieren de modo más obvio. (...) No dejamos de repetir que al menos todos somos anglosajones, cuando en realidad nosotros descendemos de romanos, normandos, bretones y daneses y ellos, por su parte, descienden de irlandeses, italianos, eslavos y alemanes" (p. 159)

   Cuando tritura los "parecidos", ve en Estados Unidos el lugar donde se encarnan los encantos del sinsentido: una sociedad con el único espíritu que el de la búsqueda del dinero, sin argamasa espiritual de cualquier tipo. La prueba de ello se atisba tras dos siglos de historia. Esa distancia histórica permite una visión de conjunto del país y la sentencia es firme, rigurosa, inapelable: el joven país deificó los ideales ilustrados, pero lo que ha ofrecido no son más que fantasmas tras los que cuelga la religión. Prometieron la libertad ilustrada, que es una libertad imposible, así como otras cosas, que también han sido imposibles. El primer Dios moderno que no se "ha hecho carne", que no ha cristalizado en la realidad, es la misma libertad:
"¿Acaso habéis alimentado las almas hambrientas de los hombres? ¿Habéis traído libertad a la tierra? Pues cada uno de los motores en los que estos viejos librepensadores creyeron firme y confiadamente se ha convertido en un motor de opresión e incluso de opresión de clase. Su parlamento libre se ha convertido en una oligarquía. Su prensa libre se ha convertido en un monopolio. Si la pura Iglesia se ha corrompido en el transcurso de dos mil años, ¿qué se puede decir de esa pura República que ha degenerado en una repugnante plutocracia en menos de un siglo?" (p. 224)
    Estas líneas son aplicables a todos los países que han abrazado la ilustración, palabra tras la cual se oculta un panteón de semidioses (Rousseau, Diderot, Voltaire...), inspiradores de curiosas mitologías conceptuales. La expresión política de ese mundo halla su traducción en Estados Unidos, y un tradicionalista como Chesterton no podía evitar mirar con recelo. Un capitalismo galopante en el que unos pocos dominan a todos guarda, para Chesterton, la huella de la maldad. Y sin duda para él es más malvada una república moderna administrada por plutócratas que una monarquía absoluta plagada de pequeños propietarios, porque para Chesterton la libertad no es votar. Libertad es ser independiente de otros y para ello es necesario la propiedad. A partir de ella se puede "emprender" en el sentido adecuado. El emprendedor moderno lo es solo de palabra porque como no dispone, en la mayoría de los casos, de propiedad se ve obligado a pedir un préstamo, a depender del arrendamiento de algún local y de un proveedor. Compárese esta libertad con la de las antiguas familias que sacaban rendimiento a las tierras que poseían. O piénsese en una familia con un negocio de zapatos que de generación en generación perpetúan el negocio artesanal. Aquellos son libres en apariencia, porque tienen tres jefes invisibles; estos otros, por no depender de otros, son más libres. Por esto mismo, Chesterton ve con horror la expansión de las grandes finanzas y corporaciones, porque para él lo que estaban ejerciendo es un proceso de concentración de propiedades y dinero y, con ello, favoreciendo la pérdida de las pequeñas libertades, que son las que realmente existen y no el concepto vacío de libertad que Rousseau patentó en El contrato social

   Entre las muchas ideas que va desarrollando con su paso por norteamérica destaca la conciencia del desarraigo y comenta que en un local un camarero le sirvió la comida. Intentando simpatizar con el hombre y descubrió que provenía de Bulgaria. Tras hacer algún comentario banal sobre el país, expresando la sospecha de que allí casi todo el mundo sería agricultor el camarero sentenció:
"De la tierra hemos venido y a la tierra volveremos. Cuando los hombres se alejan de ella, están perdidos."
   Tales palabras impresionaron a Chesterton, pues cumplían las veces de análisis comprimido y de confesión. De análisis, porque condensa el cambio de las comunidades pequeñas, las agrarias, a las sociedad urbanas modernas; de confesión, porque el camarero búlgaro se declara como perdido, desarraigado.

    Bastan estas pocas ideas para ver el talante antimoderno de Chesterton, que se ciñe al país más moderno. Esa disposición contraria al mundo que ha parido la modernidad se plasma en los diecinueve capítulos de este libro. Como he dicho otras veces sobre Chesterton es destacable por su estilo y por un gran humor. Lo que vi en América sostiene la calidad de otros libros suyos que he leído, y por eso lo recomiendo con el mismo fervor con que recomendé los otros.


domingo, 3 de febrero de 2019

Frases ilustres de "Introducción a la sabiduría" de Luis Vives. Obra publicada en Lovaina (1524)


Y la nobleza, ¿qué otra cosa es sino el albur del nacimiento inspirada en la necedad del pueblo? Vemos hartas veces que esta nobleza se adquiere con robos.

La firme y auténtica nobleza nace de la virtud.

Desechando, pues, las apreciaciones del vulgo, ten por el mayor de los males no la pobreza o el ruin linaje, ni la cárcel, ni la desnudez, ni la ignominia, ni la deformidad física, ni la enfermedad, ni la flaqueza, sino los vicios y los anejos, la ignorancia, la tontez y la locura.

Y porque en esta nuestra peregrinación traemos el alma encerrada en el cuerpo y tesoros cuantiosos en vasos de barro, no hemos de repudiar y desdeñar el cuerpo sistemáticamente.

No descuidarás la memoria, ni consentirás que por no cultivarla se entorpezca.

Así que deben ser esquivadas todas aquellas artes incompatibles con la virtud, como lo son todas las adivinatorias, verbigracia, quiromancia, piromancia, nigromancia, hidromancia; tamibén la astrología, que encubre la mayor proporción de la vanidad pestífera inventada por el mayor de los impostores: el demonio. Estas artes tratan y profesan aquellas materias que Dios se preservó para Él solo, a saber: el conocimiento de las cosas venideras y abstrusas.

Del hombre es el errar; pero perseverar en el error es exclusivo del necio.

La cumbre de todo saber y erudición es aquella filosofía que remedia aun las más recias enfermedades morales.

Harta diligencia se pone en la curación del cuerpo y tanto mayor es la que debe ponerse en la del alma, cuanto que sus dolencias son más secretas, más graves, más peligrosas.

Este es el gran premio del esfuerzo por la cultura cuyo más auténtico fruto es que todo aquel grande y variado caudal de conocimientos no nos sirva para la necia admiración y alarde vano, sino que se traduzca a la vida práctica, y quien antes que todos saque el provecho sea su poseedor; y no se quede encerrada en el entendimiento como en bujeta, donde todos van a sacar lo que les cumple, pero es inútil para el vaso o el recipiente.

En la amistad conviene que haya fe, constancia y llaneza, por manera que del amigo no tengas ningún recelo ni prestes oído fácil a los suspicaces y a los delatores.

Se muy tardío en admitir amigos, pero una vez admitidos, se más constante en retenerlos.

La vida no es vida para los suspicaces o los desconfiados, sino una muerte continua.

Es un viejo dicho: para ser verdadero no seas malpensado. Este otro, aunque nuevo en palabras, es viejo en sentido: para vivir en quietud no seas sospechoso.

Con los inferiores muéstrate comedido; con los superiores, reverente; con los iguales, asequible y fácil, y para el vicio, se siempre duro, rígido, vertical, inexorable.

Ni conviene que pienses que tú solo eres hombre y todos los otros bestias que no han de atreverse ni a chistar. Eres hombre; vive con los hombres en pie de igualdad.


lunes, 28 de enero de 2019

"Vivir: tratado de la desesperanza y la felicidad" de André Compte Sponville

"No debemos perder los bienes presentes por el deseo de los ausentes" (Epicuro, citado en Vivir, p. 267)
   Han pasado cuatro años  y medio desde que leí el primer libro de André Compte Sponville, del que este es continuación y fin. El preludio que aquel tomo suponía iba, supuestamente a hallar su acabamiento en el segundo tomo: "Vivir". Un par de años separaron la creación del primer libro del segundo. El autor mismo reconoce al principio del segundo tomo que este fue una ardua labor, más difícil que la primera y que por esa razón tardó más de lo esperado.¿Ese trabajo en qué quedó? ¿Cómo se articula el materialismo que estaba por llegar, aquel que, desinfectado de trazas platónicas, fuera verdadero y puro? Bien, pues a lo largo de 370 páginas podemos verlo. En ese espacio se preocupa de dos flancos: la moral y el sentido (semántica). Hablaremos solamente del primero, para proceder con mayor rapidez a la inspección del ensayo y a la consiguiente opinión.
"Las reticencias de nuestra época respecto de la moral son en primer lugar de vocabulario. El bien, el mal, la culpa... ¡Todo eso parece tan anticuado! Y muchos creen haber resuelto el problema porque han renunciado a las palabras que servían en otro tiempo para plantearlo. Según ellos la virtud es una lengua muerta."                              (Vivir, p. 14)
. ¿Cómo ha de afrontar la ética un materialista? Todos pensaremos, indefectiblemente, que a un cuestionamiento de la ética, de cualquier ética, además. Seguro que alguna frase de Nietzsche sobrevuela la imaginación de alguno. Un materialismo parece llevar necesariamente a la abolición de la moral, porque la moral siempre es el bastón de la religión: sin él no camina. No es eso lo que uno aprende leyendo a Sponville, sino más bien lo contrario. Históricamente, Nietzsche y su crítica a la moral han ejercido el peso de una losa y cubierto nuestros ojos con una venda. Esa venda nos impide decir el nombre Spinoza que, sin embargo, no para de estar en la boca del filósofo francés que hoy consideramos. Más de la mitad de las notas (y hay unas 300-400) tributan respeto y honor al pensador judío. Partiendo de él y llegando a él, la ética se piensa no como una ilusión (aunque lo sea), sino como un ejercicio en el que el sujeto tiene un mayor grado de implicación. Expliquemos esto: es ilusión, porque parten de la premisa de que no hay Dios o, que en caso de haberlo, no es nada distinto a la naturaleza (Deus sive natura, que dijera Spinoza). En ese momento aceptar la moral comporta un grado de arrojo, un acto de valentía y un ejercicio de la voluntad mucho mayor que el de un creyente. Cuando se actúa por un valor (templanza, valentía, industriosidad, liberalidad, etc) no se hace con vistas a ganar méritos en otra vida y, el hecho de que no haya ganancia, redunda en la calidad de la acción emprendida, pues la ética se compromete, no lo olvidemos, con la buena acción, no con la buena voluntad. ¿De qué nos sirve tener buena voluntad hacia alguien si luego en nuestras acciones provocamos un mal a ese alguien? Pero continuemos con el tratamiento que hace Sponvile: la ética es una ilusión, pero no su ejercicio; la ética se compone de ideas, y estas no son nada del mundo. El mundo es mera materia. Y lo que no sea materia no es nada, sino ilusión. El hombre está plagado de ellas: cuando pasa de lo particular a lo universal ya está imaginando y sufriendo la ilusión de sus imaginaciones. La ilusión por excelencia para Sponville es el platonismo y las religiones. Sólo existe el deseo de cada uno de nosotros. Yo deseo mi bienestar, el de mi cuerpo (porque la conciencia es otro fantasma, otra ilusión para este autor, como explicaba en el primer libro Sponville) y, por extensión, el de mi vecino. Esa es la base: la materia, el bienestar de este cuerpo que soy yo, que se extiende al resto de cuerpos. Es un movimiento ascendente. Justo al revés que las religiones: tras de lo divino se atisba una larga escalinata hacia realidades más humildes. En ese orden descendente se halla la moral, porque se impone desde arriba, no desde el cuerpo, que está abajo, en el plano de la materia, sino desde lo divino, que es trascendente.
"(...) el problema consiste entonces en saber cómo conciliar esta crítica con las múltiples  reglas que Spinoza no cesa de enunciar -'certa vida dogmata', como él dice-, reglas que deben gobernar nuestra vida (ellas constituyen una recta ratio vivendi), que en su mayoría apenas se oponen, es lo menos que se puede decir, a los mandamientos tradicionales de la moral" (p.118)

   Lo dicho hasta ahora explica por qué un materialista no claudica a la mera inmoralidad, pero no da asiento a la moral. No lo hay. La moral no es sino el gusto y el deseo que se han modelado a lo largo de las épocas. De nuevo una explicación que parte de realidades humildes: deseo, gusto, nunca trascendencia. Este punto es insuficientemente tratado por Sponville pero en el recorrido global del asunto moral transitamos grandes nombres: Kant, Sartre, Simon Weil, Descartes, Epicuro, Hobbes, Platón... Es curioso que no emplee a Hume porque este ya desarrolló una ética que partía de las emociones. Muchos autores son puestos sobre la mesa y diseccionado como cuerpos que se estudian. No siempre con fortuna, como no siempre con fortuna se hace en la segunda parte, que trata en torno al significado, el lenguaje, el tiempo y la memoria. Por su amplitud, es realmente difícil exponer el libro de Sponville. Y más todavía es hacerlo sin contar con el trasfondo del primer libro (para el lector que se tope con esto sin haberlo leído). Me limitaré a señalar algunos puntos débiles a mi parecer:

  1. El incapié que se pone durante todo el ensayo sobre lo que es real deriva en algo demasiado limitado. En todo momento se establece que la realidad no es otra cosa que la materia pero, en tal caso, no existe lo posible, que en filosofía se ha llamado, tradicionalmente, "potencia". Sponville identifica la posibilidad con la ilusión, pero no son lo mismo: algo ilusorio nunca podrá llegar a ser, mientras que algo posible puede llegar a ser. En pocas palabras: lo ilusorio es imposible en la realidad (un pegaso), pero lo posible puede implementarse en la realidad (una semilla se puede transformar en un árbol, o no).
  2. Hay cierta apariencia de criticar todas las religiones, pero eso está lejos de la verdad. El libro carece de real conocimiento de las religiones. No hay apenas bibliografía especializada en torno a ellas. Los politeismos no tienen mención. Apenas la tiene el islam y sí, y bastante, el crisitianismo. Además Sponville coquetea con el budismo y el zen, lo cual nos lleva a una conclusión: no critica a las religiones por crear todo el entramado de ilusiones; solamente critica aquellas que le placen. Cuando se ensaña con el cristianismo lo hace desde una perspectiva reducida porque emplea un par de escritos de San Agustín, la Biblia y, con mucha rareza, a Sto Tomás. Esto degenerará en lo que señalaremos en el punto 4.
  3. Cuando tilda la moral de ilusoria no ahorra palabras para calificar a los moralistas: "Antes y mejor que Nietzsche, según mi opinión, Spinoza había desenmascarado las trampas de la tristeza y del resentimiento  que habitan en el corazón de la moral. Como por ejemplo los que condenan al amor a la gloria, al dinero o a las mujeres por impotencia interior, cuando son lo que más desean. Tristeza de misántropos, de avaros y de misóginos: tristeza de moralistas. Beatos, devotos, censores... Hombres viles. Pero más necios (Spinoza lo da a entender) o más ignorantes que malvados. Pues solo se juzga, en uno mismo como en otro, lo que no se comprende. (...) Juzgar es confundirse" (pp. 117-118). Que bajo el manto de la virtud se esconden muchos sinvergüenzas (unos Tartufos de la moralidad) no es nada nuevo. Pero uno se pregunta al leer estos pasajes si no cae el autor en lo que critica, pues juzga a los que juzgan.
  4. Al estudio le falta profundidad histórica y eso permite numerosas, graves y horribles deformaciones. No distingue, por ejemplo entre el platonismo, el neoplatonismo ni el cristianismo. Con ello fomenta un zurriburri muy conveniente a sus intereses: pliega los conceptos de tal manera que se avienen a lo que él quiere criticar. Conceptos como materia, cuerpo, realidad y presencia divina cambian considerablemente en las tres corrientes mencionadas, pero en el zurriburri que presenta eso no se hace de notar. Es particularmente grave en el caso del cuerpo. Si bien Platón dijo que el cuerpo podía llegar a ser una cárcel, basta con leer La República para ver cómo nos exhorta a su cuidado porque, como decían los antiguos, mens sana in corpore sano. El neoplatonismo sí tendió al desprecio del cuerpo, pero ni mucho menos el cristianismo (el que venció de entre los distintos tipos de cristianismo). Pocas religiones han hecho que su Dios se hiciera "carne", ni tampoco han dado tanta importancia al cuerpo en la escatología (el dogma de la resurrección). San Agustín, haciendo un guiño a la "cárcel" de Platón dijo: 
"No es el cuerpo tu cárcel, sino la corrupción de tu cuerpo. Tu cuerpo hízolo Dios bueno, porque Él es bueno; la corrupción viene de su justicia, porque es juez. Aquel es fruto del beneficio; éste, consecuencia de un castigo." (Enarrationes in Psalmos 141)
   Todos estos aspectos que me parecen deficientes están sujetos al peligro de haber malinterpretado algo. Debería haber releído el primer libro, pero no he podido. Basten estas consideraciones sobre el libro.

   Sobre todo el libro sobrevuelan las palabras del Evangelio de san Juan: "(...) solo la verdad os hará libres" (Jn 8, 32), que creo que no menciona, pero que es de evidente presencia. Así, desveladas todas las ilusiones (las religiones,la conciencia, el platonismo en el arte, la política y la ética, etc), se puede "Vivir". "No se trata pues de cambiar la vida (...) sino de vivirla sin mentira y sin ilusión (...)"  (p. 335). El trabajo de Sponville se presenta, entonces, como un grimorio con todo tipo de surtidos, para combatir todo lo que para él no son más que cosas ilusorias. La verdad, la suya, nos hace libres. Pero no le basta con descubrir la verdad, pues se exhibe como una nueva Biblia, una "Buena nueva" (Novum testamentum).
"Así es la buena nueva de la desesperanza, aunque temo -porque es desesperada y justamente desesperante- que no satisfaga a nadie (...), pero sin embargo es una buena nueva, tanto más cuanto más desesperante. Es bueno acabar anunciándola, tanto más cuanto más desesperante. Es bueno acabar anunciándola, precisamente porque no anuncia nada. ¿De qué tienes miedo? ¿Qué aguardas? ¿Qué esperas? Ya estás salvado." (p. 343
   Como su "nuevo testamento" no anuncia nada  ahí encuentra el punto de conciliación con el zen, que pretende no pretender nada en el orden del pensar, es decir, no pensar. 700 páginas (los dos libros juntos) apuntan en una dirección antiintelectualista y antiracionalista: "El fin no es ser sabio, sino vivir" (p. 347). Recodemos la frase de Epicuro que puse al principio de la reseña: "No debemos perder los bienes presentes por el deseo de los ausentes". En Sponville lo presente es la vida, el mundo; lo ausente es el más allá, las ideas de Platón, la escatología, etc. Hace un uso muy bueno de esa frase, tan certera como imposible de cumplir, totalmente, al menos.

   Creo que es el primer libro que al aplicar  la etiqueta "ensayístico" entrevero una clasificación y un ligero desprecio. Es delicia leer a Sponville, es cierto, pero no me parece riguroso, ni tampoco tiene el espíritu histórico que este proyecto (un materialismo que se despega de otros materialismo) necesita. Independientemente de que no comparta muchos de sus razonamiento es de sospechar que, por ambiciosa, la empresa de Sponville no revista del empaque necesario a toda gran obra. Sin embargo, léanlo quienes se sientan interesados, porque ciertamente es interesante su trabajo, y muy bello.